La noche del pasado domingo entramos en una nueva época histórica en toda Europa. Y el viento sopla ahora de empopada: los fuertes ya no son capaces de hacer cuanto pueden y los débiles no están ya dispuestos a sufrir cuanto deben. El ejercicio de intromisión en la soberanía nacional griega que han llevado a […]
La noche del pasado domingo entramos en una nueva época histórica en toda Europa. Y el viento sopla ahora de empopada: los fuertes ya no son capaces de hacer cuanto pueden y los débiles no están ya dispuestos a sufrir cuanto deben.
El ejercicio de intromisión en la soberanía nacional griega que han llevado a cabo a plena luz los Juncker, Merkel, Schaüble, Dijsselbloem, Lagarde y Rajoy, y en la penumbra, Renzi y Draghi, tiene sin duda su precedente histórico -como casi todo en Europa- también en Grecia. Lo cuenta Tucídides en el famoso diálogo entre las autoridades de Milos y los delegados atenienses sobre la vacuidad de la democracia y la justicia cuando se trata de la soberanía en las relaciones entre potencias. Se resume en esta sentencia: «Los fuertes hacen cuanto pueden y los débiles sufren cuanto deben».
El desenlace es conocido. Tras rechazar la oferta de tributo de Milos, que quería ser «amigo de todos y enemigo de nadie», la isla y sus habitantes fueron colonizados y esclavizados por Atenas, con apoyo de Esparta, gracias a la traición interna de un sector de la oligarquía milense. No era otro el tenor de los mensajes cruzados estos días entre las instituciones europeas y el gobierno griego. Y si esta época nuestra produce un historiador como Tucídides, es probable que nuestros descendientes puedan leer en el futuro como un ejemplo de la «vieja política» los intercambios entre los ministros del Eurogrupo.
No será mucha exageración decir que la tradición republicano-democrática moderna nació casi dos milenios después, precisamente con este recordatorio de los Levellers plebeyos ingleses a la Cámara de los Comunes en 1646, en plena Revolución:
«Estamos convencidos de que no podéis olvidar que el propósito de vuestra elección como parlamentarios fue el de liberarnos de todo tipo de servidumbre y conservar la república en paz y felicidad. A tales efectos os otorgamos el poder que radica en nosotros para hacer eso mismo. Pues, precisamente, es lo que podríamos haber hecho nosotros mismos sin vosotros si por conveniente lo hubiéramos tenido: os hemos elegido -como personas que tenemos por aptamente calificadas, y fiables- para evitar algunos inconvenientes. Pero tenéis que recordar que con eso no hicimos sino conferiros un poder de confianza, el cual es siempre revocable, como no puede ser de otra manera, y no puede ser empleado para otro fin que el de nuestro propio bienestar. (…) Nosotros somos vuestros principales, y vosotros, nuestros agentes. Esa es una verdad que no podéis dejar de reconocer.» [1]
La democracia no pasa en el mundo por sus mejores momentos. No, desde luego, en Europa. Por eso resultó tan emocionante oír al ministro de finanzas griego, Varoufakis, justificar literalmente tres siglos y arreo después en esos mismos términos -en la rueda de prensa tras el Eurogrupo del pasado 27 de junio– la convocatoria de un referéndum para que, tras largos e infructuosos 5 meses de negociaciones del gobierno de Syriza con la Troika, el pueblo griego tomara directamente la palabra: «porque nosotros sólo somos los agentes, y el pueblo griego, el principal».
Y entonces empezaron a proliferar las metáforas y las referencias bélicas. El proverbialmente moderado europeísta Romano Prodi, viendo el impasse a que se había llegado, manifestaba su alarma hablando de un «momento Sarajevo» para la Europa del siglo XXI. Idéntica referencia en el analista financiero del Guardian, Larry Elliot. Otros se refirieron ya a Grecia como «el Vietnam de Europa». El influyente semanario liberal alemán Der Spiegel advierte a la Sra. Merkel de que podría pasar a la historia como la responsable de que Alemania provocara -por tercera vez en un siglo- una catástrofe europea. Y el propio Yanis Varoufakis, entrevistado el pasado sábado por el diario madrileño El Mundo denunció el «terrorismo» financiero que obligó a Grecia a cerrar las oficinas bancarias.
