1. Las teorías deben ser como telescopios o como microscopios, para ver lo que a simple vista no puede verse, por ser muy pequeño o por estar muy lejano. Pero el texto de Juan Carlos García, La nueva ciencia de la democracia, publicado en Rebelión el 11 de noviembre del año en curso, sirve para […]
1. Las teorías deben ser como telescopios o como microscopios, para ver lo que a simple vista no puede verse, por ser muy pequeño o por estar muy lejano. Pero el texto de Juan Carlos García, La nueva ciencia de la democracia, publicado en Rebelión el 11 de noviembre del año en curso, sirve para todo lo contrario: para empañar nuestra visión del mundo. Hay abuso de categorías filosóficas empleadas de modo especulativo, esto es, categorías que no giran en torno a la realidad sino en torno representaciones arbitrarias. Y lo que es peor: no hay definiciones previas de los conceptos que se emplean. Y las afirmaciones, una buena parte de ellas, son gratuitas, no frutos de razonamientos bien fundamentados. Aunque estas valoraciones puedan resultar muy categóricas y duras, las hago por el bien de la lucha de ideas y la causa del socialismo.
2. Veamos un primer ejemplo. En el apartado dedicado a «Multitudes: Máquinas Deseantes y Nómadas», Juan Carlos García dice lo siguiente: «Seguimos en esto al Marx de los Manuscritos de 1844 y de los Grundrisse: el desarrollo de las fuerzas productivas cobra vida propia frente a la composición orgánica del capital en su versión de capital variable». Hablemos, en primer lugar, de las fuerzas productivas del trabajo. Su desarrollo implica que con la misma masa de trabajo se produce más mercancías que en el estadio técnico anterior. Visto de manera práctica: en las empresas veremos que han aumentado la maquinaria y las materias primas mucho más que lo que ha aumentado el número de obreros empleados. Dicho de otra forma: en cada mercancía producida, al aumentar el desarrollo de las fuerzas productivas, el trabajo pasado será mayor que el trabajo nuevo. La competencia entre los capitalistas es lo que hace que las fuerzas productivas se desarrollen incesantemente y sin control. Hablemos ahora de la composición orgánica del capital. Mejor que hable Marx: «La composición orgánica del capital depende en todo momento de dos factores: en primer lugar, de la relación técnica de la fuerza de trabajo empleada con la masa de los medios de producción empleados, en segundo lugar, del precio de estos medios de producción». Como podrá observar el lector, la composición orgánica del capital sirve para expresar el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, puesto que se formula como la relación técnica que existe entre la masa laboral empleada y los medios de producción empleados. Comparemos dos composiciones orgánicas distintas del capital. En una industria la inversión en capital constante asciende a un millón de euros, y la inversión en capital variable asciende igualmente a un millón de euros. Hay una proporción de 1 a 1 entre el capital constante y el capital variable. En otra industria la inversión en capital constante asciende a tres millones de euros, mientras que la inversión en capital variable sólo asciende a dos millones de euros. Hay una proporción de tres a dos entre el capital constante y el capital variable. Si comparamos la segunda industria con la primera, podremos decir lo siguiente: mientras el capital constante se ha triplicado, de un millón de euros ha pasado a tres, el capital variable sólo se ha duplicado, de un millón de euros ha pasado a dos. Es evidente que la segunda industria tiene una composición orgánica del capital más avanzada que la primera industria, puesto que la parte que representa capital constante es proporcionalmente superior a la que representa el capital variable respecto de la primera industria. Dicho de otro modo: la segunda industria representa una fase del desarrollo de las fuerzas productivas superior a la que representa la primera industria. Resumiendo: el desarrollo de las fuerzas productivas significa que se necesita cada vez menos masa de trabajo para poner en movimiento la misma masa de medios de producción, y la composición orgánica del capital expresa la relación técnica entre esos dos lados: la masa de trabajo y la masa de los medios de producción. Por lo tanto, no tiene ningún sentido afirmar que las fuerza productivas cobran vida independiente frente a la composición orgánica del capital, puesto que esta última expresa el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Hablar de la composición orgánica del capital es hablar del nivel del desarrollo de las fuerzas productivas. Así que la afirmación de Juan Carlos García es fruto de la especulación, de la falta de control riguroso de los conceptos que se emplea, del juego libre y arbitrario de la representación. En esa misma cita Juan Carlos García habla de «la composición orgánica del capital en su versión de capital variable». Esta frase carece de sentido, puesto que la composición orgánica del capital debe siempre expresarse como una proporción determinada entre el capital constante y el capital variable. El capital variable no puede ser en ningún caso la versión de la composición orgánica del capital, puesto que el capital variable aisladamente no puede expresar la composición orgánica del capital. Si sé que en una determinada industria se está empleando 100 trabajadores con una jornada labora de 8 horas, no puedo saber de ningún modo cuál es la composición orgánica del capital de esa industria. Necesito saber cuánto es el capital constante que esos 100 trabajadores ponen en movimiento para responder a esa cuestión. Así que queda claro que la expresión «composición orgánica del capital en su expresión de capital variable» no tiene sentido o es un sinsentido. Aquí vuelve a operar la especulación.
