Recomiendo:
0

Contra la crisis, democracia

Fuentes: www.loquesomos.org

La crisis económica actual, como cualquier crisis, pone en evidencia las deficiencias de nuestro sistema político-económico. Si alguna ventaja tiene una crisis es que pone a prueba lo establecido, es que nos permite aumentar la conciencia sobre lo que ocurre a nuestro alrededor. Obviamente, las cosas ocurren por ciertos motivos. Hay causas «técnicas» y a […]

La crisis económica actual, como cualquier crisis, pone en evidencia las deficiencias de nuestro sistema político-económico. Si alguna ventaja tiene una crisis es que pone a prueba lo establecido, es que nos permite aumentar la conciencia sobre lo que ocurre a nuestro alrededor.

Obviamente, las cosas ocurren por ciertos motivos. Hay causas «técnicas» y a su vez causas de esas causas «técnicas». Es importante que nos demos cuenta de la relación de unas causas con otras y de las causas con sus efectos. Todo está siempre mucho más interrelacionado de lo que pueda parecer a primera vista. Los problemas no se resuelven con simples parches, hay que atacar a la raíz de los mismos, pero para ello hay que ver la raíz y no quedarse sólo en el tronco, en la superficie. Evidentemente, no todos los economistas se ponen de acuerdo para explicar las causas «técnicas» de la crisis que azota al mundo entero en la actualidad. Para algunos, es sólo una crisis más del capitalismo provocada por el estallido de ciertas burbujas, para otros es una crisis de cierta versión del capitalismo (llamada neoliberalismo), para otros es una gran crisis sistémica del capitalismo, incluso se oyen voces anunciando que estamos ante el principio de su fin. Por supuesto, en función del diagnóstico, el remedio propuesto es bien distinto. Para los defensores a ultranza del modelo actual, la receta es más de lo mismo, para ellos el problema es que no se han llevado a cabo a rajatabla los principios del neoliberalismo. Para los defensores de un capitalismo menos agresivo, o incluso para aquellos conscientes de que si se tira demasiado de la cuerda ésta puede romperse, en un intento casi desesperado por salvar al capitalismo y sus principios fundamentales, la solución está en «refundar» el capitalismo, en reformarlo, es decir, en regularlo, en invertir la tendencia de los últimos lustros. Por supuesto, las voces críticas aspiran a sustituirlo por otro sistema. Lógicamente, las ideas de Marx, el principal estudioso y crítico del capitalismo, vuelven a ponerse de moda.

Sólo el contraste libre de ideas y la posibilidad de ponerlas a prueba en la práctica, pueden decirnos a ciencia cierta qué modelo económico o social puede funcionar y cuál no. El problema es que las ideas no fluyen libremente por la sociedad. El control de los medios de comunicación por parte del gran capital lo impide. El pensamiento único existe gracias a dicho control (facilitado a su vez por experiencias fracasadas y desvirtuadas de modelos sociales que pretendían ser alternativos y por una izquierda incapaz, por el momento, de retomar la iniciativa). Sin una prensa independiente es imposible que el pensamiento único deje de existir. Afortunadamente, Internet está empezando poco a poco a romper el monopolio de las ideas y de la información. No debe sorprendernos los intentos de controlar, desprestigiar o banalizar a la red de redes. El problema también es que no todas las ideas tienen las mismas oportunidades de llevarse a la práctica, especialmente aquellas que cuestionan lo establecido, porque son reprimidas por los que no desean renunciar a sus privilegios.

