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Barrio Caliente, leyenda de la negritud ecuatoriana

Cuando el tiempo era niño

Fuentes: Rebelión

Cuando el tiempo era niño [1]     Allá abajo, en el hueco, en el boquete. Nacen flores por ramillete. Casitas de colores con la ventana abierta. Vecinas de la playa puerta con puerta. Que yo tengo de to’, no me falta na’. Tengo la noche que me sirve de sábana. Tengo los mejores paisajes […]


Cuando el tiempo era niño [1]

 

 

Allá abajo, en el hueco, en el boquete.

Nacen flores por ramillete.

Casitas de colores con la ventana abierta.

Vecinas de la playa puerta con puerta.

Que yo tengo de to’, no me falta na’.

Tengo la noche que me sirve de sábana.

Tengo los mejores paisajes del cielo.

La Perla, René Pérez (Calle 13) y Rubén Blades.

 

 

Obertura: un solo de tambores de Kwame Bamba

Los barrios son repúblicas de ekobios, con los mejores paisajes del cielo, no importa si eres de Villa Fiorito (Buenos Aires, Argentina), de Tepito (ciudad de México, ídem), de El Callao (Lima, Perú), o de Barrio Caliente (Esmeraldas, Ecuador) todos tienen (mejor tenemos) un cimarrón antiguo y prócer en el corazón. Y así vamos por la vida, con trova, labia y fino orgullo. Razón tiene René Pérez: «no me vendo ni que me paguen, a mi orgullo le puse un candado». Geopolítica urbana de la historia comunitaria e individual. Eso es, «¡duro!» Pregón asertivo, si los hay, de aquel coro de Los de atrás vienen conmigo y no deja la saloma: » Conmigo vienen, vienen los de atrás». ¡Duro! Los barrios tienen sus héroes de otra estirpe, pero se los quiere porque son de ahí, de una de esas calles. Diego Armando Maradona de Villa Fiorito o Ítalo Estupiñán de Barrio Caliente. El 23 de Enero, Caracas, Venezuela, con el acumulado permanente de rebeldías o Las Comunas de Medellín, Colombia, por ejemplo, la 13 con su graffitour, poniéndolo del tamaño de la vida resuelta: «intervención militar, nunca más».

No solo es lenguaje que nos persigue o, mejor dicho, nuestra armadura cultural o filosófica, en realidad es el mantra de Mackandal en voz de René Pérez: «[…] tú no sabes todo lo que yo cosecho, para dormir debajo de un techo, pero yo no soy blandito, yo no me quito, tampoco me criaron con leche de polvito…» Eso era antes ahora los estómagos barriales de niñez y juventud se sobrecargan de snacks con sus químicas debilitantes y enemigas de la longevidad, señal identitaria de nuestras abuelas y nuestros abuelos. Edulcorantes, conservantes, saborizantes, condimentos y sal (ECSCyS) la bambalina nutricional. Y pasemos en puntillas por los transgénicos. Chis, calma, no despiertes los ministerios de salud latinoamericanos. Al final a Mackandal lo quemaron y cuando lo creían calcinado salió corriendo de la hoguera, eso dice el boca en boca de las leyendas, en alguna pared barrial debe estar pintado con aerosol como los ancestros de La Perla o El Callao.

La Perla es el pariente caribeño de Barrio Caliente, Rubén Blades consagra el parentesco: «Creo en barrios con madres que vivieron iguales de razones. Y al final se murieron sin tener vacaciones. Como decía mi abuela: así fue la baraja en casa del pobre hasta el que es feto trabaja por ese barrio eterno, también universal». La Perla, Chorrillo, Araucania y Barrio Caliente son eso, universales, como palenkes de libertad. Sus firmamentos son nombres de gloria y brillo, por acá Antonio Preciado, Jaime Hurtado, Nelson Estupiñán y el clan exitoso de los Valencia. A la cuerda larguísima de referencias no se las puede cortar con un mezquino etcétera.

 

Barrios de otros tiempos

Yo no lucho por un terreno pavimentado.

Ni por metros cuadrados, ni por un sueño dorado.

