El momento que estamos viviendo es crucial. Hay muchas razones para sostener esta afirmación. No hace mucho tiempo, luchábamos en contra del neoliberalismo, nos enfrentábamos a la deuda externa y sus consecuencias, nos movilizábamos en contra del TLC y del ALCA. Nos parecía casi imposible sacar a las tropas norteamericanas de la Base de Manta. […]
El momento que estamos viviendo es crucial. Hay muchas razones para sostener esta afirmación. No hace mucho tiempo, luchábamos en contra del neoliberalismo, nos enfrentábamos a la deuda externa y sus consecuencias, nos movilizábamos en contra del TLC y del ALCA. Nos parecía casi imposible sacar a las tropas norteamericanas de la Base de Manta. Hoy estamos discutiendo democráticamente sobre democracia, sobre participación y sobre socialismo. Hay propuestas de integración de nuevo cuño como la UNASUR, el ALBA o la misma arquitectura financiera regional.
Rescatemos el momento histórico, valorémoslo con sus puntos positivos y sus contradicciones. Solo así podremos definir hacia dónde caminar.
Este momento habría sido impensable sin el acumulado histórico de las luchas de los pueblos de América Latina, empeñados en transformar el mundo. Nuestros gobernantes no son los únicos ni los principales portadores de las propuestas de cambios revolucionarios que caminan por nuestra América. Estas propuestas surgen y se nutren de las marchas de cientos de miles de mujeres y hombres, indígenas, negros, mestizos, jóvenes, estudiantes, trabajadores, campesinos, maestros, jubilados, emigrantes, ecologistas, amas de casa, empleados, profesionales, comunicadores sociales, artesanos, pescadores, artistas, investigadores, empresarios. Esa valiosa memoria, acumulada en tantas jornadas de lucha popular, se ha transformado y transforma permanentemente en nuevos escenarios de lucha y en nuevas conquistas sociales.
En ese sentido, es importante rescatar que esta lucha histórica ha sido plural y diversa. No hay una sola lucha, ni una sola orientación, ni una sola dirección. Por lo tanto, los gobernantes de los países progresistas no pueden asumirse como «relámpagos en cielo despejado». Las nubes de las cuales ellos emergen ya estaban cargadas con estas luchas. La mayoría de nuestros gobernantes, lamentablemente, no acaba de entender la realidad.
Quisiera complementar una verdad expresada por Boaventura de Sousa Santos. Él manifiesta que los gobiernos progresistas corren un enorme riesgo si no logran resolver la ecuación entre adversarios inteligentes y aliados insensatos. Eso es muy cierto. Pero mayor es el riesgo que corren los procesos de cambio en la región por causa de gobernantes insensatos que no buscan establecer los vínculos y las alianzas con aquellos movimientos populares que han permitido hacer caminar la historia. Es un error histórico no buscar acuerdos programáticos amplios con dichas fuerzas sociales, que permitieron construir el momento presente. Esa incapacidad para construir colectivamente un escenario de expectativas compartidas puede transformarse en una trampa insalvable para estos procesos renovadores. Y lo será aún más en la medida que dichos gobernantes redoblan sus esfuerzos para debilitar a los movimientos sociales, particularmente al movimiento indígena. Me pregunto cómo puede ser posible que se confunda al movimiento indígena o al movimiento sindical con grupos corporativistas que defienden sus particulares y mezquinos intereses. Por lo tanto, es errado mirar sólo los peligros y las acechanzas fuera de estos procesos, cuando muchas veces son mayores los riesgos y las amenazas dentro de los mismos procesos de cambio.
De plano expreso mi desacuerdo con aquel membrete del «socialismo del siglo XXI». No me gusta, no lo entiendo, no lo puedo aceptar con facilidad. Repensar el socialismo no pasa por ignorar el fracaso del socialismo realmente existente. Pero, con el cuento de repensar el socialismo, no se pueden negar sus orígenes y sus luchas, preferentemente sus grandes objetivos para construir una sociedad de justicia, de paz, de bienestar para todos los seres humanos. Por más dolorosas que hayan sido algunas vivencias del socialismo realmente existente, no podemos negar en ningún momento su herencia pesada y compleja, a la vez que esperanzadora.
