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Apunte sobre conquistas territoriales y el caso israelí

Conversión o racismo depurador: una disyuntiva no tan nítida

Fuentes: Rebelión

Introducción y deslindes apenas tendenciales Entre el avance proselitista, ya sea religioso o político, que suele configurar una conquista «de los corazones», y la conquista motorizada por criterios de superioridad racial donde desaparece el impulso proselitista, hay diferencias sustanciales. Y sin embargo, se entretejen en la cruel historia de los poderosos y en la tenaz […]

Introducción y deslindes apenas tendenciales

Entre el avance proselitista, ya sea religioso o político, que suele configurar una conquista «de los corazones», y la conquista motorizada por criterios de superioridad racial donde desaparece el impulso proselitista, hay diferencias sustanciales. Y sin embargo, se entretejen en la cruel historia de los poderosos y en la tenaz historia de los resistentes.

Por eso, precisamente, no es posible separar estas dos modalidades de conquista de «el otro» de un modo tajante, aunque sus figuras extremas o «puras» lleguen a tener poco en común.

Tanto la modalidad de la conversión como la de la «depuración» o exterminio del diferente trascienden los marcos nacionales aunque se basen y amparen en ellos. En realidad, se trata en todo caso de nacionalismos expansivos, imperialistas. E históricamente tales expansionismos nacionales se han basado en religiones, comunidades diferentes de las nacionales.

Las grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, Islam) han presentado primeros momentos históricos de fuerte proselitismo. Pero el judaísmo ha devenido fuertemente antiproselitista, ciñendo su feligresía a la de origen en el vientre de judía y en los casos del cristianismo y el Islam, parecen estabilizadas, por no decir a la defensiva, en sus áreas de influencia, y aunque no presentan un universo tan cerrado como el del judaísmo, no parecen tampoco caracterizarse por un fuerte empuje proselitista, al que, sin embargo, sus tendencias o expresiones fundamentalistas sí propenden. [1]

En rigor, podríamos decir que el proselitismo religioso está hoy en día muy atenuado. Sin embargo, esto no ha eliminado la política que llamamos de conversión, por oposición al racismo «depurador». La conversión pasa, en tiempos modernos, por la ideología y el mercado, sustituyendo así a los viejos proselitismos de tipo religioso por otras ideas motrices, como lo nacional o el consumismo. Estas conversiones vía mercado tampoco parecen eliminar o superar las separaciones entre humanos -algo que la prédica fraterna del cristianismo, p. ej., postula, al menos teóricamente-, sino más bien acentuarlas, como vemos en el proceso actual llamado de globalización, donde los ricos se siguen enriqueciendo y los pobres empobreciendo.

Y ese corte entre enriquecidos y empobrecidos coincide bastante, aunque no plenamente, con los estados «nacionales» del centro planetario y los de la periferia. Aunque se vea cada vez más claramente un proceso de deterioro de las condiciones materiales de vida para sectores crecientes de la población del «centro» planetario (y una elitización creciente también en la periferia). Con lo cual, bien uno puede preguntarse si no se ha reafirmado un zanjón de separación racista, aun en medio de toda una dinámica de conversión.

El sur americano: conversión por la cruz… y por la espada

El caso paradigmático de expansión mediante conversión lo vemos en la invasión ibérica de América. Más allá de las matanzas iniciales y sobre todo de la mortandad que el mero choque de culturas y cuerpos produjo (por ejemplo, mediante enfermedades europeas para las cuales los oriundos americanos no tenían resistencia inmunitaria), el motor ideológico de la cristianización funcionó sobre cuerpos reducidos, sobre sociedades reducidas que los conquistadores estimaron pasibles de «salvar».

La conversión constituyó a menudo la ideología en el sentido fuerte que le da Marx al vocablo que enmascara el expolio y el mismo exterminio. El ejemplo tal vez más categórico de ese uso es el «Requerimiento» que los conquistadores presentaban, de población en población, en riguroso latín y con escribano refrendando la juridicidad del «acto» y del cual transcribimos aquí su (largo) remate:

«[…] os ruego y requiero que entendáis bien esto que os he dicho y toméis para entenderlo y deliberar sobre ello todo el tiempo que fuese justo y reconozcáis a la Iglesia por señora y superiora del Universo Mundo […] Si así lo hicieráis, haréis bien, [… ] y su Majestad y yo en su nombre os recibiremos con todo amor y caridad y os dejaremos vuestras mujeres e hijos libres sin servidumbre, para que de ellas y de vosotros hagáis libremente todo lo que quisieráis y por bien tuviérais, y no os compeleremos a que os tornéis cristianos, salvo si vosotros, informados de la verdad, os quisiéreis convertir en la santa fe católica, como lo han hecho casi todos los otros vecinos de las otras islas […] Si no lo hiciéreis o dilación mali-ciosamente pusiéreis, certificoos que con la ayuda de Dios entraré poderosamente contra vo-sotros […] y tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos y como tales los venderé y dispondré de ellos como Su Majestad mandare y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere […] y protesto que las muertes y daños que de ella recrecieren sea vuestra culpa y de cómo os lo digo y requiero, pido al presente escribano que me lo dé por testimonio signado.» Como los nativos no podían entender un ápice de toda la ceremonia, se los esclavizaba y mataba con «las respectivas licencias legales», como bien señala Daniel Vidart. [2]

El entrecruzamiento de conversión y genocidio se hace casi indiscernible. Pero a lo largo del tiempo, de los siglos, fue prevaleciendo «el cuidado de la pieza» como se denominaba a los esclavos todavía en el vientre materno. [3] En ese estadio, el genocidio como modalidad, como «necesidad», como «acto de limpieza social» se extingue. Pero lo que no se extingue es el fruto de su «cosecha» lograda en las reducciones, lo que algunos pensadores han calificado como «colonialidad». [4]

Es ante este último estadio, de estabilización, que se hace acuciante confrontar la práctica de la conversión (religiosa, política o cultural) con aquel tipo de expansión o conquista que niega a «el otro». La conquista europea de América del Norte a partir del Mayflower, 1620, ofrece a su vez variantes, que difícilmente incluye una coexistencia, en todo caso, siempre precaria, una limpieza étnica -que consideramos modalidad dominante- e incluso una reducción (¿qué son si no, en la América del Norte actual sus Indian Reservations?).

