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Cooperativismo socialista y emancipación humana

Fuentes: Rebelión

Nota: esta ponencia ha sido publicada en el libro «Cooperativas y socialismo. Una mirada desde Cuba», compilado por Camila Piñeiro Harnecker. 1. AUTOGÉNESIS HUMANA Y COOPERACION SOCIAL 2. COOPERATIVISMO BOLCHEVIQUE 3. UTOPIAS E IMAGINARIO ANTIIMPERIALISTA 4. OCUPACIÓN, COOPERACIÓN Y PODER DE CLASE 5. AUTOGESTIÓN, PODER Y SOCIALISMO 6. AUTOGESTIÓN, DETERMINISMO Y COMUNISMO 7. ALIENACION, MIEDO […]

Nota: esta ponencia ha sido publicada en el libro «Cooperativas y socialismo. Una mirada desde Cuba», compilado por Camila Piñeiro Harnecker.

1. AUTOGÉNESIS HUMANA Y COOPERACION SOCIAL

2. COOPERATIVISMO BOLCHEVIQUE

3. UTOPIAS E IMAGINARIO ANTIIMPERIALISTA

4. OCUPACIÓN, COOPERACIÓN Y PODER DE CLASE

5. AUTOGESTIÓN, PODER Y SOCIALISMO

6. AUTOGESTIÓN, DETERMINISMO Y COMUNISMO

7. ALIENACION, MIEDO Y ANTICIPACION COMUNISTA

8. REVOLUCIÓN CULTURAL Y RELACIONES COMUNISTAS

1. AUTOGÉNESIS HUMANA Y COOPERACION SOCIAL

¿Por qué Lenin optó por el cooperativismo desde el inicio de su vida revolucionaria y fortaleció esta convicción desde el inicio de la revolución bolchevique e insistió cada vez más en este sistema como una de las soluciones definitivas para avanzar al socialismo? Por dos razones estrechamente unidas. La primera, porque asumía la teoría marxista sobre el cooperativismo de producción y de consumo como uno de los métodos de avance al socialismo, método opuesto a la opción reformista del cooperativismo solamente de consumo, o solamente de producción, y siempre dentro de la dictadura del mercado burgués. Para Marx y Engels la autogénesis humana, o sea, que nuestra especie se crease a sí misma mediante el trabajo social, era una de las bases del materialismo histórico desde sus inicios, aunque advirtieron que esa autoconstrucción estaba rota internamente por el surgimiento de la propiedad privada ( [1] ). Bien pronto avisaron de que la escisión social abría la posibilidad de la autodestrucción de las clases en lucha ( [2] ) de no triunfar la revolución, aviso que entonces produciría risa pero que ahora está al borde de ser una tragedia.

La deriva de la autogénesis a la autodestrucción responde al irracionalismo de la propiedad privada que destroza lo esencial de la especie, la cooperación entre productores asociados que recorre la historia humana, al rebajarla a simple disciplina militar burguesa ( [3] ) . La acumulación originaria de capital lleva el saqueo y expolio de la propiedad comunal y colectiva a sus expresiones más terroristas ( [4] ) , originando resistencias desesperadas de los pueblos precapitalistas basada en la solidez de sus relaciones comunales, y que Marx definió «sistemas nacionales de producción precapitalista»( [5] ) . Su admiración hacia estas luchas no le impedía admirar a las de los trabajadores occidentales, y a sus experiencias cooperativistas vistas como «primera brecha» ( [6] ) en el sistema de explotación a pesar de sus limitaciones muy comprensibles.

En la Comuna de París de 1871 Marx confirma la dialéctica entre cooperación, poder comunal, cooperativismo y comunismo: «Los individuos de las clases dominantes que son lo bastante inteligentes para darse cuenta que la imposibilidad de que el actual sistema continúe –y no son pocos– se ha erigido en los apóstoles molestos y chillones de la producción cooperativa. Ahora bien, si la producción cooperativa ha de ser algo más que una impostura y un engaño; si ha de sustituir al sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas han de regular la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista, ¿qué será eso entonces, caballeros, más que comunismo, comunismo «realizable»?»( [7] ).

Engels hace en esta época tres aportaciones decisivas: Una, propone a Bebel utilizar las expresiones «Comunidad», «Gemeinwesen» y «Commune» ( [8] ) en vez de Estado, porque reflejan mejor el ideal socialista. Dos, plantea a Lavrov una cuestión vital para el cooperativismo que ha sido deliberadamente marginada por un marxismo mecanicista: la producción de placeres no sólo como medios de existencia sino también como medios de desarrollo humano «producidos socialmente» ( [9] ). A partir de un determinado momento, la sociedad puede dar el salto de la producción para las necesidades a la producción para los placeres, aunque sean en principio para la minoría dominante. Luego, la lucha por la producción de placeres liberadores azuza la lucha revolucionaria. Esta concepción es de una actualidad innegable donde el «placer» burgués es una poderosa arma reaccionaria. Y tres, describe el papel del trabajo social, en cooperación, de la «ayuda mutua», de la «actividad conjunta» en un contexto de «transformación del mono en hombre» ( [10] ) indicando cómo la «cooperación de la mano, de los órganos del lenguaje y del cerebro» y la «acción planificada» permiten avanzar en un primer momento, pero bajo la propiedad privada generan efectos negativos, incontrolables y desastrosos, y demuestra cómo la búsqueda del beneficio individual burgués «al privar de toda propiedad a la inmensa mayoría», al destruir la propiedad común, acelera la ruptura con la naturaleza y la «venganza» de ésta contra la especie humana.

2. COOPERATIVISMO BOLCHEVIQUE

La segunda razón es que el cooperativismo socialista debía servir de puente de unión a las diferentes fracciones de las clases trabajadoras, desde el campesinado hasta los obreros de las grandes fábricas, pasando por los trabajadores de las pequeñas empresas arruinadas, y debían a la vez racionalizar, ahorrar, evitar costos y tiempos muertos, y llevar los productos vitales directamente de la producción al mercado. Para que esto se lograse era necesario que el cooperativismo socialista estuviera hegemonizado por los comunistas más formados teórica y políticamente. Al inicio de la revolución Lenin habla de las «comunas de consumo» ( [11] ) que han de integrar a las de producción, y al final de 1918 asume la necesidad de recuperar la cooperación rota por la disciplina laboral burguesa y por su división del trabajo: » Todos convenimos en que las cooperativas son una conquista del socialismo. Por eso cuesta tanto lograr las conquistas socialistas. Por eso es tan difícil triunfar. El capitalismo dividió intencionadamente a los sectores de la población. Esta división tiene que desaparecer definitiva e irrevocablemente, y toda la sociedad ha de convertirse en una sola cooperativa de trabajadores «( [12] ). Por debajo del lenguaje está presente la teoría y la filosofía marxista de la cooperación humana y de la comuna como bases de la autogénesis, y de la necesidad de reconstruir esa unidad rota por el capitalismo mediante el trabajo en cooperación, cooperativo, de «toda la sociedad».

En 1919 el Partido editó un Manual de formación de la militancia en el que se explica lo esencial del cooperativismo en aquellos años cruciales. Se sostiene que antes de la revolución el cooperativismo estaba controlado por la derecha y por el reformismo, y que la mayoría de las cooperativas optaron por el zarismo ( [13] ), pese a esto se insiste en la necesidad de fortalecer el cooperativismo obrero, de que integre a toda la clase trabajadora, de que sea de producción y de consumo, de que esté muy unido a los sindicatos, de que los comunistas sean hegemónicos en su interior «que consigan en él un papel dominante» ( [14] ), y que integre también a la pequeña industria urbana, la artesanía y los trabajadores a domicilio( [15] ) . Si el cooperativismo y en menor medidas los gremios, son imprescindibles para atraer a la revolución a estas clases y capas sociales urbanas tan propensas a la ideología pequeño-burguesa, en el campo sucede otro tanto pero con diferente complejidad porque «aquí se mezclan la agricultura urbana y suburbana, las comunas campesinas, los gremios, el cultivo cooperativo y la cooperación agrícola, espacios muy aptos para que «el pequeño capitalismo se atrinchere contra el poder soviético y la gran explotación socialista»( [16] ).

A la vez, desde este 1919 Lenin insiste en fortalecer el cooperativismo aumentando la participación proletaria, semiproletaria y de comunistas en su interior( [17] ) , planteando que la lucha contra la burguesía en las cooperativas ha de debatirse públicamente en la prensa( [18] ), y explicando la urgencia de aumentar el control de las cooperativas mediante la intervención de comisarios( [19] ), pero respetando los niveles de conciencia, no nacionalizando por la fuerza a las cooperativas reaccionarias sino ganándolas con el ejemplo comunista y con el apoyo estatal( [20] ). Lenin sabe que proliferan los fraudes, abusos y ocultaciones en su funcionamiento pero: » En ningún caso deberán poner trabas a las cooperativas, sino ayudarlas por todos los medios y colaborar con ellas «( [21] ). La tolerancia hacia las cooperativas no socialistas es parte de la política de concesiones a la burguesía, y Lenin debe explicarlo dentro del Partido ( [22] ) y también en la Internacional Comunista ( [23] ), volviendo a hacerlo al proponer la autogestión financiera de las industrias, que fortalece las tendencias proburguesas pero reafirma el deber del sindicalismo en defender a los obreros contra esos explotadores ( [24] ).

A finales de 1921 Lenin sabe que la lucha sindical aislada serviría de poco porque, además de la corrupción interna al cooperativismo burgués y de la posibilidad de recuperación de la burguesía, también hay que tener en muy en cuenta los tres «enemigos principales» del Partido: la altanería comunista, el analfabetismo y el soborno ( [25] ) . Sabe que el Partido está pudriéndose y burocratizándose internamente y comienza una lucha cada vez más desesperada para impedirlo. Propone que la militancia ha de actuar con el resto del pueblo, entre los no comunistas, atrayéndoles; para eso es necesaria la formación teórica, política y filosófica ( [26] ). Apoya que el cooperativismo se internacionalice ( [27] ). Sostiene que los mejores comunistas cooperativistas entre a dirigir el Banco Cooperativo ( [28] ), y al final decide hace público el problema: » Nuestra administración sigue siendo la vieja, y nuestra tarea consiste ahora en transformarla a lo nuevo. No podemos transformarla de golpe, pero necesitamos organizar las cosas de manera que estén bien distribuidos los comunistas con que contamos. Es preciso que estos comunistas manejen las administraciones a las que les han enviado, y no, como ocurre a menudo, que sean las administraciones las que les manejan a ellos. No hay por qué ocultarlo y debemos hablar de ello con claridad » ( [29] ).

