Se ha escrito tanto sobre la dictadura militar que mantuvo a España cuarenta años al margen de las vanguardias del pensamiento progresista y en la cola de la Europa civilizada, que a veces nos olvidamos de que contra Franco vivíamos mejor. Mucha gente recuerda con nostalgia aquellos tiempos «en los que vivíamos peligrosamente» y los […]
Se ha escrito tanto sobre la dictadura militar que mantuvo a España cuarenta años al margen de las vanguardias del pensamiento progresista y en la cola de la Europa civilizada, que a veces nos olvidamos de que contra Franco vivíamos mejor. Mucha gente recuerda con nostalgia aquellos tiempos «en los que vivíamos peligrosamente» y los rebeldes encarnaban a héroes y heroínas que luchaban contra el tótem, el padre tiránico (como diría Freud), y juraban, cual seguidores de Espartaco, conquistar la libertad. La medida de todas las cosas no era, como ahora, el dinero y, aún bajo la dictadura, había una humanidad y solidaridad, en muchos casos envidiable. En la casa que yo habitaba de niño en el centro de Santander, había una buhardilla donde vivía un pobre hombre, llamado Rafael, que había perdido todo lo que tenía y no podía pagar el alquiler. ¿Qué hicieron los dueños del inmueble? ¿Echarle a patadas y arrojarle a la calle como si fuera un perro? Nada de eso, se convirtió en el invitado de todos los vecinos, y muchas veces yo le subía a su guarida comida y cena calientes con vino y pan incluidos.
Ese recuerdo me viene a la memoria cuando pienso en la bajísima altura moral que demostraron el PP y el PSOE (gestores de la actual plutocracia) a raíz de la última crisis económica que se «superó» con un rescate a la banca (directo e indirecto) de unos 100.000 millones de euros, y un masivo castigo a los más vulnerables que sufrieron decenas de miles de desahucios que dejaron en la calle a familias enteras, con niños, enfermos y ancianos, sin ni siquiera importar las heladas invernales.
Yo no sé si será posible salir de la crisis (España ha salido, pero los españoles y españolas, «NO», dijo hace poco Pedro Sánchez), eso lo dejo para los expertos y adivinos que quieran consultar el oráculo de Delfos. Sin embargo, albergo grandes dudas acerca de una recuperación moral engarzada a referentes ascendentes que nos hagan sentirnos orgullosos de pertenecer a la raza humana. El dinero todo lo ensucia, es como un alquitrán pegajoso que, cual metástasis del poder, se extiende por todo el tejido social y se enquista en el cerebro y el alma.
Cuando no existe una justa distribución de la riqueza el dinero se vuelve radioactivo, la sociedad enferma (cada miembro a su manera) y el dolor se cronifica hasta que dejamos de sentir y nos convertimos en espectadores del holocausto o en estatuas de piedra.1
Pero no siempre fue así, yo conocí tramos de vida, previos a la decepción de tanta promesa incumplida, en los que se podía vivir con sencillez (sin marcas de lujo, billetes de 500 euros y restauradores, cocineros físicos y químicos, que regentan fogones para los ricos, las mafias, los especuladores, los corredores de bolsa, los Hunos y los Otros).
Hubo un tiempo en el que los relojes se paraban o doblaban -diría Dalí- y en cualquier casa o claro de bosque se armaba una taberna con vino, guitarras y lo que fuera. Una buena tortilla de patatas y unas raciones de chorizo y jamón sabían a manjares de dioses y muchos dormíamos a pierna suelta sin temor a que nos robasen, pues el negocio de las alarmas, los enrejados y las puertas blindadas se fue desarrollando secuencialmente al ritmo que marcaba el crecimiento abismal entre pobres y ricos.
Me contaron en Altea, lugar donde viví recientemente, que hace varias décadas (mucho antes de la devastadora plaga de la invasión turística) muchos artistas se refugiaban en ese recodo del Mediterráneo buscando la utopía de una idílica aldea de pescadores, la paz azulada de la mar y su cielo protector, donde las gaviotas de dorso ceniciento surcan los tejados de las casitas encaladas y los campanarios llamando a la oración.
La Meca gastronómica de Altea era el mesón Casa Pepe donde la gente se daba un festín sin arruinarse. Allí se servían tres platos estrella: mejillones, habichuelas con jamón y sardinas a la plancha. Por allí pasaban Rafael Alberti, Benjamín Palencia, Pepa Flores (Marisol), Antonio Gades, Laura del Sol (actriz y bailarina), y muchos otros artistas, pintores, escultores, ceramistas, etc., que, brindando por la vida, pasaban las horas charlando, recitando poemas, cantando. Nunca faltaba el vino y la guitarra.
En un pispás desaparecieron, con los puños-grúas del Gigante Plutocracia, Bancaraña y su Hermana Inmobiliaria, innúmeras tabernas populares que se convirtieron, tras ser tocados por el Rey Midas, en restaurantes veinte estrellas Michelin. Todo ese lujo se expandió, como una mancha de petróleo en el mar, al tiempo que se multiplicaban los trabajos precarios, la exclusión social y los guetos de los Nadies.
Quizás, antes de que se pudriera la manzana y el manzano, Alberti, vestido de marinero, le recitaría a Marisol o a Marilyn estos versos del poeta chino Li Po (701-762 d.C)
Con oro amarillo y trozos blancos de jade comprábamos canciones y risas
y, ebrios, meses y meses, nos burlábamos de reyes y príncipes.
Con nosotros estaban los más sabios, los más valerosos entre los Cuatro
Mares, (amigos) de pensamientos tan altos como las nubes (…)2
En 19883 conocí a Antonio Gades en Seúl (actuaba con ocasión de los Juegos Olímpicos) y me dijo en una charla privada que ya estaba cansado, que lo iba a dejar todo, se iba a comprar un velero e iba a da una vuelta al mundo. No sé si realizó su sueño. Años más tarde me enteré por la prensa que en su testamento Gades había pedido que sus restos descansaran en Cuba.
Y vuelve a Cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para recordar que «contra Franco vivíamos mejor».
Notas
1 Aconsejo leer a los amantes de la buena literatura «Kokoro» (Corazón) del escritor japonés Natsume Soseki (1867-1916), que trata del amor, la amistad y los destructivos efectos del dinero. La obra fue publicada en castellano por primera vez en 2003, por la Editorial Gredos.
2 Estos versos están sacados del poema la «Carta de un Desterrado» que forma parte de la obra «Vida y obra de Li Po» (también conocido como Li Bai), escrita por Arthur Waley (Ediciones Seix Barral, 1969).
3 En 1988 trabajaba como corresponsal de la Agencia EFE en Corea del Sur.
Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/
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