Se piensa que la gente y las costumbres pretéritas eran mejores que las de ahora y hasta se dice que en la antigüedad a los perros se los amarraba con longaniza. Incluso, el poeta Jorge Manrique escribe: «Como a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor». Y uno se pregunta: ¿Será verdad tanta belleza? Sin […]
Se piensa que la gente y las costumbres pretéritas eran mejores que las de ahora y hasta se dice que en la antigüedad a los perros se los amarraba con longaniza. Incluso, el poeta Jorge Manrique escribe: «Como a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor». Y uno se pregunta: ¿Será verdad tanta belleza? Sin ánimo de ofender a nadie, se recuerda algunos hechos del pasado, que han sido escogidos escarbando un poco al azar.
Primer Cisma de Occidente
Desde que Constantino el Grande dispone que el catolicismo es la fe oficial de Roma, las autoridades de esta religión luchan para que el poder seglar no se inmiscuya en sus dominios. En esta contienda, unas veces se impone la iglesia, en otras los señores feudales, pero también hay acuerdos mutuos.
Pepino el Breve, mayordomo de los reyes merovingios, llega con el papa Esteban III a un acuerdo semejante al siguiente: Yo te protejo militarmente de los lombardos y doy por cierta la apócrifa «Donación de Constantino» , que otorga a la Iglesia los terrenos de Bizancio en Italia, a cambio de que la iglesia me reconozca como rey de los francos; esto da inicio a la dinastía de los carolingios. Más adelante, su hijo Carlo Magno conquista Roma, derrota a los lombardos y, en la Navidad del año 800, el papa lo corona emperador del Sacro Imperio Romano. Con este acto, la iglesia de Roma consolida su independencia de Bizancio.
Marozia y la Edad de las Tinieblas
Pocas mujeres son tan poderosas y siniestras como Marozia, nacida en el año 891, y su madre Teodora, aunque analfabetas, ambas pueden ordenar el asesinato de cualquier cristiano, incluido el del mismo papa. Las atrocidades de estas dos matronas romanas empequeñecen las del papa Alejandro Borgia, cuyas barbaridades son una nimiedad en comparación a las que se dan durante el dominio absoluto de la Iglesia Católica en la Edad de las Tinieblas, cuando este par de arpías se valen de los más variados artificios criminales para sentar a sus descendientes, engendrados con las principales cabezas religiosas de la época, en la silla de San Pedro.
El historiador Liuprando de Cremona llama a Teodora «vergonzosa puta que ejerce el poder sobre la ciudadanía romana como un hombre». Se cree, también, que Marozia no es hija de Teofilacto I, esposo de Teodora, sino del papa Juan X, quien gobierna la Iglesia Católica desde el año 914 hasta el 928.
Esta época es llamada «período de la pornocracia», porque el papa toma sus decisiones basado en las opiniones de sus favoritas. Con el apoyo de Teodora y Teofilacto I, Sergio III se convierte en el primer papa pornocrático, y para sentarlo en la silla de San Pedro se asesina primero al antipapa Cristóbal y al papa León V, que gobierna sólo un mes, luego de ser depuesto por el mencionado Cristóbal, su director espiritual.
El papa Sergio III tiene 45 años y es amante tanto de Teodora como de Marozia, que frisa los quince años. Marozia se casa con Alberico I, duque de Spoleto, cuando está preñada de Sergio III y es ser su amante lo que le confiere gran poder los cinco lustros siguientes, en los que nombra a su antojo a por lo menos seis papas. Alberico I reconoce como suyo al hijo del papa Sergio III, que, con el correr de los años, se convierte en el papa Juan XI.
También, el papa Sergio III es famoso porque durante su papado preside el segundo Concilio del cadáver contra el papa Formoso, al que desentierra del sepulcro en que ha permanecido durante diez años, lo encuentra de nuevo culpable, lo decapita y ordena que sus restos sean arrojados al Tiber; el primer Concilio del cadáver se realiza nueve meses después de la muerte de Formoso y es presidido por el papa Esteban VI, para ello lo visten con sus ornamentos papales, lo juzgan y lo condenan por supuestos delitos cometidos durante su pontificado, declaran inválida su elección, anulan sus actos como papa, lo despojan de sus vestiduras, le arrancan los dedos con los que en vida impartía bendiciones y entierran sus restos en un lugar secreto.
