Elecciones, crisis económica y pandemia
CRIADO: Le he oído decir que Bruto y Casio han escapado como locos por las puertas de Roma.
ANTONIO: Es posible que tuvieran alguna información sobre los sentimientos del pueblo y la manera como lo he sublevado. Llévame ante Octavio.
-William Shakespeare[1] , Julio César
Tarde de parloteo, sin las premuras de saber quién está en lo cierto, se avanza por enero con los tropezones del mal gobierno, la peste y los pasivos acumulados. El coloquio estaba en punto de evasión colectiva. La conversación que debió ser sobre temas organizacionales relevantes, habiendo llegado a una esquina de seriedad se desvió hacia la política ecuatoriana. Y ya. El cabildo dicharachero se convirtió en el Club de la pelea, por el realismo sucio de la estrategia coloquial. Dos parámetros definen este estilo temporal: la cotidianidad harto difícil y pródiga para el cabreo narrativo, así de espesa y con lengua pesada; en el bembeteo no hay simbolismos ni analogías brillantes, el palabreo es descarnado y apto para oídos de desempleados sin esperanza ninguna y eso que aún la pandemia de la Covid-19 ni siquiera tenía vela en ese entierro; y total ausencia de epopeyas heroicas. Se cumplía el mandamiento principal del Club. ¿Saben cuál es? “La primera regla del club de la pelea es no hablar del club de la pelea”. Parecido a aquello que empezó vivirse y a pensarse en voz alta, en las regiones barriales del Ecuador, después de octubre del 2019: “al país ya no se lo salva con no sé cuántos cadáveres exquisitos. Solo con cadáveres”. Es solo la metáfora antigua dentro del realismo sucio y a la carta de nuestro país. Y trágico a la vez, sin dudas. Aquí no cabe la pregunta de Mario Vargas Llosa[2], el país se jodió, porque lo permitimos, al quedar atrapados en esa absurda polarización de: anticorreimo y correismo. Unos gozan y otros padecen con esa dicotomía.
Esa obra teatral fue una excelente creación de la derecha más reaccionaria. Aunque el drama político comenzó antes, en el Gobierno de Rafael Correa, fue ahora cuando se industrializó el concepto con tal renglón de perversión que nadie quedó por fuera de la santificación o demonización. El ser o no ser fue (o es) una ruleta que premiaba (o premia) los insultos a Rafael o descalificaba (descalifica) por el más ínfimo reconocimiento. Las conversaciones sencillas, futboleras o del pasatiempo se movían por una cuerda finita. Así es que “mide bien tus palabras o vales una mentada de madre“. El equilibrio definitorio de cualquier relación bien podría terminar en el antagónico: anticorreísmo o correísmo. No es reciente, pero ahora es salmodia de todos los medios de comunicación, con muy pocas excepciones. Ahora es evaluación sutil para el ingreso al servicio público y retorna el encono de quienes se descubren “una antigua vena” anticomunista y mezclan a todas las izquierdas hasta obtener un coctel quimérico de aversiones para todas sus amarguras. Si no lo veo y lo padezco no lo hubiera creído. Y a quienes no las tomamos con una taza de café no nos hizo falta adquirir el credo correista, porque el cansancio cultural nos ahuyentó de los noticiarios de la televisión, de las páginas de los periódicos y de los análisis de las radios. ¡Benditos medios digitales! Ese axê es de aquellos miles que dejaron de rabiar en los noticiarios. Además la calle endureció y, cierto, es una selva de cemento. Y las fieras no preguntan si eres anti o pro Correa solo hijueputean al Gobierno.
Y vaya lo inesperado: ocurrió la segunda invención de R. Correa. Esta vez no fue el fastidio político-partidista de la gente ecuatoriana de principios de siglo, ahora es por cuenta de aquellos que propiciaron la marabunta feroz anticorreista y después del conjunto de acciones emprendidas el resultado no les favorece. ¿Cómo así fallaron las estrategias y tácticas de las mentes más derechosamente brillantes? ¿Mucha leche al café? O, ¿les falló la garúa incesante de rumores indemostrables? Quizás, sin embargo, es como caminar al revés para adelantar la sombra. Es un empeño necio con sólidas ansias de un imposible. No obstante, algo adicional sí consiguieron, y no como premio para consolarse, metabolizar la desconfianza en la totalidad de la clase política ecuatoriana y fijar respaldo electoral en las individualidades. Ahí les ganó la pulseada. Correa alcanza el porcentaje mayor y mejora su potencia electoral transferible. Fue un estropicio en el optimismo electoral de la derecha, porque como en jiu-jitsu la fuerza de su propaganda anticorreista causó debilidad en sus candidaturas. Debe ser una condición difícil y maldita, pretender desaparecer a un enemigo para siempre de la subjetividad colectiva y ocurre exactamente al revés. Es posible que sus aliados de propaganda (los medios de comunicación) cumplieran bien con su trabajo, pero la ineficiencia contumaz del actual Gobierno debilitó las intenciones de trastocar al correísmo en la percepción popular. Ahora, la dulzura de cogobernar con todo a su favor, es amargura electoral, ese golpe duele ahí, en pleno orgullo social de la derecha ecuatoriana.
