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Cuba no debe esperar para liberar el potencial de su fuerza laboral

Fuentes: Cuba Study Group

El mero hecho de que uno de los debates más intensos que tienen lugar en Cuba gire alrededor de la reforma económica y las trayectorias posibles de desarrollo justifica cualquier esfuerzo por desentrañar las claves del desafío que se presenta ante la sociedad cubana. Los problemas no se reducen al plano económico y no tienen solución en su estrecho contorno. Pero aquellos pesan tanto en la vida material y espiritual de las personas que no se requiere demasiado empeño para conseguir la atención. A nadie escapa que las decisiones de hoy alteran los equilibrios políticos y la posición de esta pequeña Isla en el mundo. Este breve texto pretende contribuir al análisis de las perspectivas económicas del país, pero alejándose del mantra de cierta preferencia nacional por las narrativas trágicas de la historia.

Los recursos domésticos para el desarrollo cubano

La época económica es trascendental para orientar los esfuerzos de desarrollo de un país. En la era agrícola, la población y la disponibilidad de tierra fueron elementos centrales del avance de las civilizaciones. Con la Revolución Industrial, el centro de gravedad se desplazó hacia el capital físico, específicamente las máquinas, y los sistemas de transporte para vincular la creciente producción con el consumo. En décadas recientes, se observa un desplazamiento hacia un modelo productivo donde la calificación de la fuerza de trabajo y las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) son más prominentes (Figura 1). Se ha calculado que en el período 1995-2012, la mitad del crecimiento económico estadounidense se debe al trabajo especializado y el capital TIC (Jorgenson, 2018). Ello no implica que todos los países avanzan a la misma velocidad. El progreso tampoco es automático o espontáneo. Adecuarse a ese entorno es clave porque ahí se concentrará el desarrollo científico-técnico y emergerán los sectores más dinámicos.

Fuente: Elaboración de Torres sobre la base de Gorey & Dobat, 1996.

En términos de la dotación de tierra (0,26 ha por habitante) y sus recursos naturales, Cuba es relativamente pobre. La obtención de rentas comporta la realización de cuantiosas inversiones. Y en todo caso, sus productos no cuentan con mercados dinámicos, piénsese en azúcar o níquel. Asimismo, los escasos montos de inversión y la continua expansión del número de ocupados dan cuenta de unos muy bajos niveles de capital físico por trabajador. Por el contrario, reparar en el capital humano arroja una realidad más halagüeña.

De acuerdo al Índice de Desarrollo Humano, el logro educativo de la Isla se acerca al 80 por ciento[, por encima de la media de los países de su entorno geográfico o nivel de ingreso. No obstante, hay visiones contrapuestas sobre la forma de leer estos resultados. Una visión positiva propone que esos logros se obtienen a pesar de ser un país pobre. Una lectura más pesimista nos dice que esos resultados no han podido ser aprovechados para mejorar el desempeño económico y el nivel de vida de su gente.

El aprovechamiento de este potencial enfrenta varios obstáculos que tienen que figurar prominentemente en cualquier estrategia de desarrollo. El despliegue de ese talento precisa de un hardware que, en el siglo XXI, son las máquinas y sistemas especializados, junto a las infraestructuras de la era digital. Internet es a este siglo lo que la electricidad fue para los inicios del siglo XX. Al decir de un famoso economista, “…no se puede hacer un buen programador sin una computadora”. Tiene que haber un nivel de correspondencia entre talento humano y capital físico para que aquel sea realmente productivo.

Este balance no se alcanza en abstracto. No todas las actividades explotan igualmente ese capital humano. Por eso las economías dinámicas son aquellas que logran ubicar a una parte creciente de su fuerza de trabajo en sectores dinámicos que emplean más intensivamente el conocimiento depositado en la fuerza laboral. Esto no solo se refiere a habilidades técnicas. Es tan importante crear un nuevo tratamiento como lograr venderlo en los mercados más dinámicos. En este último aspecto existe una brecha notable en la Isla.

Bajo una visión diferente del desarrollo, las exportaciones de servicios médicos irían mucho más allá del envío de profesionales, a través de contratos con un alto nivel de estandarización y frecuentemente amparados en la sintonía política con el país de destino. La Isla cuenta con los componentes principales de un clúster de salud y bienestar. El turismo internacional debería ser un poco más que sol y playa y all inclusive, para resaltar las características únicas del destino, desde el arte y la historia hasta la naturaleza. En ese escenario el salario de los trabajadores deja de ser un costo para convertirse en la base de la diferenciación. Por supuesto, ello requiere otro tipo de organizaciones, y trabajadores guiados por otra estructura de incentivos. La transformación productiva de una economía depende de las instrucciones que imparte su software, esto es, el modelo económico.