Lo que es principal en una modalidad es secundario en la otra y a veces, de acuerdo con las condiciones sociales y políticas, la situación se invierte.

Otra prueba contundente de la inseparabilidad de tales modalidades: en la América hispanizada su criollización supuso una reposición de políticas genocidas, cuando el imperio europeo ya había pasado a una política de conversiones más neta. En el Río de Plata son muy claros los ejemplos de los Rivera en Uruguay en la década de 1830 y de Roca a fines de la de 1870 y comienzos de la siguiente en la Argentina.

El «Nuevo Mundo» tiene así el raro privilegio de haber albergado en sus tierras y en sus habitantes originarios los dos tratamientos que estamos procurando analizar. Ya vimos sucintamente el de la conversión. Que está inseparablemente unido con la actual humanidad asentada en el sur americano: con un altísimo grado de población «mestiza», mezclada, fruto de mujeres, de hembras oriundas, y de hombres europeos (la unión opuesta fue un rara avis, por otra parte tan perseguida en la tierra «latina» como en el norte americano). Veamos ahora la conquista y el consiguiente aumento poblacional del norte americano.

El norte americano: nación en construcción, racismo rampante

Repasemos el estilo de la colonización norteamericana: el avance hacia el oeste de granjeros, ganaderos, cazadores, aventureros, empujaba y desalojaba a las naciones oriundas, demográficamente ralas, en relación con las enormes praderas o valles que habitaban. Antes de que la violencia de colonos rapaces se descargara sobre los habitantes originarios las autoridades públicas, es decir el ejército, cumplía el papel del «policía bueno»: tomaban con-tacto con la nación nativa allí afectada, le hacían notar el peligro del choque con las tamañas fuerzas que provenían desde el Atlántico, con hambre de tierras y le proponían acuerdos, convenios «honorables», estrictos, seguros, entre caballeros, mediante los cuales la nación allí oriunda hiciera abandono de estas tierras para aposentarse en otras, miles de km al oeste.

En general, las naciones indias así embretadas, aceptaban el pacto y hacían todo el esfuerzo del transplante. Sin embargo, a veces, apenas tras un puñado de años, la nación desterritorializada y reinstalada enfrentaba la misma presión para abandonar ahora sus nuevos lares. Otra vez el ejército procuraba «mediar» y persuadir una vez más a los «bravos» de retirarse más al oeste y ahora sí, instalarse allí, definitivamente.

Ese juego entre colonos rapaces y violentos y militares diplomáticos y componedores duró el tiempo que llevó cubrir la distancia entre el Atlántico y el Pacífico. Cuando finalmente, hacia fines del s. XIX, los «blancos» wasp llegan al Pacífico (donde ya estaban instalados otros blancos, de origen hispano, con ciudades como San Francisco o Los Ángeles), los militares ya no tienen más tierras que prometer.

Allí, el ímpetu colonial tomó otra coloratura. Ya no había dos actores, el bueno y el malo: a las naciones desgajadas y sobrevivientes se les indicó claramente que no había tierras para ellos. Algunas, lograron escapar y refugiarse en México que alberga al día de hoy a decenas de miles de miembros de etnias amerindias de origen en el territorio actual de EE.UU., otras huyeron, se refugiaron en Canadá y otras, finalmente, fueron realmente exterminadas hasta el último hombre, como el caso de los yaquis (su rama californiana, al norte del río Bravo); hasta el penúltimo hombre, para ser demográficamente precisos: el último miembro de la etnia yaqui encontró refugio con un antropólogo estadounidense que lo hizo portero del museo correspondiente a su propio pueblo. [5]

Se trató entonces de una transferencia forzada de población que presentará límites, espaciales, precisamente. Como la negación de «el otro» es rotunda, profundamente racista, la opción de la conversión, de adaptación al sistema socioeconómico dominante no resulta atractiva. Hay un episodio ilustrativo, entre los tantos atroces de los «acuerdos» entre wasp y nativoamericanos, que nos presenta Noam Chomsky: las ideas dominantes de los new englanders, para la extirpación de las naciones oriundas americanas, sostenían que éstas no eran capaces de aceptar el sentido de la sociedad invasora, el único aceptable, en cuanto faro civilizatorio. La nación cheroqui, varias decenas de miles de seres humanos, decide, casi únanimemente, plegarse a la sedentarización y adopta los sistemas productivos de los «nuevos habitantes». Prefirieron eso a morir guerreando, como algunos de sus miembros lo habían hecho. Construyen así colonias agrícolas, de formidable éxito económico, un espléndido desarrollo de industria textil, escuelas e imprentas, todo lo cual solía deslumbrar a visitantes (que por su racismo no asumido se sorprendían sobremanera de tales capacidades). Pero Chomsky remata así el caso: «Por más impresionantes que fueran tales avances eran producidos por seres humanos inadecuados que incluso así entorpecían el progreso galopante en su sentido político correcto. Andrew Jackson [el demócrata presidente de EE.UU.] estableció en 1830 el Acta de Remoción que en 1835 se convirtió en Acta de Remoción Forzosa por la cual se despojaba a las naciones [nativoamericanas] civilizadas [sic] de todos sus derechos al este del Mississippi […].» [6] La pureza racial, es decir el racismo, ocupa su sitial dominante.