Al margen de lo acertadas o no que puedan parecer ciertas decisiones, de lo que no cabe duda es que la probabilidad de que sean acertadas aumenta notablemente cuando son tomadas de forma democrática y en base a la libre discusión. Cuando lo que afecta a toda la sociedad es decidido por unos pocos, entonces la probabilidad de que las decisiones tomadas sean las correctas es muy baja. Porque cuando a la hora de tomar cierta decisión, se discute libremente entre TODAS las opciones posibles sopesando sus ventajas e inconvenientes, entonces aumentan las posibilidades de que la opción elegida sea la más adecuada. La libertad es esencial. Pero además, si dicha decisión la toman TODOS los que se verán afectados por ella, entonces las probabilidades de que tal decisión perjudique a la mayoría son menores que si dicha decisión la toma sólo cierta élite. La democracia es esencial. Pero siempre hay un límite: los derechos humanos. Por muy mayoritaria que sea una decisión, ésta nunca debe atentar contra los derechos básicos de las minorías o de los individuos. La democracia consiste en el gobierno de la mayoría, pero también en la protección de las minorías respecto de la tiranía de la mayoría. Consiste en hallar el equilibrio entre la libertad del individuo y el de la sociedad en su conjunto. No puede haber democracia cuando se conculcan derechos elementales de los individuos, pero tampoco cuando las minorías se imponen sobre las mayorías, cuando son las minorías las que gobiernan realmente. No confundamos la democracia con la oligocracia.

Todo esto que digo es obvio, a priori parecería innecesario decirlo. Pues bien, esta obviedad es eludida por el sistema político-económico presuntamente democrático actual. Todo ingeniero, todo científico, sabe perfectamente que es imprescindible la libre discusión de todas las ideas posibles, especialmente de las opuestas, para encontrar las mejores soluciones. Todo periodista sabe perfectamente que es imprescindible el contraste de las informaciones para verificar su veracidad. Toda persona sabe perfectamente que es de sentido común, antes de decidirse por cierta opción, conocer todas las opciones posibles (o cuantas más mejor). Normalmente, cuanto más se tenga donde elegir, de cuanta más información se disponga, mejor será la elección. Una decisión tiene más probabilidad de ser la acertada si es precedida por el estudio de todas las posibilidades, si participa más gente en la búsqueda de soluciones, si las personas aportan sus opiniones en vez de limitarse a seguir la corriente, si no tienen miedo de expresar sus puntos de vista, si tienen plena libertad de poder hacerlo sin consecuencias. Todo trabajador sabe que en las empresas cada vez hay que permanecer más callado para conservar el empleo, que hablar es peligroso, que la crítica o la discrepancia está mal vista por la mayoría de los jefes. Y como consecuencia de esto, también comprende perfectamente por qué cada vez hay menos ideas originales en las empresas, por qué los problemas no se solucionan. Sin suficiente libertad no es posible resolver los problemas. El pensamiento único es incompatible con la verdad y la eficiencia. Pues bien, este principio elemental (la libre discusión, el contraste entre opciones opuestas, el aporte de todas las tendencias, la diversidad y pluralidad de ideas) no se aplica en la «ciencia» económica oficial.

Las presuntas teorías económicas oficiales, en base a las cuales los «profetas» de lo establecido pretenden justificar precisamente lo establecido, se basan en la hipótesis de que las personas que toman ciertas decisiones económicas, lo hacen siempre de forma totalmente objetiva. Según dichas «teorías» económicas, las cosas hay que hacerlas porque «científicamente» no hay más remedio. No ha lugar a votaciones. No es necesario que se decida por mayoría. Basta con que decidan los «sabios». Las verdades del sistema económico son «absolutas» y no tiene sentido someterlas a votación. En toda ciencia, toda verdad existe por sí sola, sólo puede descubrirse, no se somete a votación. Se asume que la economía es una ciencia exacta y como tal sólo cabe aplicar sus postulados. Pero, a diferencia de las verdaderas ciencias, dichos postulados no son contrastados con teorías que los cuestionen porque se impide el imprescindible debate científico, a diferencia de otras ciencias, además, no pueden ser cuestionados por la práctica fácilmente porque la realidad es interpretada de forma subjetiva e interesada. La ciencia económica, como toda ciencia humana, no es exacta. El problema es que la ciencia económica oficial es premeditadamente muy inexacta pero aparentemente exacta. Se camufla la naturaleza inevitablemente inexacta de la economía (por ser una ciencia humana), se la hace intencionadamente muy inexacta (al obviar los intereses personales) y se le da una apariencia de exactitud absoluta, incuestionable (para evitar perjudicar los intereses personales de los que dominan la sociedad económicamente).