Medios de comunicación en guerra, particularmente en el Reino de España: reporteros amedrentados, cuñaos, badulaques, matones de columna y dompereciendos varios
La guerra, pues. Y su primera víctima, como en todas las guerras, la verdad. La siempre inteligente periodista económica británica Frances Coppola ya venía advirtiendo desde hace meses de la falsaria capacidad intoxicadora de las apócrifamente habituales «fuentes de Bruselas» y de la asombrosa credulidad, entre perezosa y ovejuna, del grueso de becarios-periodistas que ahora cubren la información económica europea.
Casi todos lo dijeron, pero no, no era verdad que Tsipras hubiera perdido el pasado abril la confianza en su ministro Yanis Varoufakis: ¿quién se acuerda ya ahora?
No, no era verdad tampoco que Tsipras se estuviera saltando estas últimas semanas las líneas rojas trazadas en la campaña electoral: no era verdad que el acuerdo estuviera a la vuelta de la esquina porque, como repitió hasta la náusea el propio Mariano Rajoy, el gobierno griego hubiera capitulado allanándose a las propuestas del Eurogrupo.
Como tampoco fue verdad, luego -según repitieron gregariamente el grueso de reporteros de la prensa concertada española, quieras que no amedrentados por la línea editorial fijada con incompetente alarde de matonismo por sus respectivos jefes-, que Varoufakis se levantara inopinadamente de la mesa de negociaciones y Tsipras lanzara al día siguiente (27 de junio) a sus desolados socios europeos un ultimátum en forma de «irresponsable» consulta al pueblo griego.
Lo contrario era lo cierto. La convocatoria de referéndum fue la respuesta griega al destemplado ultimátum -«o lo tomas o lo dejas«- presentado por el triste burócrata «socialista» Dijselbloem al brillante científico metido a insólito político de convicciones, Varoufakis: y es que las fotos lo tienen más difícil para mentir.
Para mentir fotográficamente, hay que hacerlo descaradamente. Con manipulación a veces chapucera. Como en la La Vanguardia de ayer, que reproducía en portada una foto publicada más discretamente -¡todavía hay clases en la prensa concertada!- también en El País. Repárese en las estanterías por delante de un carrito rebosante de comida:
La degeneración del periodismo económico es un fenómeno más o menos internacional, y tiene sin duda que ver con la quiebra general del modelo de negocio y con la precarización y desprofesionalización de la profesión periodística en las últimas décadas. No sólo con las condiciones de trabajo de los reporteros, sino también con la preparación académica de los mismos. La macroeconomía científica va a contrapelo del «sentido común» dominante; no visita a domicilio, por así decirlo. Nadie que, pongamos por caso, diga que «las finanzas públicas de un Estado son como las privadas de una familia» aprobaría un curso de Macroeconomía básica seria. Pero (casi) todos lo repiten como badulaques.
Esa degeneración cobra en el Reino de España un relieve tan particularmente singular, que los medios de comunicación españoles acaban de ser distinguidos por el prestigioso Instituto Reuters de la Universidad de Oxford como los segundos menos fiables del mundo y, desde luego, como los menos fiables informativamente de Europa para su propia opinión pública. Y a eso hay que añadir todavía el índice inequívoco de la degeneración en nuestro país del periodismo de opinión, el españolísimo fenómeno del «tertuliano»: esa pequeña colección de ubicuos y bien pagados ganapanes prêt-à-penser dispuestos a opinar tan energuménica como peregrinamente de todo en todo momento. Vieja tradición patria:
Todos con instrumentos en las manos
de estilos y librillos de memoria,
por bizarría y por ingenio ufanos,
codiciosos de hallarse en la victoria
que ya tenían por segura y cierta,
de las heces del mundo y de la escoria.
Que la opinión pública española no sólo no se fía nada de sus medios de información, sino que ha empezado a secretar espontáneamente sus propias defensas antitóxicas frente al periodismo de opinión, lo atestigua, por ejemplo, el simpático y viral neologismo introducido por los jóvenes en las redes: «cuñadismo«. Dícese del opinar enterquecida, arrebatada, superficial y desinformadamente de todo y sobre todo, y normalmente, con tanto donaire como desprecio de los hechos más básicos.