Yo lucho por un paisaje bien perfumado.

Y por un buen plato de bistec encebollado.

Por la sonrisa de mi madre que vale un millón.

Lucho por mi abuela meciéndose en su sillón.

La Perla , René Pérez (Calle 13) y Rubén Blades. 

A su manera Esmeraldas, mi ciudad, tiene sus puntos bellos. No importa su arquitectura dispareja, el relajo del tráfico o las imposibles telarañas de cables; la estética siempre estuvo (y está) en el ánimo cool de su gente. De ese espíritu de jolgorio provinieron los nombres de sus barrios, quizás como ironía geográfica o por festejo histórico-urbanista.

Así pues, El Bolsillo por su geometría espacial al igual que El Embudo. Las Guacharacas [2] para jamás olvidar que hubo un ave muy propia de este ambiente. No sé por qué hay un barrio que se llama El Treinta, pero su vecino El Arenal fue resultado del dragado para la construcción del puerto en los años ’70, del siglo pasado. Están El Regocijo por las bondades climáticas, Vista al Mar porque desde esa altura se lo observa completo y despejado y Las Canangas por el olor vespertino de aquellos árboles. En el barrio Los Almendros apenas los hay, ninguna en Las Palmas y Nuevos Horizontes tiene más de intención colectiva y eso que empezó llamándose Viernes Santo. Puerto Limón antes fue una caleta de pescadores y el Tercer Piso es falso ordinal. Barrio El Potosí una hacienda ganadera del siglo XIX y Santas Vainas por la cárcel del lugar. No sé qué tiene de aquello Barrio Lindo y yo no lo discuto con sus moradores, pero en Barrio Habana no hay un solo cubano. ¿Por qué hay un barrio que se llama Tripa de Pollo? Está el Quilombo por razones obvias.

Codesa es una suma de barrios y hay un barrio dedicado a la Virgen de la Ceiba, la única santa nativa de este vecindario (ojalá no me la pinten rubia). Y aquello que está en nuestra sangre: la libertad. Dos muestras: Esmeraldas Libre y Aire Libre. De todas maneras, el emblema urbano es Barrio Caliente.

Barrio Caliente, la leyenda

Era, en líneas rectas, desde la alambrada de un potrero,

[…] hasta unas calles más abajo, por donde andaba a ratos desnudo,

desafiante, a pie, solito un sol desmesurado y a lo ancho,

siempre en líneas rectas, desde el río hasta las lomas

en que se aposentaba un incendio de flores amarillas…

Barrio Caliente, poema de Antonio Preciado [3].

El tiempo implacable no mata la leyenda de Barrio Caliente, ciudad de Esmeraldas, porque con su andarele se acrecienta. Las alas de la narrativa son historia y mitología. Es el Barrio, así, con la mayúscula de la grandeza. Lo de ‘caliente’ tiene sus hipótesis, ninguna es por el clima y sí por las vidas bien vividas del Barrio. Es el barrio bendito de la Negritud ecuatoriana. Quienes borroneamos crónicas urbanas somos testigos privilegiados de la leyenda que se hizo con sus personalidades, por sus dichos y hechos. Del Barrio se regresan las leyendas urbanas esmeraldeñas.

Fue en la temprana niñez que me asomé al Barrio y aquello que vi nunca más desapareció de mi mejor memoria. Mujeres negras bellísimas con elegantes polleras, candongas en las orejas y andares irrepetibles; hombres vestidos de punto en blanco, llevando sombreros adornados con plumas de pichón y el ecosistema festivo barrial parecía no terminar nunca. La carpintería colectiva de la leyenda era perpetua, porque en esos «años verdes estuvimos sentenciados a la barriga llena y al corazón contento», según versificaría Antonio Preciado. Debió ser verdad, porque la bonanza de los bananales se gastaba en bailaderos cuya fama ha quedado, aun si las casas de pachanga, porque ya no existen más. Remember, La Popala [4] . Las mañanas y tardes de fútbol dominicales motivaban las conversaciones de las primeras horas del lunes, para el viernes ya estaban gastadas y empezaban las del próximo domingo. En los años de mi arribo al Barrio, ya se cultivaba el mito del Amenaza Verde [5] .

