Qué pensaba Marx Todos sabemos, a través del Manifiesto comunista principalmente, que Marx no abogaba por un plan de reformas del sistema económico sino por su completa superación, hacia un nuevo modo de producción que posibilite formas de relación social distintas. En su perspectiva, el desarrollo del capitalismo, con sus contradicciones internas posibilitaría tal salto, […]
Qué pensaba Marx
Todos sabemos, a través del Manifiesto comunista principalmente, que Marx no abogaba por un plan de reformas del sistema económico sino por su completa superación, hacia un nuevo modo de producción que posibilite formas de relación social distintas.
En su perspectiva, el desarrollo del capitalismo, con sus contradicciones internas posibilitaría tal salto, pues el desenvolvimiento de la gran industria produciría los sepultureros del sistema al generar una gran clase de oprimidos que, en ese momento, empezaba a tener conciencia de su fuerza: el proletariado.
Pero, ¿creía Marx que las condiciones sociales bajo el capitalismo eran necesariamente inferiores que en los modos de producción anteriores? De hecho, consideraba que la burguesía cumplió en la historia un papel revolucionario, solo que «ahogando» las antiguas formas de sometimiento en las «heladas aguas del cálculo egoísta», y simplificando las relaciones sociales hasta hacer «de la dignidad personal un simple valor de cambio».
«Donde la producción capitalista se ha aclimatado plenamente entre nosotros, por ejemplo en las fábricas propiamente dichas, las condiciones son mucho peores que en Inglaterra, pues falta el contrapeso de las leyes fabriles. En todas las demás esferas nos atormenta, al igual que en los restantes países occidentales del continente europeo, no sólo el desarrollo de la producción capitalista, sino la falta de ese desarrollo (…) Comparada con la inglesa, la estadística social de Alemania y de los demás países occidentales del continente es paupérrima.»1
Sin embargo, las revoluciones socialistas a lo largo de la historia no se han desatado en países con mayores niveles de desarrollo económico lideradas por obreros industriales, sino todo lo contrario. En este sentido, podría argumentarse que las mejores condiciones para dar lugar a una revolución social no se hallan en el mayor desarrollo de las fuerzas productivas, sino que más bien podrían ser habilitadas por los más profundos niveles de pauperización y opresión, como ha ocurrido en Rusia o en Cuba.
Lo único que sé es que yo no soy marxista
Es Engels quien, en una carta, cita esta frase pronunciada por Marx, al referirse a «esos muchos amigos para los cuales la concepción materialista no es más que un pretexto para no estudiar historia».
Si hay algún adjetivo que no le cabe a un pensador como Marx, es el de dogmático. En los borradores de una carta para los populistas rusos dirigida a Vera Zasulich, deja en claro las razones por las cuales el campesinado ruso por sus particularidades -como la extensión de la propiedad colectiva de la tierra- podría hacer la revolución sin pasar por el desarrollo industrial como otros pueblos.
Según estos escritos, recuperados póstumamente, la «inevitabilidad histórica» del proceso elaborado por Marx está explícitamente limitada a los países de Europa Occidental, y «la comuna» podía ser «el apoyo de la regeneración social en Rusa».2
Entonces, ¿cuanto peor, mejor?
Esta frase, que sirve comúnmente para describir el comportamiento de los partidos trotskistas, le pertenece a un personaje del populista ruso Chernyshevski en la novela Qué hacer homenajeada por Lenin con su famoso trabajo. Es un autor citado también por Marx en El Capital donde se elogia su rol como economista crítico.
El problema que sintetiza puede expresarse con otra célebre fórmula: ¿Reforma o Revolución? Es decir, ¿corresponde a una estrategia revolucionaria luchar por conquistas parciales para la clase trabajadora o el pueblo?
Para algunos, la respuesta a favor de mejoras en las condiciones de vida, aunque sean mínimas o linden con la mendicidad, pareciera muy sencilla: algo es algo. Hay tantas formas de defender esta tesis como la contraria registradas en la vasta literatura que busca hacer teoría de la praxis.
Precisamente en ese libro de «inspiración populista» que fue el Qué hacer de Lenin, uno de los capítulos aborda la cuestión desplegando un enérgico contrapunto de su autor con otros líderes políticos de la época en el que opone la «política tradeunionista» a la «socialdemócrata». La primera es caracterizada como la posición de «lucha económica contra el gobierno», mientras que la segunda sería, en ese entonces, la política revolucionaria.