La migración forzosa dejó a miles de transferidos por el camino. El Sendero de las Lágrimas, por ejemplo, como se llama la ruta que debió tomar la nación cheroqui para los desplazamientos forzosos, de varios miles de kilómetros, se supone que guarda a su vera los cadáveres de miles de seres humanos, tal vez un 25% de su población.

Pero no hay que extrañarse: «Dios nos ha hecho altamente calificados en el arte de gobernar para que podamos administrar el gobierno entre salvajes y pueblos seniles«. [7]

Cuando EE.UU., oro californiano mediante, decide adueñarse de las tierras mexicanas, en el parlamento de EE.UU. los liberales ponen el grito en el cielo con el proyecto de adueñarse de «eso» con ocho millones de habitantes encima. Temen que se les estropee de manera irreversible la sangre. Encuentran finalmente la solución: el medio México norteño, es el menos poblado: mucha tierra y un millón de habitantes. El otro medio México tenía los 7 millones restantes. [8] Y los liberales, los whigs, proponen adueñarse de los dos millones de km2 que lindan, precisamente con el flamante estado blanco europeo asentado en las praderas norteamericanas, que ya por entonces se pretendía expansivo por excelencia: «Los Estados Unidos de América». [9]

El cálculo es racista pero no purista: parece haber una cierta tolerancia a la sangre «inferior». Pero en realidad, lo que hay es un optimismo, una confianza en la fuerza propia, enorme y arrolladora. Citemos una vez más a Chomsky: «Se decide la toma del territorio mexicano para bien de la humanidad. ‘Qué puede hacer el miserable e inefectivo México… como para pretender obstaculizar la formidable tarea de poblar el Nuevo Mundo con una raza de calidad’ […], [10] población ‘imbécil’ con la que ‘degeneraría’ a través de ‘la mezcla de razas’. Pero la prensa neoyorquina tenía muchas esperanzas de que su destino [el de los mexicanos] fuera similar al de los nativos de este país; la raza va a ser exterminada antes de que el siglo se termine.» (N. Chomsky, ibíd., p. 455).

El racismo como eje de la acción política tiene innumerables expresiones en la historia de EE.UU. Vimos hasta ahora cómo la limpieza étnica es mucho más fuerte que la conversión, de lo cual el caso cheroqui nos da un trágico ejemplo.

La cultura expansiva e imperial que se gesta en EE.UU. no toma siquiera teórica o ideológicamente la forma de la conversión, como la que vimos con el Requerimiento. Nada hay que se relacione con la conquista de los corazones, al menos no en el sentido espiritual que suele significar tal expresión. En todo caso, la presencia del sexo en las campañas de conquista nos podría llevar a hablar de cierto culto «erótico» a la guerra de conquista, en rigor con un altísimo voltaje de racismo. Y de machismo.

Cuando se arman las columnas para «liberar» a México de sus gobernantes «salteadores», los yanquis hacen cancioneros: en sus versos explican que el mejor macho que existe, el yanqui, se va a encontrar con la hembra que mejor los merece: la mexicana. Desmerecen a los varones mexicanos como indignos de tamañas damas (las canciones nada dice de las mujeres o hembras anglosajonas).

Esos cancioneros son la mejor prueba de la política de saqueo sexual al cual estos caballeros civilizadores parecen tan afectos. [11]

Algo que por otra parte, se ha ido prolongando a lo largo de todo el siglo XX. Cuando tras la segunda guerra mundial, la Alemania vencida del nazismo queda ocupada por «los cuatro grandes» (EE.UU., URSS, Francia y RU), llega un momento en que las autoridades militares estadounidenses deciden darle una identificación especial a las mujeres integrantes de su ejército, enfermeras, esposas e hijas de los militares estadounidenses allí emplazados. ¿Por qué? Porque con la costumbre de violar alemanas, miembros del ejército de ocupación estadounidense habían «errado el tiro» varias veces y violado a mujeres norteamericanas que no habían logrado persuadir a los atacantes de que NO eran alemanas… [12]

Ejemplos, de semejante «derecho de pernada» abundan en las acciones civilizatorias de EE.UU.: Honduras cumplió el papel de portaaviones en tierra del ejército de EE.UU. durante todas las operaciones militares de «limpieza» en América Central en los ’70. Y siguió bajo la férula militar yanqui en los ’80 y más adelante. Cuando a fines de los ’80 se dibuja el mapa del SIDA en Honduras se reconoce que las puertas de ingreso de la plaga al país son las poblaciones misérrimas aledañas de los cuarteles norteamericanos. Y con un segmento poblacional contagiado muy acotado, preciso… y significativo: niñas de diez o doce años. La luchadora campesina nativoamericana Bertha Cáceres nos recuerda: «el alto precio que pagó el pueblo hondureño en 1983 cuando se instaló la estratégica base de Palmerola y otras para la guerra de EE.UU. contra la revolución sandinista en Nicaragua […] se ha incrementado la prostitución y han traído enfermedades que no había como el SIDA y otras«. [13]

El «capítulo hondureño» constituye otro ejemplo de la política sexual de EE.UU., con su ideología de desprecio racial. Porque parece que la ideología dominante made in USA toleraba la mezcla de razas fuera de fronteras, mucho más que dentro.