Así, es cuñadistamente «obvio» que los griegos y los españoles «deberían hacer como los alemanes»: «flexibilizar» su mercado de trabajo, por ejemplo. No importan los hechos (que, por otro lado, los periodistas económicos y los peritos académicos en legitimación jamás presentan a la opinión pública). No importa que esos hechos prueben concluyentemente que (parte d)el éxito económico alemán pasa por haber mantenido y aun robustecido la protección legal del trabajo asalariado, mientras que las clases dominantes mediterráneas -¡muy señaladamente en el Reino de España!- han aprovechado, en cambio, la crisis para destruir derechos sociales y convertir progresivamente los puestos de trabajo en verdaderos infiernos de arbitrariedad despótica:
Los griegos (y los españoles) serían también cuñadistamente «vagos». Tampoco aquí -¡faltaría más!- importan mucho los hechos:
Cuñadistamente, Grecia es y no es como el Reino de España. Según convenga. Cuando no lo es, Grecia sería un país singularísimo, hasta «genéticamente». El otro día pudo escucharse en TV3 a un tertuliano habitual -del género «historiador» ultracatalanista y ultrasionista- sosteniendo tan seriecito como información de la mayor relevancia que el «ADN de los griegos actuales» no es el de Aristóteles y Platón, ¡adónde va usted a parar!, sino «turco» y «balcánico». ¡Ah! ¡Misterio aclarado! ¡Pues Grexit, ya!
En ese mismo programa, otro tertuliano (éste, del género periodista-al-que-no-se-la-dan-con-queso) remachaba la ocurrencia con un rebencazo contra Stiglitz, el Premio Nobel de economía que ha pedido el No en el referéndum griego y que se habría atrevido a hablar de la «larga tradición democrática del pueblo griego». ¡Pardillo! ¡Ignorante, este Stiglitz! «¿No sabe acaso que la democracia griega es como la española, de vida reciente?» Pues sí, claro que lo sabe, cuñaíto. Y como no sabe las cosas a medias, es decir, al modo «cuñao», el Premio Nobel sabe también, por ejemplo, que la Resistencia democrática griega a la ocupación nazi-fascista pagó su lucha con más de medio millón de muertos entre 1940-45, para luego tener que sucumbir en una atroz guerra civil fomentada y militarmente apoyada por el imperialismo franco-británico: y es que la «tradición democrática» es eso, no las perogrulladas cuñadistas de cualquier Dompereciendo de la Transición.
También se pudo ver en ese programa de TV3 a un tercer contertulio (éste, del género economista-cuñao inescarmentable que se tragó todas las aldabas de la burbuja inmobiliaria española antes de 2008) crepitar de afectada indignación contra un sólido notario más bien conservador que sensatamente se atrevió a recordar lo jurídicamente obvio, y es a saber, que una deuda impagable solo puede abordarse de tres maneras: con quita, con aplazamiento o con quita y aplazamiento. ¡Nada de eso! Schaüble -¡Schäuble!- llevaría «toda la razón»: las «deudas son sagradas», y «si no se pagan, es el fin del orden europeo». El Grexit, diga lo que quiera el editorialista alemán del Financial Times, sería, por comparación, un pequeño detalle sin importancia….
Para farisaico escándalo de la parasitaria pandilla tertuliana habitual, una de las muchas cosas buenas que ha hecho ya la nueva alcaldesa Ada Colau en sus primeros días de gobierno ha sido empezar a eliminar de BTV -la televisión pública de la ciudad de Barcelona- los repetidos espacios consagrados a torneos de sesgados faramallones, anunciando una nueva programación con más reportajes de investigación e ilustración de fondo.
El significado del referéndum y la «estrategia Varoufakis»
Del referéndum convocado por el gobierno de Tsipras, politicastros y opinadores profesionales opinaron de todo: desde el célebre -y tan franquistamente sincero- «las urnas son peligrosas» de la ministra Tejerina, hasta el más habitual -y cínicamente postfranquista- «la confusa pregunta ni se entiende«. Lo cierto es que, cualquiera que fuera la formulación de la pregunta, todo el mundo entendía perfectamente el significado del referéndum griego.
Por lo pronto, todo el mundo recuerda la estupefacción provocada en 2011 por la mera sugerencia del entonces primer ministro del PASOK, un apabullado Papandreu, de convocar un referéndum para pedir el Sí del pueblo griego a los recortes austericidas exigidos desde Bruselas. Y todo el mundo recuerda cómo acabó aquello: con Papandreu puesto groseramente en la picota por sus propios compañeros «socialistas» europeos (empezando por aquel infame Joaquín Almunia, entonces Comisario económico), para a continuación ser depuesto en una especie de indisimulado golpe colonial de la Troika y substituido por un banquero, Papadinos, afín a la burocracia europea y a la aristocracia del dinero. (Nosotros mismos escribimos entonces al respecto.)
