Amigas y amigos, mi intervención en este debate internacional e internacionalista está condicionada por la premura de tiempo, por la rapidez con la que he tenido que elaborar unas notas sobre los cinco conceptos que forman el título del panel: contraofensiva, imperialismo, resistencia, alternativa y pueblo. Son por tanto notas concisas, básicas, casi lacónicas, que […]
Amigas y amigos, mi intervención en este debate internacional e internacionalista está condicionada por la premura de tiempo, por la rapidez con la que he tenido que elaborar unas notas sobre los cinco conceptos que forman el título del panel: contraofensiva, imperialismo, resistencia, alternativa y pueblo. Son por tanto notas concisas, básicas, casi lacónicas, que buscan lo esencial. Terminaré con un resumen sobre lo dicho.
CONTRAOFENSIVA
Pienso que ha sido un acierto de la organización del evento hablar de contraofensiva imperialista en vez de simple ofensiva, y ello por dos razones. La primera, porque hasta los mismos comentaristas burgueses dijeron hace unos años que el imperialismo yanqui había «descuidado» lo que denominan «su patio trasero», las Américas. Convencido a finales de los ’80 y comienzos de los ’90 que la lucha revolucionaria en este continente agonizaba, que Cuba estaba al borde del hundimiento, el imperialismo yanqui se volcó en otras áreas del planeta. Debemos decir de inmediato que ese «descuido» no fue total y absoluto porque las bases militares, las empresas yanquis, los tentáculos de los EEUU, sus embajadas, no dejaron nunca de estrujar a los pueblos de las Américas. De la misma forma en que no hubo nunca una «guerra fría» desde 1945 hasta 1990, sino multitud de conflictos sangrientos y calientes, dictaduras y sistemas de terror y terrorismo contra las clases y naciones rebeldes, tampoco el imperialismo ha descuidado sus intereses en los últimos años. Además, en los últimos años hemos sufrido el giro a la derecha de México y de Perú, el rearme de Colombia, el reformismo cobarde y genuflexo, arrodillado, en Chile y Argentina, etc. Cualquiera que conozca las relaciones históricas de dependencia de las burguesías latinoamericanas hacia los EEUU, sabe que los servicios yanquis, sus consejeros, están siempre detrás de las decisiones que benefician a las transnacionales y a las burguesías autóctonas, y que empeoran las condiciones de vida y trabajo de los pueblos.
En el fondo, la tesis del «descuido» significa un profundo desprecio hacia la demostrada capacidad creativa y de recuperación de los pueblos aplastados durante siglos, capacidad que se ejerció precisamente cuando más eufórico estaba el imperialismo por la implosión de la URSS, por las grandes dificultades de Cuba durante su heroico «período especial», por la demostración aparente de fuerza militar en Irak y en otros sitios, por la evolución económica mundial, la fidelidad absoluta de las burguesías latinoamericanas al neoliberalismo, etc. Mientras los profetas del fin de la historia auguraban que el siglo XXI sería el «siglo yanqui», solamente enturbiado por el «fundamentalismo islámico», en las Américas se reorganizaban las fuerzas de la libertad y de la revolución, como también lo hacían en África y Asia, e incluso en Europa. Además, esta recuperación se ha hecho en muy buena medida superando por la izquierda a las fuerzas reformistas y a las «revolucionarias» que, en la práctica, han retrocedido a una socialdemocracia keynesiana respetuosa con el capital.
No es la primera vez, ni será la última, que la autoconfianza triunfalista de las clases dominantes es superada por la efectividad silenciosa de la zapa del viejo topo, como anunció Marx, que va minando las bases del poder, sus cimientos. Todo poder dispone de un sistema de alerta que le indica que el viejo topo avanza en su tarea de minado y que le propone medidas de contraminado, de contrainsurgencia y de contraofensiva. Pero este sistema queda obsoleto ante la inventiva revolucionaria, y sobre todo, cada determinado tiempo, resulta incapaz de cumplir su cometido por lo que entonces recurre a otros aparatos del Estado burgués, a los más terroristas, al ejército. El imperialismo en su conjunto y el yanqui en concreto, se encuentra ahora en esta fase, en la de movilización de sus ejércitos y de otros recursos represivos, como las fuerzas reaccionarias dentro de cada pueblo y Estado, como es el caso del golpe en Honduras, las bases militares en Colombia y la desestabilización generalizada en todas partes, por no extendernos. El imperialismo ha pasado a la contraofensiva porque han sonado las alarmas en Washington y en el Pentágono.
Dejado esto claro, debemos avanzar un poco más en la caracterización de contraofensiva. Aquí llegamos a la segunda razón del acierto de hablar de contraofensiva más que simple ofensiva imperialista. No pensemos que aquella está siendo exclusivamente militar y paramilitar, que es cierto, tampoco pensemos que, además de esto, se va a limitar a lo que se denomina «guerra de cuarta generación» en la que la destrucción de la conciencia, voluntad y subjetividad del pueblo atacado juega un papel clave, que también. Ahora es más que eso. Una pista definitivamente clarificadora de lo que es la contraofensiva actual nos la ofrece la concesión del Premio Nóbel de la Paz a Barack Obama, presidente de la mayor potencia criminal y terrorista habida en la historia. Cuando una de las instituciones básicas en la legitimación de la cultura eurooccidental como el la Fundación Nóbel otorga el premio de la «paz» al responsable directo de las atrocidades en muchas regiones del globo es que el imperialismo en su conjunto, y no sólo el de los EEUU, necesita desde ahora dar una cobertura ideológica muy precisa a la contraofensiva generalizada a escala mundial que está lanzando.