(Tradeunionismo puede traducirse hoy como sindicalismo, pero la «socialdemocracia» se ha desplazado con el correr del tiempo hasta definir hoy a partidos socialistas que han abandonado el marxismo y la lucha contra el orden económico y social.)
En ese texto -y en otros-, fuertemente crítico de los movimientos que se limitan a buscar reformas económicas, su autor resuelve:
«La socialdemocracia revolucionaria siempre ha incluido e incluye en sus actividades la lucha por las reformas. Pero no utiliza la agitación «económica» exclusivamente para reclamar del gobierno toda clase de medidas: la utiliza también (y en primer término) para exigir que deje de ser un gobierno autocrático. Además, considera su deber presentar al gobierno esta exigencia no sólo en el terreno de la lucha económica, sino asimismo en el terreno de todas las manifestaciones en general de la vida sociopolítica. En una palabra, subordina la lucha por las reformas como la parte al todo, a la lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo.»3
Rosa Luxemburgo se expresa exactamente en el mismo sentido cuando dice:
«La lucha por las reformas no genera su propia fuerza independientemente de la revolución. Durante cada período histórico, la lucha por las reformas se lleva a cabo sólo en el sentido indicado por el ímpetu de la última revolución; y continúa hasta tanto el impulso de ella sigue haciéndose sentir…. en cada período histórico la lucha por las reformas se lleva a cabo solamente dentro del marco de la forma social creada por la última revolución… Resulta anti-histórico representar la lucha por las reformas como una simple proyección de la revolución y a ésta como una serie condensada de reformas.»4
Para Marx, la cosa también estaba clara. Las mejoras en el nivel de vida de la clase trabajadora no son despreciables. Como escribe en el prólogo a la primera edición de El Capital, aunque una sociedad no pueda saltearse ni descartar por decreto las leyes de su desarrollo, «puede mitigar y acortar los dolores del parto». Según Atilio Borón, la historia de América Latina demuestra que, en nuestra región, son necesarias verdaderas revoluciones sociales para dar lugar a reformas estructurales.5
Acumulación o contención
Así como el debate sobre si «cuanto peor, mejor» puede traducirse como «reforma o revolución», la pregunta sobre «qué reforma» puede dirimirse en la contraposición del par «acumulación/contención».
La legislación laboral y más extensamente el Estado de bienestar han sido concebidas ambivalentemente a lo largo de la historia como un avance en el desarrollo de la lucha de clases o como un freno a la revolución. Como conquista de los trabajadores, o bien como concesión del poder. Lo mismo sucede con todo tipo de instituciones democráticas, como el sufragio universal u otros derechos civiles y políticos.
Si las reformas son capaces de contener a las masas en la prosecución de un nuevo orden más justo que implique reformas estructurales es una cuestión que no se puede zanjar en el plano de la teoría, ni siquiera en la verificación de un hecho aislado. Deberá corroborarse, en el curso de los hechos, por la concatenación de los acontecimientos, el juego de representaciones subjetivas y la correlación de fuerzas en disputa, lo que requiere una praxis política en la realidad y un combate también en el terreno del discurso.
El resultado de esta operación política no está pues determinado únicamente por los hechos concretos, sino que será atravesado por la valoración de los mismos. Por lo que existe el riesgo de que una actitud derrotista, pueda convertirse en una profecía auto-cumplida, tanto como que el triunfalismo pueda conducir a una lectura errada de la realidad.
Ninguno de estos extremos favorece en última instancia la acumulación política a favor de la clase. Todo dependerá entonces en qué estrategia de poder se inscriban mejor esos cambios. Ante la duda hay que pensar, con Marx, que el poder material debe ser derrocado por el poder material.6
Notas
1 Marx, K. «Prólogo a la primer edición» de «El Capital». Buenos Aires. Siglo XXI. 2015
2 ENGELS, F. «Proyecto de respuesta a la carta de V. I. Zasulich». Disponible en: www.marxists.org
3 LENIN, V.I. «Qué hacer». Disponible en: www.marxists.org
4 LUXEMBURGO, R. «Reforma o Revolución» Disponible en www.marxists.org
5 BORÓN, A. «Democracia y reforma social en América Latina. Reflexiones a propósito de la experiencia europea». En «Estado, capitalismo y democracia en Amérca Latina». Buenos Aires. CLACSO. 2003
6 MARX, K. «Introducción para la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel». Disponible en: www.marxists.org
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.