Como ejemplo de lo entrelazado que se encuentra, se sigue encontrando, la conversión con el exterminio, transcribimos aquí otro pasaje del ya citado Año 501: la conquista continúa: «Uno de los más brillantes asesinos guatemaltecos, el general Héctor Gramajo, fue premiado por su aporte en el genocidio en las montañas con una cátedra en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de Harvard […] y en un reportaje para la Harvard International Review, mostró una más matizada imagen de su propia actividad. Elogió el proyecto 70-30 en los asuntos internos, durante la década de los ’80, método que se usó para controlar a la población y a las organizaciones que no coincidían con el gobierno. Él brindó los rasgos principales para los grandes avances institucionales que llevó a cabo: ‘Hemos creado una estrategia más humana y menos costosa, más compatible con un sistema democrático. [En 1982] tomamos la iniciativa de desarrollar al 70% de la población y matar al 30%. Antes, la estrategia era matarlos a todos.’ Se trata de métodos más refinados que los presupuestos anteriores de que ‘había que matarlos a todos para terminar el trabajo’ y controlar a los disidentes, aclaró.« [14]

  El modelo nazi de la pureza racial

Probablemente el modelo de conquista sin conversión y con «limpieza étnica» más nítido de nuestra «modernidad» lo constituye el nazismo. Su ideología fue tan purista que no podía «soportar» a «el otro». Por razones elementales de funcionalidad material, creó estamentos para «el otro»; pueblos «débiles», de «siervos» y decidió un mundo sin judíos, sin negros, sin gitanos y casi, casi, sin eslavos.

Aceptaba pocos pueblos como «iguales»; a los anglosajones, con quienes quisieron inicialmente compartir el mundo, es decir el dominio del mundo (lo cual desecharon con desdén dirigentes anglos, como W. Churchill,) [15] a algunos otros pueblos, siempre definidos étnicamente, como los escandinavos, a quienes erigieron como modélicos para su «ideología» de la raza pura, aria. [16]

En su construcción del mundo, muchos pueblos, como los latinos, que no «merecían» el destino de desaparecer, iban a quedar en «el reino de los mil años» como mano de obra auxiliar y no mucho más que eso.

La construcción ideológica de los nazis simplificó su propio destino con la inevitable derrota a que los condujo su soberbia. Si no hubiesen corrido ese destino, bastante se les habría complicado el esquema racista, con «aliados» en los que los nazis más ortodoxos no confiaban, como Mussolini o Franco, ni qué decir cómo hubieran resuelto sus conflictos con otros racistas igualmente soberbios, pero culturalmente tan diferentes, como el militarismo del sol naciente.

 

Sionismo: nacionalismo tardío, desterritorializado e inventor

El sionismo, que se autodefine como el constructor del estado judío, en realidad se ha presentado como el reconstructor de la sociedad de judíos que se había ido fragmentando en las poblaciones judías desterritorializadas. Coexistiendo dentro de muy distintas sociedades.

El sionismo adopta muchos rasgos del nacionalismo burgués europeo de la modernidad. Por su carácter cronológicamente tardío, pudo a la vez «guiar» esa configuración, hacerla menos espontánea pero más consciente que algunos otros nacionalismos que florecieran en la Europa moderna fundamentalmente en el siglo XIX. El sionismo salió a luz en la última década de ese mismo siglo, pero se fue configurando a todo lo largo de la primera mitad del siglo XX.

Existe otra diferencia fundamental respecto de los otros nacionalismos europeos modernos, como el alemán, el italiano o el polaco, que consideraban su tarea unir territorios para constituir el estado nacional: en el caso de los judíos sionistas, el nacionalismo adquirió otros rasgos, más abstractos e ideológicos, por cuanto no contaban prima facie con territorialidades reconocidas. Pero existe un tercer rasgo decisivo: el sionismo no se propuso constituir una nación judía a partir de lo culturalmente vivo y existente sino como un proyecto para crear (o recrear) una nación judía que no existía en lugar alguno (y que en todo caso, la liturgia y la doctrina consideraban había existido en un remoto pasado). Junto con esa nueva idea de nación, mucho más ideológica y demiúrgica que partera de lo que existía ya pero no estaba ni unido ni reconocido, venía la complicación territorial, pues ya no se trataba de reivindicar para este nacionalismo judío los territorios de los pueblos o barrios, aldeas o guetos de judíos en Polonia, en Alemania o Lituania sino de volver a un territorio en el cual el judaísmo reconoce un tiempo grandioso vivido hace milenios.

De allí proviene esa rara mezcla del sionismo que se constituye desde lo laico, con judíos no religiosos o no necesariamente religiosos, pero que sin embargo basa su fundamento en ingredientes absolutamente bíblicos.

Y de allí, que Palestina se convierta en el asiento del proyecto nacional sionista. Un pro-yecto que despreciará al yiddish o al ladino -ni qué hablar del árabe- como lenguas de la nueva nación. Que retornará al hebreo que durante dos mil años se había ido reduciendo a lenguaje de ceremonia religiosa, lectura de la Torah en sinagogas (presentando así un cierto paralelismo histórico con el latín).

Ese carácter, absolutamente racionalista del novel nacionalismo judío sionista se expresa prístinamente en lo que ya señalábamos: se crea un movimiento de origen laico pero que busca un fundamento religioso para su acción. Lo cual puede parecer contradictorio pero es perfectamente lógico desde el punto de vista de lo vigente, lo culturalmente vivo en la judería, lo real: lo judío se expresaba, fundamentalmente, a través de la religión como denominador común.

Ciertamente, el proceso de laicización propio de la modernidad europea alcanza también a los círculos judíos y cada vez habrá más judíos no religiosos, laicos, ateos. Muchos de ellos asimilacionistas. Otros, defenderán su judeidad pero no a través del sionismo tan fusionado con el colonialismo europeo, sino a partir de su identificación, por ejemplo, con el socialismo, como es el caso de los bundistas rusos, socialistas y revolucionarios, polémicamente vinculados con los bolcheviques. [17] Algunos, una minoría al comienzo, adoptarán el enfoque sionista.