Los «últimos escritos» de Lenin, del 23 de diciembre de 1922 al 2 de marzo de 1923, luchan contra cuatro peligros crecientes: la burocratización; el ascenso del nacionalismo gran-ruso; el desprecio del cooperativismo; y los síntomas de desmoralización. Lenin era muy consciente de que los cuatro formaban una unidad y que era imposible resolverlos uno a uno, separadamente. El escrito titulado «Sobre las cooperativas» fue terminado el 6 de enero de 1923, y concluye así: » Se nos plantean dos tareas principales que hacen época. Una es la de rehacer nuestra administración pública, que ahora no sirve para nada en absoluto y que tomamos íntegramente de la época anterior; no hemos conseguido rehacerla seriamente en cinco años de lucha, y no podíamos conseguirlo. La otra estriba en nuestra labor cultural entre los campesinos. Y el objetivo económico de esta labor cultural entre los campesinos es precisamente organizarlos en cooperativas. Si pudiéramos organizar en cooperativas a toda la población, pisaríamos ya con ambos pies en terreno socialista. Pero esta condición, la de organizar a toda la población en cooperativas, implica tal grado de cultura de los campesinos (precisamente de los campesinos, pues son una masa inmensa), que es imposible sin hacer toda una revolución cultural «( [30] ).

3. UTOPIAS E IMAGINARIO ANTIIMPERIALISTA

¿Nos sirve ahora la propuesta de una «revolución cultural»? ¿Qué podemos aprender de una sociedad como la rusa de 1918 con una compleja interrelación de modos de producción y de formaciones sociales tan diferentes como la que nos transmite Lenin ( [31] )? ¿Y de la China de 1927 tan bien estudiada por Mao ( [32] ) y de sus propuestas sobre las asociaciones de todo tipo, el cooperativismo, la integración social de los sectores reaccionarios y criminales, etc.? ¿Y qué decir sobre las aportaciones de Mariátegui, de Mella y de tantas otras personas revolucionarias que han estudiado minuciosamente las realidades de las Américas, o de África, y no sólo sobre los «clásicos» ( [33] ) marxistas europeos? Otro tanto debemos preguntarnos sobre la extremadamente rica experiencia mundial consejista, comunalista y sovietista, asamblearia, y en general sobre el proceso totalizante que engloba la autoorganización, la autogestión, la autodeterminación y la autodefensa.

El cooperativismo es una de las expresiones particulares de lo que e marxismo define como «el ser humano-genérico», el que posee en abstracto las potencialidades implícitas en nuestra especie, decisivas en la autogénesis, y que I. Mészáros llama «poderes esenciales» desvirtuados por el «trabajo forzoso» y la propiedad privada ( [34] ). El humano genérico se materializa en los distintos modos de producción, en las diferentes formaciones económico-sociales, pero bajo la propiedad privada los «poderes esenciales» son sumergidos en la represión y en la alienación burguesa, desapareciendo de la vida pública, refugiándose en la lucha revolucionaria y, en parte, en el cooperativismo y en otras prácticas asociativas. Pero siempre dejan un poso, un rastro expresado en un «ideal social», utopías igualitarias que alimentan lo que E. Bloch llama la «materia de la esperanza», que impulsa a las gentes explotadas a levantar la bandera roja: «derrocar todas las realidades en las que el hombre es un ser humillado, esclavizado, abandonado, despreciable» ( [35] ). Desde otra perspectiva pero diciendo lo mismo sobre el fondo de la lucha por la recuperación de lo común, S. Neuhaus habla de la «reserva simbólica»( [36] ) transformadora acumulada en la historia de las luchas sociales y que mantiene una visión crítica de la realidad.

Entre otros muchos, M. Beer ( [37] ) investigó este ideal en el marco europeo pero llegando sólo hasta la década de 1920. Estudios más recientes han investigado esta dialéctica en Oriente ( [38] ) confirmando la existencia de un poso socializante en lo remoto de las tradiciones y de la cultura popular. La importancia de valores igualitarios antiguos defendidos por las sociedades secretas en la historia de las luchas de clases y de liberación nacional en China no se le escapa a nadie, y su fuerza era tal en las revueltas campesinas que en el siglo XII del calendario occidental, el emperador Zhen Zong decidió propiciar el budismo y el taoísmo, además del confucianismo ya dominante, para crear una ideología oficial capaz de adormecer al pueblo ( [39] ). Por ejemplo, la desesperada guerra defensiva china de 1899-1900, que tanto impresionó a Lenin, fue organizada y dirigida «por la sociedad secreta místico-religiosa Ihetuanes» ( [40] ). En África tropical la solidaridad comunal y las tradiciones sociales explican por qué la penetración del imperialismo originó luchas desde 1906, y por qué la capacidad de resistencia de las tribus a la explotación capitalista se asentaba en «las organizaciones tribales de ayuda mutua, culturales y religiosas existentes en muchas ciudades de África Occidental» ( [41] ).

Parte de la cultura europea se formó sobre el componente milenarista e igualitarista que sobrevive muy reprimido dentro de las diversas versiones de la religión cristiana «polifacética» ( [42] ), que refleja las contradicciones clasistas en las que late el resto muy tergiversado de un ideal comunista ( [43] ). Otras versiones del cristianismo apuestan brutalmente por el poder imperialista más salvaje en base a la idea del «reconstruccionismo cristiano» dirigido mundialmente por la extrema derecha neofascista norteamericana ( [44] ). Otra parte de la cultura europea que ha sido muy bien descrita por N. Cohn, estuvo influenciada por la utopía grecorromana del «Estado natural igualitario» ( [45] ) que terminaría dando cuerpo ideológico al «Milenio igualitario» después de integrar algunos componentes de la utopía comunitarista cristiana. Por un lado, actuaba el principio cristiano de «vivir así en la tierra como en el cielo» desde una visión colectivista, y por otra parte, se recuperó el mito de la «Edad de Oro», del reino de la abundancia, etc., del que forman parte entre otros los mitos del Paraíso, del Maná, etc. Según N. Cohn hay que datar en 1380 el momento definitivo de irrupción del «Milenio igualitario» ( [46] ), cuando las luchas campesinas, artesanas y burguesas irrumpen definitivamente. Dentro de estas corrientes existían grupos político-religiosos, como los husitas radicales, los anabaptistas y otros, o los niveladores, etc., que reivindicaban abiertamente la primacía de la propiedad común, si bien con muy diferentes formas expositivas.

Con respecto a las Américas, cuando los españoles invadieron Cuba, una de sus primeras atrocidades fue atacar y destruir la «casa grande» ( [47] ) que guardaba el excedente social, matando a la mayoría de sus ocupantes. La «casa grande» era como el templo en el modo de producción asiático o tributario. Los grandes imperios maya, azteca e inca, tenían sus respectivas «casas grandes», templos y palacios, que pueden asemejarse, salvando las distancias, a las salas de asamblea en las cooperativas, en donde se debaten las decisiones. Pese a las diferencias pervive ( [48] ) una conexión de fondo: lo comunal y su defensa no ha desparecido del todo aunque esté desvirtuado; el dinero y el valor de cambio no dominan absolutamente sobre el trueque, la reciprocidad y el valor de uso; el fetichismo y la alienación no se han impuesto exterminando a otras formas de intercambio. Siendo esto significativo, tanto más lo que el sincretismo religioso andino y afro-indio e indio-europeo, se basó y se basa en una revalorización de lo comunal, como se aprecia en la «Teología de la esclavitud» ( [49] ) de la mitad del siglo XVI en adelante. La Teología de la Liberación solamente podía haber surgido en las Américas porque era en estos pueblos en donde la realidad comunal de las sociedades precapitalistas conectaba muy fácilmente con los restos del comunismo primitivo de la religión cristiana.

Veamos dos casos que nos ilustran sobre la complejidad de las interacciones entre lo comunitario precapitalista y la lógica mercantil. El primero es el de las Encomiendas de la Compañía de Jesús como medio de «civilizar» a los irreductibles guaraníes ( [50] ), y como medio de explotación económica muy rentable ( [51] ), gracias a la síntesis entre el comunitarismo guaraní y la disciplina económica jesuítica. Su éxito fue tal que provocó la envidia y la guerra corta pero durísima ( [52] ) con otros poderes cristianos. Gracias a su creciente poder, se convirtieron en una fuerza represiva muy eficaz que, pese a todo, no pudo impedir el surgimiento de resistencias que darían forma a los «comuneros» ( [53] ) de Paraguay en la mitad del siglo XVII y a las rebeliones indígenas y comuneras de comienzos del siglo XVIII ( [54] ). El segundo, muy actual, es el debate sobre el «Buen Vivir» que entronca con las tradiciones comunitarias de las culturas andinas y que da pie a muchas versiones diferencias, desde la socialdemócrata ( [55] ) hasta la que sostiene que «El marxismo tenemos que indianizarlo» ( [56] ), pasando por otras más ( [57] ). Las tradiciones y prácticas comunitarias están divididas socialmente en su interior, lo que permite que se impongan las versiones ideológicas creadas por las castas y/o clases dominantes en esos pueblos. Todo ello exige a los marxistas un esfuerzo teórico imprescindible en el que no podemos extendernos ahora ( [58] ), pero que tiene conexiones directas con el tema que tratamos aquí.

La conexión de fondo que recorre a las luchas por la recuperación de lo común, tiene en la experiencia de la sublevación de Oaxaca una de tantas confirmaciones. M. Juárez sostiene que: » La Comuna de Oaxaca es continuidad de un proceso que se inicia en América Latina con «la guerra del agua» en Cochabamba y la lucha heroica del pueblo boliviano, de las jornadas revolucionarias de 2001 en Argentina y las fábricas ocupadas como Zanon y Brukman, entre otros momentos claves de la lucha de clases en el continente. Y enfrenta a uno de los gobiernos «neoliberales» más pro yanquis de la región, que en los años previos estuvo a la delantera de la aplicación de los planes del FMI y el Banco Mundial» ( [59] ). Como vemos, el autor recorre luchas básicas en defensa del agua realizadas por pueblos originarios con una muy fuerte praxis comunitaria hasta los más ultracapitalistas proyectos del BM y FMI pasando por las ocupaciones argentinas.

