De poco sirve una autocrítica puramente confesional si lo que se requiere es corregir, toda o en parte, una acción fallida. O muchas. Se necesita un método correcto que comprenda lo objetivo tanto como lo subjetivo en sus proporciones relativas y en sus relaciones dialécticas. Se requieren conciencia, ciencia y programa. No está de más […]
De poco sirve una autocrítica puramente confesional si lo que se requiere es corregir, toda o en parte, una acción fallida. O muchas. Se necesita un método correcto que comprenda lo objetivo tanto como lo subjetivo en sus proporciones relativas y en sus relaciones dialécticas. Se requieren conciencia, ciencia y programa. No está de más sentirse compungido cuando «se mete la pata» lo que están mal, por inútiles, son la inmovilidad, el conformismo o la auto-conmiseración. Tampoco alcanzan los «golpes de pecho».
El vicio más frecuente en las «autocríticas» suele ser el subjetivismo. Muchas de las consideraciones, predominantemente subjetivas, con que se emprende la «autocrítica», tienen el error de origen de basarse en el ánimo abstracto que producen los errores y el defecto de impedir ascender, desde ahí, hacia lo concreto en la superación de cada problema o error. No basta con «sentirse mal» y encontrar «excusas», una autocrítica socialmente útil exige acción inmediata y rectificación concreta y nada de eso se consigue sin un programa antecedente y un programa de soluciones. Un programa científico. Cada error tiene su historia y es necesario identificar las raíces de un paso equivocado que pueden alcanzar, incluso, al origen mismo de la metodología de acción y sus marcos filosóficos. La autocrítica, por eso, como parte inexcusable del método de acción, debe ser permanente, dinámica y eficaz… exige un entrenamiento riguroso y no admite condescendencias ni auto-complacencias. Nada fácil.
La autocrítica, con método científico, comprende diagnósticos, cualitativos y cuantitativos, permanentes, con plasticidad y velocidad de aplicación a prueba de desánimos, desidias e ineficiencias. La autocrítica debe, incluso, formar parte de las tareas de planeación y debe desarrollarse, siempre, un paso por delante de la acción. Si la autocrítica se rezaga, deben encenderse alarmas autocríticas de emergencia. No pocos proyectos, y experiencias cotidianas requieren un equipo especializado en autocrítica, con un programa de monitoreo constante, capaz de ejercer la responsabilidad de corregir errores de manera inmediata. Suele, además, requerirse un programa de valoración crítica de los aportes emanados desde otros frentes de crítica dirigidos a nuestros proyectos. La crítica de la crítica.
Un programa científico para la autocrítica exige de sus responsables un compromiso consensuado e incuestionable con los fundamentos, los objetivos, los métodos y los alcances de un proyecto. Toda desviación puede tener consecuencias serias. No se acepta complicidad alguna con la ineficiencia. Semejante programa, con frecuencia olvidado en el desarrollo de proyectos, bien puede ser una herramienta formidable para alcanzar éxitos fundamentales, pero no es su garantía absoluta. Es necesario recordar siempre que los éxitos no sólo dependen de los programas y que factores como el azar o la moral de lucha, que son indispensables e inevitables, tienen zonas difícilmente cuantificables pero no imposibles de medir.
Un programa científico para la autocrítica requiere consenso en sus bases y en sus pasos. De poco sirve una autocrítica unilateral y solipsista. Requiere definición precisa del «error», de sus antecedentes, de su desarrollo y de sus consecuencias. Requiere descripción detallada y consensual sobre, y con, los involucrados… valoración exacta de los costos y de los tiempos, explicación precisa del «costo» afectivo o moral y definición meticulosa de plazos y recursos con los que será reparado el «error» y plan concreto para lograr el beneplácito de los involucrados. La acción directa.
La autocrítica científica no es una dádiva, ni una concesión, hijas de la «buena fe» o de ciertas culpas funcionales. Se trata de un salto cualitativo de la conciencia en la práctica y se trata de un compromiso profundo con la dialéctica de los proyectos y su éxito, colectivo y consensuado. Es una herramienta necesaria para socializar los errores y convertirlos en fortalezas. Es una herramienta poderosa para separar el tratamiento de los errores de cualquier campo abstracto para elevarlos al terreno de lo concreto, a la vista de todos, y con el beneficio de la corresponsabilidad en las soluciones. No es un reducto o emboscada para dar la bienvenida a los errores, es un arma para darles categoría de sujetos de conflicto en la dinámica de la transformación social y, a partir de ahí, saber definir su lugar en la lucha de clases que es su marco referencial permanente. La dialéctica.
Por eso todos necesitamos la autocrítica como herramienta para la lucha, para el trabajo y para la vida cotidiana. Como herramienta social para nuestra militancia, para ser mejores luchadores sociales, mejores personas, mejores ejemplos en lo que nos corresponda ser responsables para la transformación del mundo y la emancipación de la humanidad. Para superar al capitalismo sin cometer errores y, si metemos la pata, corregirlos correctamente y de inmediato. En colectivo. Adentro y afuera, de lo macro a lo micro.
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