Ese surgimiento del sionismo, tan ligado, aliado, al colonialismo europeo, le dará su impronta: un fuerte militarismo, absolutamente imprescindible para una colonización que implica una conquista y la violencia consecuente. El ardiente fascista Zeev Jabotinsky, los terroristas Yitzhak Rabin, Isaac Shamir, Menahem Begin, Ariel Sharon son las expresiones más famosas de esa armadura ideológica y material. [18] Serían los Pizarros y de Mendoza del s. XVI español, cuando el Requerimiento a gatas encubría las operaciones de limpieza étnica. Pero pensemos que hay 400 años de historia en el ínterin…

El sionismo a la conquista del Lejano Este: entre la migración forzosa y el genocidio

Con la carencia radical del rasgo proselitista, por aquello de que el sionismo busca exclusivamente a sus miembros entre judíos, y a que el Estado de Israel irá construyendo su ciudadanía plena [19] a partir del vientre materno, [20] está no sólo en pie sino más vigente que nunca el proyecto colonial y territorial. Los desenlaces no son tantos. La limpieza étnica tendrá un nombre en todos los planes de erección de Israel anteriores a 1948: «transfer». Es el que seguimos viendo hoy. Transfer, transferencia, es un eufemismo para hablar de migración forzosa.

El transfer de 1948 tuvo, de por sí, rasgos genocidas, que se reflejan en la veintena de aldeas palestinas aplastadas militarmente y sus habitantes arrasados, a veces con violación de sus mujeres y en todos los casos con el asesinato de toda o gran parte de su población. Hubo, no se sabe bien, entre dos mil y tres mil palestinos asesinados en esa orgía de desplazamientos forzados que se estima abarcó a unos 750 000 habitantes y que aun siendo el fruto de ceñidos planes para el establecimiento sionista en Palestina, se secuenciaron junto con el intento de invasión de estados árabes al territorio palestino más o menos ex luego de la proclama del estado israelí.

Otro transfer tuvo lugar en 1967, en medio de una guerra (de agresión israelí) con miles de muertos palestinos y un desplazamiento forzoso de unos 300 000 palestinos esta vez.

La población palestina ha ido enfrentando los pujos colonialistas, cada vez más consciente que se trata de una cuestión de vida o muerte. Por eso la opción del transfer ha sido crecientemente resistida por los palestinos, y resulta cada vez más ardua de emprender por parte de los ocupantes. Si el estado sionista persiste en sus planes de depuración de los nativos palestinos para su sustitución plena por judíos, la opción del aniquilamiento parece ser cada vez más actual. Tendría que ser cada vez más actual. No quedan muchas opciones.

No tiene porque ser un aniquilamiento manu militari, aunque también. Existe Jenin, 2002, con un centenar de muertos o la invasión a la Franja de Gaza de 2006 con varios centenares de muertos (antes de que el ejército israelí provocara otros miles de muertos en la población libanesa) o la última invasión a la misma Franja, ahora con por lo menos mil quinientos muertos a bala.

Porque tan ominosa como esos asesinatos es la política de bloqueo, aislamiento, postración, hambre, inducción a la septicemia, a la miseria, a la sed, a la muerte por enfermedades curables, con que el Estado de Israel maneja, con absoluta racionalidad, el destino de los palestinos en la Franja de Gaza (la mayor parte de su población, refugiados de las expulsiones israelíes). Israel busca el colapso social y psíquico de las poblaciones palestinas gazauíes sometidas a un tratamiento de vejamen sistemático y cotidiano. De paso, está acentuando el abismo que ha ido forjando entre éstos y los cisjordanos, así como otro, igualmente creciente, entre estos palestinos bajo bandera israelí y los palestinos desplazados de Palestina, los «refugiados».

Construcción del ethos militar israelí

Para poder ejercer semejante política, Israel tiene que contar con una población acorde.

Avraham Burg, viejo dirigente sionista, ha declarado que «el sionismo ha muerto», [21] pero aun abjurando del sionismo se ha convertido en partidario de «la solución de dos estados». [22] Entre otras consideraciones, plantea que los israelíes han perdido la compasión. Vamos a volver sobre semejante rasgo, para buscarlo en otras sociedades. ¿Cómo no van a perder la compasión si tienen que estar cuatro o cinco horas en los puestos de control, vejando gente, y con poder para seguir haciéndolo? Sometiendo a la población palestina a un experimento de abyección y destrucción social pocas veces visto.

Para lograr tales soldados, el Estado de Israel ha adoptado un proceso de militarización, con algunos rasgos que podríamos calificar de espartanos. Los espartanos de hace unos 2500 años forjaron jóvenes desfamiliados, a los que se les inducía a tejer relaciones de camaradería entre pares etarios y se los adiestraba como guerreros. Los kibutzim y su educación «colectivista» tienen esos mismos rasgos; los jóvenes van forjando un egoísmo grupal, un ombliguismo generacional, que precisamente se junta con una ceñida y prolongada instrucción militar.

Esa formación poco tiene que ver con el judaísmo tradicional u ortodoxo. Porque el sionismo es una ideología nueva dentro de lo judío, que por ejemplo preserva de la doctrina tradicional la noción de pueblo elegido. Esta imagen de sí, no es algo exclusivo del judaísmo; por el contrario, muchas cosmogonías de muy diversos pueblos también la tienen. Dicha creencia adquiere toda su toxicidad, actualiza todo su racismo, cuando «el pueblo» (y para ello poco importa que sea pueblo en un sentido antropológico) en cuestión se plantea políticas colonialistas. En el caso particular de los judíos, la relevancia de tal ideología también puede provenir de que sea compartida por otros, no judíos, como es el caso con ciertos cristianismos fundamentalistas, made in USA, por ejemplo.