Simultáneamente a estas movilizaciones y combates, también se sostenían otros igualmente importantes para el debate sobre el cooperativismo y la autogestión. Nos referimos a las crisis del cooperativismo neutral y hasta crítico bajo las presiones de la ofensiva neoliberal lanzada por el imperialismo con el apoyo de las burguesías locales: «Durante la implantación del modelo neoliberal, el cooperativismo fue uno de los medios sociales más afligido. Esto se debe, en primer lugar, por su debilidad doctrinaria e ideológica. En segundo lugar, a la agresiva competencia entre cooperativas por ganar clientela, y por último, la falta de cambios estructurales para institucionalizar al cooperativismo» ( [60] ). La triple razón expuesta sintetiza no sólo el problema del cooperativismo en las Américas, sino a escala mundial desde el siglo XVIII, como iremos viendo.

No hay duda, pensamos nosotros, que estos y otros combates han ayudado a crear lo que G. Cieza denomina «imaginario de una América Latina unida contra el imperialismo» ( [61] ), que se ha formado a pesar de las derrotas y que ahora aumenta en fuerza y conciencia. La «reserva simbólica», los «poderes esenciales», el «ideal social» y la «materia de la esperanza», el «imaginario antiimperialista», etc., sin olvidarnos del cristianismo con su mensaje de «liberación y esperanza» ( [62] ), actúan como «fuerzas materiales» que enlazan constantes recurrentes en diversas fases históricas de lucha de clases. Y la pregunta es: ¿no apreciamos el nexo entre la «revolución cultural» propuesta por Lenin y la recuperación de la esperanza humana en este comienzo del siglo XXI en el que, entre otras propuestas idénticas destaca la de la «lucha de ideas» lanzada por Fidel Castro?

4. OCUPACIÓN, COOPERACIÓN Y PODER DE CLASE

La importancia de lo anterior para nuestro debate es que en los capitalismos «desarrollados» también laten estas fuerzas dormidas que en situaciones de crisis profunda remueven la dictadura del mercado burgués llegando a cuartearla por la recuperación de formas alternativa. La dictadura del mercado burgués no es absoluta ni total, no puede exterminar la tendencia a la recuperación de resistencias colectivas basadas en la cooperación no mercantilizada. De hecho, las primeras cooperativas modernas surgieron simultáneamente a los primeros efectos terribles de la protoindustrialización en Gran Bretaña, a finales del siglo XVIII. Según explica F. Bedarida, en 1760 surgió una cooperativa de molineros para realizar ellos la molienda y para vender la harina con precios más baratos rompiendo el monopolio de la industria harinera. Poco a poco aumenta el cooperativismo al calor del aumento de la explotación, y lo hace con ideas socialistas y hasta comunistas tal cual se pensaban en aquella época. Desde 1826 se puede hablar de un cooperativismo asentado y con fuerte crítica moral al capitalismo ( [63] ), pero resultó un fracaso económico y en 1844 se inicia una nueva fase más centrada en la búsqueda de la rentabilidad que garantice una mejora de los cooperativistas aunque sea ablandando o abandonando la lucha ético-moral contra el sistema. Los Pioneros de Rochale inician esta segunda fase que culmina 1863 con el Congreso de las cooperativas al por mayor, y con la imagen neutral y aséptica del cooperativismo oficial.

La contradicción entre la rentabilidad económica del cooperativismo y su eficacia como medio emancipador, recorre toda la historia de este movimiento desde finales del siglo XVIII, como hemos visto. Hemos visto arriba cómo » la agresiva competencia entre cooperativas por ganar clientela» es una de las razones que explican la crisis del cooperativismo oficial bajo los ataques del neoliberalismo, sin olvidarnos de su debilidad doctrinaria y de su poca adaptabilidad a los cambios. Pero estas razones deben ser completadas con otras más profundas, ancladas en la lógica misma del modo de producción capitalista, siendo una de ellas la primacía del mercado sobre la planificación, como iremos viendo, así como en el papel del reformismo político-sindical que, como sucedió a finales del siglo XIX bajo el dominio de la socialdemocracia alemana, dejó que se fortaleciera la tesis del «socialismo gremial como medio para la supresión pacífica del capitalismo» ( [64] ), a pesar de la declaración grandilocuente del Congreso de Hannover de 1899 sobre el cooperativismo.

Ahora queremos estudiar con algún detalle qué contradicciones irreconciliables del capitalismo reactivan la tendencia a la cooperación y a la autogestión obrera. Y pensamos que la mejor forma es la de ir a las entrañas del monstruo imperialista, EEUU, en donde en diciembre de 1936 los trabajadores ocuparon de la fábrica de automóviles de Flint, de la General Motors en el Estado de Michigan: «La personas eran distintas después de la misma. «El trabajador se convirtió en un ser humano distinto (…) Las mujeres que han participado activamente se convirtieron en un tipo diferente de mujer, sus cabezas se mantenían altas y tenían más confianza. La naturaleza de la ciudad ha cambiado. Los capataces, que solían amenazar a los trabajadores, ahora caminaban sobre cáscaras de huevo. El miedo de los trabajadores se había esfumado. A través de su sindicato, los trabajadores ganaron otras cosas. En las dos semanas siguientes, 87 ocupaciones tuvieron lugar en Detroit. Se había extendido la sindicalización en todo el sector del automóvil» ( [65] ).

Con todo propósito, hemos recurrido a esta cita porque nos demuestra el papel de las mujeres en los momentos decisivos de la lucha revolucionaria. Desgraciadamente, no podemos dedicar toda la atención necesaria a la liberación de la mujer como logro imprescindible de la emancipación y de los logros de las revoluciones socialistas al respecto ( [66] ), y esta cita, además de descubrir su presencia, nos abre a otro panorama cruel: el del cargar contra la mujer trabajadora los cosos sociales de las crisis capitalistas. Muchas de las huelgas y recuperaciones de empresas han surgido por la previa movilización de las mujeres que han presionado a sus maridos para que se enfrentaran a la patronal, o han empezado ellas mismas. La respuesta del sistema patriarco-burgués yanqui, para seguir dentro del monstruo, se ha endurecido con el neoliberalismo, atacando furiosamente los derechos de las mujeres y reactivando lo peor de la ideología patriarcal ( [67] ), como lo demuestra S. Faludi en su valiosa investigación.

Más de setenta años después, a finales de 2008, la fábrica Republic Doors & Windows, en Chicago, fue ocupada por los trabajadores al enterarse que la empresa la iba a cerrar ( [68] ) . Las sobreganancias imperialistas explican en buena medida, además de otras razones, porque el movimiento obrero yanqui ha estado relativamente dormido –aunque no tanto como dice la propaganda burguesa ( [69] ) — durante este tiempo, pero todo indica que algo se mueve en las clases explotadas, también en EEUU ( [70] ). Mientras tanto, entre 1936 y 2008, y como hemos dicho, las luchas resurgieron periódicamente y siempre iban unidas de algún modo a formas de vida que debemos incluir en aquella sabia afirmación de Lenin de que la revolución es la fiesta de los oprimidos, y a aquella otra tesis de Engels, arriba citada, de que en un momento preciso la lucha por placeres emancipadores se convierte en un fuerte impulso revolucionario. No hay duda de que las mujeres en huelga

La ocupación de fábricas, que muchas veces es el primer paso para fundar una cooperativa, es una práctica recurrente en el movimiento obrero del capitalismo más «desarrollado», como lo demuestra I. García-Perrote ( [71] ) cuando hace un recorrido minucioso por Europa y EEUU hasta comienzos de la década de 1980. La experiencia latinoamericana se inscribe en esta dinámica: «¿Combatiendo al capital?»( [72] ). En contextos de crisis estas fuerzan emergen e impulsan el cooperativismo ( [73] ) y la lucha por lo comunal y por la cooperación, aumentando las ocupaciones de empresas ( [74] ) y las transformaciones en cooperativas de muchas de ellas: «El responsable de un banco al que pedimos dinero cerró el portafolio cuando escuchó la palabra cooperativa. ¡Debía de pensar que estaba ante el mismísimo Lenin!»( [75] ). En la situación presente, el cooperativismo no integrado puede distanciarse de las medidas que el Estado capitalista ( [76] ) impone a la clase trabajadora para descargar sobre ella los enormes costos sociales, mientras que otro cooperativismo, más integrado, también puede capear la crisis con menos pérdidas, como reconoce la OIT ( [77] ).

En Argentina, grupos se organizaron en economía de trueque para satisfacer necesidades básicas: «De todas formas los clubes del trueque pueden rescatar muy rápidamente valores de participación, y cooperación presentes también en la historia un poco olvidada en los últimos años (mutualistas, cooperativas, cooperadoras escolares, uniones vecinales, sindicatos, sociedades de fomento, etc.) y dar impulso, en un momento tan grave, a la imprescindible necesidad de cada familia de lograr con el esfuerzo y la solidaridad el pan de cada día y un horizonte a la esperanza» ( [78] ). En Venezuela la clase trabajadora empezó a crear cooperativas -«islas socializadas en un mar capitalista» ( [79] )– en defensa de la revolución. En el capitalismo español la economía de trueque ( [80] ) empieza a ser practicada por personas que se organizan en cooperativa para liberarse algo de la dictadura del mercado burgués, y aumenta un debate sobre los «bancos de tiempo» y otras tácticas que no podemos exponer aquí, por lo que nos remitimos a un texto ya publicado en Internet ( [81] ). Ahora bien, debemos ser muy críticos ( [82] ) con las promesas tramposas que la burguesía hace con respecto a las virtudes del «autoempleo» y otras formas de «iniciativa social».