Porque además de reconquistar definitivamente el subcontinente americano a partir de un triple ataque –desde las bases andinas, desde el interior de los pueblos y desde las fuerzas aeronavales que rodean en subcontinente– que se desarrollará escalonadamente partiendo de lo ya realizado, también se trata de reafirmar la hegemonía yanqui a escala mundial, con el inestimable apoyo del euroimperialismo. Un arma clave para este objetivo es la lucha ideológica y el monopolio de la «paz» por el capitalismo occidental. Todas las doctrinas en contrainsurgencia insisten en la importancia de la legitimación del orden capitalista, en el uso como arma beligerante de los «derechos humanos» burgueses como justificación de las «guerras humanitarias», y en el fundamental papel de la industria político-mediática en la fabricación de «argumentos» a favor del imperialismo. Pero de aquí a otorgar el Premio Nóbel de la Paz a su responsable máximo había un trecho que ya se ha cubierto: a partir de ahora quien critique a los EEUU será tildado directamente de «enemigo de la paz». Semejante acusación se oficializó desde que la Administración Bush II creó el concepto de «eje del mal» que había que destruir a cualquier precio para garantizar la «democracia».
Se tardó poco tiempo en demostrar que Bush, Blair y Aznar mentían descaradamente. Para recuperar algo del prestigio ético perdido con tanta mentira, y para reforzar la contraofensiva ideológica, el imperialismo necesitaba un enganche atractivo que volviese a alienar a las decenas de millones de personas que repudiaron el cinismo y la falsedad del poder. La Fundación Nóbel ha corrido en apoyo descarado del capital cuando éste más necesitaba una nueva imagen. Es cierto que esta Fundación había intentado mantener cierta imagen de neutralidad para ocultar su conservadurismo pero ahora no ha dudado en optar por el bando de los opresores precisamente en uno de los problemas «eternos», el de la paz. Muy mal deben ver el futuro del sistema cuando han echado por la borda una larga tradición mistificadora poniendo al descubierto sus verdaderos intereses. De este modo, la contraofensiva imperialista actual se caracteriza por atacar en todos los frentes.
IMPERIALISMO
La decisión de la Fundación Nóbel ha sido aplaudida por las fuerzas vivas del capitalismo y la razón es que éste necesita otra imagen externa, necesita cambiar de piel. Todas las culebras lo hacen, y la que no hace muere.. En este caso se trata de contrarrestar en algo el desprestigio masivo de los EEUU en el mundo mediante el lavado de cara pero no por simple marketing publicitario sino porque esta nueva imagen, la de un presidente norteamericano no blanco, «demócrata» y «dialogante», que incluso busca instaurar una especie de seguridad social para las más amplias masas de empobrecidos, enfermos y hasta hambrientos, tiene como función, por un lado, encontrar nuevos aliados en los gobiernos del mundo; por otro lado, fortalecer la eficacia de la guerra cultural, propagandística e ideológica occidental sobre continentes enteros, sobre miles de millones de personas no occidentales a las que se necesita engañar con la nueva piel del monstruo y, por último, y como objetivo decisivo que subsume a los dos anteriores, crear una especie de mundo virtual propagandístico que ensalce el espíritu «renovador» y «abierto» de los EEUU representado en Obama mientras que en la realidad el imperio endurece y amplia sus agresiones.
Por ejemplo, mientras la imagen de los EEUU mejora algo en la prensa, en la realidad aumentan los bombardeos terroristas en Pakistán y Afganistán, e Irak sigue desangrándose. Israel continúa asesinando palestinos, e Irán está sufriendo presiones crecientes. El golpismo y el militarismo criminal se extienden por Latinoamérica. ¿Y qué decir del bloqueo económico, sanitario y científico a Cuba? Los EEUU han abierto un poquito el grifo de las visitas y de algún que otro derecho, pero nada más: se trata, otra vez, de una operación de imagen ante uno de los cercos permanentes más rechazados por el mundo entero. La agresión a Cuba y a otros muchos pueblos nos lleva al asunto del Tribunal Penal Internacional, de las torturas y de los abusos impunes de las tropas yanquis, problema terrible que la Administración Obama aseguró que resolvería y que sigue existiendo. Peor, se ha fortalecido en varios de sus capítulos como se ve en las directrices de acción de las tropas yanquis en la invadida Colombia. Los presupuestos militares aprobados por el gobierno Obama son descomunales mientras se ensalza el «pacifismo» de la Administración yanqui, pero se inyecta suma desquiciantes de dólares en las más modernas tecnologías de la muerte y del terror. Los militares norteamericanos son conscientes de que necesitan una aplastante superioridad tecnológica para mantener a raya las ansias de libertad de los pueblos, y por esto han hecho que nada menos que el 57% de las inversiones en tecnociencia estén dedicadas a la ciencia del exterminio y del terror.