Los apologistas de la ciencia económica oficial eliminan el factor subjetivo de las decisiones que son tomadas por personas concretas, como si las personas fueran objetivas, como si no existieran los intereses personales. En las teorías económicas oficiales, no existe el parámetro interés (sólo existe el interés bancario, pero no el afán de lucro, ni el egoísmo) y por tanto tampoco existe la plusvalía ni la explotación. En dichas teorías todos los seres humanos actúan idealmente buscando el bien común, no existen las clases sociales, no influyen las condiciones materiales de la existencia. Las desigualdades sociales, inevitables según dichas teorías, son simplemente el resultado lógico de la desigualdad natural entre los hombres. Lo que no consiguen explicar dichas teorías, o mejor dicho de lo que no se preocupan de explicar, es la desproporción y el crecimiento exponencial en el tiempo de las desigualdades sociales. Resulta que dichas «teorías», que pretenden explicar cómo se mueve el dinero por la sociedad humana, no tienen en cuenta la naturaleza humana, no consideran que la gente en general nunca es objetiva, no digamos ya cuando se trata de dinero. Es decir, la economía oficial es una «ciencia» humana que no considera el factor humano (o que lo infravalora). Ocultan la inevitable subjetividad en toda actividad humana con una aparente objetividad para dar rango de «ciencia exacta» a la economía. Con esto no quiero decir que la economía no tenga rasgos de ciencia, pero sí que en la economía oficial se obvia un parámetro clave en su funcionamiento: las personas no actuamos objetivamente cuando se trata de dinero. La ciencia económica dominante en el capitalismo es poco científica porque obvia un factor clave en la economía: el afán de lucro personal. Toda ciencia busca explicar las leyes del universo objeto de estudio para lo cual es imprescindible considerar todos los factores, especialmente los decisivos.

De esta manera, y ayudados por el control de la circulación de ideas por la sociedad con los medios de comunicación, los «apóstoles» del sistema establecido pretenden imponer a toda la sociedad SUS recetas, SUS visiones de cómo deben hacerse las cosas, pero además pretenden hacerlo de manera que no sea posible rebatir SUS ideas. Dando apariencia de ciencia a lo que simplemente es la búsqueda de SUS intereses particulares o de los amos a los que sirven, pretenden hacernos creer que SUS decisiones son las únicas posibles, son lo que dicta la «ciencia» económica. ¡Cuántas veces oímos la desgastada frase de que hay que tomar una decisión «impopular», «difícil», pero hay que hacerla, no hay otra opción! Lo extraño es que esto sólo ocurre normalmente con decisiones que perjudican a los de abajo, parece que nunca es necesario hacer nada que perjudique a los de arriba. Extrañamente, en la «ciencia» económica oficial, las decisiones a tomar casi siempre benefician a los mismos (a las minorías privilegiadas) y casi siempre la peor parte se la llevan los mismos (los trabajadores). Extraña ciencia ésta. Una ciencia que en la teoría es oficialmente objetiva, pero que en la práctica es claramente subjetiva. Una «ciencia» que, como toda ciencia, en teoría es imparcial pero que, a diferencia de otras ciencias, en la práctica es parcial. ¿Podríamos llamar ciencia a la física si la ley de la gravedad no afectara por igual a todos los cuerpos? Pues esto es lo que ocurre, en esencia, con la economía oficial. Sus «leyes» no afectan por igual a todos los individuos, benefician a unos y perjudican a otros. Una ciencia que en teoría la hacen exacta, pero que «inexplicablemente» nunca produce resultados previsibles. ¿Podemos sorprendernos de que nunca se pongan de acuerdo los «economistas» no ya sólo en lo que va a ocurrir sino que ni siquiera en lo que ha ocurrido? ¿Los «economistas» oficiales no nos recuerdan mucho a los chamanes de antaño? ¿Podríamos llamar ciencia a la física si la ley de la gravedad no fuera capaz de prever la trayectoria de los cuerpos o si no fuera capaz incluso de explicarla?