Los amigos alemanes Jörn, Klaus o Mónika -de quienes he aprendido mucho en estos días- nos han ofrecido sus experiencias de un pasado a momentos cruel y contradictorio, hoy enriquecidas con la búsqueda, en algunos momentos, desesperada y audaz, de alternativas socialistas, realmente democráticas. Entendámoslo, allá en Alemania o acá en nuestro continente, está en juego la construcción democrática de una sociedad democrática. Si eso no lo entendemos y el camino no es democrático, el resultado, la sociedad que buscamos, no será democrática. Entonces habremos fracasado totalmente
En ese contexto yo quiero rescatar también todo lo que ha significado la resistencia del pueblo cubano, de Cuba y de su Revolución. Tengo cuestionamientos al tema de los derechos humanos en la isla, pero no puedo dejar de reconocer que Cuba ha sido, para América Latina y el mundo, una lección permanente de dignidad y de soberanía. Hay mucho que aprender y no que copiar de esa u otras experiencias socialistas. Lo que cuenta es que a partir del aprendizaje común y solidario tenemos que construir opciones propias.
La experiencia vivida puede haber sido muy dura, pero eso no puede transformarse en una deformación de los fundamentos del socialismo. Hoy, a cuenta de que se quiere construir el «socialismo del siglo XXI», se pretende echar por la borda algunos de sus elementos básicos. Por allí hay algún presidente progresista, de cuyo nombre no quiero acordarme, que dice que el socialismo del siglo XXI ya no tiene nada que ver con la lucha de clases… ¡Vaya audacia! Qué diríamos si un meteorólogo quiere predecir el tiempo sin tomar en consideración el viento. No son tolerables esas contradicciones, esas equivocaciones. Si seguimos por ese camino vamos a terminar por deformar al socialismo, ni siquiera llegaremos a configurar alternativas socialdemócratas.
Igualmente, es preocupante que los gobiernos progresistas consoliden las prácticas extractivistas, dando lugar al neo-extractivismo del siglo XXI. Estos gobiernos, es cierto, han conseguido avances importantes en varios campos: el Estado controla mejor el funcionamiento de las transnacionales, se ha obtenido para la sociedad una mayor participación en la renta minera o petrolera, hay una mejor redistribución de esos recursos a través de amplias políticas sociales. Sin negar esos logros, lo lamentable es que seguimos con la misma lógica extractivista de países primario-exportadores, atados sumisamente al mercado mundial. En consecuencia, condenados al subdesarrollo, como lo ha demostrado una y otra vez la historia.
Desde ese contexto complejo y contradictorio, reconociendo el valor y el potencial del momento presente, tenemos que construir e incluso reconstruir el socialismo. No podemos negar su base y su esencia, sus raíces profundas. Del pasado hay mucho que aprender, y también, insistámoslo hasta la saciedad, mucho que corregir.
Lo esencial es rescatar del socialismo todo lo que tiene que ver en tanto opción revolucionaria, con opción liberadora, con opción de justicia social, un tema siempre presente en nuestras luchas. Las inequidades, en plural, tienen que ser superadas.
Las equidades tendrían que venir como resultado de un proceso que reduzca, dinámica y solidariamente, las desigualdades e inequidades existentes. Desde esta perspectiva, no debe propiciarse simplemente la redistribución por la redistribución, sino proponer transformar a la equidad socioeconómica en un sostén del aparato productivo y en un revitalizador cultural de la sociedad. Las desigualdades y inequidades, no lo olvidemos, terminan por conculcar los derechos ciudadanos y por minar las bases de la democracia. Y esta limitación agudiza, a su vez, las inequidades y las desigualdades, en tanto estas asoman en la base de la violación de los derechos.
Una de las primeras inequidades más discutidas hasta ahora tiene que ver con la explotación de la mano de obra, que provoca la pobreza y la miseria. Enfrentar esa inequidad plantea respuestas que afecten la concentración de la riqueza y no simplemente políticas sociales muchas veces asistencialistas. Si no se afecta la creciente concentración de la riqueza y del ingreso, no habrá equidad socioeconómica.