En el año 924, Morozia rivaliza por el domino de Roma con el Papa Juan X; como consecuencia de esta rivalidad es asesinado Alberico I . Pero Marozia no es de las que por quedar viuda a los treinta y dos años se ahoga en ese vaso de agua, y recupera el poder contrayendo nupcias con Guido de Toscana. Rivaliza otra vez con el Papa al intentar colocar en el trono de Italia a su favorito Hugo de Arlés, pariente cercano de su segundo esposo. El conflicto se resuelve esta vez a su favor tras la derrota de las fuerzas papales en manos de Guido de Toscana, que con su ejército toma Roma, depone al Papa y lo mete en prisión, donde Juan X es asfixiado con una almohada.
Cuando Juan X está aún con vida, Teodora y Marozia influyen para León VI sea electo quinto papa del período de la pornocracia. León VI no gobierna la iglesia ni siquiera un año, porque en diciembre del año 918, a seis meses y medio de ser electo, es asesinado por orden de Marozia. Su sucesor, Esteban VII, electo por influencia de Marozia y su familia, también es asesinado tres años después de su elección.
Marozia vuelve a enviudar. Pero algo debe tener de atractiva este émulo de Calígula femenino porque de inmediato contrae nupcias con el rey de Italia, su cuñado Hugo de Arlés, quien le debe el trono a ella. Únicamente tiene que arreglar antes un pequeño problema: Hugo está casado y sólo el Papa puede anular su matrimonio.
Para su buena estrella, era madre de Juan XI, el Papa de ese momento. Lo había parido luego de ser preñada por su antiguo amante, el Papa Sergio III. Se trata de un papa que no es hijo de papá sino de papa. Juan XI le resuelve en un dos por tres este problema; la casa en una misa que oficia en el año 932, y así le retorna a su madre la felicidad conyugal.
Pero no todo es color de rosa para Marozia. Alberico II, su otro hijo, se cree relegado por ella y se revela porque le disgusta este matrimonio. Expulsa a su padrastro de Roma, apresa al Papa, su hermano Juan XI, y a su madre, y los encierra en el castillo de Sant’Angelo, donde Marozia permanece hasta la muerte de Alberico II, en el 954.
Ya en prisión, Marozia se entera que su nieto, el hijo de Alberico II, se ha convertido en el Papa Juan XII. En el 955, a los sesenta y cuatro años de edad, Marozia es ejecutada luego de ser exorcizada de los demonios que la dominaron en vida. Por lo visto, cosas así se dieron antes, después intentan hacernos creer que el respeto por la familia sólo se ha perdido en los últimos años.
Juan XII
Ahora bien, vale la pena detenerse un poco sobre la vida de Juan XII, que como se dijo es nieto de Marozia, de la que ha heredado su extremada ambición. Este Papa establece el récord de ser electo a la edad de dieciséis años, y por su actividad es conocido como el Papa fornicario. Lo cierto del caso es que hizo suficientes méritos para llevar tal sobrenombre.
Juan XII es un depravado sexual que prefiere los prostíbulos en vez de sus sagradas obligaciones, por lo que convierte al Vaticano en un lugar semejante a estos antros, al extremo de que ninguna mujer hermosa, que se tuviera por decente, se atreve a pasar cerca de sus dominios porque corre el riesgo de ser raptada para ser convertida en su amante y luego ser encerrada en algún lupanar administrado por este «santo varón», cuyas ganancias derrocha con las concubinas de su nutrido harén, a las que colma de bienes y joyas. Una ocasión, asustado por la llegada del Emperador Otón I, se ve obligado a cerrar los burdeles, y para evitar la vergüenza de que tanta meretriz deambule por las calles de la urbe, las esconde a todas en los conventos de los alrededores.