La ciencia económica oficial es a la auténtica ciencia económica lo que es la astrología a la astronomía. Por supuesto, no faltan voces honradas de economistas que reclaman un enfoque verdaderamente científico de la economía. Pero, como no es muy difícil de comprender, la economía tiene un importante inconveniente respecto de otras ciencias: se trata de explicar cómo se comporta el dinero en la sociedad humana. Con el vil metal nos topamos. A diferencia de la física o la química o la astronomía, las leyes de la ciencia económica afectan directamente al bolsillo de las personas. No es muy difícil comprender que aquellos que tienen ciertos privilegios económicos harán todo lo posible para usar su posición dominante en la sociedad para evitar que ésta cambie y los cambios pongan en peligro su status quo. Parece muy poco probable que se dé el premio Nóbel de economía a alguien que cuestione lo establecido. Como decía recientemente Robert Pollin, economista que asesora a Barak Obama, leyendo a Marx se aprende más que del 95% de los economistas. Habiendo sido Marx, al margen de afinidades ideológicas, uno de los pensadores más influyentes de los últimos siglos, nunca recibió ningún reconocimiento de las autoridades intelectuales de su época. Todo lo contrario, fue sistemáticamente perseguido y censurado. Y sus ideas siguen siendo marginadas en la actualidad por la economía oficial (aunque cada vez menos, los acontecimientos, la realidad, ponen en su sitio a todos, incluidas las ideas).

Mientras el control de la economía esté en pocas manos, no puede esperarse que las decisiones tomadas beneficien al conjunto de la sociedad. Mientras la sociedad esté controlada por unos pocos, no puede esperarse que las decisiones que se tomen sean por el bien del conjunto de la misma. Los principales problemas de nuestra sociedad tienen una causa común profunda: la falta de democracia. Las decisiones que afectan a todos no son tomadas por todos. Evidentemente, es imposible que todo el mundo decida sobre todo, sería impracticable. La democracia directa sólo parece factible para grupos humanos relativamente pequeños. Sin embargo, la combinación de la democracia directa en ámbitos locales, junto con el principio federativo para coordinar decisiones tomadas en ámbitos pequeños para ser aplicadas en ámbitos mayores, junto con una democracia verdaderamente representativa que aplique sus propios principios de forma efectiva, junto con su evolución hacia democracias participativas donde el ciudadano no se limite exclusivamente a depositar una papeleta cada X años, sí parece factible. No parece factible llegar a una sociedad democrática perfecta, pero sí parece factible y deseable ir tendiendo hacia ella gradualmente. Deberíamos preguntarnos todos por qué no se producen avances democráticos últimamente (más bien al contrario, estamos asistiendo a una involución democrática), por qué no se aplican los principios en los que supuestamente se basa nuestro sistema actual (independencia de poderes, elección de TODOS los cargos públicos, «un hombre, un voto», etc.). La respuesta más sencilla, y por tanto más probablemente verídica, es que no hay voluntad para ello, es que los que controlan la sociedad no están dispuestos a perder dicho control.

Pero esto no es sólo culpa de las élites que nos dominan, es sobre todo culpa de los que nos dejamos dominar. Mientras nos dejemos llevar, mientras prefiramos no ver y no pensar por nosotros mismos, estaremos dominados por ciertas élites, sólo podremos aspirar a cambiarlas. Mientras nos comportemos como ovejas, dependeremos de pastores. Mientras no participemos en las decisiones que nos afectan, mientras renunciemos a nuestra soberanía, no podremos aspirar más que a quejarnos. Mientras antepongamos nuestra comodidad personal a nuestros principios, mientras seamos capaces de colaborar, incluso a sabiendas, con un sistema que inequívocamente tiende a disminuir las libertades y los derechos que tanto costaron lograr en el pasado, mientras no nos responsabilicemos de nuestros actos, del granito de arena que aportamos, mientras tiremos la piedra y escondamos la mano, estaremos condenados a una sociedad en permanente crisis. Decía Benjamín Franklin que quienes renuncian a la libertad esencial para obtener seguridad temporal, no merecen ni libertad, ni seguridad. En realidad, la presente crisis no es más que la exteriorización de una crisis social profunda, no es más que la punta del iceberg. La sociedad humana está en crisis a todos los niveles, no sólo en el ámbito económico.

