La pandemia de COVID-19 podría anticipar una (otra) recesión –el FMI ya la da por un hecho–, acelerar la crisis que ya discurría
Como por ensalmo, tirios y troyanos coinciden en algo: el desconcierto y el pánico por la pandemia de COVID-19 se han adueñado del planeta. Desde un reducto conservador, el diario argentino La Nación, pongamos por caso, se nos pinta un cuadro hiperrealista: Países paralizados, fronteras cerradas a cal y canto, histórico derrumbe bursátil, estrepitosas quiebras comerciales, desempleo en alza, millones de estudiantes sin clases, hospitales desbordados y una escandalosa ausencia de conexión política. A esta enumeración de entuertos ofrecida por la periodista Luisa Corradini, se suma, entre la miríada de bosquejos, apuntes, textos de cariz apocalíptico, la visión de Rafael Poch de Feliu, autor insertado en publicaciones de izquierda –entre ellas, la digital Rebelión–: Caen bolsas, se rompen cadenas mundiales de suministros y una recesión global está a la vuelta de la esquina.
Mas si los situados en la sección “diestra” del espectro político suelen apreciar el estropicio y el espanto generalizados como lógicas consecuencias de tamaño suceso natural, los ubicados en la “siniestra” se adentran en las condiciones histórico-concretas de la actual situación: el capitalismo. En buido comentario titulado “Coronavirus: En aguas desconocidas”, y tomado por Ctxt de su blog personal, Poch hurga en el meollo del régimen explayado en el orbe, el gran culpable, recordándonos que “según un informe de 2015 [no cita la fuente], hasta 56 países, ricos y pobres, recortaron sus presupuestos de sanidad tras la crisis financiera de 2008. Hoy esos recortes, como la disciplina presupuestaria en general, se hacen indefendibles. Para evitar los colapsos sanitarios hacen falta más dineros, si no se quiere poner en mayor riesgo el mismo Sanctasanctórum del templo capitalista, el sistema productivo. La virtud presupuestaria, antigua vaca sagrada, se convierte en una memez. ¿Nuevas condiciones para lo público y el keynesianismo?…”.
Paulatinamente, los reproches del articulista suben de tono. Se apasiona al argumentar el extendido aserto de que está ocurriendo “un duro golpe a la economía globalizada”, que juzga basada en la locura de la extrema movilidad-contaminación; en el frenesí por la búsqueda del menor costo salarial, de la santificación del low cost. Sí, esto supone “un golpe a su modo de vida excesivo, obeso y acelerado por la digitalización, con sus estreses y profusión de tesis, informes y pensamientos en 200 caracteres y 20 000 likes por minuto que jalonan […] la estupidez moderna”. Lo peor: no se vislumbra cuánto durará el pandemonio, ni adónde llegará. ¿Quedará en nada o en poca cosa?, se pregunta. Y se contesta que al menos se está enraizando la convicción de que no se puede vivir así. De que el sistema pasa de inhumano. “No sirve. No es viable para un futuro decente”.
He ahí el miedo
La progresiva conciencia de que la formación explayada no responde a la propia supervivencia de la especie resulta un mazazo a los más caros intereses de los menos, el uno por ciento de la Tierra, que aprovechan la debacle para desviar la atención de sucesos como –BBC Mundo los enumera– la explosión de inmigrantes, y la violencia contra estos, en Grecia; la tensión entre los Estados Unidos e Irán; y el que América atraviese por la mayor propagación en la historia de una dolencia que ha campeado más que la COVID-19, pero “calladamente”: el dengue (conforme a la OPS, en 2019 se registraron 3 139 335 casos –alrededor de seis veces por encima de 2018–, con 1 538 muertes).
