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¿Y la guerra, Papa Benedicto?

¿Cuándo va a enfrentar la cara ensangrentada de la historia?

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El Papa Benedicto XVI llegó la semana pasada a Washington sobre un telón de fondo macabro que incluye informes de tortura, ejecución, y guerra. Prefirió no darse cuenta.

Tortura: Nuevos informes de ABC de fuentes informadas describieron a los asesores más importantes de George W. Bush (Cheney, Powell, Rumsfeld, Ashcroft, Rice, y Tenet) reuniéndose docenas de veces en la Casa Blanca durante 2002/03 para decidir la combinación más eficiente de técnicas de tortura para «terroristas» capturados.

Inicialmente, cuando ABC intentó aislar al presidente de esta sórdida actividad, Bush alardeó abruptamente que lo sabía todo al respecto y la aprobaba. Ese comentario y el memorando de acción que Bush firmó el 7 de febrero de 2002 disiparon cualquier duda restante sobre su responsabilidad personal por la autorización de la tortura.

Ejecución: Mientras tanto la Corte Suprema con una mayoría de jueces que se llaman católicos, deliberaba abiertamente sobre si un gramo, o dos, o tal vez tres de este o aquel producto químico será el modo preferido para ejecutar a seres humanos. El siempre pintoresco laico católico Antonin Scalia se quejó, impaciente: «¿Dónde dice en la Constitución que las ejecuciones tengan que ser indoloras?

Scalia no parecía preocupado en absoluto por la posibilidad de que el Papa pudiera recordarle a él y a sus colegas católicos la enseñanza de la Iglesia sobre la pena capital, es decir, que los casos en los que la ejecución es una necesidad absoluta «son muy raros, si no prácticamente inexistentes.»

Eso bastó para que este estudiante de historia alemana (y residente allí durante cinco años) recordara vívidamente su visita a sitios donde se realizaban precisamente esos tipos de tortura y políticas de ejecución a altos niveles similares del círculo íntimo de Hitler – sí, incluyendo a jueces.

Guerra: ¿Puede el Papa posiblemente estar tan sumido en su marca peculiar de teología que haya olvidado lo que sucedió cuando era joven, durante el Tercer Reich?

¿Es posible que asesores papales hayan olvidado decirle que, después de la Segunda Guerra Mundial, el Tribunal de Nuremberg describió una guerra de agresión no provocada, del tipo que lanzaron el Tercer Reich y George W. Bush, como el «supremo crimen internacional, diferente de otros crímenes de guerra sólo en que contiene el mal acumulado del conjunto?» ¿Pueden haber dejado de contar al Papa que se codearía con criminales de guerra, torturadores, y los cobardes del Congreso que les confieren poderes y se niegan a sacarlos de sus puestos?

Para este católico fue un espectáculo profundamente triste – profundamente triste. Nunca desde la Segunda Guerra Mundial cuando los obispos del Reich hicieron juramentos personales de lealtad a Hitler (como lo hizo la Corte Suprema alemana y los generales del ejército) han actuado el papado y los obispos de una manera tan zalamera, poco cristiana. Durante los años treinta, con muy pocas excepciones, los obispos (católicos y luteranos evangélicos) colaboraron con los nazis. Mientras tanto Pío XII, como Hamlet, trató permanentemente de decidir si debiera exponer a la Iglesia Católica a un cierto riesgo, mientras los judíos eran asesinados a mansalva.

Albert Camus

En 1948, a la sombra de esa monstruosa guerra mundial, el autor/filósofo francés Albert Camus aceptó una invitación del monasterio dominicano de Latour-Maubourg. Hay que decir a su favor que los dominicanos querían saber lo que un «no creyente» pensaba sobre los cristianos a la luz de su conducta durante los años treinta y cuarenta. Las palabras de Camus parecen tan terriblemente relevantes hoy en día, que es difícil recortarlas:

«Durante mucho tiempo en esos años espantosos años esperé que se alzara una gran voz en Roma. Yo ¿un no creyente? Precisamente. Porque sabía que el espíritu se perdería si no articulaba un grito de condena.

«Desde entonces me han explicado, que la condena fue ciertamente expresada. Pero lo fue en el estilo de las encíclicas, que no es tan claro. La condena fue expresada y no fue comprendida. ¿Quién podía dejar de sentir dónde se halla la verdadera condena en este caso?

«Lo que el mundo espera de los cristianos es que los cristianos deberían pronunciarse, fuerte y claro, y que deberían expresar su condena de tal manera que nunca pudiera aparecer una duda, ni la más ligera duda, en el corazón del hombre más simple. Que deberían apartarse de la abstracción y enfrentar la cara ensangrentada que la historia ha asumido hoy en día. [Énfasis agregado]

«Puede ser… que la Cristiandad insista en mantener un compromiso, o en dar a su condena la forma oscura de la encíclica. Posiblemente insistirá en perder de una vez por todas la virtud de revuelta e indignación que otrora le perteneció.