Y definitivamente, este ethos tampoco constituye una respuesta de supervivencia ante el nazismo; el ethos militarista sionista viene de mucho antes del surgimiento mismo del nazismo. Al contrario, el nazismo mantendrá mucho mejores relaciones con el sionismo que con el judaísmo; tenían incluso objetivos comunes: la separación política y social de «arios» y judíos. [23] E incluso, tenían, en rigor, coincidencias ideológicas: ambos eran nacionalismos racistas y expansionistas. [24] La historia oficial del estado israelí y el sionismo se encargarán de difundir la idea, mucho más «aceptable», de que la lucha armada y la violencia sionista no son sino la respuesta ante la genocida política nazi (claro que expresada en otro sitio, salvo casos como el gueto de Varsovia). La simple cronología de la historia palestina lo desmiente.

Racismos rampantes

La recorrida que hemos intentado nos deja al menos entrever la estructura mental que ha caracterizado al nazismo, al colonialismo anglosajón y al sionismo como fuerzas de irradiación, de expansión y de opresión que no desarrollan la modalidad de la conversión. Seguramente un examen del proyecto político cultural blanco sudafricano nos daría el mismo resultado. Quede para otra oportunidad. Y nos consta que hay muchos otros casos similares.

El caso nazi, con los datos a nuestro alcance, nos resulta más «purista».

Mostremos esta liga entre «pueblos de amos» (herrenvolk). En 1932 -obsérvese la fecha- el entonces famosísimo senador estadounidense, doctrinario de la época, Albert J. Beveridge, ya citado, emitía esta perla en el Senado de EE.UU.: «No renunciaremos a nuestra parte en la misión de nuestra raza, depositarios de los bienes de Dios, de la civilización en el mundo. Dios no ha estado preparando a los anglófonos y a los germanófonos durante mil años para nada más que vana autocontemplación y autoadmiración.[¡sic!] ¡No! Nos ha hecho maestros supremos como organizadores del mundo para que establezcamos el sistema allí donde reina el caos.» [25] Hoy en día, con políticas similares, extrañamos tanta sinceridad, o estulticia.

Veamos otro par de ejemplos: «Somos un pueblo de amos que tiene que reflexionar seriamente acerca de que el más insignificante trabajador alemán es, racial y biológicamente considerado, mil veces más valioso que la población local.» Erich Koch, comisario del Tercer Reich en Ucrania, 5/3/1943. [26]

En 2004, un grupo de rabinos entre los que figura Dov Lior, referente en los medios archiconservadores israelíes, envía una carta al ministro de Defensa israelí, Shaul Mofaz, con consideraciones étnicas y militares; esta frase nos acerca al modo de pensar de Koch: «miles de vidas no judías no valen ni una uña de un judío». [27]

Con razón un rabino con juicio propio, como Yeshayahu Leibowitz, ha hablado de «judeo-nazis».

Los nazis llevaron su desprecio a «el otro» a alturas o profundidades pocas veces alcanzadas por la humanidad. Procuraron superar a sus maestros, los doctrinarios del racismo anglosajón, y en verdad fueron más lejos que ellos con una crueldad y falta de compasión sin límites, aunque en rigor no los superaron, ni siquiera estuvieron cerca de hacerlo. Porque el racismo de origen anglosajón, que prosperó mucho en la sociedad wasp de EE.UU., ha sido más flexible, más seguro de sí y mucho menos criticado.

Nos preguntamos si al sionismo le llegará un desmoronamiento ético en su mar de soberbia. Sabemos que al nazismo le llegó pero desde afuera de sí. Algo improbable en el sionismo por las relaciones de fuerza. Y obviamente, nos referimos a un desmoronamiento ético, no militar, ni político, ni siquiera psíquico. Igualmente, hay diferencias decisivas: el sionismo cuenta con otro estado, fundamental, EE.UU. Por otra parte, los puntos de contacto entre estas formaciones sociales e imaginarios son múltiples, pero no significa una identificación «letra por letra». Ya nos enseñó Buda, miles de años ha, que cuando el dedo señala la luna, el estúpido mira el dedo.

Cambios culturales: del vínculo a la estirpe

Tomemos otra faceta, antropológica. El nazismo, cultor de la salud, enfermo de purismo, despreciaba a los minusválidos. Con un comportamiento como el que se consigna de los espartanos -que arrojaban al vacío desde la roca Tarpeya a los pequeñuelos que veían defectuosos-, los nazis procuraban mejorar «la raza» con eugenesia y eutanasia. [28]

En el Estado de Israel existe una alta consideración para con los niños con diversas insuficiencias o discapacidades, o «capacidades diferentes».

Ese rasgo resulta muy emotivo, y nos habla de un tipo de compasión. Porque muestra la capacidad para ponerse en el lugar, desmejorado, de «un otro». Sin embargo, eso no invalida el lapidario juicio de Burg, ya recordado. Sencillamente, el nosotros sionista incluye a gente con «capacidades diferentes», a diferencia del nosotros nazi. Porque nuestra cultura contemporánea a todo lo largo de la segunda mitad del s. XX ha ido afianzando los valores de los seres humanos tal cual son, y sus derechos. Es parte de la «lección» nazi.

Pero para definir si existe, p. ej., racismo, lo que importa es la definición del «nosotros».

Porque la idea estructurante de todo racismo es el nosotros. Si la sociedad israelí acepta ir postrando, quebrando, debilitando, enfermando, a la población oriunda de ese país, es decir a los palestinos sanos, imagine el lector qué hará por los «Down» palestinos.