¿Qué sucede, entonces con la algarabía actual? Convengamos en que la pandemia “de moda” merece una concienzuda batida, dadas su rapidez y las incertidumbres de su devenir. Pueden resultar atinadas previsiones como la de la agencia de calificación de riesgos S&P Global en el sentido de que el parón económico originado por las providencias tomadas por los estados para luchar contra el nuevo coronavirus implicará un estancamiento este año, con “agregados” como que “una caída en el flujo monetario y unas condiciones financieras mucho más estrictas, en paralelo a la sacudida provocada por el desplome de los precios del petróleo, afectarán la solvencia crediticia”.
A estas aseveraciones se les ayuntan las formuladas por expertos de la ONU, que vaticinan por obra y gracia del mayúsculo contagio un aumento de la economía mundial inferior a dos por ciento, lo que se traduciría en la pérdida de un billón de dólares, a diferencia de los pronósticos, oreados por el FMI en septiembre de 2019, de una tasa de expansión de 2,7 por ciento para 2020, de acuerdo con una nota de IPS. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad) considera incluso la posibilidad de que se ocasione “un escenario de catástrofe en que el crecimiento de la economía mundial alcance solamente 0,5 por ciento”, con lo que “estaríamos hablando de una pérdida para el período de dos billones (millón de millones) de dólares”.
Empero, asimismo reiteremos que algunos se están escudando en la COVID-19 para solapar verdades. Antes de su emergencia, la entidad suiza UBS, citada por Donovan Russo, de Yahoo Finanzas, proclamaba a los cuatro vientos que la humanidad caminaba por el filo de la navaja. “La economía mundial está al borde de una recesión, lo que podría hacer que los principales bancos centrales suavicen su política monetaria en respuesta. La guerra comercial entre Estados Unidos y China está extendiendo el miedo a una recesión global. Estimamos que el crecimiento global sería de 75 [puntos básicos] menor en los siguientes seis trimestres y que la curva de nivel se parecería a una leve ‘recesión global’ que rivalizaría en gravedad con la crisis de la deuda europea y el colapso del petróleo de mediados de los 80”.
Así que “leve recesión global”. Contradictoriamente, encontramos en Reuters, un analista que predijo el último sismo financiero, Jesse Colombo, alertó de que la serie de burbujas que estallarán en los mercados tiene raíces anteriores. “El ciclo ya está muy avanzado, y el coronavirus es básicamente un golpe doble. Pero ya estábamos avanzando hacia la recesión antes de que alguien hubiera oído hablar del coronavirus. Por muy malo que fuera el 2008, lo que vendrá será peor, porque ahora hay mucha más deuda: casi 100 billones de dólares en deuda nueva”.
Desde la izquierda
En Ganas de escribir y Rebelión, Juan Torres López hace galas de claridad medular. Sus interrogantes resuenan en los tímpanos más renuentes al sonido diáfano. ¿Un simple virus alcanza a “poner en solfa” a la especie entera? ¿Una economía universal tan potente y asentada estaría en peligro por ese motivo? ¿Se vendrían al suelo las bolsas solo por el efecto de esta propagación? ¿Qué está pasando y qué puede pasar? ¿Por qué tanta alarma?
Aquí viajamos a la semilla. Regresamos al hontanar. O sea, se comprueba una hipótesis, o más bien se concluye un teorema. El “inconveniente” descansa en “un sistema complejo en el que un fallo aparentemente sin demasiada importancia puede reactivar otros fallos hasta ahora latentes o medio controlados. Y es esa conjunción de factores lo que va a crear una situación nueva y que representa un peligro muy serio”.
“Cancaneo” erigido en lo que prometía, un “fallo único y estructural”, un “problema económico hasta ahora desconocido en la época del capitalismo globalizado y neoliberal. Y las recetas que los gobiernos y las autoridades monetarias han venido utilizando no les van a servir. Ahora tendrían que pensar ‘al revés’ de como lo han hecho […] desde hace décadas y eso no les va a resultar fácil. No tienen soluciones porque ni siquiera se pueden imaginar cuál es la naturaleza del problema que tienen por delante. De ahí que estén desorientados y sin saber bien qué hacer. El virus es la pequeña mariposa de la teoría del caos: el suave movimiento que producen sus alas en una esquina del planeta se está empezando a traducir en una tempestad a miles de kilómetros. La gente lo intuye con más sabiduría que los políticos y economistas que siguen creyendo que sólo se trata de tomar medidas sanitarias acompañadas de otras cuantas económicas convencionales, cuando el peligro verdadero está en otro lado, en los fallos estructurales del sistema que el virus puede haber reactivado ya”.