Se nos presenta a Obama como el resultado del típico «sueño americano» realizado superando tremendas dificultades, una especie de Mesías en tiempo de infortunio aupado a la presidencia por millones de votos obreros y populares y gracias al descrédito de los republicanos. Pero tanto su carrera política como los pactos y acuerdos que hizo con otros sectores políticos, con la prensa y con los grandes poderes económicos, son los que realmente le han sentado en la Casa Blanca, sin su visto bueno jamás hubiera llegado a presidente. Son ellos, por un lado, los que ahora le obligan a comerse las promesas que hizo sobre los aspectos centrales del militarismo yanqui. Mientras tanto, la derecha republicana, más compacta y activa que derecha demócrata, se prepara para cuando retome el poder oficial en Washington. Pero por otro lado, es objetivamente imposible y racionalmente impensable que Obama, como persona sin avales, protectores y patrocinadores, sin eso que llaman «equipo», hubiera llegado a la presidencia de los EEUU siendo un auténtico demócrata que rechaza activamente la injusticia y la opresión y que lucha por los derechos sociales. La maquinaria política yanqui, extremadamente selectiva y burocratizada, dependiente del dinero de las grandes empresas, le habría negado la participación en la «carrera política» desde el primer momento, o le habría expulsado fulminantemente desde el segundo momento.
A la vez, protegidos por la nueva imagen pacifista y dialogante yanqui, el autoritarismo y la reacción crece en la Unión Europea. Por ejemplo, en el Estado español el anuncio de la Fundación Nóbel fue inmediatamente aprovechado para embellecer la política reaccionaria y especialmente la aplicada contra el pueblo vasco. La militarización imperialista europea, que se plasma en la OTAN como uno de los pilares decisivos del proyecto de hegemonía occidental para el siglo XXI, ha multiplicado sus proclamas pacifistas, que se suman a las anteriores sobre los «derechos humanos» en su concepción burguesa y sobre esa aberración ética que es la «guerra humanitaria». La OTAN es uno de los brazos armados más poderosos del imperialismo en estos momentos, pero está destinada a ser el brazo armado decisivo en poco tiempo, tanto para las guerras de invasión, ataques preventivos, operaciones de castigo, sabotaje selectivo, etc., como para las nuevas represiones militarizadas que se están desarrollando en el interior de los capitalismo imperialistas denominados tramposamente «céntricos» o del «norte». La integración policial-militar, la militarización de lo policial y la policialización de lo militar, junto con nuevas leyes penales, semejante transformación inserta en la «política de seguridad», es una de las nuevas tareas de la OTAN.
Para justificarla la propaganda masiva y permanente sobre el pacifismo, los derechos y el humanitarismo -siempre en su sentido burgués– tiene en la UE el objetivo de fortalecer la ideología imperialista y racista, eurocéntrica, de que el futuro de la civilización –la capitalista en su vertiente occidental– está cada vez en más peligro por lo que ya es inevitable dar el salto definitivo al rearme europeo para defender la civilización. Naturalmente, los EEUU son presentados como un aliado esencial, más aún, como el «hijo pródigo» de Europa. Los ideólogos burgueses falsean la historia al crear el paralelismo entre Grecia y Roma en el pasado, y entre Europa y los EEUU en el presente. De este modo, se va preparando la población europea para apoye y participe en guerra imperialista «en defensa de los valores de la civilización», o sea, del beneficio capitalista.
El capitalismo se encuentra en una situación alarmante porque, por primera vez en su historia, está sufriendo una crisis total, que es más que económica, al ser también de recursos energéticos y alimentarios, una crisis ecológica y sanitaria, de legitimidad y de orden. Dicho básicamente, al capitalismo le sobran seres humanos. Desde hace unos años están confluyendo en una sola crisis general, estructural, sistémica, total, de agotamiento –se utilizan estos y otros adjetivos para definir lo básico de una crisis sin parangón con las anteriores– un conjunto de crisis concretas, particulares, al igual que un río se forma captando los afluentes que lo alimentan. Dentro de esta situación alarmante, el imperialismo norteamericano es el que más tiene que perder porque está en juego su hegemonía, la que le permite consumir alrededor del 25% de la energía mundial por una población del 5% de planeta. Un consumo irracional e injusto que solamente puede mantenerse, en definitiva, gracias las ganancias monopolísticas, a la militarización y a los sistemas de absorción de capitales extranjeros que mantienen vivo a los EEUU, a pesar de su imparable y dentro de poco impagable déficit y deuda exterior. Pero el imperialismo europeo también depende del crudo, del gas y de otros recursos exteriores, así como el japonés. Estos bloques imperialistas se están rearmando rápidamente y aunque sean muchas las distancias que separan a sus ejércitos del norteamericano, en realidad tienen los mismos intereses imperialistas.