Pues bien; ahora, el nuevo gobierno de la izquierda radical de Syriza no sólo no se limitaba a sugerir, sino que convocaba un referéndum, y encima, pedía el No. La sola convocatoria del referéndum era ya un desafío en toda regla a la cultura política crecientemente antidemocrática del gobierno de la Unión Europea. Y votar OXI (No) -todo el mundo lo entendía- era:
– votar No a una «construcción europea» crecientemente demofóbica,
– votar No a la Troika y defender la soberanía popular griega y de todos los pueblos de Europa (no solo los mediterráneos),
– votar No a la degeneración de la Europa de los valores democráticos y sociales,
– votar No al pésimo diseño institucional de la Eurozona monetaria,
– votar No a quienes vienen aprovechándose de ese mal diseño para saquear a todos los pueblos europeos, y por lo pronto, a los mediterráneos,
– votar No a los facilitadores políticos del saqueo,
– votar No, claro está, era también dar un voto de confianza al gobierno de Syriza, señaladamente a Tsipras y a su ministro de finanzas, Varoufakis, el negociador en Bruselas y máxima autoridad intelectual del gobierno,
– y en fin, pero no menos importante, porque los símbolos históricos, particularmente en lugares que como el Reino de España y Grecia han vivido durísimas guerras civiles, son decisivos en política, votar No era seguir en la tradición patriótica del Día del Gran «No» a Mussolini (el Επέτειος του «‘Οχι», 28 Octubre de 1940), emblema donde los haya del Antifascismo y de la Resistencia democrática del pueblo griego: el OXI griego equivale más o menos exactamente al ¡No Pasarán! español.
Huelga decir que votar NAI (Sí) era lo contrario de todo eso. Significaba romper con la propia tradición antifascista y allanarse a unas autoridades europeas más y más aproadas al -dígase así- postantifascismo neoliberal.
Nadie dejó de entenderlo así. No había punto medio, ni valían las medias tintas. O con el OXI o con el NAI, con todas y cada una de sus implicaciones, también simbólicas.
No dejó de entenderlo así el BCE, una institución pretendidamente no-política, y en cualquier caso no electa, de la que depende el suministro de liquidez de la economía griega. Su decisión -probablemente ilegal- de poner arbitrariamente techo al suministro de liquidez a través del ELA obligó al gobierno de Syriza a tener que cerrar las oficinas bancarias en prevención de fugas masivas de depósitos. La semana deliberativa de campaña del referéndum tendría que hacerse, pues, con una población aterrorizada por el «corralito». Fue la decisiva contribución del BCE a la campaña de terror en favor del Sí. Que las autoridades políticas electas de la UE dejaran en manos de tecnócratas no electos el trabajo político más sucio, lo dice casi todo de la calidad democrática de las instituciones europeas actuales.
No dejó tampoco de entenderlo así el presidente del Parlamento europeo, el «socialista» alemán Martin Schultz, que intervino de la manera más groseramente impropia en la campaña por el Sí, declarando redondamente que si triunfaba el No, los griegos saldrían del euro y tendrían que volver a acuñar dracmas: varios eurodiputados verdes y del grupo de la izquierda -como Urtasun- han dicho ya que le exigirán la dimisión.
Ni el presidente del Eurogrupo, el también «socialista» holandés, Dijselbloem -desastroso ministro de finanzas de su país-, que también salió con amenazas al No en su zafio estilo habitual. Menos jaques, los gobernantes «socialistas» Renzi (Italia) y Hollande (Francia) se limitaron a sugerir que el voto del Sí era el voto a Europa y a declarar paternalistamente que lo terrible del «muy respetable» referéndum era que, en el mejor de los casos, dividiría al pueblo griego en dos mitades: ganara el Sí o ganara el No, lo haría con resultado ajustadísimo…
Y no es necesario mencionar aquí las declaraciones de los gobernantes y políticos explícitamente conservadores. Baste decir que un Rajoy aterrorizado por la perspectiva de que un éxito, ya fuera mínimo, de Syriza significara un espaldarazo al espacio político del «sí se puede» en el Reino de España llegó tan lejos, que provocó una nota de protesta del gobierno de la República Helénica.
El significado del triunfo del NO
Pues bien; tal como había pronosticado casi en solitario el ministro Varoufakis -el más que probable inspirador de la audaz iniciativa dentro de un gobierno de Syriza que llegó a parecer por unas horas aturdido de su propia osadía-, el triunfo del No el pasado domingo fue rotundo y concluyente: 61% contra 38%. A saber qué dirán ahora los periodistillos que escribieron con jactanciosa obnubilación que la mera convocatoria del referéndum era el suicidio de Tsipras y de Syriza: «Acorralado, el viernes Tsipras se suicidó políticamente con la convocatoria de un referéndum que ha puesto en bandeja al resto de Gobiernos una victoria por KO».