Por su lado, Claudio Katz asegura, en la socorrida Rebelión, que el mal desalado detonó las fuertes tensiones previas de los mercados y las enormes anomalías que acumula la formación en su etapa presente. Acentuó una desaceleración que ya había debilitado a Europa y jaqueaba a los Estados Unidos. “El divorcio entre esa retracción y la continuada euforia de las bolsas anticipaba el estallido de la típica burbuja, que periódicamente infla y pincha Wall Street. El coronavirus ha precipitado ese desplome, que no obedece a ninguna convalecencia imprevista. Sólo repite la conocida patología de la financiarización”. La economía capitalista genera esos temblores y ninguna vacuna puede atemperar las convulsiones que desata la ambición por el lucro. Pero la miseria, el desempleo y los sufrimientos populares que provocan esos terremotos han quedado diluidos por el terror que suscita la pandemia. “Tsunami” al que antecedió un mayúsculo incidente: dos grandes productores, “(Rusia y Arabia Saudita) y un jugador de peso (Estados Unidos) disputan la fijación del precio de referencia del combustible. Esa rivalidad quebrantó el organismo que contenía la desvalorización del crudo (OPEP más 10)”.
Y, en ese contexto, la “inundación” del hidrocarburo, que precipita su devaluación, constituye un eslabón de una disfunción evidente. El “sobrante” de mercancías –extendido a los insumos y las materias primas– ha devenido causa primordial de la gran batalla que enfrenta a EE.UU. con China. Los dos principales determinantes de la crisis actual –financiarización y sobreproducción– atañen a todas las firmas, “que empapelaron con títulos los mercados o se endeudaron, para gestionar los excedentes invendibles. El coronavirus es totalmente ajeno a esos desequilibrios, pero su aparición encendió la mecha de un arsenal saturado de mercancías y dinero”.
Además –la serpiente se muerde la cola, en un ciclo que se antoja infinito–, ciertas transformaciones de los últimos cuarenta años influyen en la magnitud de la epidemia. La urbanización, el hacinamiento de la población multiplican la diseminación de los gérmenes, a lo que se adiciona el que la globalización ha incrementado de manera exponencial el número de viajeros y la consiguiente trasmisión a todos los confines. Si el Sistema ha “estandarizado” vertiginosamente innúmeras prácticas (lucrativas), no lo ha hecho con la salubridad. Por el contrario, con las privatizaciones y los ajustes fiscales se ha afianzado la desprotección frente a dolencias que se ensanchan con inusitada velocidad, remarca Katz. Esto, sin contar la destrucción del hábitat de especies silvestres para forzar la industrialización del sector agropecuario, devastación ecológica que ha creado las condiciones para la mutación rauda o la fabricación de virus.
“En la crema del establishment el coronavirus ya recreó el mismo temor que invadió a todos los gobiernos durante el colapso financiero del 2008. Por eso se repiten las conductas y se prioriza el socorro de las grandes empresas. Pero existen muchas dudas sobre la eficacia actual de ese libreto. Con menores tasas de interés se intenta contrarrestar el desplome del nivel de actividad. Pero el costo del dinero ya se ubica en un piso que torna incierto el efecto reactivador del nuevo abaratamiento. Las mismas incógnitas generan la inyección masiva de dinero y la reducción de impuestos. El dólar y los bonos del tesoro de Estados Unidos se han convertido nuevamente en el principal refugio de los capitales, que buscan protección frente a la crisis. Pero la primera potencia está comandada en la actualidad por un mandatario brutal, que utilizará esos recursos para el proyecto imperial de restaurar la hegemonía norteamericana”.