Desde el propio sistema, y ante las evidencias, se oyen cada vez más voces que reconocen que lo que tenemos actualmente no son verdaderas democracias (Los estadounidenses son siervos gobernados por oligarcas, artículo firmado por Paul Craig Roberts, secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de Reagan; Rebelión, 21 de agosto de 2009). Partiendo del reconocimiento de la naturaleza no democrática del Estado actual, se propugna desde la derecha más radical la eliminación del Estado para ser sustituido por un mercado «libre» anárquico y omnipresente (capitalismo aún más salvaje) mientras que desde la izquierda más radical se pretende la abolición del Estado en busca de una sociedad sin clases e igualitaria (con una transición llamada socialismo donde el Estado se intenta primero democratizar con la esperanza de que con el tiempo se extinga). Esto es la teoría, en la práctica, supuestos regímenes «marxistas» lo que hicieron fue implantar dictaduras puras y duras que poco tuvieron que ver con las ideas del socialismo (control democrático de los medios de producción). Lo propugnado desde la derecha, en el fondo, supone sustituir el Estado (en realidad la política) por el gobierno de las grandes empresas, significa la institucionalización y aceleración de un proceso que viene ocurriendo en los últimos tiempos: el verdadero poder es el poder económico y el poder político, que ya no tiene el poder real (si es que alguna vez lo tuvo), ya no sirve al primero y simplemente se quiere eliminar formalmente. Desde la izquierda se busca eliminar las clases sociales, disminuir las desigualdades sociales. Desde la derecha se busca consolidar las clases sociales, aumentar las desigualdades sociales.

Desde la derecha más radical, con la excusa de proteger al individuo, en realidad lo que se quiere hacer es pisar el acelerador de la involución democrática que venimos viviendo en los últimos lustros. Desde posturas neoliberales se pretende liberar de la «opresión» del Estado actual a ciertos individuos que desean tener aún más la posibilidad de hacer lo que les da la gana para enriquecerse, a costa de disminuir todavía más la libertad de la mayor parte de individuos que conforman la sociedad. El neoliberalismo defiende la «libertad» (el libertinaje) del más fuerte, de una minoría privilegiada, a costa de la libertad de la mayoría de la sociedad. El neoliberalismo es la huída hacia adelante del capitalismo. Según esta concepción de la sociedad, hay que dejar que ésta se rija por sí sola, el Estado sobra (salvo el Estado policial, por supuesto). Ya hemos visto los resultados de tal filosofía del «laissez-faire»: una sociedad cada vez más parecida a una jungla. Las desigualdades sociales han aumentado en los últimos tiempos. Los mileuristas se han convertido en mayoría. La clase media desaparece. La sociedad se divide cada vez más en dos clases antagónicas: una minoría cada vez más rica y poderosa, y una mayoría cada vez más pobre y esclava.

Si la democracia degenera PORQUE el poder económico domina cada vez más, entonces es muy poco probable que dándole aún más poder (y esto se conseguiría dejándole campar aún más a sus anchas con la progresiva desregulación de la economía y de la sociedad en su conjunto) se consiga más democracia. Creo que es obvio que ocurrirá justo lo contrario (como ya está ocurriendo). La economía está en pocas manos y debe estar en manos de toda la sociedad. No podemos esperar una economía que beneficie a la mayoría cuando está dominada por una minoría, sea cual sea ésta (ya sea la burguesía en el capitalismo o una clase burócrata en los regímenes supuestamente «comunistas» o cualquier otra), que sólo mira, lógicamente, por sus propios intereses. La economía es el motor de la sociedad y una sociedad democrática debe tener un motor democrático.

Si queremos combatir la crisis, como decía al principio, debemos analizar las causas profundas, no sólo las superficiales, de la misma. Sólo con verdadera democracia será posible evitar la degeneración que estamos sufriendo. Es imperativo invertir la tendencia y recuperar la senda del desarrollo democrático. La auténtica alternativa a la economía actual, a la economía basada en la dictadura, es una economía democrática donde todo el mundo pueda participar en las decisiones que le afectan. Por ejemplo, en las empresas actualmente sólo deciden unos pocos y los trabajadores acatan las órdenes que vienen de arriba. Debería tenderse hacia empresas donde las decisiones se tomen democráticamente entre todos los trabajadores. Ya hay antecedentes como las cooperativas, aunque todavía son la excepción que confirma la regla. Pero la democracia económica no es posible sin la democracia política. No es posible conseguir un sistema económico plenamente democrático si la economía no se somete a la política, en vez de al revés. Y por supuesto no es posible la democracia política en un régimen de partido único, pero tampoco en un bipartidismo estático. No confundamos la democracia con la autocracia o la partitocracia.