Y llegaron estas elecciones en un mal tiempo de peste y de economía popular en carestía y, en el reconcomio de millones de mujeres y hombres ecuatorianos se mezclan angustia, amargura y frustración. La catarsis popular bien podría ser un voto rebelión. A mí me gustaría como un buche de café caliente a las cinco de la mañana. Y me gustaría, porque hay episodios históricos cuyas deudas políticas se saldan con revancha cimarrona. Aquello que llaman por ahí, el voto endurecido podría ser el resarcimiento catártico, porque aquel convertido en personaje fantasmal revive como parte de las más viva y demandante realidad. Rafael Correa jamás imaginó la folha seca de su historia política, su conversión ícono en disputa. Así es. De repente se prohíbe hasta su imagen y su nombre debe ser pronunciado en voz baja en esta campaña electoral. No es realismo mágico, ni un tantito así, es realismo sucio. Esta realidad de ahora mismo tiene capítulos que se podrían describir con una sola palabra: sórdidos. Hay material para un aprendizaje inestimable: la mentira reclama explicaciones que el mentiroso no posee o se engolosina con la dulce falsedad hasta enmudecer. Eso es sabiduría ancestral y propicia para describir los acontecimientos de estas últimas semanas. Pero esta realidad no comenzó recién más bien parecería que son sus últimos coletazos. Y no por ello menos peligrosos. Esta vorágine de pasiones contamina peligrosamente el ambiente electoral y se extiende en un truco disparatado en esta insólita contienda de 15 contra 1. En todos los climas y en todos los escenarios. Andrés Arauz contra quince ávidos no de ganar ellos, sino que él pierda. Realismo sucio y estrafalario, por favor. La épica está en las poderosas víctimas.
Las tribus derechistas ecuatorianas, son
eso con saco corbata, extraviaron el objetivo, goebbelsianamente[3]
trabajado para alcanzarlo mediante un volumen de propaganda sin fin. Los días
de perro callejero se repiten a pesar del despliegue mal disimulado de las
carrozas de alta gama, porque las
cuentas demoscópicas salen saldo en contra, por el pésimo desempeño del
Gobierno del presidente L. Moreno y porque distanciarse de aquel ya es tarea
inservible. El cántaro lo rompieron de tanto llevarlo al río de los
favoritismos gubernamentales: comieron gallina gorda con mano ajena y las
huellas de la grasa evidencian su maledicencia. ¡Entendieron por fin la
frustración de Sísifo en carne propia! Al momento que se creía (creíamos) que
el conservadurismo pisaba fuerte, apenas terminó por ser un gesto esperpéntico.
William Shakespeare, algo de aquello previó en Julio César para la sabiduría política. O es un acierto, en estos
juegos inquisidores, la frase de Galileo Galilei; pega en el punto neurálgico: E pur si muove[4].
Y sin embargo el progresismo se mueve también por Ecuador. El correísmo no es
elaboración del populismo ecuatoriano (hay bastante para discutir), más bien es
una invención inesperada de los grupos acaparadores de la riqueza del país y
sus infinitas angurrias. Amén.
[1] Julio César; William Shakespeare, ebookelo.com, Editor Digital: Tiitivillus, 2015, p. 44.
[2] Referencia a la frase del libro Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa, Seix Barral Biblioteca Breve, http://esystems.mx/BPC/llyfrgell/0694.pdf, p. 3 Textualmente: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”
[3] Por Joseph Goebbels (1897-1945), Ministro para la información Pública y Propaganda del Tercer Reich, entre 1933 y 1945. Célebre por el uso de la propaganda para modificar, ojos a vistas, la realidad de la ciudadanía de Alemania.
[4] Hipotética frase atribuida a Galileo Galilei, después de satisfacer el heliocentrismo de la santa Inquisición. Una vez salió de la audiencia se desquitó para el devenir histórico.