La «materia de la esperanza» también se activa en los países más individualizados en apariencia –véase la oleada de huelgas en el Estado imperialista francés, ese «arrebato social» ( [83] ) en defensa de los servicios y bienes públicos, de los derechos colectivos, etc.– porque estas fuerzas latentes bullen en las contradicciones irreconciliables surgidas cuando la cooperación y la propiedad común fueron rotas por la disciplina explotadora y por la propiedad privada. La recurrencia histórica del cooperativismo y del resto de expresiones de la cooperación humana asentada en los «poderes esenciales» de nuestra especie nace del potencial creativo de la fuerza de trabajo ( [84] ), del trabajo vivo y del valor de uso, que tarde o temprano choca de nuevo con el capital, con el trabajo muerto y con el valor de cambio. La experiencia obrera reciente actualiza la histórica capacidad de aprendizaje del movimiento obrero, demostrada en una triple conflictividad: por la «fuente» del conflicto que ahora se centra en la resistencia a las exigencias de aumento salvaje de la productividad; por las «formas», que son los modos brutales y autoritarios con los que se impone la superexplotación, y por los «ejes», por el aumento de nuevas frentes de lucha alrededor de la defensa de lo común, de lo colectivo, de lo público, cada vez más privatizado y expropiado por el capital ( [85] ). Esta experiencia replantea el valor de los métodos organizacionales «desde una perspectiva autogestionaria» ( [86] ) para, entre otros logros, superar las formas dirigistas con altos contenidos de «obediencia y sumisión» inherentes a la disciplina burguesa.

Pero queremos dejar en claro un principio elemental que nunca debemos olvidar: la cuestión del poder político, del poder de clase y de Estado, como objetivo a conquistar y como realidad a vencer cuando se trata del Estado y del capitalista. Llevando esta cuestión a su inmediatez comunalista y de cooperación liberadora, A. Boron reprocha a quienes no ven o rechazan la importancia del poder revolucionario, que olviden la historia real de las luchas y de las formas políticas de autoorganización como partidos, soviets, consejos obreros, etc., y los programas de reforma agraria, nacionalizaciones, expropiaciones de los capitalistas, etc., ( [87] ) para aceptar, por el contrario, la historia oficial, dominante.

5. AUTOGESTION, PODER Y SOCIALISMO

El poder estatal es decisivo para todo, y en especial para la lucha de clases y para el cooperativismo en cualquiera de sus formas, pero adquiere su pleno sentido a favor o en contra cuando la clase trabajadora avanza en la autogestión, concepto relativamente reciente que debe ser precisado un poco antes de seguir adelante. Por ejemplo, mientras que para R. Massari Robert Owen debe ser incluido en uno de los primeros defensores de la autogestión ( [88] ) para F. Badarida es el pensador del «comunismo cooperativo» ( [89] ). En realidad ambos autores se refieren a lo mismo: la idea utópica de organizar la sociedad desde arriba aunque se hable en nombre de un pueblo al que se invita a autogestionarse o al «comunismo cooperativo» pero dentro de los límites marcados por R. Owen, entre los que destacan el interclasismo, el pacifismo y el intervencionismo estatal. Mucho más acertado está, sin embargo, I. Bourdet cuando demuestra por qué hay que introducir las ideas de Marx y Engels sobre el movimiento cooperativo dentro de la autogestión aunque esta palabra no aparezca en sus escritos ( [90] ). En su profunda investigación sobre las colectivizaciones obreras, que abarca hasta finales del siglo XX, V. Alba sostiene que si se recuperase la terminología del primer tercio del siglo XX en vez de hablar ahora de autogestión obrera emplearíamos el concepto de colectivización ( [91] ).

Si la autogestión o el «comunismo cooperativo» de Owen era pacifista y pedía subvenciones al Estado y a la banca filantrópica, no sucedía lo mismo con lo defendido por Marx y Engels y con las posteriores colectivizaciones autogestionadas de los trabajadores. El comportamiento del Estado era, por tanto, muy diferente, opuesto en todo, en el primer caso que en el segundo. La burguesía francesa veía como mucho menos peligrosa la autogestión reformista del socialismo francés que se limitaba en la década de 1970 a compaginar la lucha de masas, la autogestión en todas sus modalidades y la acción gubernativa socialista ( [92] ), pero en ningún momento plantea cruda y esencialmente el problema del Estado de clase, sino que lo silencia, lo esquiva. Pero esta misma burguesía, y su Estado, no podían permitir el llamamiento a la autodefensa armada autogestionada ( [93] ) de las clases explotadas en aquellos años tan convulsos.

Para avanzar en este magma de visiones diferentes, algunas de ellas antagónicas, debemos recurrir a M. Markovic que ha definido la autogestión mediante dos sentidos interrelacionados, uno, el restringido: «la autogestión es la incorporación directa de los obreros a los órganos básicos que adoptan decisiones en las empresas individuales»; y el otro, el sentido general: «autogestión es la estructura básica de la sociedad socialista en el campo de la economía, de la política y de la cultura» ( [94] ). Teniendo esto en cuenta, la autogestión «restringida» se produce en toda la sociedad capitalista de múltiples formas e intensidades, en muchas circunstancias y problemas de la vida, incluido el cooperativismo; mientras que la autogestión «general» solamente puede darse en una sociedad socialista que tiene, por serlo, un sistema político-democrático cualitativamente superior al burgués, un sistema que impulsa conscientemente la autogestión socialista.

En la sociedad capitalista, los poderes burgueses en su totalidad intervienen en contra de las luchas autogestionadas que, de algún modo u otro, amenazan con superar el sistema dominante. Volviendo al planteamiento de V. Alba de identificar autogestión con colectivización, la experiencia de los Consejos Obreros ( [95] ) en la Alemania de 1918 es demoledora: la socialdemocracia, la burocracia del Estado, la extrema derecha burguesa y los sectores militares reaccionarios se unieron para, aprovechando la debilidad teórica de los consejistas, vencerlos políticamente primero para luego masacrar en sangre al amplio sector revolucionario. Esta misma estrategia de liquidación fue aplicada en 1970 en Italia, cuando la autogestión fue liquidada soterradamente en la mayoría de los casos por las fuerzas reformistas interesadas en pactar con la burguesía, que les exigía castrar la autoorganización cooperativa que franjas obreras y populares expandían en el transporte, la vivienda, la sanidad, la educación, etc. Consciente de la amenaza de este movimiento, la burguesía legalizó los consejos de zona y otras formas de autogestión para facilitar el poder manipulador del reformismo en ellos ( [96] ). Al pudrimiento interno se unía a la feroz represión policiaco-militar y judicial contra los sectores más combativos mientras que, a la vez, se reestructuran fábricas y poblaciones industriales ( [97] ) para destruir las bases de las organizaciones armadas. Esta estrategia represiva aplicada tantas veces ha dado sin embargo un salto hacia otra estrategia global que simultanea el control y el terror ( [98] ), la vigilancia preventiva y el miedo inducido masivamente para abortar cualquier inicio de lucha no controlada obligándole a volver al redil o aplastándola.

Veamos un ejemplo actual de cómo un Estado supuestamente abierto a muchas de las formas de autogestión, cooperación, apropiaciones, etc., como el argentino, pretende integrar en la «normalidad apolítica» la autogestión obrera. La toma de la fábrica Zenón por sus trabajadores se inscribe de pleno en el proceso que analizamos. F. Aiziczon se pregunta:»¿Qué es Zanón?, o mejor, ¿qué es lo que tiene Zanón?» y responde: «En principio: – más de 450 obreros y obreras que ocupan una fábrica y producen sin resguardo legal; – que destinan gran parte de su producción a donaciones para hospitales, escuelas, barrios humildes y bibliotecas; – que aprenden a decidir todos sus asuntos en asambleas generales; – que incorporan a más de un centenar de trabajadores de organizaciones de desocupados; – que organizan festejos populares multitudinarios por el día del niño, o festivales de rock sin policías a los que asisten decenas de miles de jóvenes; – que planean una escuela para aquellos obreros que deseen terminar sus estudios; – que levantan una biblioteca dentro de la fábrica; – que realizan visitas guiadas dentro de ella para contingentes de estudiantes primarios y secundarios; – que gozan de la simpatía y el apoyo de vastos sectores de la sociedad neuquina; – y muchos etcéteras más» ( [99] ).

Más adelante volveremos a las cosas que puede hacer y hace la autogestión obrera en todas sus expresiones, ahora debemos explicar cómo el Estado argentino se obceca en desactivar esta impresionante lucha precisamente por sus efectos movilizadores. L. Meyer es autora de un excelente análisis de la cooperativa Zenón y de los esfuerzos del Estado para «evitar que la pelea de los trabajadores se convierta en una lucha política». La autora explica cómo diversos poderes burgueses intervienen para hacer creer a la gente que el problema no radica en la explotación capitalista y en las contradicciones de este sistema, sino sólo en que hay «empresarios malos», «personas desaprensivas», etc., de modo que el «problema» es resoluble recurriendo a «jueces, abogados y políticos del régimen», para lo que hay que «evitar que los trabajadores hagan política hacia fuera de la fábrica, tanto uniendo su lucha y sus reivindicaciones a la de otros conflictos de trabajadores, como hacia el conjunto de las clases subalternas. Y que sólo se dediquen a los problemas de la producción al interior de la fábrica». De este modo, cuando con su sudor la hayan vuelto rentable, entonces los patrones la comprarán sin haber arriesgado sus capitales en épocas de crisis ( [100] ).

Esta misma autora había extendido su análisis sobre la pretensión del Estado y de la burguesía de «despolitizar» la autogestión obrera a una perspectiva más general, criticando algunas posturas que, siendo correctas según L. Meyer en muchos temas, sin embargo no insistían lo suficiente en la importancia decisiva de unir la lucha obrera dentro de la fábrica con la lucha política fuera de ella: » Cuando se separa la producción de la política, esta separación tiene su expresión en la organización de la fábrica en que mientras un sector que hace política con los organismos gubernamentales o cercanos a ellos, les dice a los trabajadores que lo que ellos hacen no es política y que los trabajadores deben hacer lo que mejor saben hacer que es trabajar, cuestión que cala muy hondo en sus prácticas porque quienes les hablan son muchas veces los que los asesoran legalmente en relación al Estado. Ayudado por el hecho de años de no participación política de los trabajadores en forma independiente, este elemento permite fortalecer la tendencia a que se cumplan cada vez más los riesgos que plantean los autores en el plano organizativo» ( [101] ). La autora advierte que no se puede separar el plano organizativo de y en la lucha por la producción en las fábricas ocupadas, del contexto político «externo» en el que mucha clase trabajadora permanece pasiva y creyendo en las promesas de la burguesía.