En el caso particular de España, es necesario el debate república-monarquía porque está íntimamente relacionado con el desarrollo democrático. La República debe significar el inicio de un camino de reformas continuas para aumentar y mejorar la democracia. No se puede consentir en una democracia que alguien esté por encima de la ley incumpliendo el principio elemental de igualdad ante la ley de TODOS los ciudadanos, sin control y sin transparencia. No se puede consentir que la libertad de expresión esté coartada porque se blinde a cierto cargo público (el máximo del Estado). Evidentemente, la posibilidad de elegir al jefe de Estado es importante, pero sobre todo lo importante es lograr verdadera separación de poderes (de todos los poderes, incluidos el poder de la prensa y el poder económico), es lograr verdadera libertad de expresión pública (sin ningún tema tabú), es lograr una ley electoral en la que todos los votos valgan igual, etc., etc. Lo importante es que se pueda hablar sin límites sobre cómo mejorar la democracia y ahora mismo la monarquía supone un límite que lo impide. La monarquía es un obstáculo para el desarrollo democrático, pero no tanto porque lo es en sí misma (que también) sino sobre todo porque impide el debate sin tabús sobre la cuestión de la democracia.

Seguramente, no es casualidad que la crisis afecte de forma más virulenta en nuestro país, no es casualidad que seamos el país con más paro de Europa, no es casualidad que seamos los campeones de la corrupción entre los países de nuestro entorno, no es casualidad que seamos el único país europeo con un problema de terrorismo «interior» sin resolver. Como decía al empezar este artículo, las cosas ocurren por ciertos motivos. La falta de democracia está muy relacionada con la crisis que tenemos actualmente. La falta de democracia está muy relacionada con los problemas que padecemos los ciudadanos cotidianamente (trabajo, vivienda, salud, seguridad, etc.). ¿Cómo no vamos a tener problemas de desempleo, de ineficacia en los hospitales, de acceso a la vivienda, de delincuencia, si el sistema está globalmente corrupto y dominado por ciertas minorías que sólo miran por ellas mismas? ¿Si en vez de tomar medidas para beneficiar a la mayoría de la población, sólo se preocupan de blindarse, de perpetuarse en sus privilegios injustos e ilógicos? ¿Cómo vamos a tener un gobierno que mire por el pueblo si su partido (sea cual sea éste) es financiado por el poder económico porque no hay separación de poderes? ¿Quién puede creerse que un empresario financia a un político sin esperar nada a cambio? ¿Cómo va a funcionar bien la sanidad pública si se permite que sus profesionales hagan negocio en sus clínicas privadas, si la prioridad es el dinero en vez de las personas? ¿Cómo no va a haber especulación inmobiliaria (que repercute directamente en el precio de la vivienda) si no hay control sobre la gestión de los políticos en los ayuntamientos (democracia significa también control de lo público por parte del pueblo o de los contrapoderes)? ¿Cómo va a haber control mutuo entre los distintos poderes si éstos no son independientes? Es necesario que no dejemos de ver el bosque en general, que no nos perdamos en las ramas (que es precisamente lo que desean los que no quieren resolver los problemas de fondo, porque ello supondría perjudicar a las élites privilegiadas que gobiernan en la sombra). Es necesario que veamos la relación que existe entre las cosas, como dije al principio.

En España, la monarquía es la cabeza visible del poder establecido (no es casualidad que el Rey esté rodeado de una corte de grandes empresarios que le hacen numerosos y carísimos regalos), es un símbolo del poder en la sombra y una garantía para el poder económico de que las cosas no se deben cambiar. La monarquía significa algo así como el corsé del sistema, pone fronteras a los posibles cambios. Es imperativo quitar el corsé para que los cambios sean verdaderos, para que el pueblo elija su destino libremente y sin limitaciones. La República no es sólo una bella palabra, no consiste sólo en poder elegir al jefe de Estado, es sobre todo una concepción de la política, de la sociedad, donde lo público es verdaderamente público y no está controlado por lo privado. Res publica significa en latín la cosa pública. La República debe tener contenido, no debe ser sólo una nueva etiqueta para casi el mismo contenido.

