Desde 2009 estamos asistiendo a la mayor crisis global del capitalismo en sus varios siglos de existencia. Éste sistema se ha caracterizado siempre por las crisis periódicas, pero todo parece indicar que la actual no es una más, sino la última, es decir, el inicio de la agonía de un enfermo terminal que tiene los […]
Desde 2009 estamos asistiendo a la mayor crisis global del capitalismo en sus varios siglos de existencia. Éste sistema se ha caracterizado siempre por las crisis periódicas, pero todo parece indicar que la actual no es una más, sino la última, es decir, el inicio de la agonía de un enfermo terminal que tiene los días contados. Y es que el capitalismo neoliberal, una especie de totalitarismo económico como afirma Juan Pedro Viñuela, nos está llevando a un callejón sin salida, es decir, a altas cotas de desigualdad en el mundo y al agotamiento de los recursos. Es obvio que las reservas naturales del planeta son limitadas mientras que el capitalismo se basa en el consumo ilimitado, un modelo absolutamente insostenible que nos terminará pasando factura. La subida especulativa de los precios de los alimentos, así como el cambio climático pueden provocar gravísimos daños en un futuro no muy lejano.
La globalización ha provocado que la crisis se haya extendido a nivel planetario, afectando no solo a los países desarrollados sino muy especialmente a los subdesarrollados. Es paradójico que la globalización haya mundializado los males de las economías desarrolladas pero no su estado del bienestar, pues la brecha entre el Norte y el Sur es cada vez mayor. Y como ha advertido Josep Fontana, esto no es fruto de la casualidad sino de la imposición de unas reglas comerciales desventajosas para los segundos. Para colmo la crisis de Occidente está paralizando o disminuyendo las ayudas al desarrollo, a la par que suben peligrosamente los precios de los alimentos. Según la FAO, en el África Subsahariana casi la mitad de la población vive al límite de la subsistencia por lo que, con el encarecimiento del precio de los alimentos básicos, se puede generar un auténtico drama alimentario. Ello justifica la proliferación en los últimos tiempos de motines, revoluciones y protestas populares que amenazan la estabilidad de muchos gobiernos, la mayoría de ellos tiránicos u oligárquicos.
El colapso civilizatorio llegará antes o después, quizás en pocas décadas. Progresivamente se irán agotando los recursos energéticos y minerales, aumentando las luchas por las pocas reservas que vayan quedando. En un ambiente de precariedad económica para cientos de millones de familias de todo el mundo, es posible que los regímenes políticos democráticos desaparezcan para dar lugar a otros totalitarios. Y no sólo en el Tercer Mundo sino también en Occidente. En este sentido, Tzvetan Todorov ha advertido en una reciente entrevista que estamos a pocos lustros del retorno de los totalitarismos a una Europa que erróneamente se cree vacunada frente a ellos.
Y ante todo este problema que se nos avecina, ¿qué soluciones están dando los grandes poderes mundiales? Pues poca cosa, entre otros motivos porque parten de la base de negar que se trate de una crisis sistémica. Y siendo el diagnóstico erróneo, simplemente se limitan a colocar parches para que el sistema siga funcionando, aunque sea defectuosamente. Y lo peor de todo es que el remedio está consistiendo en una restricción progresiva de los gastos en servicios sociales. Es decir, más de lo mismo, más capitalismo y más neoliberalismo. Unas políticas que a corto o medio plazo terminarán desmontando el estado del bienestar que hasta estos momentos había sido uno de los signos de identidad de la vieja Europa.
Yo creo, de acuerdo con Eric Hobsbawn, que es necesario releer al filósofo alemán Karl Marx si no para aplicar su doctrina, al menos para inspirarnos en su filosofía. Todavía en pleno siglo XXI nos puede ofrecer algunas de las claves necesarias para superar la grave situación en la que estamos inmersos. Antes o después, el capitalismo se autodestruirá y, cuando esto ocurra, será necesario tener muy presente sus ideas de justicia social. Sin duda, Marx acertó de pleno cuando destacó las contradicciones del sistema, aunque se equivocó cuando sostuvo que sería la revolución proletaria la responsable directa de su caída. No parece que vaya a ser así; el capitalismo caerá fruto de sus propias contradicciones internas.
Algunos pensadores ya empiezan a hablar de posibles alternativas. Interesante es la propuesta ecosocialista, un sistema aún no ensayado que se basaría, por un lado, en el decrecimiento sostenible y, por el otro, en la redistribución de la riqueza a escala planetaria. Obviamente, en estos momentos el éxito de este proyecto, o de cualquier otro alternativo, es impensable porque debería ir precedido de una revolución ética. Tras la crisis económica subyace un déficit crónico de valores; ya no quedan ideologías, ni vocaciones profesionales, ni soñadores. El mundo esta vacío, lleno de gente desilusionada que, en el mejor de los casos, sólo busca ganar lo suficiente para satisfacer su afán consumista. En estas circunstancias es difícil el cambio, pero, habrá que tener esperanza. Nadie dijo que sería fácil sino todo lo contrario. El camino será extremadamente duro pero, antes o después, nos veremos obligados a recorrerlo, con mayor o menor sufrimiento por parte de la humanidad.
LECTURAS RECOMENDADAS:
Fernández Durán, Ramón: La quiebra del capitalismo global, 2000-2030. Madrid, Virus, 2011.
Fontana, Josep: Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945. Barcelona, Pasado & Presente, 2011.
Hobsbawm, Eric: Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo 1840-2011. Barcelona, Crítica, 2011.
Reinert, Eric S.: La globalización de la pobreza. Barcelona, Crítica, 2007.
Stiglitz, Joseph: Free Fall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy . Londres, Allen Lane, 2010.
Viñuela Rodríguez, Juan Pedro: Escritos desde la disidencia. Villafranca de los Barros, Imprenta Rayego, 2011.
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