Veamos “una pequeña reseña” de “El Evangelio según Jesucristo” de José Saramago, que volvemos a publicar ahora que “gracias al coronavirus” -que podría ser el principio de un fin- (1) se han prohibido las procesiones de Semana Santa y más de uno estará pensando en un castigo del Omnipotente a quien, según el Nobel de Literatura luso, “deberíamos perdonar porque no sabe lo que hace”.
En El Evangelio según Jesucristo, el nazareno es un hombre que siente gran amor y compasión por el prójimo. No entiende cómo su Padre, Dios, permite que haya tanta injusticia, miseria y sufrimiento. Tampoco comprende por qué Él, que puede cambiarlo todo, se niega a hacer el milagro para que la Tierra se convierta en un paraíso con hombres y mujeres viviendo en armonía, sin las guerras, la violencia y la crueldad que imperan en “nuestra civilización”.
El Jesucristo de Saramago es un personaje que (a pesar de su origen divino) alberga en su corazón todas las dudas e interrogantes de cualquier ser humano y arrastra -por priorizar la razón y los sentimientos sobre la Fe- el peso de una dolorosa existencia “porque así lo ha predestinado su Padre”.
Sobretodo se siente culpable (y esa herida no deja de atormentarle) de la muerte de miles de niños y niñas masacrados por Herodes para evitar que el Mesías llegue al mundo y se convirtiera en Rey de Reyes.
Jesucristo se enfada con su Omnipotente y Omnipresente Papá por no haber impedido esa matanza de inocentes y haberle dejado con esa insoportable cruz el resto de su vida.
El Hijo de Dios sólo halla sosiego -cual paradisíaco oasis en medio del desierto- en los brazos de María de Magdalena, con la que comparte lecho y besos. Jesús absorbe la fragancia de sus senos y su piel. Sólo con su amante sale del infierno y vive los escasos momentos de alegría y placer que le depara su triste destino.
Cuando visita los templos de Jerusalén, Jesucristo ve como la gente sacrifica a Dios miles de animales. Padece náuseas y vómitos con tantos charcos de sangre que le salpican los pies, y alza sus ojos al Cielo como diciendo, ¿es esto necesario?
Pero el instante cumbre de la obra (escrita con una sutil ironía empapada de genio hasta los tuétanos) es el pasaje de la muerte de El Salvador.
El Primogénito de María, ya crucificado, observa agonizante a los fieles que han venido a llorarle y a darle su último adiós.
Jesucristo mira a su alrededor y hace suyos todos los sufrimientos e injusticias que padece la Humanidad. Luego se dirige a “sus discípulos”, entre los que se encuentran su amante y su madre y, sintiendo una pena infinita por todos los seres del planeta, exhala un postrer suspiro con este sublime mensaje: ¡Hombres y mujeres! “Perdonarle (a Dios) porque no sabe lo que hace.
-1- En círculos académicos consultados por este escriba se dice que ahora “estamos viviendo un tiempo frontera entre el ayer y el mañana”. Que el virus podría marcar el principio de un fin en nuestra forma de vivir, pensar y actuar. “El factor sorpresa” siempre desbarajusta todos los planes y cambia el curso de la Historia.
Blog del autor Nilo Homérico