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Cuba sin tierras cultivables

Fuentes: Progreso Semanal

No piense el lector que, por descuido de mi santa madre, debí caerme más que veinte veces de la cuna y recibir fuertes golpes en la cabeza, pero estoy a punto de convencerme de que en nuestro país no hay la menor posibilidad de hacer decentemente agricultura por una sola razón: la falta de tierra.

Dos imágenes promocionadas con la etiqueta de exitosas y que invitan a tomar como ejemplos en la televisión nacional, han sido las que han motivado estas líneas. La primera, esa azotea de un hotel cinco estrellas en Varadero que se ha convertido en huerto para consumo de empleados y huéspedes. La segunda, un edificio multifamiliar en la provincia de Pinar del Río en el que algunos vecinos hicieron desaparecer su jardín para crear en un verdoso y espigado maizal.

De nuevo, una vez más, la sentencia del Generalísimo Máximo Gómez cuando acuñó para la historia aquello de que nos resulta difícil encontrar el punto medio del objetivo. O no llegamos o nos pasamos.

En cambio, a cada rato aparecen en la pequeña pantalla o cualquier otro medio, merecidos elogios a esas fincas familiares que, quien poco conozca de ellas, pensará se trata de novedades de actualidad cuando toda una vida han existido. Unas más prósperas que otras como es de suponer.

Si me permiten, un poco de historia personal. Mi padre fue quien debió nacionalizar o intervenir las clínicas u hospitales privados en la provincia de Camagüey. Gente de campo de principio a fin, solicitó y le fue otorgado un pequeño terreno a la salida de la ciudad donde comenzaron a cultivarlo en función de las necesidades de la entonces clínica-hospital llamada Colonia Española. ¡Y había de todo entonces, hasta pequeños tinajones inundados de mantequilla como souvenir local!

Mucho después en el tiempo surgió la necesidad de que los propios trabajadores construyesen sus viviendas. Las microbrigadas para no ir muy lejos. Por ellas, pasamos casi todos. Los micro huertos sería una buena opción. Nunca en las azoteas, sino en el campo que tienen bien cercano. Y ahora exagero al pensar que si el propósito hotelero prospera, pues cero plantas ornamentales en los jardines y vestíbulo. Mucho ají, tomates, habichuelas y lechuga con la atractiva sugerencia en varios idiomas para que el huésped sea que el que se prepare su propia ensalada ecológica.

Hay pueblos con una hermosa tradición de huertos, de amor a la poca tierra de que disponen o de ese sano placer de ver crecer una simiente y obtener los frutos. Recuerdo que en tiempos digamos aceptables, en la esquina de casa vivía un japonés, representante de las famosas grúas Kato. El asiático convenció al jardinero que nada de césped, flores y enredaderas, sino hortalizas. Y uno pasaba por allí y veía tanto al trabajador como al asiático tratando las siembras con manos de seda en poco menos de 30 metros cuadrados.

Una cosa siempre será consecuencia de otra, dijo un sabio de esquina. Con una agricultura en penurias, improductiva, habrá que acudir a suplantar el rosal de la abuela por una mata de frutabomba, que bien cara tenemos la libra en cualquier variante de venta.

Cuando algún día, que debe ser pronto, todo esto funcione como un mecanismo de relojería, sin obstáculos de ninguna naturaleza y muchos incentivos, el edificio pinareño mostrará un jardín hasta con orquídeas, y la azotea del hotel tendrá la simple utilidad de ser eso, una azotea con par de pararrayos apuntando al cielo.

Fuente: https://progresosemanal.us/20201010/cuba-sin-tierras-cultivables/