Era una noticia previsible pero no por ello menos impactante. Cuando en la madrugada de ayer aparecían en Cuba los primeros ejemplares del diario Granma con el mensaje de Fidel Castro anunciando su renuncia definitiva a la presidencia del Consejo de Estado y al cargo de Comandante en Jefe de la Revolución, todos los medios […]
Era una noticia previsible pero no por ello menos impactante. Cuando en la madrugada de ayer aparecían en Cuba los primeros ejemplares del diario Granma con el mensaje de Fidel Castro anunciando su renuncia definitiva a la presidencia del Consejo de Estado y al cargo de Comandante en Jefe de la Revolución, todos los medios de comunicación mundiales han vuelto a situar su particular microscopio analítico en este Archipiélago del Caribe. Pero una vez más se han encontrado con un pueblo que sigue normalmente su vida cotidiana consciente, eso sí, de que se están viviendo momentos históricos y que sólo ellos-as mismos-as, los ciudadanos cubanos-as, van a ser los verdaderos protagonistas de su propia historia. Un ejercicio, por lo demás, que vienen practicando desde hace ya cincuenta años más allá de los silencios occidentales.
En su anteúltimo mensaje público, fechado el pasado viernes 15 de febrero, Fidel Castro anunciaba una próxima reflexión con un tema de manifiesto interés para sus compatriotas. No ha defraudado. La renuncia definitiva de sus cargos públicos no por esperada deja de tener menos importancia, aunque hace ya muchos meses que la realidad de la Revolución discurre por unos senderos distintos pese a las permanentes especulaciones occidentales. La enfermedad y larga convalecencia del Comandante habían llevado a la república caribeña a una situación de gobierno provisional con la delegación de poderes en el Vicepresidente del Consejo de Estado, Raúl Castro, una interinidad que se venía prolongando desde julio de 2006. A lo largo de estos diecinueve meses lo más significativo, sin duda, ha sido la continuidad y estabilidad del poder político unido a una absoluta normalidad social interior, en contra de la opinión (y los deseos) de buena parte de los analistas y expertos extranjeros, Paralelamente a este clima general, se ha venido desarrollando un intenso debate interno, con muy poca visibilidad exterior (salvo el cuando menos curioso montaje mediático en la Universidad de Ciencias Informáticas) en el que millones de ciudadanos-as han venido practicado un apasionante ejercicio colectivo en claves de transformación y perfeccionamiento del propio proceso revolucionario. En este contexto habría que situar, por ejemplo, la discusión en torno al llamado «Quinquenio Gris» (la nefasta política cultural de los años 70), las asambleas abiertas sobre la situación general del país convocadas a raíz del pasado 26 de Julio (en el que han participado, según cifras oficiales, algo más de cuatro millones de personas) o el proceso previo al Congreso de la Unión de Escritores y Artistas (UNEAC) que se celebrará en las próximas semanas. Nada de esto parece ser noticia para los grandes medios de comunicación occidentales que, una vez más, vuelven a transmitirnos una visión simplista y marcadamente tergiversada de la compleja realidad cubana.
Un Guión Equivocado.
El argumento prefijado nos va situar ahora ante un escenario claramente previsible, según esta particular forma de informar sobre la Revolución cubana y sus «designios»: en los próximos días asistiremos a una verdadera cascada de especulaciones sobre las supuestas «diferencias de criterio» entre Fidel y Raúl, sus «conocidas divergencias históricas», sus diferentes concepciones respecto a los modelos económicos, sus «contradictorias personalidades»… Unos mensajes que, salvo matices temporales, se vienen reproduciendo década a década y que, entre otras «virtudes», consiguen sistemáticamente desviar la atención pública internacional impidiendo vislumbrar lo que los cubanos-as sitúan, con su habitual gracejo y originalidad, «detrás de la fachada».