Es necesario aceptar también que hay otras inequidades, tanto o más importantes que la anterior. Para desterrar el racismo, se plantea la plurinacionalidad, por ejemplo. Para superar el machismo, requerimos una activa equidad de género. Para construir una equidad regional, precisamos esquemas de descentralización y autonomía que fortalezcan, desde la soberanía popular, la soberanía nacional. La búsqueda de equidad intergeneracional nos conmina a avanzar por el camino del equilibro ambiental. Y así por el estilo. Eso sí, es importante darle contenido social, en el término más amplio de la palabra, a este proceso de lucha socialista.
En ese contexto también, rescatando todo lo que tiene que ver con pluralidad y diversidades, tenemos que construir soberanías, en plural; ya no hay una sola soberanía. Los países latinoamericanos perdieron su soberanía en lo económico, energético, político, cultural… Perdieron soberanía incluso en el manejo de los conceptos y de las ideas. Los mercados internacionales impusieron sus condiciones en la economía, y el discurso liberal, exacerbado por la visión neoliberal, desnaturalizó la soberanía nacional. Y la pérdida de la soberanía nacional afectó la soberanía popular.
Tenemos como tarea urgente, que rescatar la soberanía del Estado nacional. Pero, además, en América Latina tenemos que comenzar a construir también otras soberanías con visión nacional y regional, sea la soberanía alimentaria, la energética, la financiera, la monetaria -una tarea vital para un país como Ecuador que ya no tiene moneda propia desde hace diez años-; la soberanía del cuerpo de mujeres y hombres.
Desde esas soberanías construidas o recuperadas, urge el diseño y la construcción de una soberanía regional. ¿Hasta cuándo vamos a defender de una manera chauvinista nuestra soberanía nacional? ¿Cuándo vamos a comenzar a construir una soberanía regional de los pueblos de América? Ese es uno de los grandes retos que tenemos entre manos. Para enfrentarlo, tenemos que construir una soberanía política regional plena -se puede avanzar en una integración económica y social de la región orientada a defender sus intereses comunes en el concierto mundial-. No entender la magnitud de este reto, es más, negarlo sistemáticamente ha hecho inviable la integración regional. Sin duda ha faltado voluntad política. Frecuentes han sido y siguen siendo los discursos, más que los hechos concretos.
Coincido en que hay que buscar todo lo que nos une para poder configurar la integración. Pero no va a ser el principal elemento de unión el idioma de la colonia, el castellano, irrespetando o marginando los idiomas de los pueblos y nacionalidades existentes en nuestra Abya Yala. No puede ser sólo la religión católica la que no une, justamente aquella religión que se impuso a sangre y fuego en la colonia, irrespetando otras formas de entender el mundo. En ese sentido, hay que buscar todo lo profundo que nos une, respetando simultáneamente todo lo que nos hace diversos, diferentes. La unidad hará la fuerza, es cierto, pero esa unidad solo se forjará a partir de la diversidad. Es decir, nos toca priorizar aquello que nos hace latinoamericanas y latinoamericanos. Esa gran diversidad implica entender el mestizaje para dar paso a la descolonización, respetando a los pueblos y nacionalidades indígenas, sin negar el acumulado histórico de todas las luchas y de todas las culturas.
Todo esto nos lleva a enfrentar -como lo dijo Boaventura- el capitalismo y el colonialismo, así como toda forma de estalinismo que pueda emerger a través de cualquier forma de autoritarismo e intolerancia. En este nuevo proceso de revolución para renovar socialismo, no hay espacio alguno para los comisarios políticos. Este tiene que ser, siempre y en toda circunstancia, un espacio de construcción democrática de una sociedad democrática. Aquí no hay espacio para el uniforme del autoritarismo o la sotana del dogmatismo. Autoritarismo y dogmatismo tienen que ser desterrados de los procesos democráticos en marcha.