La reforma del modelo económico

La noción de que el desarrollo perspectivo de Cuba depende de una reforma profunda de su modelo económico no es nueva. De hecho, el lanzamiento de lo que en la Isla se hizo llamar la “actualización” confirma que las propias autoridades aceptan la existencia de debilidades que son incompatibles con la sostenibilidad económica en el largo plazo. Lo que no ha podido conseguirse es un consenso alrededor de una hoja de ruta para implementar los cambios, que no son menores o fáciles.

A grandes rasgos, el modelo de economía centralmente planificada conjuga dos características interrelacionadas. Por un lado, la inmensa mayoría de los medios de producción se gestionan por empresas de propiedad estatal. Por otro, la asignación central de factores y recursos por un ente público sustituye al sistema de precios como mecanismo de coordinación principal. Este sistema de propiedad se consideró la base del surgimiento de una sociedad nueva, de justicia social. Sin embargo, a lo largo del tiempo se pudo comprobar que esta forma de organizar la producción también conlleva sus propios desafíos. La propiedad estatal dominante desencadena unos incentivos perversos en el funcionamiento de las empresas que desalientan la búsqueda de eficiencia y la innovación (Kornai, 2014). Asimismo, los esfuerzos por sustituir el sistema de precios por instrucciones administrativas y movilizaciones produjeron severas distorsiones en el manejo económico.

Los problemas analizados anteriormente se traducen en graves contradicciones que aquejan la política económica de la Isla y a sus autoridades. El bajo rendimiento del sector empresarial significa recursos insuficientes para atender los requerimientos de un “estado de bienestar” hipertrofiado. Tampoco la política social se ha adecuado suficientemente a una estructura socioeconómica más heterogénea y fragmentada. La tensión entre recursos y necesidades desemboca en niveles subóptimos de inversión productiva, lo que alimenta el ciclo de baja productividad y lento crecimiento. La solución no está tanto en reducir el gasto social como en aumentar la efectividad de las empresas. Por otro lado, las presiones para generar nuevos ingresos junto a la incertidumbre propia de las relaciones de mercado inducen la búsqueda de aliados que provean acuerdos favorables. Estos garantizan ingentes ingresos junto a la posibilidad de posponer cambios considerados traumáticos en casa. Por último, la dificultad que entraña enlazar una economía como la cubana con sus similares de mercado requiere la implementación de un mecanismo imposible: un esquema monetario-cambiario sui géneris. Ello se ha venido intentando sin éxito desde 1993, pero las distorsiones resultantes son tan grandes que, a fines de 2019, se vuelve a visualizar un escenario de redolarización institucional parcial.

La relación con Estados Unidos

Ningún país es una isla, económicamente hablando. Cuando menos, es incorrecto plantear que las trayectorias se explican casi exclusivamente por las políticas domésticas. Invocar la accidentada relación con Estados Unidos para justificar los males internos o incluso hacerlo su causa única no es un recurso nuevo en la historia de Cuba. Estados Unidos siempre ha sido el vecino más importante de Cuba, pero ha cambiado enormemente durante los últimos 200 años. La existencia de una enorme asimetría es bien conocida, aunque permanece poco documentada. Esa diferencia siempre ha operado a favor de Estados Unidos, y le ha servido para imponer ciertas decisiones a sus vecinos, no solo a Cuba. La magnitud de la misma es sobrecogedora, aunque no siempre se ha comportado igual, tal y como se observa en la Figura 2. La dinámica de esa brecha resulta reveladora para entender numerosos acontecimientos del siglo XX.

Fuente: Elaboración de Torres sobre la base de Bolt, Inglaar, de Jong, & Zanden, 2018.

En la medida que avanzó la segunda mitad del siglo XIX, la diferencia se amplió. El país que intervino en la Guerra del 95, tenía una economía 124 veces más grande que la cubana, que también estaba devastada por la contienda. Durante el siglo XX, hubo oscilaciones, aunque manteniéndose en niveles muy altos. La gran ruptura en ese comportamiento se observa después de 1985, consecuencia de la profunda crisis económica que asoló a la Isla debido a las insuficiencias internas que se intentó enmendar con el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas y luego al colapso del CAME y la Unión Soviética. A partir de ese año, la asimetría más que se duplicó. A esto habría que añadir otro elemento igualmente importante: la emergencia de un orden internacional unipolar de signo liberal donde ese país se erigió como líder indiscutible (Mearsheimer, 2019).

Los modelos de gravedad que intentan explicar el comercio bilateral destacan dos variables fundamentales: el tamaño y la proximidad. En el caso de Cuba, esto significa que Estados Unidos sería el socio natural dado que cumple sobradamente con las dos condiciones. Adicionalmente, la configuración productiva de ambos países determina un alto nivel de complementariedad comercial. Cada uno produce y exporta líneas que el otro compra en grandes cantidades.