Por lo tanto, la atención a los minusválidos, aunque distinga claramente a la sociedad nuestra actual, al american way of life, al Estado de Israel, de la trama cultural de universos como el del nazismo o el de la Esparta clásica, no garantiza nada en sí en términos de justicia y respeto; la clave está en lo nosístico.

No bien nos damos cuenta que si lo que cuenta es la idea del nosotros, entonces es muy importante la definición de ellos. Ya lo han dicho muchos: el nazismo fue particularmente irritante porque arremetió contra europeos y blancos y los maltrató, martirizó y asesinó como tantos europeos -belgas, ingleses, franceses, los propios alemanes, holandeses, españoles- habían hecho con poblaciones no europeas (no blancas): el ellos de los nazis fue increíblemente «amplio», fruto de ese nosotros tan exacerbado.

Hasta los nazis, empero, tenían límites. No los situaron tanto dentro de la humanidad, sino más bien en la naturaleza. Los nazis, que mataban a golpes al «enemigo político», que fueron neutralizando, encerrando, aislando, superexplotando hasta finalmente asesinar masivamente a tantos «otros»; gitanos, disidentes, judíos a través de «la solución final», conservaban una serie de consideraciones que revelaban sus «sensibilidades», sus cuidados emocionales. Son particularmente ilustrativos los decretos nazis de mediados de los ’30 que expurgó Hans M. Enzensberger [29] sobre cómo cocinar centellas para acortar su período de sufrimiento o cómo cuidar gatos ajenos en invierno si la nieve bloquea los pasos… cuidados decididos por el vegetariano y abstemio Adolf Hitler, amante de los perros. Otro referente del nazismo, Heinrich Himmler, le explicaba a su masajista -también nos lo recuerda Enzensberger- que no era capaz de entender a los cazadores, tan crueles con los animales del bosque: «Me interesó extraordinariamente el enterarme el otro día de que aún hoy los monjes budistas, cuando atraviesan el bosque de noche llevan consigo una campanilla para hacer que se aparten los animales del bosque que podrían aplastar con el pie, a fin de no causarles daño alguno. Pero entre nosotros, no hay serpiente que no matemos a patadas, ni gusano que no pisoteemos.» (ibíd.)

Lo bueno vela, lo malo devela

Más seguro que ver cómo es de bueno un individuo, como Himmler, o una institución, una sociedad, nos resulta ver cómo es de malo.

Todos tenemos necesidad de ser buenos en algo, compasivos con alguien. Proclamar o mostrar empatía puede ser, además, mera táctica. El alma se revela mejor a contrapelo, en su crueldad o falta de compasión. Es como una hora de la verdad, como in vino veritas.

Deslinde final: ¿racismo de conversores o racismo «depurador»?

Nos parece inaceptable la disyuntiva entre un racismo de conversores y aprovechados sexuales y un racismo tan puro que no mezcla ninguna sangre, que «sólo» la derrama o aleja la ajena. Los estados uniétnicos son la expresión de esta última «solución».

No tenemos porque elegir entre peste y cólera.



 

*El autor es miembro del equipo docente de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, periodista, editor de futuros.

 

[1] Un buen ejemplo, por su cercanía, sería el de los avances de los grupos proselitistas de nuevo cuño, evangelistas, episcopales, apostólicos, nazarenos, mormones en el continente americano, arrebatándole la prevalencia que tradicionalmente había tenido la Iglesia Católica en los territorios «conquistados». Esta lucha de apariencia religiosa tiene, empero, un fuerte carácter geopolítico y nacional: las neoiglesias protestantes en América Lapobre son «brazos armados de ideología» del nacionalismo angloamericano.

 

[2] Ideología y realidad de América, Universidad de la República, Montevideo, 1968.

 

[3] Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Montevideo, 1970.

 

[4] W. Mignolo, R. Grosfoguel, C. Walsh, A. Quiijano, entre varios.

 

[5] Debo aclarar que el archivo, anterior a 1976, que pacientemente había ido construyendo, con buena parte de fuentes bibliográficas como la correspondiente al presente pasaje, fue destruido entonces. Y este pasaje, por lo tanto, remite únicamente a lectura y memoria personal.

 

[6] N. Chomsky, Man kan inte mörda historien (No se puede asesinar la historia), Epsilon Press, Gotemburgo, 1995, p. 670, en Año 501: la conquista continúa.

 

[7] Cita de Claude Bowers, Beveridge [Albert J.] and the Progressive Era, Nueva York, 1932, cit. p. Richard Hofstadter, The Paranoid Style in American Politics, The University of Chicago Press, Chicago, 1952, p. 176.

 

[8] Véase Reginald Horsman, Race and Manifest Destiny, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1981.

 

[9] Para que se visibilice el expansionismo contumaz, la diferencia entre la designación y la realidad entonces, EE.UU. contaba inicialmente con unos 800 000 km2, la décima parte del actual territorio estadounidense.

 

[10] Vale la pena destacar aquí la total coincidencia de los dirigentes de la nación estadounidense y el pensamiento progresista del socialismo «científico»: nos decía Engels en el momento de la invasión norteamericana a México (1847): «¿Y les reprochará Bakunin a los norteamericanos el realizar una ‘guerra de conquista’ que por cierto propina un rudo golpe a su teoría basada en ‘la justicia y la humanidad’, pero que fue llevada a cabo única y exclusivamente en beneficio de la civilización? ¿O acaso es una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos […]?» (Marx-Engels. Materiales para la historia de América Latina, Cuadernos de Pasado y Presente, compilados por Pedro Scaron, Córdoba, 1972). Obsérvese cuan similar es la actitud en el uso coincidente de adjetivos. Vale la pena aclarar que así como la invasión tuvo los plácemes señalados, también tuvo sus objetores contemporáneos, como el citado europeo Mijail Bakunin o el angloamericano David Thoreau.

