El reciente fallecimiento de Fidel Castro ha provocado innumerables reflexiones sobre la dimensión de su legado para Cuba y el mundo. En general, se pueden clasificar entre las positivas y las descalificaciones liberales, éstas últimas siempre atentas para difundir la supremacía de su libertad por sobre todos los demás valores; por su parte, las primeras […]
El reciente fallecimiento de Fidel Castro ha provocado innumerables reflexiones sobre la dimensión de su legado para Cuba y el mundo. En general, se pueden clasificar entre las positivas y las descalificaciones liberales, éstas últimas siempre atentas para difundir la supremacía de su libertad por sobre todos los demás valores; por su parte, las primeras se mueven en el marco de la defensa de la soberanía cubana y su eficaz resistencia al imperialismo yanqui hasta su importancia en la historia de Latinoamérica y del mundo, sobre todo al hacer visible la necesidad y posibilidad histórica de defender el legado de Bolívar y Martí. En todo caso, aquí se pretende señalar que un rasgo fundamental de la revolución cubana está representada por su terca defensa de la igualdad, aun a costa de limitar libertades, lo que le valió la descalificación de las buenas conciencias liberales y la crítica de los desencantados de la revolución.
Un rasgo central de las sociedades latinoamericanas desde la conquista y hasta nuestros días es sin duda la desigualdad. Los virreinatos establecieron una segregación de hecho, que operaba por encima de leyes especiales, a pesar de la graciosa concesión de la corona de considerar a los habitantes originarios como súbditos con derechos y personalidad jurídica. En realidad, los tres siglos del colonialismo implantaron una sociedad de castas que, con reformas y constituciones se ha mantenido hasta la fecha en prácticamente todo el subcontinente.
Los procesos independentistas y el consecuente surgimiento de estados liberales paradójicamente profundizaron la marginación y la desigualdad gracias al despojo sistemático de tierras comunales pero eso sí, con la marca de la casa: las libertades y la inconsistente igualdad ante la ley. Surgieron así conflictos que se mantienen hasta hoy, como el de la nación mapuche en contra del estado chileno, el cual una vez consumada la independencia se dedicó a despojar de tierras a los mapuches para otorgárselo a inmigrantes europeos con todas las ventajas, profundizando la desigualdad y la marginación no sólo entre los herederos de Caupolicán sino entre la mayoría de la población. Hoy por hoy, Chile junto con México son campeones de la desigualdad en la región y la tendencia se fortalece. Es por eso que se puede decir sin faltar a la verdad que los estados liberales en Latinoamérica profundizaron la desigualdad heredada por la colonia. Ya ni para que mencionar a los estados neoliberales contemporáneos, que han sistematizado el despojo y la depredación a niveles nunca vistos en el pasado.
El caso de Cuba no es una excepción pero habría que agregar que la isla fue la última en ‘independizarse’ de España aunque sólo para caer en las garras de los Estados Unidos y el colonialismo moderno. Y si bien Cuba no fue un estado libre asociado como lo es Puerto Rico, sus recursos naturales y humanos estuvieron siempre en función de los intereses yanquis. Sólo con la revolución cubana en 1959, la larga noche colonial en Cuba dio paso a la independencia. Pero en lugar de conformarse un estado liberal surgió un estado que con el liderazgo de Fidel se encaminó por los rumbos de un socialismo de estado que, al contrario del resto de los estados latinoamericanos, poco a poco fue alejándose de la defensa a ultranza de la libertad para poner el centro el valor de la igualdad, identificando claramente que la única manera de romper con la marca de nacimiento de los pueblos latinoamericanos era precisamente liberar de la desigualdad y la marginación a la mayoría de la población.
Fue así como la revolución cubana promovió las nacionalizaciones de los bienes de las compañías extranjeras, el reparto de casas y departamentos a los que las alquilaban , la reforma agraria y sobre todo, el orgullo de Cuba: sus sistemas de salud y de educación que son por mucho los mejores del continente. Porque la igualdad es un medio y no un fin en sí mismo para arribar a un mundo más justo. Sólo a partir de generar condiciones de igualdad se puede lograr una sociedad más justa. No se trata de que todos tengan lo mismo sino que todos tengan una oportunidad para desarrollar sus capacidades partiendo del mismo lugar. Y si es necesario limitar libertades para lograrlo no se puede dudar ni un instante pues de otro modo se repetirá indefectiblemente el círculo vicioso que invierte la cuestión y que dicho sea de paso, es impulsado vehementemente por los dueños del dinero: el sacrificio de la igualdad para garantizar la libertad… de unos cuantos.
Al respecto, los liberales en general no dudan en aceptar que el costo de la libertad debe ser pagado incluso con la vida de los que no están listos para definir prioridades, o que se empecinan en poner primero a la igualdad. Así es como por encima de la vida de millones está la libertad de unos cuantos para hacer lo que les venga en gana, con la promesa de que tarde o temprano dicha libertad será patrimonio de todos. No es este el lugar para profundizar sobre temas axiológicos pero lo que está claro es que el sueño liberal no sólo ha marginado a la inmensa mayoría de la población mundial sino que ha puesto en entredicho la sobrevivencia de la humanidad y del planeta. El fundamentalismo del mercado, esa quimera tan útil a los poderosos, se basa precisamente en la libertad de los agentes económicos a costa de lo que sea. Y sin embargo lo único que se puede observar es una mayor concentración de la riqueza en pocas manos, lo que redunda en una mayor desigualdad.
Se argumenta que la revolución cubana no sacó de la pobreza a la población aunque sin mencionar el bloqueo económico que aún persiste. Pero al respecto es necesario distinguir entre la pobreza y la desigualdad: la primera concierne sobre todo con el nivel de consumo mientras que la segunda tiene que ver con las posibilidades de vivir con dignidad, más allá de cuanto se pueda comprar. La pobreza limita el consumo pero la desigualdad deshumaniza. Tal vez por ello el pueblo cubano siga siendo un pueblo pobre -como lo son todos los pueblos latinoamericanos habrá que reconocer- pero solidario y consciente de su dignidad, sobre todo en un mundo en donde el consumo de mercancías inútiles es sinónimo obligado de libertad.
Sin duda que el balance de los logros y fracasos de la revolución cubana y del liderazgo de Fidel está por hacerse por el propio pueblo cubano y no por los que desde afuera promueven la libertad capitalista a costa de lo que sea. Sin embargo, es necesario subrayar que el pueblo cubano ha logrado resistir por medio siglo al imperialismo yanqui y su libertad como valor superior para seguir cultivando el valor de la igualdad contra viento y marea. Sin duda que este hecho ha exasperado a los dueños del dinero y sus lacayos, que desde sus trincheras académicas o políticas han descalificado semejante esfuerzo, negando que tenga algún valor o peor aún que no ha servido para nada.
El tiempo pondrá en su lugar el legado del valiente pueblo cubano y su insistencia en crear un país en donde, gracias sobre todo a los fundamentos del sistema mundo en el que vivimos, existe la pobreza pero la batalla contra la desigualdad es permanente. Cuba es sin duda la nación menos desigual del continente. Y en eso Fidel tuvo mucho que ver, nos guste o no.
Fuente: http://lavoznet.blogspot.mx/20