Pero si los EEUU son los que más tienen que perder, son también los que disponen de más alternativas de salida, sobre todo su gran superioridad científica y tecnológico-militar y la, por ahora, dependencia estructural que muchas economías tienen del mercado norteamericano y de su deuda, que es una cadena que ata los cuellos y las carteras del acreedor y del deudor, tema al que volveremos luego. Por ahora, tienen también la ventaja de una muy mayor centralidad política de mando, mientras que la UE va muy por detrás en este sentido, mientras que Japón no tiene ya el peso que tuvo en los ’70 y ’80. La centralidad política de mando ha demostrado sus virtudes en algunos momentos mortales de la actual crisis, momentos en los que los EEUU han tomado decisiones importantes mientras que la UE se ha retrasado mucho. Su posición permite a los EEUU liderar el proyecto de hegemonía imperialista-occidental que integre bajo su mando estratégico al euroimperialismo de modo que cree un poder terrible que pueda contrarrestar la previsible fuerza de China Popular y otras potencias llamadas «emergentes». La unidad del imperialismo occidental bajo la dirección yanki no anula ni niega la existencia de contradicciones secundarias y no antagónicas entre sus Estados y entre sus grandes corporaciones, grupos transnacionales y monopolios, simplemente marca las pautas generales de comportamiento al que deberán supeditarse estas empresas.
No tenemos ahora tiempo para profundizar en las posibles dinámicas futuras, en las alternativas y alianzas que surgirán y se romperán bajo la presión de las contradicciones capitalistas. Gradualmente el poder del dólar está siendo debilitado tanto por las limitaciones internas de la economía norteamericana, que son parte de las contradicciones del imperialismo, como por las decisiones económico-políticas de algunos Estados dispuestos a construir alternativas diferentes. Lo que sí está claro es que el imperialismo occidental no va a permitir que otras potencias le resten beneficios, y menos todavía va a permitir que sean los pueblos trabajadores, las naciones oprimidas y explotadas, quienes mediante la revolución comunista recuperen para la humanidad entera lo que pertenece a la entera humanidad. Es por esto que la tendencia dominante en el capitalismo es la fusión entre lo económico y lo militar, entre la guerra y la técnica, el terror y la ciencia.
RESISTENCIA
Teniendo en cuenta lo visto, el concepto de resistencia aparece como el más oportuno y hasta imprescindible: debemos resistir desesperadamente a la contraofensiva imperialista. No hay duda alguna que la resistencia a la opresión es una necesidad vital y por tanto filosófica y ética. Sin la inicial acción resistente toda lucha posterior carece de futuro. En el principio fue la acción, escribió Goethe, y la acción contra la injusticia, o sea la resistencia, hubiera añadido Marx que sostenía que la lucha era su ideal de vida. El acto inicial de resistirse, el hecho de negarse de entrada a la explotación, rechazándola, esta resistencia es el acto inaugural de toda existencia consciente, la esencia identificadora de todo sujeto activo en vez de la ciega obediencia mecánica de un objeto pasivo. Desde el surgimiento de la explotación y de las religiones, la especie humana existe gracias a la desobediencia al amo, tenga forma de dios o de dinero, o de ambos a la vez.
La resistencia contra el imperialismo adquiere ahora un sentido absoluto porque son tantas las capacidades destructivas de los ejércitos capitalistas que lo que está en juego es la misma continuidad de la existencia humana y de casi todas las forma de vida sobre el planeta. El dilema de comunismo o caos está más vigente que nunca, y la resistencia es el primer acto para preservar la vida. No debemos cansarnos en plantear la actualidad de este dilema que, en lo básico, ya está anunciado en el Manifiesto Comunista de 1848 aunque sin una exposición teórica plena porque todavía el capitalismo no había desarrollado todas sus fuerzas destructivas. Luego, Engels avanzó en la misma línea pero utilizando el concepto de socialismo en el sentido de opuesto a la barbarie. Fue Rosa Luxemburg la que popularizó en 1915 el dilema de socialismo o barbarie. Sin embargo el avance definitivo y premonitor en este sentido, que sigue siendo insuperable hoy en día, lo dieron los bolcheviques en 1919 al demostrar teóricamente que el comunismo es la única alternativa al caos. Fue en el imprescindible libro «ABC del comunismo», que servía como manual de formación aceptado por el partido de Lenin, donde se leen estas palabras: «La única salida para la humanidad es el comunismo. Y ya que el comunismo sólo puede ser realizado por el proletariado, el proletariado es hoy el verdadero salvador de la humanidad de los horrores del capitalismo, de las barbaridades de la explotación, de la política colonial, de las incesantes guerras, del hambre, del salvajismo y de la brutalidad, de todos los horrores que conllevan el capital financiero y el imperialismo» (Bujarin y Preobrazhenski: «ABC del Comunismo». Edit. Fontamara. Barcelona. 1977. Pág.: 135)
A este párrafo sólo le falta una referencia a la catástrofe ambiental y ecológica, y al arsenal nuclear, biológico y químico almacenado, para hacerlo totalmente actual, como si no hubiera sido escrito hace noventa años sino antes de iniciarse este debate. Por diversas razones en las que no podemos extendernos este mensaje fue arrinconado durante decenios. A partir de la década de los ’60 se recuperó el dilema de «socialismo o barbarie» pero el más pleno y profundo de «comunismo o caos» siguió siendo desconocido excepto para muy reducidas minorías. Mientras tanto, el imperialismo y el capital financiero aumentaban sus atrocidades y, a la vez, multiplicaban sus fuerzas destructivas. En Europa, de donde procede mi experiencia militante, una parte de la intelectualidad progresista, un sector de la izquierda de la socialdemócrata y el reformismo eurocomunista desarrollaron en los ’70 el pacifismo como respuesta a la amenaza de autodestrucción colectiva y al militarismo imperialista. Para mediados de los ’80, todos los estudios científico-críticos aseguraban que una guerra total destruiría la mayor parte de las formas de vida en el planeta. Posteriormente, esta certidumbre científica fue corroborada por una serie de hechos y catástrofes, como la de la central nuclear de Chernobyl en la URSS a finales de los ’80. La implosión de la URSS en esa misma época, la primera invasión de Irak, etc., todo esto propició que el pacifismo y la charlatanería dominasen en buena parte de la denominada lucha antiglobalización y altermundialista de finales del siglo XX y comienzos del XXI.