Un punto me parece fundamental. Como seres humanos tenemos que entender que durante 500 años hemos caminado en la dirección contraria a la verdadera modernidad. Hace al menos cinco siglos se produjo una suerte de corte al nudo gordiano: la sociedad por un lado, la naturaleza por otro lado. La gran tarea ahora es reencontrarnos con la naturaleza, como seres humanos que formamos parte de la naturaleza, que en esencia somos naturaleza. El ser humano no puede vivir sin naturaleza, la naturaleza puede existir sin los seres humanos. Habría que volver a atar el nudo gordiano…
El camino del buen vivir o sumak kawsay hará realidad una vida en armonía de los seres humanos consigo mismos, de los seres humanos con sus congéneres, de los seres humanos con la naturaleza. Esta es una propuesta por construir, no es una propuesta acabada. En suma, debemos dejar atrás todas aquellas visiones antropocéntricas para construir una sociedad biocéntrica en tanto opción de respeto a la vida.
Para concluir, quisiera dejar plantadas tres conclusiones:
1. La primera: no es el momento de reclamar modelos. «¿Dónde está el modelo?» «¿Dónde está la receta?» Me resisto a construir modelos. Bien sabemos que detrás de los modelos aparecen los manuales. Y con los manuales se termina por castrar la creatividad. Todavía tengo en mi casa un par de manuales de la época anterior a la caída del Muro de Berlín, por ejemplo el manual de Economía Política de Nikitin, que supuestamente nos resolvía todos los problemas. En realidad no entendíamos ni los problemas, ni las preguntas, por lo que no podíamos construir respuestas propias a nuestros problemas. Vivíamos del espejismo de los modelos, con estructurales limitaciones para pensar y, por cierto, para actuar.
2. En segundo lugar, me parece a mí que es fundamental ser críticos con nuestros procesos de cambio. No dejar espacio alguno a la consolidación de la ética del «poder por el poder». No existe justificativo para quedarnos callados cuando nuestros gobernantes atropellan el mandato popular y dan marcha atrás en los procesos de cambio, cuando toleran la corrupción, cuando alientan el autoritarismo… Esto vale para cualquiera de nuestros países.
El mejor mensaje que me llevo de esta reunión es el de Jörn Schutrumpf: «Cualquier restricción a la crítica es el fin del debate público, es el fin de la democracia y es el fin de la revolución». Por lo tanto, no me pidan nunca que no sea crítico.
3. Y por último, recogiendo el mensaje tan aleccionador de Rosa Luxemburg, creo que hay que dar paso al debate público, al control social, a la transparencia, en todos los espacios de la vida pública. Hago mías sus palabras:
» La libertad sólo para los que apoyan al gobierno o sólo para los miembros de un partido, por numerosos que sean, no es libertad. La libertad siempre es libertad para los que piensan de manera diferente. De eso depende todo lo instructivo, saludable y purificante de la libertad política; su efectividad desaparece tan pronto como la libertad se convierte en privilegio».
Recordemos que la nuestra es una lucha plural por la liberación, la justicia y las equidades.
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* Alberto Acosta es economista y ex presidente de la Asamblea Constituyente del Ecuador. Fue el primer ministro de energía y minas del gobierno de Rafael Correa. Es uno de los iniciadores de la campaña para dejar el crudo en tierra en el Parque Nacional Yasuní, en la Amazonía ecuatoriana. Ha asesorado a organizaciones sociales y fue editorialista en varios medios de comunicación. También ha realizado actividades en el campo del desarrollo. Actualmente es profesor-investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Últimamente ha publicado «La maldición de la abundancia» (ediciones Abya Yala 2009).
* * En el libro se encuentran las presentaciones de Boaventura de Sousa Santos, Marta Harnecker, Carlos Gaviria, Aurelio Alonso, Raúl Prada, Oscar Vega Camacho Alejandro Moreano, Delfín Tenesaca, Alexandra Ocles, Miriam Lang, Jörn Schutrumpf, Klaus Meschkat, Monika Runge, Isabel Domínguez, Andrés Antillano, Julio Chávez, Yanahir Reyes, Alberto Acosta.
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