Razón por la cual, en opinión del perito, reina una total ausencia de coordinación ante el “síncope”. La sintonía que exhibía el G-20 ha sido reemplazada por las decisiones unilaterales de las potencias. Se ha impuesto un principio defensivo de salvación a costa del vecino. No únicamente los Estados Unidos definen medidas sin consultar a Europa (suspensión de vuelos), sino que los propios integrantes del Viejo Continente actúan por su cuenta, olvidando la pertenencia a una asociación común. Todas las nefastas consecuencias de la mundialización en el añoso marco de los estados nacionales afloran hogaño.
Nadie sabe cómo lidiará con este escenario el capitalismo, cuya pertinaz disminución de la tasa de incremento es atribuida por publicitados tanques pensantes, señaló Alejandro Nadal en La Jornada, a factores externos: ora al debilitamiento del ritmo del cambio técnico, ora a los desastres naturales, ora a líneas incorrectamente concebidas y aplicadas. Narrativa complicada con la crisis de 2008, desde cuando ha resultado difícil ignorar la especulación financiera, el ciclópeo endeudamiento, la abismal desigualdad entre territorios prósperos y no tales. “La realidad es que la economía mundial está regresando al sendero de estancamiento, inestabilidad y propensión a las crisis que siempre le ha caracterizado. La economía estadounidense apenas puede mantener una tasa de crecimiento de 2 por ciento y Japón y Europa a duras penas consiguen tasas de crecimiento de 1 por ciento…”
Naomi Klein refiere, en entrevista con Vice, que su término de “capitalismo de desastre” alude al modo como la burguesía procura beneficiarse a toda vela. Que la especulación de las catástrofes y de la guerra no significa un concepto inédito, aunque realmente se profundizó bajo la administración de Bush después del 11 de septiembre, cuando la Casa Blanca “declaró este tipo de crisis de seguridad interminable, y simultáneamente la privatizó y externalizó”, esto último con “la invasión y ocupación de Irak y Afganistán”. Así que la “doctrina del shock” representa “la estrategia política de utilizar las crisis a gran escala para impulsar políticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las elites y debilitan a todos los demás. [Hoy] el shock es realmente el propio virus. […]” Y “va a ser explotado para rescatar a las industrias que están en el corazón de las crisis más extremas que enfrentamos, como la crisis climática: la industria de las aerolíneas, la industria del gas y el petróleo, la industria de los cruceros”.
Klein considera que, ante fatídicos acontecimientos, o retrocedemos y nos desmoronamos, o hallamos reservas de fuerzas y compasión que no nos imaginábamos capaces de poseer. “Si no nos cuidamos los unos a los otros, ninguno de nosotros estará seguro. Estamos atrapados. Diferentes formas de organizar la sociedad promueven o refuerzan diferentes partes de nosotros mismos. Si estás en un sistema que sabes que no cuida de la gente y no distribuye los recursos de forma equitativa, entonces la parte de ti que acapara se reforzará. Así que ten en cuenta eso y piensa en cómo, en lugar de acaparar y pensar en cómo puedes cuidarte a ti mismo y a tu familia, puedes hacer un cambio y pensar en cómo compartir con tus vecinos y ayudar a las personas que son más vulnerables”.
Tal lo hace la Cuba que, en medio de la eclosión de la COVID-19, apunta Julio C. Gambina, se prodiga no solo en atender, desde sus desarrollos tecnológicos, médicos, la urgencia en su interior, sino de intervenir con gran efectividad en el tratamiento y la búsqueda de soluciones definitivas en el exterior. Cuán distinta sería su contribución de no sufrir el bloqueo genocida de EE.UU., se duele el economista argentino, al que, como a nosotros, nada ni nadie le hará creer el mito, la prefabricada leyenda de la excepcionalidad de factores exógenos y sorpresivos en la implosión del injusto statu quo.