Lo característico de este movimiento era su total resistencia pasiva al imperialismo, sin proyecto de construcción revolucionaria, sin alternativa práctica en suma. No se trataba de una resistencia activa destinada a crear las condiciones necesarias para la construcción práctica de una alternativa a la explotación. La demagogia y la verborrea sobre una hipotética movilización social pacífica, basada en la «sociedad civil», lo inundaban todo. Mientras la lucha antiglobalización se perdía en grandes discursos, el capitalismo continuaba con sus disparates. La resistencia pasiva mostró toda su inconsistencia con el fracaso definitivo al no ser capaz de crear grupos militantes que dirigieran la lucha contra el capital en las condiciones de la crisis que estalló después. La resistencia altermundialista contra la globalización ni pudo ni quiso, ni tampoco entraba en su esquema teórico, desarrollar organizaciones revolucionarias que dirigieran las luchas en situaciones sociales mucho peores que las que había durante la expansión económica anterior a la crisis. Peor aún, para cuando estalló el caos capitalista, la antiglobalización estaba ya debilitada y derrotada.
El concepto de resistencia que se había impuesto en Europa y que se mostraba en dos líneas: una, la reformista procedente de la izquierda de la socialdemocracia y del eurocomunismo, y otra la altermundialista antiglobalizadora, partía de una visión estática y pasiva, defensiva a pesar de alguna palabrería radical. Uno de los referentes teóricos en los que se basaba semejante postura pasiva era el del Gramsci manipulado por el PC italiano, que había aprovechado sus ambigüedades y vacíos, en parte causados por la severa censura carcelaria pero también en parte por las mismas lagunas de su teoría, según el cual la denominada «guerra de movimientos» debía ser sustituida por la «guerra de posiciones» hasta que existieran las condiciones objetivas que permitiesen reiniciar la primera; a la vez, un papel central en esta «guerra de posiciones» era la de conquistar la «hegemonía en la sociedad civil» mediante la «hegemonía ideológica» lograda con la labor de los «intelectuales orgánicos». Una vez afianzada la «hegemonía» podría darse el paso a la «guerra de movimientos», al avance impetuoso al socialismo.
Hemos sintetizado mucho las tesis del PCI, que no las de Gramsci porque no tenemos tiempo. De cualquier modo, lo decisivo es que estas tesis engarzan directamente con el reformismo clásico, el que se creó desde finales del siglo XIX y que ha sido y sigue siendo aplicado en muchas partes del globo. Con variantes particulares más o menos «radicales» en cada país y momento, consiste en que la resistencia debe esperar a que existan «condiciones objetivas» para pasar a la ofensiva, para dejar de ser una resistencia pasiva y ser activa. En esta concepción el objetivo último por el que se lucha termina olvidándose o siendo reducido a un reclamo al que se recurre en determinadas fechas para mantener las apariencias. Olvidado o menospreciado el fin, los medios terminan siéndolo todo, básicamente el parlamentarismo electoral y la posición de cuanto mayor poder institucional posible, siempre dentro del sistema legal. Como hay que sumar votos a cualquier precio para acceder a la mayor cantidad posible de escaños y cotas de representatividad, hay que evitar radicalismos que alejan los votos de los sectores dubitativos y poco concienciados.
Así, lo que inicialmente era un acto necesario e imprescindible, la resistencia, termina convirtiéndose en un obstáculo para el avance emancipador. En cualquier dinámica de emancipación sea colectiva o individual, siempre llega el momento crítico en que toda resistencia se enfrenta a la duda de si pasar a ser activa y constructiva, es decir, con un modelo de futuro que exige avanzar, o pasiva y defensiva, es decir, sólo con un modelo de presente que exige esperar, no arriesgar, evitando todo «aventurerismo radical» que espante a los electores menos concienciados.
ALTERNATIVA
Por su misma inercia, la mayoría de actos resistentes tienden al reformismo. Lenin comprendió la esencia de la crítica marxista al reformismo, a saber, que la lucha simplemente economicista, sin la conciencia política revolucionaria, tienden indefectiblemente al reformismo. La lucha por las mejoras económicas es una resistencia que sólo pretende mejorar aspectos de la explotación asalariada pero sin querer acabar con el sistema capitalista. Otro tanto hay que decir de la lucha parlamentarista y electoralista, o de cualquier otra forma de resistencia que se limite exclusivamente al marco de lo tolerado por el poder opresor. Volvemos a insistir en que pese a esto no debemos rechazar la necesidad de la resistencia, al contrario, siempre hay que impulsarla pero, y esto es lo decisivo, debemos impulsar la resistencia activa, constructiva, que va orientada a la acumulación de fuerzas y a dar el paso a una alternativa de poder obrero y popular.