Esos kilómetros cuadrados urbanos produjeron la mejor poesía y literatura del siglo XX. Dos nombres por ahora, Nelson Estupiñán Bass y Antonio Preciado.

Una del guaranguanguao [6]

 

Con la emoción la poesía flota,

Y en su sentir, que a devoción se ensancha,

cree que mi corazón es la pelota

y que Barrio Caliente es hoy la cancha.

Poema Amenaza Verde, de Antonio Preciado [7] .

Antes de escuchar la metáfora yo supe qué era eso de «la caída del alma al piso». Lo viví una mañana desafortunada de fútbol estudiantil; nuestro equipo colegial recibió dos goles en los primeros minutos del partido. Un célebre personaje, que ahora debe frecuentar los estadios de la otra vida, de apellido Ramírez, hizo hilachas mi autoestima. Era más famoso por su apodo: Culebra. Dueño de un vozarrón y ayudado por la acústica del estadio deleitaba al público con sus bromas, algunas de ellas despiadadas. Culebra ponía veneno en la invención de palabras que no se sabía bien qué significaban, pero igual causaban risa. Dos de su clásico repertorio: intúrgido y guaranguanguao. No los busquen en ningún diccionario ni siquiera en el de costumbrismos, porque no encontrarán qué rayos significan.

Son palabras del habla de Barrio Caliente. Esencia de la verba barriocalenteña, como el «marimbeo de la boca», «dejar su pres-pres», el «sol de agua» o «andar futre». Culebra llevó el habla hermética del Barrio a la gradería del estadio Folke Ánderson, nuestra catedral del balompié, que está en Bario Caliente, ¿dónde más? Antes del engramado era una cancha de tierra batida, que nimbaba a la gente de un leve polvillo. El periodista Ronald Murillo la nombró ‘La Polverita’. Barcelona de Guayaquil es el único equipo al cual no se le ha caído el alma al piso en la ‘catedral’ barriocalenteña, de ahí todos.

A un jeme de la puerta de entrada del estadio estaba La Número 1, un bar temático: fútbol y poesía. Allá han ido, en peregrinación y para ser bendecidos por los ancestros futboleros del frontispicio, estrellas del fútbol ecuatoriano. Tres nombres: Antonio Valencia, Alejandro Castillo y Christian Benítez.

El nombre de la vida

[…] conmigo vienen, vienen los de atrás,

los de atrás vienen conmigo, vienen los de atrás,

sin mirar pa´tras vienen los de atrás (¡Duro!),

mirando pal´frente vienen los de atrás (¡Duro!)

Los de atrás vienen conmigo, René Pérez (Calle 13).

Se jodieron las premoniciones porque el nombre ya no anticipa la personalidad de hijos e hijas, apenas es el oscuro deseo que iguale al padre o a la madre; es bastante, pero no es suficiente. Ahora el nombre es acertijo en inglés, francés o qué sé yo. Hay padres (y madres) audaces que buscan nombres en japonés o en chino, sin saber que por allá el nombre es cosa seria, una declaración de principios que podría ser una molestosa carga o un desafío a la sencillez del nombrado. Acá, en la mayoría de los casos el nombre no te marca solo es un apelativo, sustituido, a veces, por el apodo familiar, barrial o urbano tribal.

El nombre es un definitivo cultural, un marcador destinatario, un significador de renunciamientos, una señal de identidad o el condensado discursivo de demandas ancestrales. El nombre (o el sustituyente) crea la mitología personal o establece la huella épica, sustituye para siempre al apellido porque es un artefacto incómodo de validación. Cuando hablamos de Fidel hay una rápida conexión con la imagen vestida de verde olivo, las barbas y el discurso motivador. Siempre será Malcolm X y no el apelativo larguísimo elegido durante su afianzamiento en el islam. Jamás sabremos si Alonso de Illescas continuó llamándose así o sin los compromisos de la dominación volvió a los bellos nombres de Oriente. Lenin es y no es Uliánov y Marx apenas es Karl. Allende es más receptivo que Salvador y Ernesto Guevara no sustituye a Che.

