Comenzó su camino de artista reflejando en sus grabados a los campesinos de severo rostro y afilado perfil, retratando después a los emigrantes con sus maletas de cartón atadas con una cuerda camino de Europa. Acompañando las más diversas iniciativas culturales, trazó más tarde con su delicado dibujo la galería de los grandes escritores, intelectuales […]
Comenzó su camino de artista reflejando en sus grabados a los campesinos de severo rostro y afilado perfil, retratando después a los emigrantes con sus maletas de cartón atadas con una cuerda camino de Europa. Acompañando las más diversas iniciativas culturales, trazó más tarde con su delicado dibujo la galería de los grandes escritores, intelectuales y artistas andaluces (Francisco Giner de los Ríos, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Pablo Picasso, Federico García Lorca, Rafael Alberti), abriendo por último sus pinceles a la naturaleza de la Serranía, a sus pájaros, nubes y árboles, junto a los rincones de las calles y plazas de Ronda, la ciudad mágica colgada del Tajo en la que vivió buena parte de su vida y en la que acaba de morir Cristóbal Aguilar Barea a los 80 años de edad.
Su talento artístico se conformó y profundizó siguiendo los pasos de un lento aprendizaje iniciado con once años en la Escuela de Artes y Oficios y continuado en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla, especializándose en grabado durante los años 1960-1963 en la Residencia de El Paular (Segovia) y en xilografía y litografía con el artista manchego José Ortega en París. Su fama va ligada al grupo andaluz «Estampa Popular» del que formó parte junto a Francisco Cuadrado y Francisco Cortijo y que se dio a conocer en una exposición celebrada en Sevilla a finales de 1960 donde el expresionismo estético de sus creadores reflejaba la denuncia social silenciada por el franquismo. Después de pasar por una galería en Madrid, los grabados acabaron incautados por la policía en Bilbao tras prohibir un juez su exposición en el Ateneo de esa ciudad vasca.
Una obra memorable de Cristóbal que merece ser recordada fue el cartel anunciador del Homenaje a Antonio Machado en Baeza del año 1966, grabado en madera tallada al hilo y después reproducido en imprenta. A pesar de haber sido apoyado por una prestigiosa comisión de honor en la que figuraban ilustres nombres de nuestra literatura como Vicente Aleixandre, Antonio Buero Vallejo, Miguel Delibes, Gabriel Celaya, Salvador Espriu y Jaime Gil de Biedma, entre otros, y de tener como objetivo último la colocación de un busto del poeta realizado por el escultor aragonés Pablo Serrano, el acto fue brutalmente reprimido por la policía con heridos y detenidos entre las personas que se habían desplazado hasta esta ciudad andaluza desde distintos puntos de la península.
A partir de 1962, Cristóbal refundó el grupo inicial ampliándolo a nuevos artistas como Manuel Baraldés, Enrique Acosta, Nicomedes Díaz, Luis Vargas y Pedro Guerrero, entre otros, con el nombre de «Estampa Popular de Sevilla». Como línea general de actuación, inspirada por él mismo, los miembros del nuevo grupo dejaron de lado la vía comercial y las galerías de arte para exponer solo en centros públicos: escuelas, asociaciones de vecinos, barrios obreros, centros culturales, Institutos y Universidades. «Entendíamos el arte como protesta inteligible para todos y dirigido a la inmensa mayoría», declaró más tarde. En una exposición colectiva de los diversos grupos españoles de Estampa Popular celebrada el año 1996 en el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno), los organizadores subrayaron con acierto «la fuerza y la energía de unas individualidades extraordinariamente marcadas por una sensibilidad especial ante las injusticias sociales, por su pasión hacia los procedimientos del grabado y por su aliento poético».
De padre carpintero y madre alfarera, había mucho en su obra artística del trabajo bien hecho de los artesanos. Nacido en Sevilla, nunca olvidó sus orígenes sociales y siempre luchó con la palabra, con el pincel y sobre todo con su testimonio personal por la emancipación de las clases populares. Menudo de talla, delgado de cuerpo, de pelo negro y grandes ojos oscuros, me recordaba el autorretrato del joven Velázquez que se conserva en el Museo del Prado, de inconfundible aire morisco. Su suave acento sevillano había recogido con los años algo de la fuerte aspiración serrana. Atraía a quien a él se acercaba por su sencillez en el trato, una exquisita amabilidad y su permanente sonrisa.
Amigo de todos, tolerante en sus ideas y generoso con su tiempo, formó a más de una generación de estudiantes como profesor de dibujo en el Instituto de Enseñanza Media «Pérez de Guzmán» de Ronda donde creó los estudios nocturnos y dio clases de dibujo, tallado de planchas, pintura, cartelística, cerámica y mosaico. Incansable como animador cultural en Andalucía, han sido múltiples las iniciativas sociales y políticas del más variado origen (centros docentes, asociaciones vecinales, centros culturales, Comisiones Obreras, Partido Comunista e Izquierda Unida) que han llevado como ilustración los dibujos y grabados de Cristóbal. Unas veces en tono humorístico, como las «Aleluyas Referendum 86» contra la entrada de España en la OTAN, y otras en tono trágico como la xilografía titulada «Cabeza del Che muerto» (1967) que según el historiador del arte Francisco Palomo «es la obra más dramática de Cristóbal que conozco. En vez de perfilar, la gubia ha mordido y picoteado muescas, arañazos y puntazos para expresar la muerte violenta que sufrió el guerrillero».
Lo conocí en los años 70 y coincidimos en la lucha política dentro del PCE, llegando incluso a integrarnos en la lista por Málaga en las primeras elecciones democráticas. A pesar de la distancia geográfica, él en Ronda y yo en Madrid cuando me incorporé a la UNED, mantuvimos siempre la amistad, también el contacto personal, unas veces en Ronda y otras en Sevilla, y la correspondencia fija todas las navidades. Me descubrió en paseos inolvidables la Sevilla popular, sus barrios humildes, sus antiguas mezquitas, sus iglesias barrocas… y sus escondidas tabernas. Sentía el flamenco con viva emoción. Admiraba el toreo clásico de Antonio Ordóñez (como el principal filósofo marxista español, Manuel Sacristán) y, por supuesto, en fútbol era aficionado del Betis.
No aspiró a ningún cargo político. «No me interesa la política más que como medio de lograr justicia y libertad», declaró en una entrevista de 2002. Por eso, iniciada la Transición con los altibajos conocidos en el plano social, continuó apoyando hasta el final de su vida las justas reivindicaciones de los trabajadores y de las clases populares, en especial de los jornaleros y campesinos, dando ejemplo al mismo tiempo como profesor entregado a la enseñanza , ciudadano comprometido y artista del pueblo.
La Ronda andalusí, la Ronda de los escritores románticos del siglo XIX, la Ronda redescubierta por Rilke, la Ronda de los cantes flamencos, necesitaba un pintor que la recreara y la inmortalizara con el pincel, la pluma y la gubia en lienzo, papel, madera o cerámica. Éste ha sido Cristóbal Aguilar, paisajista enamorado de la ciudad del Tajo, comunista «franciscano» que se levantaba al amanecer para pintar sus rincones silenciosos y su campo transparente, o como él mismo se definía, «hermano de la luz del alba», tomando de Antonio Machado su elogio del rondeño Giner de los Ríos. El alma melancólica de Ronda vivirá en el arte de Cristóbal, un andaluz de raro talento, modesto y fraternal, incansable en su trabajo de raíz popular, cuyo legado irá unido para siempre a la Serranía en la que vivió y murió.
Andrés Martínez Lorca es catedrático emérito de Filosofía.
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