3. Veamos un segundo ejemplo. En el mismo apartado del ejemplo anterior, Juan Carlos García dice lo siguiente: «La expresión máquina refiere el hecho real de que los hombres y mujeres tienden a realizarse autónomos en la producción, fuera de las relaciones contractuales con la fábrica modernista». Empecemos por decir que el contrato, la relación contractual, es la expresión jurídica de la relación económica entre el trabajador y el capitalista, donde el primero vende al segundo su fuerza de trabajo por un tiempo determinado. Si yo dejo fuera o aparto la relación contractual entre el capitalista y el trabajador, debo dejar fuera la relación económica entre el capitalista y el trabajador. Puesto que la relación económica constituye el contenido de la relación contractual. Por lo tanto, si aparto la relación contractual, aparto el contenido de esa relación contractual, esto es, la relación económica entre capitalista y trabajador. Y si dejamos de lado la relación económica entre capitalista y trabajador, no sé cómo podemos hablar del trabajador en la producción. Pero si hablamos del trabajador, sea hombre o mujer, en la producción, debemos hablar de la relación económica entre el trabajador y el capitalista. Al menos que no se esté hablando de una producción capitalista, pero en tal caso estaríamos hablando entonces de la producción socialista o no estaremos hablando de nada real ni existente. Y cuando no se habla de lo real y existente, se está especulando. La primera parte de aquella afirmación, donde se habla de que «los hombres y las mujeres se realizan autónomamente en la producción», no llego a entenderla. En el trabajo hay personas que se realizan y personas que no se realizan. Y como dijera Marx en su tiempo: todo el mundo huye del trabajo como de la peste. En segundo lugar, los que se «realizan» autónomamente en la producción son en todo caso los trabajadores autónomos, los que trabajan por cuenta propia, pero quienes trabajan para otro, y esta es la situación que vive la mayoría de los trabajadores, no se «realizan» autónomamente en la producción. De todos modos la realización del hombre como tal hombre no se encuentra en el trabajo, sino en la reducción del trabajo necesario, en el aumento del tiempo que queda a libre disposición del trabajador. En los grandes supermercado hay cajeras que llegan al trabajo a las siete y media de la mañana, descansan a las dos, entran de nuevo a las cuatro y salen a las nueve y media. Y las que viven un poco alejadas del trabajo, salen de su casa a las siete horas de la mañana y regresan a las once. Es obvio, que en el caso de las cajeras de los hipermercados el trabajo se presenta como clara desrealización. Estas son las personas que sueñan con ganarse un día una buena suma de dinero en un juego de azar y abandonar para siempre el desrealizador y deshumanizante trabajo.