El nombre queda para la biografía y el vecindario se atiene al apodo histórico ennoblecedor. Basta llamarlo Simón Bolívar y no la estructura barroca nominativa, nadie le llama Cara-de-Piedra porque mejor suena Rumiñahui o Eugenio Espejo esconde a Chusig. Es Evo en la discutidera política, lo mismo que Chávez o Rafael (a veces Correa). Todos por unanimidad le llamamos Nebot. Pedro Antonio Marín es alguien impensable, pero no si se dice Marulanda o Tirofijo. A Jaime Hurtado lo hemos dejado así, el nombre con el apellido, ¿acaso por el otro Hurtado, Osvaldo?

En el palenque Amenaza Verde (el emblemático equipo de fútbol) son nombres y nombres tantos como una comunidad interminable. Antonio Preciado es el Poeta, una sublime injusticia popular, porque hay muchos más. Papá Roncón no volverá a ser Guillermo Ayoví y Petita Palma se mantiene sin sustitución. Rosa Wila Valencia es Rosita y Carla Quiñónez es Karla Kanora por ajustes artísticos. Carlos Saúd, omitiendo aquel apodo muy popular, será recordado por lo que eligió llamarse: Su Amigo. Mi amigo Clemente Cañola, leyenda de la máquina de coser de Barrio Caliente, es El Mago. Ítalo Estupiñán fue Yerbita, pero todo preferimos su nombre primario, Gerardo tiene una capilla futbolera que nadie omite: La Número 1.

Cabeza Mágica no pudo desplazar a Alberto Spencer y El Chucho eternizó a Christian Benítez. Pelé no es Edson Arantes do Nascimento y Maradona es el cuatrisílabo más famoso en el mundo. Hasta el autor de estas líneas infiere como jazzman.

Luto en Barrio Caliente

[…] caminando firme, recto, directo,

sin arrodillarnos, bien paraos, erectos,

venimos caminando por una cuerda finita,

pero a nosotros no nos tumba ni la criptonita […]

Los de atrás vienen conmigo, René Pérez (Calle13).

Nuestra impaciencia con aquel determinismo histórico se volvió, entre otras cosas, fútbol. Cuando al barrio llegaba una de aquellas leyendas todos queríamos estar en sus zapatos, porque la comunidad salía a festejar al héroe del balompié, a mirar con ojos propios al mito andante. Ítalo Estupiñán Martínez no pasó por la Polverita sino que fue directamente al Aucas [8] , apenas pasaba de los quince años, se tenía tanta fe que no necesitó del refuerzo moral del aplauso esmeraldeño. Años más tarde, futbolista en reposo, volvería a mirar el mural de piedra, que Efraín Andrade estampó en el frontispicio del estadio Folke Anderson y se preguntaría si el elogio en piedra negra antecedió a los retornos gloriosos, el suyo y los de otros.

El periodismo futbolero suele cotejar sus explicaciones con analogías tan gráficas y explicitas que nadie tiene el valor de discutirlas, se las lee o escucha y punto. Cuando Ítalo Estupiñán llegó al Macará [9] el barrio le llamaba Yerbita, evolucionó a Arponero Negro por cuenta del periodista Ronald Murillo y en México, Ángel Fernández, otro narrador de partidos, lo convirtió en Gato Salvaje. Las analogías descifran las metáforas del balompié. Nunca sabremos por qué el periodista mexicano colocó a Ítalo en el Ayé (panteón afroamericano) futbolero con ese pseudónimo, pero adivino que a Ronald se le ocurrió después de leer Moby Dick. Ambos apodos retratan su ánimo canchero.

Hay que interpretar el relato periodístico para volver a imaginar a Ítalo Estupiñán corriendo el último cuarto de cancha como quien surfea sin tabla o rompe olas fabulosas a pura potencia barriocalenteña con ese corazón alebrestado que el 2 de marzo de 2016 se detuvo repentinamente y para siempre. Las penas del fútbol esas si son penas verdaderas, porque la ética del vecindario empuja al lamento por el último aplauso jamás otorgado o porque la nostalgia nos hace una mala jugada al convencernos que se acaba la liga de los extraordinarios; por supuesto que no es cierto, aunque cada domingo de mal fútbol nos devuelva a las añoranzas.