6. AUTOGESTION, DETERMINISMO Y COMUNISMO

La autogestión en general, o generalizada, existe en un país que avanza al socialismo, que ha superado barreras estructurales fortísimas que el capitalismo opone a la emancipación humana. Pero la autogestión generalizada ha requerido de las experiencias de las restringidas prácticas y luchas autogestionarias sostenidas en la fase previa a la toma del poder. Sin esta acumulación es imposible dar el salto a una nueva fase histórica. Ahora bien, ¿cuáles son las mediaciones prácticas y teóricas diarias que posibilitan el salto de la autogestión restringida a la generalizada, al socialismo? ¿Qué valores nos siguen enseñando las mujeres que ocuparon la General Motors en 1936? Sin estas y otras preguntas sobre prácticas reales no podremos responder a la cuestión decisiva de por qué y cómo tenemos que construir el futuro desde el presente aprendiendo del pasado. ¿En qué medida el cooperativismo de los comuneros parisinos de 1871, que adelantaba el comunismo ya entonces, sigue siendo efectivo hoy en día y hoy nos ilumina para el comunismo de mañana? La mediación práctica y teórica ha de poder anticipar el futuro de forma concreta.

Para comprender el meollo de esta cuestión no tenemos otra salida que estudiar las exquisitas páginas sobre «marxismo y anticipación concreta» de E. Bloch: «La miseria existente no es lamentada y dejada tal como es, sino que aparece cuando se es consciente de ella misma y de sus causas, como la potencia revolucionaria que va a acabar con ella al acabar con sus causas. De igual manera, que Marx no consintió nunca que su indignación subjetiva se presentara como un factor objetivo, haciendo así que uno se engañara sobre los factores revolucionarios verdaderamente existentes» ( [102] ). Bloch sigue explicando por qué Marx abandonó la utopía para centrarse en las fuerzas tendenciales insertas en las contradicciones del sistema, indicando sucintamente las dinámicas del futuro: «al obra entera de Marx está al servicio del futuro, más aún, sólo puede ser entendida y realizada en el horizonte del futuro, pero no como un futuro trazado utópica-abstractamente. Sino como un futuro que hace historia-materialísticamente, desde el pasado y desde el presente, desde las tendencias actuantes hoy y en el futuro, a fin de ser así un futuro inteligible y confortable» ( [103] ), y «El marxismo no una anticipación (función utópica) sino el «novum» de un proceso concreto (…) la unidad de la esperanza y el conocimiento del proceso» ( [104] ). Descubrir las tendencias actuantes ahora y luego, en el hoy y en el futuro, exige tener presente siempre en el ahora mismo el futuro como algo que late en nuestra esperanza y que germina en lo concreto como tendencia inacabada que necesita de nuestra praxis para materializarse, lo que «todavía-no-llegado-a-ser (…) y cuya decisión se halla en manos del hombre» ( [105] ).

Desde esta filosofía, la autogestión es el proceso por el que construimos nuestro futuro desde nuestro presente, empezando por materializar las tendencias germinales como fuerzas materiales presentes. Esto y no otra cosa es lo que sucede en el proceso que va de la organización de la huelga a la huelga, de ésta a la ocupación de la fábrica, y de la ocupación a la cooperativa y a la estrecha relación con la lucha sociopolítica fuera de la fábrica pero dentro de la sociedad. El futuro que latía en la organización de la huelga se hace presente en la autogestión. Pero lo decisivo de esta filosofía es que basa el futuro en la conciencia de lucha del presente. Ejercitemos «el conocimiento del proceso» y descubriremos que la autogestión es un proceso de «marcha y contramarcha (…) Donde la reivindicación por las fuentes de trabajo es el eje de la lucha; porque es a través del mismo que los hombres y mujeres pueden realizarse y constituirse en sujetos plenos. No idealizamos este proceso pero sí creemos que es un paso muy importante en lo que hace a la experiencia de lucha de los trabajadores argentinos» ( [106] ).

Dado que lo que «todavía-no-llegado-a-ser» está como posibilidad estructural en el presente y puede «llegar-a-ser» dependiendo de nuestra acción, por ello mismo debemos la dialéctica entre la necesidad y la libertad adquiere su pleno sentido: ¿estamos condenado a esperar pasivamente a que existan las suficientes «condiciones objetivas» o podemos y debemos impulsar desde ahora mismo las tendencias positivas ya existentes? La socialdemocracia criticó a los bolcheviques que se habían «adelantado» a las «condiciones objetivas» y uno de los últimos textos de Lenin está destinado a responder a un determinista denunciando que no había comprendido nada de la dialéctica marxista y de la existencia de variables nuevas que permiten acumular fuerzas para alcanzar a otros pueblos ( [107] ).

Descubrir las tendencias nuevas cargadas de futuro sólo puede hacerse si ampliamos el potencial de la autogestión, es decir, si creamos más y más espacios autogestionados, si estamos siempre a la ofensiva. No debemos esperar a que las fuerzas productivas crezcan por sí mismas sino que, mediante la planificación, debemos impulsarlas y, a la vez, debemos ampliar la autogestión en toda vida colectiva: desde el funcionamiento de un club deportivo o desde una asociación de vecinal o de mujeres, hasta las redes de coordinación de las empresas autogestionadas y de las múltiples formas de cooperación entre ellas, pero siempre dentro de una planificación estatal. El futuro comunista se va acercando al interactuar estas dinámicas y al debatirse mediante la democracia socialista y el control obrero ( [108] ) las dificultades y problemas que siempre surgirán, sobre todo en los períodos de crisis mundial ( [109] ). Se trata de una tarea a la vez personas y colectiva, nacional e internacional, estatal y mundial: por esto, el internacionalismo proletario lucho y lucha para que el cooperativismo y la autogestión sean mundiales.

El futuro comunista, como la misma autogestión generalizada, es mundial por su esencia, lo que significa que existe una base práctica que puede aportar lecciones esenciales. Por ejemplo, M. Lebowitz ha estudiado la autogestión yugoslava ( [110] ), texto que debe leerse atentamente, y ha propuesto algunas ideas para la Venezuela bolivariana que pueden y deben ser adaptadas a otros procesos revolucionarios. C. Samary también ha estudiado la autogestión yugoslava ( [111] ) extrayendo lecciones que no podemos ignorar. Sin entrar en tanta concreción, Mendizabal y Errasti han demostrado de forma general las conexiones irrompibles que tiene la autogestión con la «democracia social participativa», con la lucha contra la alienación burguesa, con la planificación realizada por un poder transparente: «la autogestión articula la sociedad global con el modelo de desarrollo, la gestión participativa y la cooperación, en una realidad dialéctica y multidimensional en que los trabajadores – ciudadanos maduran con sus decisiones; tanto con sus aciertos como con sus errores y equivocaciones. Este proceso vital que exige sociedades vivas, activas, conscientes, con pensamiento propio, protagonistas de su destino y profundamente democráticas, es el gran proyecto de la autogestión» ( [112] ).

7. ALIENACION, MIEDO Y ANTICIPACIÓN COMUNISTA

«La anticipación concreta» del comunismo puede realizarse de múltiples formas en la autogestión restringida, la que tiene lugar bajo la explotación capitalista, siempre que se mantengan cuatro principios: el poder radica en el colectivo que se autoorganiza; las decisiones administrativas se realizan en el colectivo que se autogestiona; las decisiones estratégicas son tomadas por el grupo autoorganizado y autogestionado que se autodetermina; y la continuidad del grupo frente a las presiones burguesas de todo tipo se realiza mediante la autodefensa de la autogestión. Las cuatro condiciones exigen de ágiles y crecientes interacciones entre ese grupo autogestionado, desde una pequeña cooperativa hasta una coordinadora de fábricas recuperadas, pasando por una red de asociaciones populares, con el otras fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias. La experiencia brasileña ( [113] ) confirma la validez de estos cuatro principios. Pero éstos cambian obviamente en el caso de la autogestión socialista, en donde el poder popular y el Estado obrero dominan sobre la burguesía y abren expectativas de desarrollo socialista imposibles de materializar bajo la explotación capitalista.

En procesos revolucionarios en los que el pueblo tiene el gobierno y partes considerables y decisivas del Estado, pero en los que aún no ha sido expropiada y colectivizada la propiedad privada, y en los que la burguesía controla todavía grandes resortes socioeconómicos y alienadores, como es el caso de Venezuela, estos cuatro principios se adaptan al proceso de transición revolucionaria desde una estrategia de «poder comunal»: «Definimos el poder comunal como la cualificación ideológica y practica del poder popular, la concreción del nuevo Estado y la nueva estructuración social, no es el sexto poder, es la base de todos los poderes transferidos, reconfigurados y ejercidos por el pueblo convertido en Comuna, construyendo socialismo. Y al servicio de esos objetivos están orientados los otros motores, la Reforma socialista de la Constitución , Las leyes Habilitantes, Moral y luces y la Nueva Geometría del Poder, como dinamizadores de la aceleración, con fuerza y potencia transformadora, de los cambios, como elementos de empuje y viabilidad de las condiciones estructurales necesarias para el socialismo» ( [114] ).

Tanto en la autogestión restringida bajo el capitalismo como en los procesos de transición al socialismo, la resistencia burguesa va siempre en aumento, y una de las tareas de las fuerzas revolucionarias en descubrirla y combatirla ( [115] ) no solamente en lo político e institucional, sino a la vez en lo teórico y en lo cultural. Hemos insistido en la ligazón entre la esperanza y la emancipación autogestionada porque uno de los instrumentos más destructores de la cooperación humana es el individualismo desesperado que surge de la política del miedo, de la incertidumbre y de la inseguridad por el futuro. No por casualidad es el pueblo argentino, que aporta lecciones de autogestión socialista, uno de los más presionados por la estrategia de la inseguridad ( [116] ). Pero es toda la sociedad burguesa la sometida a un sistema global destinado a imponer el miedo a la libertad. Fromm demuestra que apreciamos los logros conquistados en el pasado, pero que tenemos miedo a conquistar más libertad en el futuro debido, fundamentalmente, a la alienación, al extrañamiento ( [117] ). Son los colectivos alienados y temerosos los más manipulables desde una jefatura dictatorial, de modo que el miedo a la propia debilidad fuerza una sobre valoración exagerada de la fuerza del poder explotador ( [118] ) . Por último, el imperialismo planifica estas y otras tácticas para destruir los procesos revolucionarios con ataques simultáneos, como ha puesto al descubierto C. Lanz en Venezuela ( [119] ), pero que también se aplica contra Cuba y el resto de pueblos libres: criminalizar al poder revolucionario y a sus instituciones; desmoralizar y desunir al pueblo; y legitimar el terrorismo físico y/o simbólico contra la revolución.