Juan XII corona a Otón emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y establece con él una alianza mediante la cual acepta la potestad del emperador sobre el papa a cambio del reconocimiento de la «Donación de Constantino». El pacto se mantiene mientras Otón I permanece en Roma, pero es roto por Juan XII apenas el emperador se aleja de Italia.
Molesto por esta traición, Otón I retorna a Roma y ordena que ningún papa sea electo sin su consentimiento, luego convoca a un sínodo en el que Juan XII es juzgado por los delitos de sacrilegio, perjurio, homicidio e incesto con su madre y hermanas. El sínodo nombra pontífice al secretario del emperador, un seglar que es ordenado sacerdote el mismo día en que es coronado con el nombre de León VIII.
Pero Juan XII, que ha abandonado la ciudad forrado de joyas y acompañado de dos de sus amantes, retorna a Roma, convoca a un sínodo que excomulga al emperador y a todos los obispos que lo depusieron. El pueblo de Roma, descontento de tener un papa probo, apoya la revuelta, y Juan XII es nuevamente acogido con grandes honores por un populacho que se identifica con sus vicios.
Juan XII desconoce lo actuado por el sínodo y ordena mutilar a sus miembros de manera espantosa. Otón I retorna para meter en cintura al papa, pero llega tarde, ya que Juan XII es asesinado por un marido celoso que lo encuentra con su esposa en plena faena sexual. ¿Por qué se da en ese entonces tanta corrupción y depravación entre las principales cabezas de la iglesia? Posiblemente porque la aristocracia feudal, que impone a las autoridades religiosas, también es depravada y corrupta.
La Querella de las Investiduras
Benedicto IX es otro papa depravado. Es electo a la edad de doce años, tal vez hay error en este dato, y su vida es tan escandalosa que, con el propósito de casarse, renuncia al pontificado y lo vende por 1500 libras de oro a su padrino, el Arcipreste Juan de Graciano, futuro papa Gregorio VI. Este hecho disgusta tanto al emperador Enrique III, que lo destituye; de ahí en adelante, el emperador nombra papas a su antojo. Posteriormente, el papa Nicolás II logra que la elección de los papas la hagan exclusivamente los cardenales sin la intervención del emperador, lo que desagrada al nuevo emperador Enrique IV.
Se da entonces la lucha enconada de Enrique IV contra el nuevo papa Gregorio VII, conocida como «La Querella de las Investiduras». Sucede que el papa considera un atropello a los derechos de la iglesia que el emperador hubiera nombrado al arzobispo de Milán, por lo que lo amenaza con la excomunión. El emperador convoca al Concilio de Worms, que se pronuncia en contra del papa y lo depone. En respuesta, el papa excomulga al emperador y a todos los miembros del concilio; Enrique IV pide clemencia. Para obtenerla, Gregorio VII lo obliga a permanecer, vestido de penitente y tiritando de frío, durante tres días en pleno invierno ante el castillo de Canossa junto con su mujer y su tierno hijo. Fue perdonado luego de jurar que en adelante obedecería las órdenes del papa, promesa que el emperador viola apenas puede. Los príncipes alemanes no aceptan este perdón y se revelan en contra del emperador.
El papa por segunda ocasión excomulga a Enrique IV, que no se amilana, nombra papa a Clemente III y se hace coronar emperador por este antipapa. Su hijo Enrique y su esposa Eufrasia de Kiev se revelan en su contra. Enrique IV abdica en 1105.
El emperador Federico II
El emperador Federico II se cría en Palermo, donde las culturas musulmana, bizantina y europea se entremezclan y mantienen contra el papado una lucha sin cuartel. Habla y escribe cultamente en siete idiomas, por lo que lo llaman «stupor mundi», el asombro del mundo, sobrenombre que lo dice todo.