«Lo que sé – y a veces crea en mí un profundo anhelo – es que si los cristianos se decidieran a hacerlo, millones de voces – millones, digo – en todo el mundo se sumarían al llamado de un puñado de individuos aislados, quienes, sin ningún tipo de afiliación, interceden actualmente casi por doquier e incesantemente por niños y otra gente.» [Énfasis agregado]

(Extractado de «Resistencia, Rebelión y Muerte: Ensayos»)

¡Hace sesenta años!

Tal vez los monjes dominicanos tomaron en serio a Camus; los monjes tienden a escuchar. Los funcionarios del Vaticano, por otra parte, tienden a saberlo todo – y habitualmente advierten al Papa que sea «discreto.» Eso se vio la semana pasada con el Papa en Washington y Nueva York, cómo perdió la oportunidad de seguir el mandato bíblico de decir la verdad al poder – de pronunciarse claramente, como insistió Camus, con toda la autoridad moral que pueda invocar.

Católicos por todas partes

Pensemos en la semana pasada y en los numerosos católicos destacados que se agruparon para ver al Papa – muchos de ellos directivos con considerable influencia en el poder judicial y legislativo, y también importantes protagonistas en el poder ejecutivo.

Ahí estaban, con sus familias, los cinco jueces católicos de la Corte Suprema, recién salidos de detalladas deliberaciones sobre cómo implementar de la mejor manera los asesinatos patrocinados por el Estado, ejecuciones que están prohibidas en virtualmente todo país civilizado.

El juez Scalia baboseó audiblemente sobre cuánto producto químico letal debía ser inyectado a las venas de un «condenado,» y con qué rapidez. (Para los que tengan estómagos resistentes, C-SPAN grabó los procedimientos.)

Me siento avergonzado de reconocer que, como yo, Scalia es el producto de una educación jesuita (Xavier High School en Manhattan y Georgetown College). A pesar de su propugnación de técnicas «blandas» de tortura como ser la introducción de clavos bajo las uñas, Scalia todavía es venerado por igual por muchos jesuitas y obispos.

En la Cámara de Representantes

La presidenta Nancy Pelosi, que fue decana de la Arquidiócesis de Baltimore y ahora de San Francisco y el líder de la minoría John Boehner (Republicano de Ohio) – también católico – parecen estar a punto de asignar otros 100.000 millones de dólares para la muerte y la destrucción en Iraq y Afganistán por los motivos políticos más reprensibles y crasos – la próxima elección. El congresista Jim McGovern (Demócrata de Massachussets) trató la semana pasada de rizar el rizo, señalando que Pelosi ahora insiste, en boca de McGovern, en que: «Somos una parte igual del gobierno, ya no somos una cita barata.» Es un hecho.

Por desgracia, parece que los funcionarios clave de Pelosi en Apropiaciones de la Cámara (ambos católicos) van a ceder una vez más. No es que no conozcan la forma correcta de proceder. Hace sólo seis meses el presidente de Apropiaciones Dave Obey (Demócrata de Wisconsin) declaró: «No me propongo devolver con su informe en algún momento durante esta sesión del Congreso ninguna solicitud [de financiamiento] si sólo sirve para continuar el status quo.»

El presidente del subcomité John Murtha (Demócrata de Pensilvania) lo dijo con aún más fuerza un año antes que Obey, y llegó cerca de decir que la ocupación de Iraq es una causa perdida – y lo es, por cierto. Pero no es político decir eso antes de la elección. No importan los soldados en la línea del frente.

Obey y Murtha cedieron la última vez. Consideraré particularmente devastador si Obey vuelve a ceder ahora, porque siempre le he considerado uno de los mejores legisladores del Congreso. Y ya que es de Wisconsin, Obey reconoce mejor que la mayoría de los otros la demagogia maccartista de gente como el republicano de Texas, Michael Burgess, en el sentido de que cualquier cosa que dé al presidente todo el financiamiento de la guerra que exige es «básicamente dar ayuda y alivio al enemigo.» Pelosi también ha sido excepcionalmente franca al admitir que es política electoral, pura y simple, lo que explica su resistencia a responsabilizar al presidente George W. Bush y al vicepresidente Dick Cheney por crímenes y faltas graves mediante el procedimiento regulado que nos fue legado por los Padres Fundadores [de la nación] precisamente con ese propósito – la recusación en la Cámara de Representantes; el juicio en el Senado.

Si, como se espera en general, aprueban el financiamiento para la guerra, es probable que mueran varios cientos de soldados estadounidenses más – para no hablar de cuántos iraquíes – antes de que se pueda inyectar un poco de sentido común en la política de EE.UU. el año próximo.