Arriba hemos expuesto varios casos de exterminio y derrota de luchas consejistas y cooperativistas, de experiencias de autogestión, por la burguesía que ha recurrido a diversas formas represivas, y ahora nos hemos detenido un poco en lo que se denomina la «pedagogía del miedo» ( [120] ), e igualmente hemos insistido en el valor de la esperanza y de la libertad concreta como anticipaciones prácticas del comunismo. Pues bien, a las fuerzas revolucionarias se le presentan cuatro retos decisivos en los países capitalistas si quieren derrotar los ataques a la autogestión: uno, luchar por la democracia y sus valores como una necesidad diaria en todos los aspectos de la vida; dos, luchar por una forma de vida cualitativamente superior a la burguesa y que tenga en la cooperación su medio autoorganizativo de modo que busque siempre ir «más allá del capital» ( [121] ); tres, luchar por la autoconfianza del pueblo en sí mismo; y cuatro, la lucha por los placeres emancipadores y contra el consumismo capitalista.

8. REVOLUCIÓN CULTURAL Y RELACIONES COMUNISTAS

Lenin vio la necesidad de la revolución cultural orientada sobre todo al campesinado, pero una lectura detenida de sus textos en los últimos años de vida indica que esa su inquietud era más extendida, realista y crítica, consciente de que se necesitaba mucho tiempo y esfuerzo para superar la cultura reaccionaria, como insistió precisamente en el último escrito de su vida ( [122] ). Por su naturaleza, la revolución cultural no puede darse dentro del sistema capitalista sino sólo cuando el poder del Estado pertenece al pueblo trabajador. Antes, bajo el capitalismo, puede avanzarse en la conquista de parcelas liberadas y en un fortalecimiento de hegemonía social, pero la revolución cultural puede desplegar todo su potencial liberador si existe un Estado obrero porque la revolución cultural es imposible de materializarse si el valor de cambio, si el dinero y la mercancía, no van retrocediendo frente al ascenso del valor de uso. Dado que «la cultura es el modo como se organiza la utilización de los valores de uso» ( [123] ), la (re)construcción de una cultura socialista exige que el valor de uso vaya desplazando al valor de cambio. La revolución cultural, en este sentido clave, es una parte de la totalidad de la revolución socialista, de la autogestión social generalizada. Los gérmenes de la revolución cultural surgen dentro del capitalismo, en las luchas que hemos analizado, en esas mujeres cooperativas, en otras relaciones humanas y en otra forma de relacionarnos con la naturaleza.

El cooperativismo y la autogestión, los consejos o comités de pueblo y de zona, etc., han de decir quienes asumirán tareas de dirección, por qué y cómo, hacia dónde orientan el producto de su trabajo colectivo no alienado. En esta dinámica el individualismo es sometido a una crítica práctica radical dentro de la cooperativa y, destacadamente, en la vida «exterior», en su inserción en la economía nacional. La ideología individualista aparece a diario como un freno para el libre desarrollo colectivo e individual –no individualista en el sentido burgués, sino individual-colectivo en el sentido socialista–, y como el enemigo interno a batir dos niveles dialécticamente unidos: la personalidad del/a cooperativista y la personalidad colectiva de la nación. Ya que el cooperativismo socialista no busca la ganancia burguesa sino la reinversión de lo obtenido en la emancipación humana, debido a esto, la dirección común de la cooperativa exige a sus miembros una permanente autogestión y autodeterminación en su práctica vital, que no se limita sólo a las horas de trabajo colectivo, sino a toda la vida, ya que la emancipación es siempre una praxis en espiral, ascendente pero inacabable. Por esto, individualismo y cooperativismo socialista son antagónicos.

Reaparece aquí un problema clásico en la transición al socialismo pleno, el de las tendencias a la recuperación de las relaciones burguesas al calor de las concesiones que se han tenido que hacer al capitalismo. C. Piñeiro es autora de un brillante texto en el que expone los verdaderos riesgos de recuperación de las relaciones burguesas si estas concesiones no son controladas por la democracia socialista: «orientación de la actividad económica hacia la ganancia en lugar de hacia la satisfacción de intereses sociales» ( [124] ) . No podemos reseñar siquiera los debates sobre problemas idénticos habidos en el socialismo, reactivados en los últimos años, pero sí conviene referirnos al «eterno» problema de las relaciones entre autoadministración, abundancia y burocracia ( [125] ). El egoísmo individualista surge con dañina fuerza en los momentos de crisis, cuando amenaza el peligro de desempleo Es entonces cuando las limitaciones de las empresas privadas aparecen con toda su efectividad reaccionaria ya que, a la larga, no pueden librarse de estas leyes objetivas a pesar de ser controladas por la legislación estatal, que poco a poco tienden a presionar a la patronal de la empresa no estatal, y con ella a la fuerza de trabajo menos consciente. Si bien el monopolio del comercio exterior por parte del Estado es una garantía, pese a ello las tendencias inherentes a la lógica mercantil siguen minando las raíces del sistema.

Pero hay otros peligros también presentes en los períodos de «normalidad» y hasta de expansión: las ansias de más riqueza, de más dinero y de más consumo, lo que exige más competitividad mercantil, más despilfarro energético y más contaminación ambiental, acústica, climática, etc. Muchas cooperativas burguesas recurren al imperialismo ecológico, a la explotación de otras naciones trabajadoras sin apenas controles sanitarios, ecológicos y de recursos. Estas cooperativas, como el resto de las transnacionales, descargan sobre estos pueblos indefensos sus porquerías, suciedades y venenos, destruyendo su naturaleza y robando y expropiándose de sus recursos, sobre todo del recurso supremo que es la vida sana y plena. Es un expolio capitalista como otro cualquiera. Las cooperativas burguesas más pequeñas, las que producen para el mercado interno porque no tienen competitividad internacional, también incumplen las leyes proteccionistas porque asumen la dictadura del mercado, que es implacable contra la naturaleza. Por esto, la recuperación del medioambiente –del ambiente entero, en realidad–, es imposible desde el cooperativismo integrado en el sistema.

Sólo el cooperativismo socialista puede avanzar en esa decisiva tarea porque, al rechazar la dictadura del beneficio, puede reinvertir grandes partes de las ganancias en una tecnología limpia y blanca, y puede formar a los cooperativistas en esa tecnología, y puede buscar «mercados verdes» en donde únicamente se admiten productos no contaminantes, y puede relacionarse internacionalmente con otras cooperativas ecológicas, etc. Pero lo fundamental es que el cooperativismo socialista debe educar a sus miembros en otra manera de vivir que potencie la calidad antes que la cantidad, la naturaleza antes que el dinero, desde el objetivo de las necesidades humanas básicas. El debate sobre el «decrecimiento» ( [126] ) aporta muchas ideas a la autogestión ecologista. Nos encontramos ante el choque irreconciliable entre el individualismo consumista e irracional, egoísta, del cooperativismo burgués, y la autodeterminación de la autogestión socialista que buscaría el «ecocentrismo» especialmente apto para el cooperativismo socialista ( [127] ). O como dice J. Bellamy: «Hugo Chávez ha definido la lucha por el socialismo en el siglo XXI en términos del «triángulo elemental del socialismo». De acuerdo con esta concepción, derivada de Marx, el socialismo consiste en: (1) la propiedad social; (2) la producción social organizada por los trabajadores; y (3) la satisfacción de las necesidades comunales. En mi opinión, también se puede hablar de un «triángulo elemental de la ecología», derivado directamente de Marx, que lleva la lucha a un nivel más profundo. Esto puede ser definido como: (1) el uso social, no la propiedad, de la naturaleza; (2) la regulación racional de los productores asociados sobre el metabolismo entre los seres humanos y la naturaleza, y (3) la satisfacción de las necesidades comunales, no sólo de las generaciones actuales, sino también de las futuras» ( [128] ).

La historia de la lucha de clases rezuma reflexiones y experiencias en las que el cooperativismo socialista aparece como una fuerza emancipadora pero muy perseguida, y tras la toma del poder y la creación de un Estado obrero, como una fuerza vital para acelerar el tránsito al socialismo. Según sean las condiciones estructurales del tránsito, el nuevo poder obrero se organizará de un modo u otro, pero siempre manteniendo cinco señas esenciales:

Una, las cooperativas socialistas no deben ser «empresas independientes», es decir, no deben reproducir el error garrafal de la ex Yugoslavia cuando cayeron en el «patriotismo de empresa», cuanto las ganancias eran transformadas en beneficios empresariales absolutamente libres del mínimo control estatal, popular y vecinal, cuando podían hacer y deshacer a su antojo, pedir préstamos a la banca imperialista sin tener que responder ante el Estado obrero, y un largo etcétera.

Dos, por tanto, deben estar conscientemente sujetas a la planificación social y estatal de la economía en su conjunto, participando en los debates en los que se deciden las distintas ayudas que se reciben y las aportaciones que se deben hacer al país, evitando que el cooperativismo sea uno de los focos de formación de la «burguesía roja».

Tres, en situaciones imprevistas o de aumento súbito de la demanda pueden contratar trabajadores a tiempo parcial con todos los derechos laborales y, sobre todo, con el derecho a integrarse en la cooperativa si se prolonga su contrato, y tampoco deben invertir en el mercado mundial con el criterio burgués arriba visto, sino que han de crear redes internacionales de cooperación cooperativista, ecologista y antiimperialista.

Cuatro, deben estar abiertas en todo momento a las investigaciones y chequeos de los poderes populares y de la transparencia que debe caracterizar a la dialéctica entre empresas autogestionadas y planificación estatal, para el seguimiento de las tareas encomendadas, asumiendo los criterios de justa revocabilidad de la dirección elegida mediante la democracia socialista interna a la cooperativa y comunicada a la vida pública exterior y a la instancias del Estado que, por los canales adecuados, tiene el derecho y deber de saber quienes dirigen y por qué, durante cuanto tiempo, etc., las empresas del país.