4. Veamos un tercer ejemplo. En el apartado titulado «Democracia Insurgente y Micropolíticas de Liberación», Juan Carlos García se expresa en los siguientes términos: «La democracia de la multitud necesita una «nueva ciencia», que es un nuevo paradigma para confrontar esta nueva situación. La primera y principal agenda de esta nueva ciencia es la destrucción de la soberanía a favor de la democracia (…) El proyecto de democracia debe hoy desafiar todas las formas existentes de soberanía como precondición para establecer la democracia». El imperialismo, sobre todo el que ejerce EEUU y Europa Occidental, se basa en no respetar la soberanía de los pueblos extranjeros a decidir libremente su destino histórico. Y Cuba sabe muchísimo de esto: EEUU y Europa Occidental se niegan a aceptar que el pueblo cubano es libre en la determinación de su destino histórico. No respetan la soberanía nacional del pueblo cubano. Y en consecuencia no respetan a su presidente: Fidel Castro. El imperialismo de EEUU y Europa Occidental se caracteriza porque se arrogan el derecho, como principio de justicia que está por encima de la soberanía de los pueblos, de poder injerirse en los asuntos internos de otros países. ¿Y cuál es la excusa para cometer esas injerencias? La democracia. La democracia es un arma diplomática e ideológica que los mandatarios de EEUU y Europa Occidental usan para injerirse en los asuntos internos de otros países. La democracia, sin duda, es un sistema de gobierno, pero en la arena internacional es un potente mecanismo ideológico que los imperialistas emplean para someter la voluntad de los pueblos extranjeros. Así que el imperialismo actualmente existente se caracteriza por no respetar la soberanía nacional de otros pueblos con la excusa de que quieren llevarlos a la democracia. ¿Y esto que practica el imperialismo, que constituye su quintaesencia, no es lo mismo que expresan Hardt y Negri, por boca de Juan Carlos García, cuando dicen que hay que destruir la soberanía a favor de la democracia y que hay que desafiar todas las formas existentes de soberanía como precondición para establecer la democracia? Pues sí, es lo mismo. Lo que sucede es que se presenta como tarea de «la multitud» lo que es el quehacer del imperialismo de EEUU y Europa Occidental. Se metamorfosea e idealiza el quehacer imperialista. Juan Carlos García podrá argumentar que el concepto de democracia de Hardt y Negri no coincide con el concepto de democracia dominante en EEUU y Europa Occidental. Pero yo le responderé que justamente como el concepto de democracia dominante es el concepto de democracia capitalista, es inevitable que las palabras de Hardt y Negri se entiendan mayoritariamente de acuerdo con el concepto capitalista de democracia. Y el lenguaje, sin duda alguna, es un aspecto fundamental en lucha de clases actual. Así que hay que cuidarlo mucho. Nuestras palabras, las de la izquierda radical, no deben ser confundidas con las palabras de los imperialistas, no debemos idealizar el quehacer imperialista metamoforseándolo como tarea de «la multitud». Resulta curioso que Juan Carlos García quiera presentar las tareas de la «multitud», diseñadas por Negri y Hardt, como diseño de factura leninista. Ilích Ulianov defendió siempre el derecho de los pueblos a decidir libremente su destino histórico, el derecho a su libre determinación, y además lo percibió como uno de los eslabones débiles del imperialismo. Negri y Hardt, por el contrario, hablan de liquidar la soberanía a favor de «la nueva democracia». Es evidente, por lo tanto, que Hardt y Negri no tienen nada de leninistas.
5. Veamos un cuarto ejemplo. En el mismo apartado dedicado a «Multitudes: Máquinas Deseantes y Nómadas», Juan Carlos García dice lo siguiente: «Los hombres máquina son también explotados, subsumidos en las lógicas del mercado y del dinero. Máquina, igualmente, significa que el trabajo es social: por la propia riqueza colectiva la comunicación de las fuerzas productivas objetiva complementariedades entre sí. Adiós a la antigua teoría del valor trabajo medible en el tiempo de trabajo socialmente necesario». Decía Miguel de Cervantes de los libros de Feliciano de Silva, a los cuales era tan aficionado lector Alonso Quijana, que a sus frases no les hubiera desentrañado su sentido ni el mismísimo Aristóteles. Igual ocurre con esta frase de Juan Carlos García, cuesta muchísimo desentrañarle su sentido y saber cómo llega a decirle adiós a la teoría del valor de Marx. Pero intentémoslo, despiecemos sus ideas. Analicemos la expresión «Máquina, igualmente, significa que el trabajo es social». La pregunta que deberíamos