Iraq está en la ruina. Dos millones de iraquíes han huido al extranjero; otros dos millones son refugiados en el interior. ¿Soy el único que considera macabro el furioso debate sobre si el ataque y ocupación de Iraq han resultado en un millón o «sólo 300.000» iraquíes muertos?

Al parecer, el Papa no tuvo ninguna opinión sobre la guerra de Iraq. ¿Y sobre la Tortura?

Seguramente el Papa se pronunciaría contra el tipo de tortura por la que se ha hecho famoso nuestro país: Abu Ghraib, Guantánamo, los «sitios ocultos» de la CIA – tanto más ya que Jesús de Nazaret fue torturado hasta la muerte. El Papa prefirió el silencio, lo que presumiblemente fue un alivio agradable para el aprendiz de torturador de cinco estrellas, el general Michael Hayden, actualmente jefe de la CIA. La Casa Blanca ha dejado en claro que Hayden está listo para instruir a sus torturadores que vuelvan a utilizar el submarino, con la aprobación del César.

Hayden demostró su brío cuando fue jefe de la Agencia Nacional de Seguridad [NSA]. Saludó con elegancia cuando el presidente y el vicepresidente le dijeron que hiciera caso omiso de la Ley de Inteligencia en el Exterior y Vigilancia y de su juramento de defender la Constitución Uno de los predecesores de Hayden como director de la NSA afirmó que Hayden debiera haber sido sometido a un consejo de guerra. Pelosi fue informada tanto sobre la vigilancia ilegal como sobre la tortura, pero no hizo nada.

Después de demostrar su fidelidad al presidente, Hayden fue escogido para dirigir la CIA. Al general le gusta alardear sobre su formación moral y sus credenciales católicas. En la audiencia para su nombramiento, señaló que gozó de 18 años de educación católica.

Y todo el tiempo quedó bien en claro que estaba positivamente ansioso de estar a cargo del submarino y de otras técnicas de tortura – ¡lo que usted diga, jefe! Me sentí algo alicaído después de sumar mis propios años de educación católica – sólo 17. Evidentemente me perdí las «Técnicas reforzadas de interrogatorio 301.»

Siga así, general; Concentrémonos en los pecados de otros.

El sábado, en la ONU, el pontífice pontificó sobre «los derechos humanos dados por Dios» y «masivos abusos contra los derechos humanos,» pero en general eso fue todo. El Washington Post informó que al Papa «le faltaron datos específicos y se explayó sobre temas generales.» Pero hubo algo específico. Aquí en EE.UU., el Papa prefirió volver a ocuparse una y otra vez del escándalo de la pedofilia – excluyendo casi todo lo demás. Hay que aplaudirlo por haberse reunido con víctimas de abusos sexuales del clero y por expresar su profunda vergüenza, pero los medios le dieron toda la libertad del mundo para ocultar su propio papel en el intento de encubrir todo el asunto.

Mientras todavía era el Cardenal Joseph Ratzinger, encabezó la Congregación para la Doctrina de la Fe – la oficina del Vaticano que dirigió la Inquisición. En esa capacidad, envió una carta en mayo de 2001 a todos los obispos católicos extendiendo una cortina de secreto sobre los extensos abusos sexuales por clérigos, advirtiendo a los obispos de severos castigos, incluyendo la excomunicación, por revelar «secretos pontificales.»

Abogados que representaban a los abusados sexualmente acusaron a Ratzinger de «clara obstrucción de la justicia.»

Muy pocos obispos estadounidenses han sido castigados. Y cuando el cardenal Bernard Francis Law fue sacado de Boston por no proteger a niños contra sus sacerdotes depredadores, le dieron una cómoda sinecura en Roma; muchos creen que debería estar entre rejas.

En una entrevista con el Servicio Católico de Noticias en 2002, Ratzinger estigmatizó a la cobertura en los medios del escándalo de la pedofilia como «una campaña planificada… intencional, manipulada, un deseo de desacreditar a la Iglesia.»

Es bueno que el Papa haya cambiado ahora de opinión. Y mejor todavía en su caso ya que se encontró con la atmósfera congenial de Washington, donde desde hace mucho tiempo no se ha responsabilizado a bellacos poderosos.

¿Y qué otra cosa esperabas?

Ojalá mis amigos dejaran de preguntármelo.

Aunque fue bueno que el Papa encarara directamente el tema de la pedofilia, pareció como si él y sus asesores políticamente astutos hubiesen tomado una decisión considerada de dedicarle un tiempo y una energía desmesurados. Y un beneficio colateral demasiado familiar de ese enfoque en temas sexuales fue que posibilitó que el Papa hablara con una gloriosa generalidad sobre otros temas importantes – la guerra, la tortura, la pena de muerte – en todos los cuales, como hemos visto, están involucrados muchos de «los fieles» – involucrados de manera embarazosa. ¿O soy el único que se siente embarazado?