El punto crítico que separa a la resistencia pasiva de la activa es el problema del poder. La persona o el colectivo que se resiste a la opresión son dignos de todo respecto y apoyo incondicional, pero realizado con la crítica constructiva y solidaria que le advierte que nunca superará la opresión que sufre mientras no acabe con el poder que le oprime. Reducirá algo el dolor provocado por la injusticia, pero no acabará con ésta y por tanto con el dolor que ella le causa. La razón radica en que frente al poder opresor hay que construir un poder liberador. Se trate de la lucha más aislada e individual que podamos imaginar, hasta las grandes luchas de masas contra el Estado y contra el imperialismo, siempre el problema del poder propio, del poder de autodefensa, aparece como decisivo. Una mujer apaleada y vejada diariamente por su marido o su novio nunca será libre y feliz mientras no tenga poder propio para emanciparse y ser independiente, para establecer nuevas relaciones o, si quiere, para hacerse respetar definitivamente por su novio o marido. Sea una mujer o un esclavo, una trabajadora blanca o indígena, un proletario o estudiante, un campesino o artesano, sea lo que fuere, siempre el problema del poder aparece en toda lucha contra la opresión, y todavía más es así cuando superamos el plano individual y pasamos al colectivo, al de los sexo-género, a la opresión nacional y a la explotación de clase, al sojuzgamiento de la humanidad trabajadora por el imperialismo.
La experiencia muestra que está condenada al fracaso la resistencia que no se plantee acabar con las causas de la opresión a la que se enfrenta, por heroica y sobrehumana que haya sido. La resistencia que no conozca las causas de la opresión que sufre y a la que se enfrenta está condenada a ser aplastada físicamente o a ser integrada y desactivada, corrompida, comprada. Pero conocer las causas exige una formación teórica marxista unida a una propuesta práctica que aplique esa teoría contra la explotación. La alternativa es esa propuesta práctica. Si quiere ser efectiva la resistencia contra la explotación en una fábrica ha de estudiar qué es salario y qué es la plusvalía, y qué es la clase burguesa y el capitalismo. Sin estos conocimientos y sin las alternativas revolucionarias que el marxismo elabora, la resistencia no tiene futuro. Lo mismo sucede en la lucha contra el imperialismo pero a una escala superior, porque ahora nos movemos ya en el plano de la mundialización capitalista, de las contradicciones capitalistas a nivel mundial y de las relaciones de fuerza entre sus potencias dominantes. En este plano, la opresión nacional adquiere una relevancia superior a la que tiene en el plano de la lucha en una fábrica concreta porque, ya en el debate sobre el imperialismo, incluso un país formalmente soberano y libre en realidad puede estar dominado y sojuzgado en lo económico, no siendo totalmente libre en el momento de tomar sus decisiones vitales sobre su futuro, sobre sus recursos alimentarios, sanitarios, energéticos, científicos, económicos, etc., ya que estos están más o menos controlados por las grandes transnacionales y por los Estados imperialistas que las protegen.
Por tanto, la alternativa contra el imperialismo exige de un nivel de rigor teórico y de movilización de masas muy superior a la que exige una alternativa en una lucha concreta. En realidad, existe una profunda conexión entre ambas porque el imperialismo es una totalidad que lo abarca todo, desde el endurecimiento de las presiones contra maestros y médicos progresistas en un barrio concreto a manos de la derecha local, por ejemplo, hasta el endurecimiento de la alienación y de la manipulación mundial y el aumento de los costos de las medicinas decretado por las grandes transnacionales con el apoyo directo de los Estados más poderosos y de las instituciones imperialistas como el Banco Mundial, el FMI, la OMC, etc. Lo que ocurre es que las masas populares autoorganizadas pueden llevar ellas mismas la lucha por una educación científica, crítica y gratuita y por una sanidad social en cualquier barriada popular, pero necesitan de conexiones organizativas internacionales para contactar con las mismas luchas en otros países, para ampliarlas y extenderlas internacionalmente para aunar fuerzas, para vencer localmente y para vencer al imperialismo.
Por esto, las alternativas contra el imperialismo han de ser internacionalistas, no han de quedarse aisladas en sus países, en sus barrios y fábricas, en sus campos. Si la lucha contra el imperialismo quiere ser efectiva ha de ser internacionalista, y si la lucha internacionalista quiere ser efectiva ha de penetrar en todas las luchas concretas, en todas las luchas de los pueblos oprimidos por el imperialismo, ha de ser, por tanto, una lucha por la liberación nacional a la vez que por la liberación de clase y antipatriarcal. No hay otro remedio, no existe otra alternativa que hacer una alternativa antiimperialista, una alternativa internacionalista, valga la redundancia. Ahora bien, el antiimperialismo se queda en una frase hueca si no está lleno de construcción de un poder popular orientado a liquidar la base del imperialismo: la propiedad privada y el monopolio de la violencia por los ejércitos capitalistas. La propiedad privada en la fase imperialista del capitalismo es la propiedad de prácticamente todo en manos de una infinitesimal banda de ladrones que disponen de una descomunal fuerza militar y propagandística. La enana jauría de hienas es obedecida por las burguesías de los países formalmente soberanos pero dependientes en lo económico.