En 1220, a la edad de 25 años, el papa Honorio III lo corona emperador del Sacro Imperio Germánico Romano; a cambio, Federico II debe ceder derechos en Sicilia, perdonar las deudas de la iglesia y comandar una cruzada para liberar Jerusalén, ocupada por impíos; lo excomulgan por no cumplir este último compromiso. El papa Gregorio IX lo llama anticristo y convoca a una cruzada en su contra, que no cuenta con el respaldo de los monarcas europeos.
Para cumplir la palabra empeñada, en 1228 parte para Tierra Santa. Gregorio IX se encoleriza, pues no concibe que la lucha contra los musulmanes la encabece alguien que ha sido excomulgado y que no le pide autorización para ello, por lo que nuevamente lo excomulga.
Federico II, que a la sazón está casado con la princesa Yolanda, heredera del reino por conquistar, negocia con los musulmanes y en 1229 es reconocido rey de Jerusalén. Ante este anatema, Gregorio IX monta en cólera infinita, no puede aceptar que en lugar de pelear por la fe, parlamente con los enemigos de Dios.
Pero los innegables éxitos del emperador conminan al papa a firmar la paz en 1230. Los múltiples problemas que surgen en Italia obligan a Federico II a abandonar la cruzada. Luego de retornar y derrotar al ejército de los aliados del papa en la batalla de Cortenueva, es nuevamente excomulgado. El papa convoca a un concilio para deponerlo; Federico II impide su realización encarcelando a un centenar de delegados. El papa Gregorio IX fallece.
Deviene un breve período de paz en el que Federico II funda la universidad de Nápoles, que ahora lleva su nombre, reedita el derecho romano, acuña las primeras monedas de oro del imperio, elimina leyes aduaneras que obstaculizan el comercio y faculta la elección de representantes a los consejos de las ciudades.
El nuevo papa, Inocencio IV, su enemigo acérrimo, por temor se refugia en Francia. Desde all á convoca al concilio de Lyon, que depone y excomulga al emperador, junto a quien lo apoye, y dispone que desde todo púlpito se predique en su contra.
Desde entonces, Federico II mantiene una guerra encarnizada y violenta en contra del papado e incluso planifica fundar una nueva religión cristiana, pero en 1250 la muerte sorprende a este autoritario gigante del Medioevo.
Felipe IV y la maldición de los templarios
Bonifacio VIII es el último papa que intenta imponer la autoridad eclesiástica sobre los monarcas. Era vox populi que este papa sacaba buen provecho de la compra de la silla de san Pedro. Acerca de este pontífice, Dante bien pudo escribir «mi pluma lo condenó», porque en la Divina Comedia, escrita en el 1300, tres años antes de la muerte de Bonifacio, lo coloca patas arriba en el infierno.
Cuando el rey Felipe IV, el Hermoso, decreta un impuesto al clero de Francia, se da la confrontación. Bonifacio VIII emite una bula en la que prohíbe, bajo pena de excomunión, que sin su consentimiento se pueda cobrar impuestos a los miembros de la iglesia. Felipe IV responde bloqueando las exportaciones a Roma; el papa cede.
Poco después, Felipe IV acusa de traición a Bernard Saisset, obispo de Pamiers, y ordena su detención. Con este acto pretende imponer su autoridad sobre los miembros de la iglesia, que sólo aceptan la del papa. Bonifacio VIII emite la bula, «Escucha Hijo», que es quemada por orden del rey y, además, hace circular una falsa. El papa responde convocando a un concilio que debe condenar a Felipe IV por abusos en contra de la iglesia. El rey acusa al papa de herejía y simonía y prohíbe al clero francés asistir al concilio. El papa emite una bula en la que sostiene que su autoridad es suprema y que todo hombre, para salvarse, le debe obediencia. Felipe IV ordena capturar al papa y trasladarlo a París para que sea procesado.
En busca de protección, Bonifacio VIII se traslada a Anagni, desde donde piensa emitir la bula de excomunión contra Felipe IV, pero durante tres días es secuestrado y humillado por las fuerzas del rey en la residencia papal de esta ciudad. El pueblo de Anagni se rebela y Bonifacio VIII, luego de ser liberado, huye a Roma, donde fallece poco después; con él muere también la tesis del dominio universal de la iglesia y triunfa el poder de las recién nacidas monarquías nacionales de Europa.
