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Cuentos de hadas sobre la crisis

Fuentes: La Jornada

La interpretación más difundida sobre la crisis es que la codicia y la desregulación financiera generaron una burbuja especulativa. Cuando cayeron los precios de los bienes raíces, la burbuja reventó. En este proceso, los consumidores se tiraron tremenda borrachera de consumo y la codicia de los bancos estadunidenses llevó a otorgar hipotecas a personas que […]

La interpretación más difundida sobre la crisis es que la codicia y la desregulación financiera generaron una burbuja especulativa. Cuando cayeron los precios de los bienes raíces, la burbuja reventó. En este proceso, los consumidores se tiraron tremenda borrachera de consumo y la codicia de los bancos estadunidenses llevó a otorgar hipotecas a personas que no eran sujetos de crédito. Los activos tóxicos contaminaron bancos, corporativos y fondos de inversión en todo el mundo. Eso congeló el crédito interbancario, colapsó la demanda y vino la recesión.

Este cuento tiene la ventaja de ser conciso y claro. Su defecto no es que sea falso, sino superficial. Se necesita un diagnóstico más serio sobre la naturaleza de la crisis. De lo contrario no hay garantía de que la medicina funcione y hasta puede estar contraindicada.

Por eso hay que hacer algunas preguntas más incisivas. ¿Por qué los mercados no corrigieron los desequilibrios? Respuesta: el mito de los mercados bien portados es la primera víctima de esta crisis. En el caso de los mercados de activos financieros, la formación de expectativas conduce de manera sistemática al desequilibrio. Pero, vaya, dirán que eso se arregla con una buena dosis de regulación financiera. Correcto, pero no es suficiente.

¿Cuál es el origen de toda burbuja especulativa? Respuesta: la expansión del sector financiero. Pero eso ya está vinculado con problemas de la economía real. Por ejemplo, la Reserva Federal y las agencias regulatorias del sistema bancario estadunidense permitieron la creación monetaria en exceso y adoptaron la desregulación como bandera porque los sectores reales de la economía del capitalismo estadunidense estaban en problemas.

Esa economía mostraba indicios de estancamiento desde los años 70: reducido crecimiento de la productividad, pérdida de poder adquisitivo de los salarios, caída en la inversión productiva, creciente capacidad instalada ociosa, así como un mayor desempleo abierto y disfrazado. En la década de los 80 también cayeron las tasas de innovación y difusión de «progreso» técnico en ramas clave de la producción (bienes de capital).

El mal desempeño de la economía incluye un marcado deterioro en las cuentas externas y unas finanzas públicas que sólo en apariencia eran sanas. Todo eso estuvo acompañado de una brutal concentración de riqueza y una desigualdad creciente.

El capital estadunidense saltó de una burbuja a otra. También intensificó la búsqueda de opciones para reducir el costo del trabajo. Por eso la subcontratación ciega y el desplazamiento de procesos de producción a entornos que permitían altísimas tasas de explotación. Pero ni las maquiladoras, ni el trabajo esclavo en Asia, frenaron las tendencias negativas.

Los episodios de burbujas financieras siempre están asociados con un entorno en el que la rentabilidad de la economía real comienza a estancarse o a decrecer. La especulación financiera es la salida del capital, aunque en ese deporte extremo los ingenuos pierden hasta la camisa.

La tendencia al sobrendeudamiento, o la propensión a la especulación, no se resuelven con inyecciones astronómicas de dólares a la economía. Desde esta perspectiva, el problema del paquete de rescate bancario de la administración de Bush no es que sea insuficiente, o siquiera que no impuso condicionamientos a los bancos. No, el problema es que es algo así como echar gasolina al fuego.

Hoy la prioridad en Estados Unidos está en la solución de los problemas de la economía real, no en los del sector financiero. Es crucial detener el deterioro salarial y eso pasa por reorganizar todo el modelo económico, redefiniendo la política monetaria y reorganizando la política fiscal para ejecutar un gasto público comprometido con prioridades sociales. Será necesario también abrir nuevos canales de participación pública en las estructuras de gobierno, inventar nuevas formas de control social de los recursos productivos y democratizar el proceso de trabajo.

Claro, eso es lo que el capital aborrece. Prefiere contar fábulas sobre la crisis. Los pueblos deben recibir la lucha que viene con reivindicaciones políticas bien definidas. Deben saber que si no se adopta un programa que enfrente los problemas de la economía real, la crisis va a empeorar. El capital va a resistir por todos los medios a su alcance. Bush lo sentenció: si no se aprueba el paquete de rescate, podría ser necesario invocar la ley marcial y declarar el estado de sitio. Para amenazas, ninguna más clara.

Un análisis similar se aplica, ceteris paribus, a la economía mexicana. Las tonteras de Slim, o las pronunciadas por Calderón-Ortiz-Carstens revelan que desde el poder sólo se busca engañar. Pero los cuentos de hadas son para niños. Y parafraseando a Marx, decimos que los pueblos no pueden regresar a ser niños, a menos que caigan en el infantilismo. Hay niños mal educados y otros, los obedientes, que se convirtieron en adultos prematuramente. Yo creo son preferibles las preguntas de los niños mal educados.