No hubo KO, sino todo lo contrario. El triunfo avasallador de Syriza, lejos de dividir al pueblo griego, lo ha unido, y como consecuencia de esa unión popular por abajo ejemplarmente expresada en el sereno desarrollo de la campaña del referéndum y en su apabullante resultado, hoy, lunes, hemos asistido a la escenificación de la unión del entero arco político democrático parlamentario detrás de Syriza.
La división ha cambiado de bando. La socialdemocracia europea ha salido profundamente divida de ese lance (y acaso, herida de muerte). El Eurogrupo está dividido. La Comisión Europea está dividida. La Troika, dividida también. Y tal vez asistamos en los próximos días a alguna escenificación de la división dentro del mismo gobierno alemán.
Toda la estrategia de Varoufakis estaba basada desde el comienzo en la idea de que una salida de Grecia del euro era una catástrofe, por supuesto, pero no sólo para Grecia, sino para toda la Eurozona (y para la economía mundial): la esencia de una unión monetaria es su irreversibilidad; rota ésta, la desintegración se pone inexorablemente en marcha. La inmensa mayoría de la población griega (ahora mismo, y con lo que ha llovido, ¡un 74%!) de ninguna manera quiere abandonar la moneda común. Syriza pasó de ser una izquierda parlamentaria marginal a ganar las elecciones en muy pocos meses, cuando abandonó el huero consignismo véteroizquierdista -o estrechamente nacionalista- y la huera palabrería de la izquierda académica intelectualmente degenerada de las últimas décadas, para aceptar básicamente la estrategia de negociación fundada en la célebre Modesta Proposición de Varoufakis, Galbraith y Stuart Holland. La salvación de Grecia, lejos de pasar por la ruptura con el euro, pasaba por convertir a la pequeña República helénica gobernada por la izquierda en punta de lanza de una reforma salvadora de toda la UE y estabilizadora de la Eurozona. Con ese mensaje ganó las elecciones en enero pasado. Con ese mensaje ganó autoridad internacional (Tsipras fue el candidato de toda la izquierda europea en las ultimas elecciones al Parlamento europeo). Y con ese mensaje acaba de obtener una victoria arrolladora en el referéndum del pasado domingo.
En cambio, toda la estrategia del sector más duro de las autoridades europeas estaba supuestamente basada en la hipótesis de que el Grexit ya no representaba una amenaza catastrófica para la UE y la Eurozona: «lo tomas o lo dejas».
El referéndum ha dicho claro, alto y concluyentemente que «no lo toma». Y ahora viene lo más difícil, lo que podríamos llamar el «momento Varoufakis». El Grexit era básicamente un farol: no había más que ver a un circunspecto De Guindos esta mañana. Y de producirse un Greaccident en los próximos días, la destrucción mutua asegurada no destruiría ya a Syriza. Pero sí, y más temprano que tarde, a los políticos europeos del Sí. Los negociadores griegos pueden ahora decir que un Grexit sería ciertamente menos malo para ellos que para sus contrapartes negociadoras, y no sólo a medio o largo plazo. El equipo anti-OXI jugará en Europa (y en EEUU) dividido. Algunos, jugarán durísimo. Eso es seguro.
Estamos ahora exactamente en el escenario que Schäuble quería evitar. En el plano interno griego, la dureza inflexible de las autoridades europeas no haría otra cosa que reforzar ulteriormente a Syriza. Y en el plano internacional, el ala meliflua de las fuerzas políticas del anti-OXI corre el riesgo no ya sólo del descrédito total, sino de una desintegación mucho más rápida que la de la Eurozona tras un Greaccident. La noche del pasado domingo entramos en una nueva época histórica en toda Europa. Y el viento sopla ahora de empopada: los fuertes ya no son capaces de hacer cuanto pueden y los débiles no están ya dispuestos a sufrir cuanto deben.
Notas:
[1] [[In 1646 while Lilburne was imprisoned for high treason, Overton wrote A Remonstrance of Many Thousand Citizens, and other Free-Born People of England, to their own House of Commons, urging that Lilburne be freed. The Remonstrance became a great Leveller manifesto.]
Antoni Domènech es el Editor general de SinPermiso. Gustavo Buster y Daniel Raventós son miembros del Comité de Redacción de SinPermiso.
Fuente original: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=8138