Ítalo, uno de los dilectos de Barrio Caliente, sus frecuentes llegadas a la esquina de La Número 1, para que le hicieran el gasto de la conversa sus carnales, devolver saludos de la admiración inagotable y recibir con acostumbrada sencillez los elogios de siempre. Él parecía no creer en las hazañas de tal o cual partido que el cariño esmeraldeño y ecuatoriano las hacía desmesuradas, esas gentilezas también ocurrían en México.

Por estos años ya no mostraba la estética desafiante del Black Power, el afro-look, no faltaron cronistas que dedicaron líneas al peinado como si fuera el símbolo del goleador tumba gigantes, ¿moda o actitud cimarrona? Quién sabe. En todo caso, afro-gol. Barrio Caliente retiene la memoria de una de sus personalidades emblemáticas, su traslado al este (u oeste) de la vida nos obliga a recordar a quienes construyeron la fama del Barrio y a colocar sus nombres en lugares de impacto reflexivo.

El bluesman de Barrio Caliente

La noche me sirve de sábana.

La Perla, René Pérez (Calle13) y Rubén Blades.

Es Antonio Preciado el bluesman afropacífico de Barrio Caliente, ciudad de Esmeraldas, el inventor de una poesía de acá para ese uni-verso dispar y soliloquio. Valió el invento, en un mucho con demasiado, porque son versos y versos que nos retratan y a la vez nos comunican. ¿Si no cómo tener voz propia dentro del aguaje infinito de voces versátiles? Según el profesor de la Harvard University Cornel West definirse como bluesman «es ser flexible, fluido e improvisador, multidimensional, encontrando la propia voz, pero desplegando esa voz… en diversas estrategias discursivas, en diferentes modos de persuasión retórica…» El poema suena con la voz y resuena con el cuerpo del Poeta. Economía estética performativa.

A. Preciado fue propuesto al Premio Nacional Eugenio Espejo, se debió premiar a la finura significante de la palabra que narra nuestras historias de arribos gritados y el compromiso del corazón libre «atestados de abuelos», a la descripción de nuestro itinerario antropológico desde las esquinas de Barrio Caliente hasta otras de cualquier geografía y a la mención de su ser político dejando lo panfletario para otras circunstancias o al axê de sus pálpitos confundidos con Exû porque ve mil versos «con una misma mirada».

Son las músicas del Pacífico colombo-ecuatoriano, es el blues afroamericano y es la latitud poética de Antonio Preciado que se relacionan con «el encuentro de la propia voz y con perseverar y prevalecer cuando se tiene todo en contra». Un estado de «democracia existencial». Es la gente arrullo-blues, jazz-currulao o spiritual-bundeao que encuentra su voz en las líneas de oralidad caligrafiadas por el Poeta. El entrecomillado testimonial es de C. West. Su poesía, nuestra poesía escrita por Antonio, es un surtido de elementos rítmicos que si al cantarlas una cantora o un cantor y, por no sé qué, faltara en su armonía el torbellino de voces antiguas se «moriría de sed por el costado».

Notas:


[1] Título tomado de un poema de Antonio Preciado, del libro, De lo demás al barrio, El Ángel Editor, Quito, 2013, p. 108.

[2] La guacharaca (Ortalis guttata , ave ecuatoriana.

[3] Óp. Cit., p. 103

[4] Un famoso bailadero, en pleno Barrio Caliente, punto de encuentro de quienes llegaban a la ciudad y se cuidaban de no evitar la referencia pachanguera.

[5] Un legendario equipo de fútbol de los años ’50 del siglo pasado.

[6] Nunca supe qué quería decir su inventor, de apellido Ramírez, célebre por el vozarrón y sus bromas acompañadas de sonoros y enigmáticos neologismos.

[7] ÓP. Cit., p. 140.

[8] Equipo de fútbol de Quito.

[9] Equipo de fútbol, de la ciudad de Ambato, Ecuador.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.