La combinación del aumento de la asimetría con el lugar privilegiado que ocupa Estados Unidos en las relaciones económicas internacionales de Cuba ayuda a comprender varios fenómenos contemporáneos que tienen enorme influencia en el desarrollo cubano. En primer lugar, el cierre del mercado estadounidense supone un incremento sustancial y automático de los costos del comercio exterior cubano, independientemente del acceso ganado a otro mercado. La compensación parcial de estos costos extraordinarios solo se lograría si la apertura a otros mercados se alcanza en condiciones de preferencialidad. Esto no es siempre viable, debido a los compromisos internos que tienen los gobiernos, y se ha demostrado que en el largo plazo es insostenible. Debido a su enorme tamaño, encontrar un sustituto de Estados Unidos no es sencillo. Y su relevancia se magnifica a partir del liderazgo tecnológico estadounidense, su posición central en el orden internacional después de la Segunda Guerra Mundial, y el establecimiento de una comunidad de emigrados cubanos.

En segundo lugar, este diferencial otorga muchos grados de libertad a las administraciones de EEUU para la imposición de sanciones, debido al impacto marginal que tienen sobre la economía doméstica. Concomitantemente, rebaja la prioridad que tiene en la agenda política interna la suspensión de esas medidas. Cierto que esta hegemonía comienza a ser desafiada por China. Pero tomará décadas antes de que este país pueda reclamar la supremacía en todos los ámbitos importantes. Y todavía será un socio lejano geográficamente para la Isla.

¿Qué se puede hacer?

El análisis conjunto de las dimensiones anteriores nos deja algunas certidumbres sobre las alternativas posibles, y ordena la secuencia de implementación. Dado que el desarrollo es un proceso esencialmente endógeno, la Isla debe comenzar por sus propias desproporciones internas. La mejoría del entorno internacional, ya sea por el resultado de elecciones en Estados Unidos o por los caprichos de la geopolítica de grandes potencias, es un espejismo peligroso, como tantas veces se ha podido comprobar en la historia cubana.

El pleno aprovechamiento del talento y la energía de los trabajadores cubanos no se consigue en las organizaciones existentes, por lo menos no en la mayoría de ellas. Parece claro que ese potencial no podrá expresarse solo en entidades públicas sujetas a los incentivos perversos que se han descrito. Un mecanismo de coordinación basado en el mercado es clave para reducir las distorsiones en el aparato productivo y mejorar la medición de la actividad económica. Pero no solo eso, también es un paso necesario para poner en mejores condiciones a las empresas cubanas que compiten en los mercados exteriores. El funcionamiento del mercado no debe ser tomado como sinónimo de mercados desregulados o frenéticos.

En su relación con Estados Unidos, la Isla debe reconocer el lugar que ocupa ese país en el orden internacional. Aunque la dimensión económica de Cuba es irrelevante para el conjunto de la Unión, no tiene que serlo para estados e industrias específicas. Esa es un tipo de aproximación que debe acelerarse en el futuro inmediato. Cualquier actividad económica cuyo intercambio se base en las redes de información contribuye a reducir los costos de acceder a mercados más lejanos. En lugar de cuestionarse únicamente cuándo terminará el embargo, la pregunta más relevante para los líderes de la Isla es qué estamos haciendo para prepararnos y tomar ventaja si ese fuese el caso. Algunos ya han aprendido la lección. Esperemos que muchos más se incorporen a esa lista.

Referencias

Bolt, J., Inglaar, R., de Jong, H., & van Zanden, J. (2018). Rebasing ‘Maddison’: new income comparisons and the shape of long-run economic development. Groningen: Madison Project Database version 2018. Obtenido de www.ggdc.net/maddison

Gorey, R., & Dobat, D. (1996). Managing in the knowledge era. The systems thinker, 7(8), 1-5.

Jorgenson, D. (2018). Production and Welfare: Progress in Economic Measurement. Journal of Economic Literature, 56(3), 867-919.

Kornai, J. (2014). The soft budget constraint. Acta Oeconomica, 64(S1), 25-79. doi:10.1556/AOecon.64.2014.S1.2

Mearsheimer, J. (2019). Bound to Fail. The Rise and Fall of the Liberal International Order. International Security, 43(4), 7-50. doi:https://doi.org/10.1162/ISEC_a_00342

Ricardo Torres es profesor de economía en el Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de La Habana.

Fuente: http://cubastudygroup.org/blog_posts/cuba-no-debe-de-esperar-por-el-embargo-para-liberar-el-potencial-de-su-fuerza-laboral/?lang=es