Y cinco, deben ser las instancias del poder estatal responsables de las áreas económicas de esas cooperativas las que, en última y decisiva palabra, decidan sobre las cuestiones de mayor trascendencia para la nación en su conjunto, no diluyendo ni cediendo su poder planificador y estratégico en niveles menores, zonales o regionales, que, por serlo, tienen sólo una perspectiva limitada. La justa revocabilidad no puede estar al albur de las tensiones interpersonales y al capricho de poderes zonales, ya que siendo un derecho socialista su ecuanimidad debe ser garantizada por el Estado, el último garante de la independencia socialista del pueblo.

IÑAKI GIL DE SAN VICENTE

EUSKAL HERRIA 16-XII-2010



[1] Marx: » Manuscritos: economía y filosofía». Alianza Editorial. Madrid 1969. Págs.: 147 y ss.

[2] Marx y Engels: «Manifiesto del Partido Comunista». Obras Escogidas. Obras Escogidas. Edic. Progreso Moscú 1976 Tomo I. Pág.: 111.

[3] Marx: «El Capital». FCE. México. 1973. Vol. I. Págs.: 259-271.

[4] Marx: «El Capital». Ops. Cit. Págs.: 607-649.

[5] Marx: «El Capital». FCE. México. 1973. Vol. III Pág.: 322.

[6] Marx: «El Capital». Ops. Cit. Vol. III. Pág.: 418.

[7] Marx: «La guerra civil en Francia». Obras Escogidas. Edit. Progreso. Moscú 1976. Vol. II. Pág.: 237.

[8] Engels: «Carta a A. Bebel». Obras Escogidas. Ops. Cit. Vol. III. Pág..: 32.

[9] Engels: «Carta a P. L. Lavrov». Obras Escogidas. Ops. Cit. Vol. III Pág.: 505.

[10] Engels: «El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre». Obras Escogidas. Ops. Cit. Vol. III. Págs.: 66-79.

[11] Lenin: «Proyecto de decreto sobre las comunas de consumo». Obras Completas Edit. Progreso. Moscú 1986. T. 35, Págs.: 217-221.

[12] Lenin: » Discurso en el III Congreso de las cooperativas obreras «, Obras Completas. Ops. Cit. T. 37. Pág.: 358 .

[13] N. Bujarin y E. Preobrazhenski: «ABC del Comunismo». Fontamara. Barcelona 1977. Págs.: 312-314.

[14] N. Bujarin y E. Preobrazhenski: «ABC del Comunismo». Ops. Cit. Págs.: 314-316.

[15] N. Bujarin y E. Preobrazhenski: «ABC del Comunismo». Ops. Cit. Págs.: 267-268.

[16] N. Bujarin y E. Preobrazhenski: «ABC del Comunismo». Ops. Cit. Págs.: 293-297.

[17] Lenin: «Proyecto de disposición del CCP sobre el cooperativismo». Obras Completas. Ops. Cit. T. 37. Págs.: 483-484.

[18] Lenin: «Medidas para la transición del sistema cooperativo burgués de abastecimiento y distribución al sistema comunista proletario». Ops. Cit. T. 37. Págs.: 486-487.

[19] Lenin: «Notas sobre el cooperativismo». Ops. Cit. T. 38. Pág.: 437.

[20] Lenin: «Discurso acerca de las cooperativas». Ops. Cit. T. 40. Págs.: 289-293.

[21] Lenin: «Sobre las cooperativas de consumo y de producción», Ops. Cit. T. 43. Págs.: 253-254.

[22] Lenin: «Sobre las concesiones y el desarrollo del capitalismo». Ops. Cit. T. 43. Págs.: 251-252.

[23] Lenin: «Tesis del informe sobre la táctica del Partido Comunista de Rusia». Ops. Cit. T. 44. Pág.: 8.

[24] Lenin: «Proyecto de tesis sobre el papel y las tareas de los sindicatos». Ops. Cit. T. 44. Pág.: 354.

[25] Lenin: «La nueva política económica y las tareas de los comités de instrucción pública». Ops. Cit. T. 44. Págs.: 180-181.

[26] Lenin: «El significado del materialismo militante». Ops. Cit. T. 45. Pág.: 24.

[27] Lenin: «A la primera conferencia internacional de comunistas cooperativistas». Ops. Cit. T. 45. Pág.: 271.

[28] Lenin: «Tesis sobre el Banco Cooperativo». Ops. Cit. T. 45. Pág.: 272.

[29] Lenin: » Discurso pronunciado en el pleno del Soviet de Moscú «. Ops. Cit. T. 45. Pág .: 323.

[30] Lenin : «Sobre las cooperativas». Ops. Cit. T. 45. Págs.: 385-393.

[31] Lenin: » Acerca del infantilismo «izquierdista» y del espíritu pequeñoburgués «. Obs. Cit. T. 36. Págs.: 291-324

[32] Mao: «Informe sobre la investigación del movimiento campesino en Junan». Obras Escogidas. Edti, Fundamentos. Madrid 1974. T. I. Págs.: 19-59.

[33] Cecilia Toledo: «Cooperativismo y control obrero de la producción. Lo que dicen los clásicos». En «Marxismo Vivo». Nº 7. Noviembre 2003.

[34] István Mészáros: «La teoría de la enajenación en Marx». Ciencias Sociales. La Habana. 2005. Pág.: 174.

[35] Ernest Bloch: «El principio esperanza». Edit. Aguilar. Madrid 1977. Vol. III. Pág.: 479

[36] Susana Neuhaus: «Discurso hegemónico: vaciamiento de la subjetividad, crisis, descomposición y recomposición de los vínculos (2002)». En «Hegemonía y emancipación. Fábricas recuperadas, movimientos sociales y poder bolivariano». Edic. Milenio Libre. Caracas 2006. Págs.: 112-115.

[37] Max Beer: «Historia general del socialismo y de las luchas sociales». Edic. Siglo Veinte. Buenos Aires. 1973.

[38] Jean Chesneaux: «Las tradiciones igualitarias y utópicas en Oriente». En «Historia General del Socialismo». Edic. Destino. Barcelona 1976. Vol. I Págs.: 27-53.

[39] Bai Shouyi (Coord.): «Breve Historia de China. Desde la antigüedad hasta 1919». Edic. Lenguas Extranjeras. Beijing 1984. Pág.:259.

[40] V. Zagladin (coord.):: «El movimiento obrero internacional». Edit. Progreso. Moscú 1982. T. 2. Pág.: 517.

[41] V. Zagladin (coord.): «El movimiento obrero internacional». Ops. Cit.. T. 3. Págs.: 480-484.

[42] I. Kriveliov: «Cristo: ¿Mito o realidad?». AC de la URSS. Moscú 1986. Págs.: 6-70.

[43] Karl Kautsky: «Orígenes y fundamentos del cristianismo». Edit. Latina. Págs.: 293 y ss.

[44] Franco Velásquez: «Protestantismo y poder político». MIR. 2008. Págs.: 19-42.

[45] Norman Cohn: «En pos del Milenio». Alianza Universal. Madrid 1981. Págs.: 186 y ss.

[46] Norman Cohn: «En pos del Milenio». Ops. Cit. Pägs.: 198 y ss.

[47] Ramiro Guerra y Sánchez: «Manual de historia de Cuba». Editorial Pueblo y Educación. La Habana 1985. Pág.: 7.

[48] Es mucha la bibliografía sobre las crecientes resistencias de los pueblos originarios contra el imperialismo, y muchas de ellas realizadas por pueblos que pertenecieron a sociedades, Estados e imperios que podemos incluir en lo que Marx definió como «sistemas nacionales de producción precapitalista». Sólo como ejemplo de esta bibliografía abundante, y sin entrar en polémicas, citamos a Hugo Blanco: «Lucha indígena: en defensa de la Madre Tierra y de su organización colectivista», en www.kaosenlared.net 9-11-2010; también: Anna Baltzer: «Resistencia indígena, desde Colombia hasta Palestina», en www.rebelion.org 20-09-2010

[49] Jesús María Herrera Salas: «El negro Miguel y la primera revolución venezolana». Vadell Hermanos. Venezuela 2003. Págs.: 71-93.

[50] Leoncio Cabrero Fernández: «Las culturas de la América austral». En Historia de la Humanidad. Arlanza Ediciones. Madrid 2000. Tomo 21. Pág.: 49.

[51] Pacho O’Donnell: «El Rey Blanco. La historia argentina que no nos contaron». Debolsillo. Buenos Aires 2004. Págs.: 125-127.

[52] Pacho O’Donnell: «El Rey Blanco…». Ops. Cit. Pág.: 186.

[53] Sergio Guerra Vilaboy: «Breve historia de América Latina». Ciencias Sociales. La Habana 2006. Pág.: 77.

[54] Pacho O’Donnell: «El Rey Blanco…». Ops. Cit. Pág.: 205.

[55] Alberto Acosta: «El Buen Vivir en el camino del post desarrollo. Una lectura desde la Constitución de Montecristi». Fundación Friedrich Ebert Ecuador. Octubre 2010

[56] Entrevista a Felipe Quispe «El Mallku». www.kaosenlared.net 05.09-2009

[57] Katu Arkonada: «Debate del Buen Vivir, una solución a la crisis de la civilización moderna». www.rebelion.org 07-04-2010, y Eduardo Gudynas: «Buen Vivir, un necesario relanzamiento». www.rebelion.org 16-12-2010

[58] Iñaki Gil de San Vicente: «¿Qué marxismo para las Américas? Del Bicentenario a la Segunda Independencia». Euskal Herria 16-10-2010 A libre disposición en Internet.

[59] Martín Juárez: «La Comuna de Oaxaca: un primer ensayo revolucionario». Rev. Estrategia Internacional. Nº 23. año XIV, diciembre 2006-

[60] La Cooperativa: «Historia del cooperativismo». www.serviccop.com

[61] Guillermo Cieza: «Borradores sobre la lucha popular y la organización».Manuel Suárez Editor. Avellaneda. Argentina 2006. Págs.: 152.

[62] François Houtart: «Deslegitimar el capitalismo. Reconstruir la esperanza». Edit. El perro y la rana. Caracas 2007. Págs.: 221 y ss.

[63] François Bedarida: «El socialismo inglés de 1848 a 1875». En «Historia General del Socialismo». Edit. Destino. Barcelona 1976. Vol. I. Págs.: 555-561.

[64] V. Zagladin (coord.): «El movimiento obrero internacional» Edit. Progreso. Moscú 1982. T. 2. Págs.: 458-459.