Los pueblos de las Américas padecéis esta realidad imperialista y la conocéis mejor que nadie. Las sucesivas «alianzas» entre los EEUU y las burguesías latinoamericanas siempre se han caracterizado por dos constantes: estar supeditadas a los intereses yanquis aunque también obtenían beneficios esas burguesas y sobre todo sus sectores dominantes, y estar diseñadas para aplastar a los pueblos. Desde hace unos años, determinados procesos democrático-radicales, progresistas y revolucionarios avanzan desafiando a estas constantes, abriendo diversas expectativas sobre las que ahora mismo no podemos extendernos ya que, por un lado, carecemos de tiempo para un análisis detallado de cada caso y, por otro lado, sería presuntuoso y hasta un acto de colonialismo intelectual eurocéntrico por mi parte «impartir doctrina». Dicho esto, sí hay que precisar que el modo de producción capitalista es uno a nivel mundial, que sus leyes de evolución y sus contradicciones antagónicas actúan a nivel mundial, que la lucha de clases, el terrorismo machista y la opresión de los pueblos tienen unas conexiones estructurales con el capitalismo que se presentan, en lo esencial, en todo el planeta. La identidad y el contenido es el mismo, lo que varían son las formas y los ritmos de evolución.
Partiendo de aquí, sí debo decir que cualquier alternativa, si quiere ser revolucionaria, ha de tener a la fuerza cuatro características que surgen de la propia identidad de la explotación imperialista en cualquier parte del mundo: una, ha de ir orientada explícita y públicamente a la acumulación de fuerzas sociales cuyo objetivo es expropiar a los expropiadores, acabar con la propiedad privada; dos, a la vez, ir orientada a la toma del poder político por el pueblo en armas, para la instauración de un Estado obrero en proceso de autoextinción consciente; tres, avanzar en el desarrollo multifacético de la democracia socialista, del poder consejista y popular, soviético, de la emancipación antipatriarcal, todo ello dentro de una decidida (re)construcción de la unidad entre la naturaleza y la especie humana, de la (re) integración de la especie humana en la naturaleza, es decir, de la lucha contra el desarrollismo capitalista; y cuatro, agilizar la dialéctica entre la autodeterminación e independencia de los pueblos y el internacionalismo proletario, de modo que el libre desarrollo de las personas y de los colectivos sea la condición del desarrollo libre la humanidad trabajadora en su unidad.
PUEBLO
En el método marxista vemos que los conceptos de pueblo y de pueblo trabajador, se intercalan con sorprendente frecuencia entre otros conceptos como los de clase obrera, clase trabajadora, clase proletaria, etc. Sin mayores precisiones ahora, los críticos del marxismo sostienen que esta costumbre es otro ejemplo más del carácter «no científico» del marxismo, e incluso hay marxistas que se niegan a utilizar el de pueblo trabajador, reduciendo el de «pueblo» a un simple referente de la colectividades humanas no reconocidas oficialmente como «naciones» y menos aún como Estados. Una de las virtudes del método marxista es su dialéctica materialista, que le permite una alta flexibilidad e interacción conceptual siempre bajo las necesidades teóricas que las contradicciones que estudia y transforma. Desde Engels y su bello y muy actual estudio sobre la clase obrera inglesa, y desde Marx hasta el presente, pasando por los Congresos de la Internacional Comunista y por los documentos internacionales posteriores, a lo largo de esta muy rica y potente experiencia teórica, los conceptos de pueblo, pueblo trabajador, clase, clase trabajadora, etc., han sido utilizados, interrelacionados y separados puntualmente siempre según las exigencias del estudio concreto de la realidad concreta y bajo el principio elemental de que toda realidad es concreta.
Me parece, por tanto, muy correcto y oportuno que ahora se emplee el concepto de pueblo como sujeto activo y consciente que elabora una alternativa antiimperialista que va más allá que la simple resistencia a la injusticia. Pueblo como pueblo trabajador, que engloba a las diversas clases asalariadas y explotadas, a sus fracciones internas, y también a esas crecientes masas sometidas a la precarización vital, al empobrecimiento, a los períodos de fugaz trabajo asalariado seguidos de períodos de supervivencia mediante la autoexploración y/o las míseras ayudas sociales cuando las hay. Pueblo que integra a las masas campesinas explotadas hasta lo inconcebible, y capaz de aglutinar a su alrededor a la vieja y pauperizada pequeña burguesía arrasada por el libre comercio imperialista, a lo que se denomina «clase media», concepto teorizado por Marx en su crítica a la economía burguesa clásica, a la que denunciaba y con razón su desconocimiento de esta «clase». Las «clases medias» no las descubrió la sociología burguesa estudiando el desarrollismo de los ’60 sino que fueron investigadas por el marxismo mucho antes y con un rigor nunca alcanzado por la sociología.