Yo había esperado – de modo ingenuo, según resultó – que el Papa podría alentar a sus hermanos obispos a encontrar el coraje de decir de llano lo que 109 obispos de la fe metodista, la tradición de George W. Bush, declararon el 8 de noviembre de 2005:

«Nos arrepentimos de nuestra complicidad en lo que consideramos la injusta e inmoral invasión y ocupación de Iraq. Ante la precipitación del gobierno de EE.UU. hacia una acción militar basada en información engañosa, demasiados de nosotros mantuvimos el silencio.

«Confesamos nuestra preocupación por el realce institucional y las agendas limitadas mientras hombres y mujeres estadounidenses son enviados a Iraq a matar y ser muertos, mientras miles de iraquíes sufren y mueren innecesariamente.»

Había pensado que tal vez los obispos católicos de EE.UU. adoptarían el tipo de resolución que 125 obispos metodistas firmaron el 9 de noviembre de 2007. Diciendo la verdad al poder, los metodistas pidieron una retirada inmediata de las tropas de Iraq y el cambio de cualesquiera planes para establecer bases militares permanentes en ese país.

La resolución de los obispos metodistas señaló: «Cada día que continúa la guerra, más soldados y civiles inocentes son muertos sin que se vea un fin de la violencia, el derramamiento de sangre, y la carnicería.» El obispo Jack Meadors resumió sucintamente la situación:

«La guerra de Iraq no es un problema político o un problema militar. Es un problema moral.» [Énfasis agregado]


Museo del Holocausto en Jerusalén

Al visitar el verano pasado Yad VaShem, el museo del Holocausto en Jerusalén Oeste, experimenté recuerdos dolorosos de lo que sucede cuando la iglesia permite ser capturada por el Imperio. Una iglesia aquiescente, es obvio, pierde todo residuo de autoridad moral que pueda haber tenido.

A la entrada del museo, una cita del ensayista alemán Kurt Tucholsky establece un tono universalmente aplicable:

«Un país no es sólo lo que hace – es también lo que tolera.»

Palabras aún más convincentes provinieron de Imre Bathory, un húngaro que puso su propia vida en grave peligro al ayudar a salvar a judíos de los campos de concentración. Explicando el motivo, Bathory dijo lo siguiente:

«Sé que cuando esté ante Dios el Día del Juicio Final, no me harán la pregunta posada a Caín: ‘¿Dónde estabas cuando la sangre de tu hermano clamaba a Dios?'»

Bush, la Biblia y la «Religión»

Según el ex presidente George H. W. Bush, George W. Bush ha «leído toda la Biblia – dos veces.» Tal vez se saltó ese pasaje demasiado rápido; o tal vez es altamente selectivo en cuanto a quienes considera como hermanos.

Sin embargo, eso no excusa a Benedicto; él lo sabe mejor. Y sin embargo, optó por desperdiciar su gloriosa oportunidad de pronunciarse y marcar la diferencia. El obispo metodista Meadors tiene razón; la guerra es un problema moral. Pero el presidente Bush se ha negado una y otra vez a reunirse con sus obispos metodistas. Y ahora tiene el imprimátur del Papa.

Lo esencial es provocador: hasta el punto de que hay que introducir a las discusiones sobre la guerra, las ejecuciones, la tortura consideraciones sobre lo que está bien y lo que está mal, lo que es moral o inmoral – bueno, encarémoslo. Sólo estamos nosotros.

¿Estamos a la altura de nuestra responsabilidad? ¿Vamos a pasar la pelota, como Benedicto? ¿Nos comportaremos como «alemanes obedientes,» esperando, como a Godot, una conducción moral desde arriba, la que, sabemos en nuestros corazones, nunca llegará?

San Agustín escribió:

«La esperanza tiene dos hijas maravillosas: la ira y el valor. La ira por como son las cosas y el valor para cambiarlas.»

Los Padres Fundadores nos dieron obsequios increíblemente preciosos que no nos atrevemos a despilfarrar. Siento mucha cólera; confío en que podamos reunir el coraje necesario. ¿Y tú?

……….. Ray McGovern trabaja con Tell the Word, el brazo editor de la ecuménica Iglesia del Salvador en el centro de Washington DC. Forma parte del Grupo Director de Profesionales Veteranos de Inteligencia por la Sanidad (VIPS). Colaboró en «Imperial Crusades: Iraq, Afghanistan and Yugoslavia,» editado por Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair (Verso).

Este artículo apareció primero en Consortiumnews.com.

http://www.counterpunch.org/mcgovern04222008.html