 

[11] Horsman, ob. cit.

 

[12] Nathaniel Gordon, «Lo que le cuestan al tío Sam los desmanes de sus soldados», The Saturday Evening Post, condensado en Selecciones del Reader’s Digest, La Habana, octubre 1946.

 

[13] Cit. p. Stella Calloni, «Expansión militar de EE.UU.: golpe en Honduras y bases en Colombia», web.

 

[14] Chomsky, ob. cit.

 

[15] Quien aludiera a los nazis en estos términos: «El gobierno mundial debería ser confiado a naciones satisfechas, que no reclamen más de lo que ya tienen. Un gobierno mundial en manos de gente insatisfecha no le permitirá a nadie sentirse tranquilo. Por nuestra parte, no teníamos motivo alguno para desear más de lo que ya teníamos. La paz podía preservarse por parte de gente que vivía su vida y no albergaba planes heroicos. A través de nuestro poder, ya estábamos por encima de todos. Éramos como hombres ricos que vivíamos en paz en medio de nuestras propiedades.» (cit. p. N. Chomsky, ob. cit.).

 

[16] Al respecto, es significativo que tras la invasión, finalmente exitosa de Noruega, en 1940, el ejército alemán envíe soldados a procrear con jóvenes noruegas para ir gestando «el ario puro». Adviértase el profundo contenido ideológico, mistificador, de semejante «purismo» racial, cuando el operativo consistía en unir a varones de una nación «impura», pero militarmente dominante, con hembras de una nación «pura», pero políticamente sometida. Pero adviértase asimismo que no había planes de violación sino de apareamiento «por la causa». Política que llevó adelante el nazismo dentro de Alemania en la década del ’30, para tener hijos del Tercer Reich: los soldados eran licenciados e iban, provistos de cunas, a las aldeas al encuentro «amoroso» con las jóvenes campesinas, con ‘la sangre más antigua’; satisfacción de la consigna de ‘sangre y tierra’.

 

[17] Que justamente tienen su congreso fundacional en el mismo año que el sionismo, 1897.

 

[18] Escapa a este abordaje analizar el papel complementario que ante el colonialismo rampante sionista han tenido visiones ideológicas que se autoproclaman extrañas a la derecha eurocentrada tradicional; pensamos en un liberal como Abraham Herzl, marxistas más o menos leninistas como Ben Gurion o Ber Bojorov, en socialdemócratas como Shimon Peretz; todas ellas nutriendo el caudal del sionismo.

 

[19] El Estado de Israel tiene una suerte de ciudadanía de segunda clase para los palestinos israelíes, de origen musulmán, que es el sector de población oriunda que fue quedando finalmente dentro del estado sionista. Pero tales «ciudadanos» tienen vedado el acceso a la propiedad de la tierra, al servicio militar entre otras, tantas restricciones. Al día de hoy, con un proceso de rigidización ideológica creciente y una intolerancia cada vez más inocultable a lo diferente, circulan varios proyectos para restringir todavía más este tipo de ciudadanos, hacer más invivible su situación y lograr así, por vía indirecta la «purificación» del estado israelí.

 

[20] Esta tendencia no deja de tener su conflictividad dentro mismo de las alas más duras del sionismo contemporáneo. Lieberman, el actual canciller israelí de origen ruso, ha ido acumulando poder sobre la base de una nutrida inmigración rusa. Por provenir de una experiencia tan peculiar como la soviética, ocurre que buena parte de la migración rusa a Israel está compuesta por no judíos, es decir por quienes no son hijos de madre judía. Que en realidad son cónyuges de judíos. Que, como prioridad, querían abandonar a la URSS o a la ex-URSS. Los archisio-nistas de la ex-URSS resultan ser los menos judíos entre los grupos de sionistas establecidos en Israel… La hete-rodoxia religiosa, empero, no debilita en absoluto el fanatismo ideológico de estos peculiares judíos combinados.

 

[21] En castellano, en futuros, no 8, 2005.

 

[22] Véase mi «La solución de dos estados», en , , , etcétera: un análisis tanto del trasfondo racista de tal «solución» como de su inviabilidad real a causa del hegemonismo israelí.

 

[23] Documentos preservados de entonces revelan que ellos mismos, nazis y sionistas, eran conscientes de tales coincidencias, al menos durante el período nazi que propugnaba la separación, la guetización de judíos, en la década del ’30. Una situación muy dramática y conflictiva que escapa a los alcances del presente abordaje.

 

[24] Rasgos que, por cierto, no son exclusivos de tales movimientos; al contrario, diríamos que les son constitutivos.

 

[25] Cit. p. R. Hofstadter, ob. cit.

 

[26] Cit. p. Stig Jonasson, Nazismen i dokument, Editorial Prisma, Estocolmo, 1965.

 

[27] Cit. p. < http://kevinvazquez.blogspot.com/>.

 

[28] Esa ideología, la del mejoramiento de la especie, también la extrajeron, como fieles y extraviados discípulos, del universo anglosajón, donde precisamente, prosperó toda esa ideología. Véanse sus implicancias más actuales, aunque fuera del entorno del presente trabajo, en una presentación que me fuera encomendada para un encuentro interuniversitario de la Asociación de universidades del Grupo de Montevideo, publicado en futuros, no 9, 2006: «La ingeniería genética y el sueño o la pesadilla de la eugenesia».

 

[29] H. M. Enzensberger, Política y delito, «Reflexiones ante una celda encristalada», Seix Barral, Barcelona, 1968.

Luis Sabini es editor de la revista Futuros.

 

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.