Recurrir al concepto de pueblo y más especialmente al de pueblo trabajador es necesario cuando el capitalismo somete a la humanidad a una política deliberada de empobrecimiento, reducción de salarios directos e indirectos, de sobreexplotación generalizada e incluso de no remuneración salarial de tiempo de trabajo, es decir de esclavismo. Las decenas de millones de personas que son expulsadas de sus pequeños campos y huertos y que deben refugiarse en las míseras conurbaciones, en las barriadas de las grandes aglomeraciones urbanas, estas masas que crecen día a día, son sometidas a una destrucción de sus identidades colectivas, de sus culturas trabajadoras, quedando indefensas ante la propaganda ideológica imperialista diariamente fabricada por sus industrias político-mediáticas. El concepto de pueblo trabajador es el más apto, en primera instancia y sin mayores precisiones teóricas, para ayudar a su autoconcienciación, para que mantengan sus identidades y a la vez avancen en la lucha conjunta contra el explotador común. Estas masas tardan tiempo en ponerse a trabajar por un salario, y cuando lo hacen es precarias condiciones, perdiéndolo con mucha facilidad.
Donde más se muestra la virtud de la flexibilidad dialéctica en el uso interactivo de los conceptos lo tenemos en el problema de la opresión patriarcal, de la explotación sexo-económica de las mujeres, cuando tienen que simultanear hasta tres formas diferentes de explotación: la doméstica, la asistencial familiar y la asalariada, casi siempre bajo presiones y abusos sexuales. Y sobre todo cuando son emigrantes, cuando pertenecen a un pueblo, a una nación oprimida y han tenido que abandonar sus casas emigrando o huyendo de la represión, del terrorismo. De igual modo es el más apto para integrar y unir a la juventud de origen popular, obrero y campesino, que no tiene trabajo asalariado, que apenas estudia, que no tiene otro futuro burgués que la delincuencia, y cuyo único futuro humano es la lucha revolucionaria. Por último, otro tanto debemos decir de esas crecientes masas de personas envejecidas, expulsadas del trabajado asalariado cuando han sido estrujadas al máximo, como limones hasta su última gota de fuerza de trabajo y de aliento vital, muertos en vida que el cinismo burgués denomina «tercera edad», y que son excluidos de la conciencia de clase en sí y para sí tanto por la sociología como por el marxismo dogmático, miope y economicista.
Me he extendido deliberadamente en esta cuestión porque me parece imprescindible para poder asentar sobre ella el sujeto colectivo que avance de la resistencia antiimperialista a la alternativa socialista y comunista. La clase trabajadora, el proletariado en el sentido fuerte que le da el marxismo, es el sujeto consciente que vertebra la rica complejidad abarcadora e incluyente del pueblo explotado, cuyas fracciones, niveles y sectores cambian al son de los ataques burgueses a la centralidad de la clase obrera. Uno de los efectos más peligrosos para la revolución que tiene toda crisis capitalista no resuelta en beneficio de las clases explotadas sino de la explotadora, es que la contraofensiva burguesa debilita políticamente al proletariado, rompe su centralidad obrera, introduce nuevas divisiones, nuevas formas de trabajado y diferencias salariales, destruyendo la unidad de clase lograda anteriormente y que es vital para el avance socialista.
En muchos países de Latinoamérica la alianza entre sus burguesías y el imperialismo tiene como uno de sus objetivos centrales destruir esa centralidad proletaria que vertebra al pueblo rebelde. Logrado este objetivo, el capital puede atacar con mucha más facilidad hacia otros objetivos vitales para él. Por esto es urgente fortalecer la dialéctica entre el pueblo en general y el proletariado en concreto. En realidad se trata de una «urgencia permanente» ya que la centralidad obrera y popular está sometida en todo momento a ataques desde dentro mismo del proceso de trabajo como desde fuera, desde todas partes, pues la sociedad burguesa, para existir segundo a segundo, exige la inexistencia de la conciencia de clase del pueblo trabajador, conciencia que va indisolublemente unida a su centralidad sociopolítica, del mismo modo que el Estado nacionalmente opresor necesita en todo momento impedir la recuperación de la identidad nacional del pueblo que ocupa y oprime, y al igual que la opresión patriarcal necesita destruir la conciencia feminista revolucionaria.
RESUMEN
La lucha de la humanidad trabajadora contra el imperialismo, en síntesis, no puede avanzar si no aseguramos la centralidad consciente del trabajo frente al capital. Podremos ayudar a las resistencias que estallan en todo momento, y hasta organizaremos muchas de ellas. Avanzaremos incluso en la elaboración de alternativas que superen las limitaciones de las resistencias, que actualicen los objetivos históricos y los adapten a las necesidades presentes, y que elaboren las estrategias y tácticas necesarias para alcanzarlos. Esto y más podremos hacer y lo haremos, pero siempre nos enfrentamos al riesgo mortal de no saber detener el contraataque imperialista dirigido a romper la unidad revolucionaria en lo decisivo, en lo básico, en lo que nos une como pueblos explotados, como trabajadoras y trabajadores. La contraofensiva imperialista que se está desplegando en el mundo entero bajo la dirección estratégica de la Administración Obama busca, primero, aparentar pacifismo y democracia, cuando aplica la guerra y el terrorismo; segundo, aparentar unidad frente a las tragedias masivas creadas por el capitalismo, cuando potencia la desunión y la traición; y tercero, aparentar el desarrollo de relaciones económicas «justas», cuando avanza en la privatización y en el saqueo masivo. Consiguientemente, sabemos qué errores no debemos cometer y qué alternativas sí tenemos que aplicar ¿A qué esperamos?
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.