Lo primero que conviene señalar, para evitar equívocos, es que Fidel Castro sigue siendo hoy el líder histórico e indiscutible de la Revolución cubana, un papel simbólico que continuará desempeñando mientras viva. ¿Cuál sería la razón de esta consideración? Fundamentalmente, que su poder e influencia social no está regido solamente por el ordenamiento jurídico sino, muy especialmente, por la legitimidad que le otorga haber llevado adelante una revolución social y una amplia serie de transformaciones profundas a lo largo de cinco décadas de historia de su país. Su opinión y orientaciones, lo hemos podido ver en estos últimos diecinueve meses, siguen siendo esenciales para cualquier agenda de transformaciones o de reformas internas. Y eso todo el mundo lo sabe en Cuba. Como también es ampliamente conocido, aunque convenga recordarlo, que los debates e iniciativas sobre posibles y necesarios cambios en la articulación social y económica de la República se están desarrollando bajo unos parámetros absolutamente mayoritarios de adaptación y mejoramiento del sistema social vigente. Nada que ver, en definitiva, con esa particular «transición» con la que tanto sueñan y especulan el gobierno estadounidense, buena parte de las cancillerías europeas y los grandes intereses económicos y mediáticos.
Tiempo de cambios.
Tras un largo proceso electoral prolongado en casi cuatro meses, este domingo 24 de febrero se constituirá la Asamblea Nacional del Poder Popular. Entre sus numerosas funciones, además de nombrar a las máximas autoridades del país (presidente del Consejo de Estado y de Ministros, presidente y vicepresidente de la propia Asamblea, etc.) se encuentra la atribución de discutir y aprobar cualquier cambio económico, social o político de importancia. Y aquí habría que situar la verdadera noticia para el futuro inmediato de la Revolución: la enorme responsabilidad que esta institución tiene por delante en un momento de excepcional significación para la nación cubana.
Los resultados del recién concluido proceso electoral han vuelto a confirmar que la Revolución sigue contando con un importante y ampliamente mayoritario consenso. Con todo, junto a este apoyo general, es reseñable la existencia de altos niveles de descontento e insatisfacción social respecto a numerosos temas del funcionamiento cotidiano, como se ha podido constatar en las decenas de miles de asambleas desarrolladas en los últimos meses a lo largo y ancho del país. Los cubanos-as han manifestado sin disimulo su descontento por cuestiones como la escasez y el mal estado de la vivienda, el transporte insuficiente, las limitaciones de un salario con reducida capacidad adquisitiva, los altos precios y la doble circulación monetaria que deforman la estructura social, la extensión de la corrupción con la consiguiente deformación de valores, el mantenimiento de multitud de regulaciones que limitan muchos derechos ciudadanos y económicos, la pobreza de una prensa encorsetada y acrítica o la escasez de espacios donde desarrollar un ocio asequible a diferentes edades e inquietudes.
Como podemos observar, no es exagerado afirmar que tanto el Parlamento que toma posesión este domingo y las máximas autoridades ejecutivas que sean elegidas por esta institución, tienen por delante la difícil tarea de cubrir las expectativas de una mayoría de la ciudadanía que reclama cambios, transformaciones y rectificaciones que redunden en una manifiesta mejoría de sus niveles de vida y de sus expectativas sociales. Todo ello posibilitará, sin duda, un apoyo político más sólido a la Revolución, con o sin la presencia de Fidel.
En definitiva es en este ámbito, el de las transformaciones desde el interior y hacia el interior de la sociedad, donde se sitúan las verdaderas claves del futuro de la Revolución y del socialismo en Cuba. Una realidad que no va a propiciar grandes titulares, medidas «espectaculares» a corto plazo o sorpresivos cambios de personas. En realidad, el debate vital y democrático sobre el presente y futuro de Cuba se viene desarrollando desde hace ya tiempo y es precisamente en esa dinámica donde reside el ejercicio real y consciente de la soberanía y de la independencia de la Isla. Porque, digan lo que digan, éste no es un debate sobre Cuba, sino en Cuba y entre cubanos-as.