Más adelante, Felipe IV se las amaña para tener bajo su férula al papado. Para ello, Guillermo de Nogaret, su consejero real y uno de los personajes más siniestros de la historia, envenena al siguiente papa, Benedicto XI.
En 1305, luego de once meses de intensas disputas, el cónclave de Perugia nombra papa al arzobispo de Burdeos, quien toma el nombre de Clemente V y traslada su residencia a la ciudad francesa de Aviñón. Este papa es tan sumiso al rey que nombra cardenales del círculo real y bajo su pontificado es eliminada la orden de los Caballeros del Temple, que con las armas defendía la religión.
Toda la historia de los templarios transpira mitos y leyendas por doquier. Se trata de una orden sacerdotal y militar que rinde cuentas sólo al Papa y cuya misión es defender a los cruzados de los múltiples peligros que los acechan en su ruta a Jerusalén. En poco tiempo se convierte en una poderosa organización de combate, la primera en el ataque y la última en la retirada. También administra tan eficientemente los bienes que le encargan los cruzados que cuando ellos retornan los encuentran fructificados; además, crea un sistema semejante al bancario.
En esa época, la orden del Temple es más rica que el mismo Felipe IV, pese a que sus miembros cumplen rigurosamente el voto de pobreza al que se sometieron al ingresar. Felipe IV, que siempre ha reinado con premuras económicas, quiere entrar al Temple para controlar sus riquezas. Su compadre, Jacques de Molay, el último gran maestre de esta orden, le indica que debe iniciarse como aprendiz. Pero como al rey le falta tiempo y dinero, habla con Clemente V, que le debe el papado. Lo que se hace, igual se deshace, dicen que le responde el Papa.
El viernes 13 de octubre de 1307, los templarios son simultáneamente arrestados para ser sometidos a torturas bárbaras con el fin de que confiesen supuestos delitos; desde ese entonces, el viernes 13 es considerado día de mal agüero. Se cuenta que en la noche de la Candelaria de 1314, cuando de Jacques Molay es quemado vivo frente al Louvre, ve que Felipe IV y Clemente V se regocijan de su ejecución; entonces, los maldice a todo pulmón y los conjura para que antes de un año se encuentren ante el Señor para que Él juzgue quién es culpable y quién es inocente. Cierto o no, los maldecidos mueren antes de cumplirse ese plazo.
La Iglesia se queda sin cabeza hasta que Felipe V, hijo de Felipe IV, en 1316 encierra a los cardenales en Lyon y los alimenta con pan y agua hasta que elijan papa. Durante este cónclave le da un patatús al cardenal Jacques Duèze, de edad muy avanzada para la época, por lo que los demás cardenales, para zafarse del encierro, lo eligen papa; pero se equivocan profusamente porque Juan XXII, nombre que toma el nuevo papa, gobierna en Aviñón durante dieciocho años; en Roma también se elige papa.
La maldición del último templario surte efecto sobre la dinastía de Felipe IV, cuyos hijos no dejan herederos al trono de Francia, y sobre la Iglesia católica, que se vuelve bicéfala, o sea, que tiene dos papas, uno en Roma y otro en Aviñón. Posteriormente, el concilio de Pisa elimina a los papas de Aviñón y Roma y nombra papa verdadero a Juan XXIII, que es desconocido por los papas destituidos, con lo que la iglesia llega a tener tres papas. Este cisma dura hasta que en 1417 el concilio de Constanza nombra papa único a Martín V, con lo que se supera este «diabólico dualismo y el maldito trinomio», que casi destruyen a la iglesia.
Cien años después se da la Reforma, las guerras religiosas de los treinta años y un sin fin de acontecimientos más, hasta que Napoleón zanja la polémica entre la iglesia y los emperadores en favor del Estado terrenal, cuando el 2 de diciembre de 1804, en la catedral de Notre Dame de París se corona a sí mismo emperador pese a haber invitado al papa Pio VII para que lo corone.
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