La derecha en nuestro país, viendo inevitable la idea de la Tercera República, no pudiendo contener el desprestigio, desde luego trabajado, de la monarquía actual, ya empieza a barajar la idea de una República reducida a la mínima expresión. En este sentido, nuestro actual monarca, debido a sus prácticas, no ha hecho bien su trabajo. Sus evidentes licencias, que ya no pueden pasar desapercibidas, han puesto en evidencia el sistema «democrático» que tenemos en nuestro país. El disfraz de democracia en España ya no es eficaz y necesita ser retocado por los que necesitan evitar la verdadera democracia para perpetuar sus privilegios. No es de extrañar que cierta parte de la derecha sea cada vez más «republicana». Si no pueden evitar la caída de la monarquía, harán todo lo posible para que la República que la sustituya se parezca lo más posible a ella. Harán todo lo posible para que los cambios sean sólo aparentes, cosméticos. Harán todo lo posible para que la Tercera República española esté vacía de contenido, sea poca «cosa pública». Indudablemente la República es un término desvirtuado en casi todo el mundo. Pocas Repúblicas de nuestro alrededor pueden decirse que no hayan degenerado en los últimos tiempos, haciendo que la «cosa pública» sea cada vez más privada, haciendo que la democracia sea cada vez más papel mojado. Hay que recuperar el verdadero sentido de la palabra República. La República debe significar la forma política de un Estado verdaderamente democrático.

Frente a la actual crisis, no es suficiente con tomar ciertas medidas puntuales, muchas veces simbólicas, cuando no ridículas. No sólo hay que tomar medidas urgentes a corto plazo, también se requieren medidas que impidan que los problemas vuelvan a surgir en el futuro. Como decía al principio, no basta con medidas superficiales inmediatas, también hay que sembrar el terreno para evitar que vuelvan a crecer las malas hierbas. Si no se cambia el modelo de la sociedad, sus cimientos, estamos condenados a crisis cada vez más intensas y recurrentes. En realidad, la crisis es permanente. Los momentos de las llamadas «crisis» suponen «sólo» la intensificación de los males innatos del sistema. Son en realidad crisis «cuantitativas». Lo que ya ocurre en circunstancias «normales» se intensifica. Como dice Santiago Alba Rico, Los ricos se suicidan: es que hay una crisis del capitalismo. Los pobres se suicidan: es que hay sencillamente capitalismo. Si queremos erradicar alguna vez el desempleo, es necesario sustituir el modelo actual, donde las personas están al servicio de la economía, donde el capital lo es todo, por un modelo donde lo más prioritario sean las personas.

Por supuesto, se nos acusará de «idealistas», de «radicales», de «utópicos», de «antisistema», de…. Pero desde lo establecido se evitará el debate libre, con contenido y de igual a igual. Se nos etiquetará de «rojos», de «marxistas», de «anarquistas», de «republicanos revanchistas», de…, pero se evitará rebatir directamente los argumentos. Como siempre, los que dominan la sociedad, o los lacayos que los sirven, recurrirán a los prejuicios que tanto se han trabajado. Intentarán evitar que la gente juzgue el contenido de la botella, que ni siquiera lo pruebe, que lo rechace por la etiqueta que ellos ponen. Intentarán monopolizar la verdad, las ideas, las opiniones.