[65] Sadie Robinson: «La ocupación de la fábrica de automóviles de Flint: un ejemplo para hoy». www.enlacesocialista.org 1 de septiembre de 2009

[66] Lenin demuestra que: «la única revolución consecuentemente democrática respecto a cuestiones como las del matrimonio, el divorcio y la situación de los hijos naturales es, precisamente, la revolución bolchevique. Y ésta es una cuestión que atañe del modo más directo a los intereses de más de la mitad de la población de cualquier país. Sólo la revolución bolchevique por primera vez, a pesar de la infinidad de revoluciones burguesas que la precedieron y que se llamaban democrática, ha llevado a cabo una lucha decidida en dicho sentido, tanto contra la reacción y el feudalismo como contra la hipocresía habitual de las clases pudientes y gobernantes». En: «El significado del materialismo militante», Obras Completas, Edit. Progreso, Moscú 1984, t. 45, Pág.: 33

[67] Susan Faludi: «Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna», Anagrama, Barcelona 1993, Págs.: 95 y ss.

[68] Celeste Murillo: «Fábrica ocupada en Chicago». www.ft-ci.org 12 de diciembre de 2008

[69] La historia de la lucha de clases en EEUU es una de las más silenciadas y falsificadas de todo el mundo. Sin embargo, disponemos de estudios muy buenos que muestran que en las décadas de 1960-1970 las clases y naciones explotadas, los movimientos sociales y culturales, las mujeres, las reivindicaciones de todo tipo, fueron muy potentes: Howard Zinn «La otra historia de los Estados Unidos». HIRU, Hondarribia 1997. Págs.: 452-501. Rafael San Martin: «Biografía del Tío Sam». Ciencias Sociales. La Habana 2006. T. II. Págs.: 312 y ss. Ya desde comienzos de la década de 1960 la burguesía yanqui era consciente de que tenía que contraatacar con más fuerzas que la simple «caza de brujas» anticomunista, y la Administración Kennedy elaboró el Infome Iron Mountain, que tenía antecedentes similares aunque no tan estratégicos. Desde aquí, la burguesía yanque multiplicó sus medidas autoritarias y antipopulares que dieron un salto con la Administración Reagan y las posteriores.

[70] Naomi Klein: «La doctrina del Shock». Páidós. Barcelona 2007. Páhs.: 604-605.

[71] I. Garcia-Perrotes Escartin: «La huelga con ocupación de lugar de trabajo». Akal. Madrid 1981 Págs.: 13-65.

[72] Delicque, Moser y Féliz: «¿Combatiendo al capital? El caso de la recuperación de una empresa por sus trabajadores en Argentina». www.cubasigloxxi.org mayo 2004

[73] Julio C. Gambina: «Crisis capitalista y desafíos para el cooperativismo». www.cubasigloxxi.org Nº XCVII Diciembre 2009

[74] Omar Moretti: «Aumentan las fábricas recuperadas por sus trabajadores». www.rebelion.org 23-07-2009. Moretti se centra en la Argentina, país en el que la autogestión, la recuperación, el cooperativismo obrero, etc., habían resurgido con enorme durante la crisis de 2002, ascenso que no analizamos aquí por ser suficientemente conocido.

[75] Pere Rusiñol: «La crisis económica resucita la toma de fábricas». www.rebelion.org 08-11-2009. El autor dedica especial atención a la formación de cooperativas.

[76] Enric Duran: «Cooperativismo: Ataque frontal al control del estado». www.kaosenlared.net 11-08-2010

[77] OIT: «Cooperativas: más resistentes a la crisis». www.kaosenlared.nert 01-09-2010

[78] Jorge Marchini: «En la crisis argentina, economía y trueque». www.lafogata.org 7 de noviembre de 2002.

[79] Miguel Ángel Hernández Arvelo: «De nuevo sobre las cooperativas y la lucha por el socialismo». www.aporrea.net 6-noviembre-2003

[80] El Trocódromo: «¿Cómo funciona una cooperativa de trueque?» www.rebelion.org 23-11-2005

[81] Iñaki Gil de San Vicente: «Emancipación personal, solidaridad y revolución», a libre disposición en Internet

[82] Juan Kornblihtt: «Profetas de la autoexploración. Los límites de los micro-emprendimientos, las pymes y otras yerbas por el estilo». En «Contra la cultura del trabajo». Edic. RYR. Buenos Aires 2007. Págs.: 187-201.

[83] Ignacio Ramonet: «Arrebato social en Francia», www.rebelion.org 05-11-2010. Véase también: Danièle Cobet; «Huelgas obreras: elementos para un primer balance y propuesta para un programa de acción». Rev. Estrategia Internacional Nº 26. Marzo 2010. Págs.: 89-95.

[84] Glen Rikowski: «Combustible para el fuego vivo: ¡la fuerza de trabajo!». En «El trabajo en debate». Edic. Herramienta. Buenos Aires. 2009. Págs.: 215-241.

[85] Patricia Collado: «Trabajo y trabajadores. Los lugares sociales desde los cuales el trabajo resiste al capital». Revista Herramienta. Buenos Aires. Nº 44 Junio de 2010. Págs.: 89-104.

[86] G . Ferreira, M.B. Sopransi y D. Contartese: «Desbordando la categoría trabajo desde los movimientos sociales». Revista Herramienta. Buenos Aires. Nº 44 Junio de 2010. Págs.: 142-143.

[87] Atilio A. Boron: «Poder, «Contrapoder» y «Antipoder». En «Contra y más allá del capital». Edic. Milenio Libre. Caracas 2006. Pág.: 163.

[88] Roberto Massari: «Teorías de la autogestión». Edit. Zero-Zyx Barcelona 1977. Págs.: 15-35.

[89] François Badarida: «El socialismo utópico en las primeras etapas de la era industrial». En Historia General del Socialismo. Edc. Destino. Barcelona 1976. Vol. I. Págs.: 273-287.

[90] Ivon Bourdet: «Teoría y práctica de la autogestión». El Cid Editor. Caracas 1978. Págs.: 49-77.

[91] Victor Alba: «Los colectivizadores». Laertes. Barcelona 2001. Pág.: 171.

[92] AA.VV: «La autogestión a debate». Edicions 7×7. Barcelona 1976. Pág.: 58.

[93] Ratgeb: «De la huelga salvaje a la autogestión revolucionaria», Anagrama. Barcelona 1973. Págs.: 83-85.

[94] Mihailo Markovic: «Autogestión». En «Diccionario de pensamiento marxista». Edit. Tecnos. Madrid 1984. Pág.: 58.

[95] Pierre Broué: «Revolución en Alemania», Col. Betacinco. Barcelona 1973. T. I. Págs.: 209-224

[96] CODM: «Consejos de fábrica, consejos de zona y sindicatos en Italia». Materiales Cedos. Barcelona 1978. Págs.: 7-12.

[97] Mario Moretti: «Brigadas rojas». Akal. Madrid 2002. Pág.: 84

[98] Alessandro De Giorgi: «Tolerancia cero». Edit. Virus. Barcelona 2005. Págs.: 138 y ss.

[99] Fernando Aiziczon: «Expropiar Zenón». Rev. Herramienta. Buenos Aires. Nº 42. Octubre 2009

[100] Laura Meyer: «Investigación y praxis de los movimientos de resistencia». En «Hegemonía y emancipación». Ops. Cit. Págs.: 210-217.

[101] Laura Meyer: «Un análisis y un debate acerca de las ocupaciones de fábrica». En Rev. Lucha de Clases Nº 2 Abril 2004.

[102] Ernest Bloch: «El principio esperanza». Edit. Aguilar. Madrid 1979. T. II. Pág.: 189.

[103] Ernest Bloch: «El principio esperanza». Ops. Cit. T.II. Pág.: 191.

[104] Ernest Bloch: «El principio esperanza». Ops. Cit. T.II. Pág.: 192.

[105] Ernest Bloch: «El principio esperanza». Ops. Cit. T.II. Pág.: 193.

[106] AA.VV: «Grissinopoll: ¿Fábrica recuperada y nuevo espacio de socialidad?. En «Hegemonía y emancipación». Ops. Cit. Pág.: 251.

[107] Lenin: «Nuestra revolución». Obras Completas. Edit. Progreso. Moscú 1987. T. 45. Págs.: 394-398.

[108] Carlos Lanz Rodríguez (Recop.): «Antecedentes teóricos e históricos de un debate inconcluso. Consejo de Fábricas, Construcción del Socialismo, Control Obrero, Cooperativismo, Nacionalización, Autogestión, Producción socialista… «. www.aporrea.net 01-02-2007

[109] Jabier Lertxundi: «Cooperativismo socialista en Cuba». www.rebelion.org 5-enero-2002. La lectura de este texto debe permitirnos valorar las novedades y cambios acaecidos en estos años.

[110] Michael Lebowitz: «Lecciones de la autogestión yugoslava». «Ponencia presentada en el panel cerca del movimiento sindical en el Encuentro Mundial de Solidaridad con la Revolución Bolivariana en Caracas, Venezuela, 14 de abril de 2004» .

[111] Catherine Samary: «La autogestión yugoslava. Por una apropiación plural de los balances. Contra un entierro programado». www.vientosur.info febrero 2010.

[112] A. Mendizabal y Anjel Errasti: «Premisas teóricas de la autogestión». XI Jornadas de Economía Crítica. Bilbao Mayo 2008. Pág.: 11

[113] Adital: «Control Obrero y fortalecimiento del Movimiento de Fábricas Ocupadas en Brasil». www.lahaine.org 9-08-2010

[114] Sergio Gil: «El Poder Popular, las Comunas y el Socialismo Bolivariano». www.rebelion.org 28-06-2010

[115] Alexis Adarfio Marín: «Enemigos del control obrero». www.aporrea.net 27-06-2010

[116] Gabriel Kessler: «El sentimiento de inseguridad». Siglo XXI Argentina 2009. Págs.: 105-139.

[117] Erich Fromm: «El miedo a la libertad».Planeta-Agostini, Barcelona 1985, Págs.: 128 y ss.

[118] William F. Stone: «Manipulación del terror y autoritarismo», en Psicología Política, Valencia, Nº 23, 2001, Pág.: 8.

[119] Carlos Lanz Rodríguez: «Las operaciones de «The Rendon Group» centradas en la criminalización del Comandante Chávez«, VII Cumbre Social por

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