hacernos antes que nada es la siguiente: ¿Hay algún trabajo que no sea social? Pues no. ¿Ha habido en la historia de la humanidad algún trabajo que no haya sido social? Pues igualmente no. Hasta Robisón Crusoe, en su solitaria isla, hizo posible su vida gracias a su ser social: su lenguaje, sus conocimientos, etcétera. En suma, el hombre es un ser social y todo lo que piensa y hace tiene una naturaleza social. Así que no decimos nada nuevo si decimos «Máquina significa que el trabajo es social». Podemos catalogar a esta afirmación de puro vacío, de mente en blanco. Vayamos con la siguiente: » por la propia riqueza colectiva la comunicación de las fuerzas productivas objetivan complementariedades entre sí». Si usted, atento lector, en una hora hace una tortilla de papas, en la tortilla de papas se habrá objetivado su trabajo útil, y su productividad de trabajo será de una tortilla por hora. Usted entenderá que su trabajo se objetive en su producto, la tortilla, pero lo que no entenderá es que su fuerza productiva de trabajo se objetive, puesto que con ella se expresa el número de tortillas que usted produce por unidad de tiempo. Y menos entenderá que las fuerza productivas objetiven complementariedades entre sí. Además, ¿cuáles son esas complementariedades? El mundo está lleno de ellas. Hablar y escuchar se complementan, pero también se oponen y se niegan. La complementariedad es un aspecto de la contradicción. De manera que después de una frase vacía y de adjuntarle una frase sin sentido, Juan Carlos García llega al «adiós a la teoría del valor trabajo». La burguesía hace ya mucho tiempo que dijo adiós a la teoría del valor trabajo, desde que apareció en escena El Capital de Karl Marx. Así que poco nos dice este renovado adiós a la teoría del valor trabajo, sino sencillamente que Juan Carlos García se coloca del lado del capital frente al trabajo. Por último, hay un aspecto de esta cuestión que considero oportuno mencionar. La ley del valor tiene que ver con el mundo de las mercancías y no con el mundo del capital. Y esta ley existía en la producción mercantil esclavista y en la feudal. Y no creo que la forma capitalista de producir la riqueza haya afectado de algún modo a la esencia de la ley del valor. Justamente Marx se esfuerza por demostrar, con absoluto rigor, cómo el capitalista puede obtener más valor del que invierte sin transgredir para nada la principal ley del mercado: el intercambio de equivalentes. Así que mientras Juan Carlos García no presente argumentos serios y fundamentados para legitimar el abandono de la teoría del valor de Marx, ese abandono lo tomaremos como un simple y volátil requiebro quijotesco, un simple juego de palabras basado en el imperio de la representación sobre la percepción. Y no otra cosa le sucedía a Alonso Quijana: percibía un molino de viento y se representaba un gigante.
6. Veamos el quinto y último ejemplo. Al final de su texto Juan Carlos García se despide de este modo: Demandamos una «radical insurrección». Sin duda que es una frase muy sonora, yo diría estridente, pero no es seria ni revolucionaria. Las insurrecciones no se demandan, se producen. Y se producen cuando concurren circunstancias objetivas y circunstancias subjetivas. Sin duda que en el mundo concurren circunstancias objetivas para que cada año se produzcan tres o cuatro insurrecciones, pero de hecho no se produce ninguna. Y si no se produce ninguna insurrección, será porque no concurren las circunstancias subjetivas. Una insurrección, además, se organiza. Pero no se organiza en el aíre, sino en la práctica. Y la primera condición que se debe dar para organizar una insurrección es que haya una mayoría social que quiera cambiar su sociedad capitalista en una sociedad nueva. Pero que yo sepa esa base no se da, las mayorías sociales no quieren cambiar su sociedad capitalista en una sociedad socialista, de manera que no podemos organizar una insurrección si no hay masa social que sienta la necesidad de la misma. Parece curioso que cuanto con más fuerza golpea el imperialismo, como se hace en la actualidad sobre Irak, más ilusiones se hagan ciertos líderes de izquierda de que el cambio social lo tenemos ahí a un paso. Además, me pregunto, si tendría sentido demandar a los pueblos de Europa que lleven a cabo una insurrección. Me pregunto que dirían los pueblos de Europa al ser llamados por esta consigna. Dirían que quienes enarbolan esa consigna no tienen los pies en la tierra, que sueñan. Y con sueños no se cambia el mundo.
En Las Palmas de Gran Canaria. 17 de noviembre de 2004.
Ver La nueva ciencia de la democracia, de Juan Carlos García L.