Pero yo le pregunto al lector: ¿Qué es más idealista: pensar que una minoría altruista u objetiva va a mirar por los intereses de la mayoría o establecer mecanismos concretos que eviten depender de cualquier minoría, precisamente para tener en cuenta la naturaleza real de los seres humanos? ¿Es realista pensar que la economía oficial es una ciencia exacta cuando obvia una de las facetas más evidentes de todos los seres humanos: su «amor» por el dinero, su falta de objetividad respecto del mismo? ¿No es más realista, precisamente, tener en cuenta nuestras miserias para protegernos de ellas? ¿No es más realista pensar que las decisiones deben ser tomadas de forma transparente y libre por todos los que son afectadas por ellas? ¿No es utópico pensar que la economía puede ser beneficiosa para la mayoría de la sociedad cuando la controla cierta minoría? ¿No es idealista pensar que si no cambian las cosas, llegará «por arte de magia» el día en que podamos tener todos una vida digna? ¿No es poco realista pensar que los cambios vendrán desde arriba, por la iniciativa de los que tienen privilegios gracias a cómo son las cosas en la actualidad, de los que precisamente necesitan evitar los cambios para mantener su posición dominante en la sociedad? ¿No es idealista dejar que otros controlen nuestras vidas y pensar que esto nos puede beneficiar en algún momento? ¿No es poco realista pensar que la democracia no sirve de nada o no nos afecta directamente? ¿No es perder de vista la realidad el obviar las relaciones entre las causas superficiales y las profundas, entre las causas y sus efectos? ¿Cómo es posible conocer la realidad si al analizarla no tenemos en cuenta cómo se interrelacionan las cosas? ¿No es ser poco realista, precisamente, quedarse sólo en la superficie, no llegar al fondo de las cuestiones? ¿Cómo vamos a cambiar las cosas si no llegamos a conocerlas a fondo?

Lo realista es precisamente darse cuenta de que las cosas sólo pueden cambiar si primero las entendemos, si nos atrevemos a escuchar todas las opiniones, tanto las oficiales como las críticas, si contrastamos. Lo realista es darse cuenta de que o bien la sociedad cambia radicalmente o nos encaminamos hacia nuestra propia autodestrucción (la naturaleza no engaña, el desastre ecológico es muy sintomático). Lo realista es no dejar de ver a nuestro alrededor cómo todo va degenerando. Lo realista es no taparse los ojos con la esperanza de que a nosotros no nos toque. Lo realista es concienciarnos de que para cambiar la realidad, es primero necesario tenerla en cuenta tal como es, no tal como nos gustaría que fuera, ni tal como nos la intentan vender desde el poder. Lo realista es desconfiar de todo poder, de toda élite. Lo realista es nunca renunciar a los idealismos. Tenemos que tender hacia una sociedad mejor, para lo cual debemos aspirar a ella (idealismo) y debemos considerar la que tenemos en el presente (realismo).

Si queremos tener una sociedad más justa y libre, debemos posibilitar la igualdad de oportunidades. Y esto no es posible sin regulación. Y no es posible una regulación que beneficie a la mayoría, al conjunto de la sociedad, si está hecha por una minoría a su medida. Sólo con una auténtica democracia podrá lograrse una sociedad donde la mayoría pueda tener una vida digna. En una verdadera democracia, en realidad, todo el mundo debe poder tener una vida digna. Al contrario que en las «democracias» actuales, en las verdaderas democracias del futuro (si es que logramos que el futuro sea mejor, si es que conseguimos cambiar la actual tendencia), no habrá privilegios, todos tendrán los mismos derechos, nadie estará por encima de los demás. Los únicos que pierden con las posibles democracias del futuro son los que ahora tienen privilegios injustos. En las «democracias» actuales, perdemos la mayoría derechos elementales, en las futuras, sólo pierden ciertas minorías ciertos privilegios, no derechos. Con una auténtica democracia no deben existir minorías dominantes. En una democracia quien debe dominar es la mayoría, es toda la sociedad, no sólo una parte de ella. En la jungla domina siempre el más fuerte. La jungla es la antítesis de la democracia. La civilización humana no tiene futuro si no se vuelve de una vez por todas civilizada. La conquista de la democracia es el salto evolutivo de la humanidad de la jungla a la civilización. ¡Ya va siendo hora de que demos dicho salto! Una sociedad cada vez más inhumana es una sociedad en crisis existencial. Una sociedad donde se pretende asumir leyes antisociales (la ley del más fuerte) es por sí misma contradictoria y está condenada a estar en permanente crisis. Las crisis siempre suponen el estallido de profundas contradicciones internas.

Contra la crisis de la humanidad, democracia.
Fuente: http://www.loquesomos.org/joom/index.php?option=com_content&view=article&id=2566:contra-la-crisis-democracia&catid=96:jose-lopez&directory=102″ target=»_blank»>http://www.loquesomos.org/joom/index.php?option=com_content&view=article&id=2566:contra-la-crisis-democracia&catid=96:jose-lopez&directory=102