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Cuerpo y relato, torturar o seducir

Fuentes: Rebelión

Theodor Adorno dijo que «la necesidad es aquello desde lo que pensamos.» Nadie piensa desde la nada absoluta ni las ideas surgen desde el libre albedrío. Pensamos desde la realidad, lo que se opone a nuestro cuerpo, dentro de un contexto histórico, político, social e ideológico determinado. O sea, se piensa desde la propia materia, […]

Theodor Adorno dijo que «la necesidad es aquello desde lo que pensamos.» Nadie piensa desde la nada absoluta ni las ideas surgen desde el libre albedrío. Pensamos desde la realidad, lo que se opone a nuestro cuerpo, dentro de un contexto histórico, político, social e ideológico determinado. O sea, se piensa desde la propia materia, el cuerpo propio, desde las relaciones que establecemos entre yo y el mundo. Bien es cierto que el término necesidad hay que definirlo y adecuarlo a situaciones extraordinariamente cambiantes.

La primera necesidad, imperiosa, es comer, dotar de energía al cuerpo para subsistir, para seguir siendo. Es la necesidad vital que con el devenir histórico ha tomado nuevas acepciones en las sociedades modernas: hay necesidad de estatus, necesidad de consumir bienes superfluos, necesidad de compararse con el prójimo, necesidad de éxito y necesidades intangibles ya sean éstas de orden espiritual o estético. Esa relación conflictiva con los otros a veces toma la forma de competencia y otras la de cooperación, casi siempre en una mezcla confusa o indistinguible.

Sobre ese concepto rico y complejo descansa el sistema capitalista tomando vías de hegemonía y supervivencia muy diversas. No obstante, la estrategia básica es confinar al individuo en sí mismo mediante el aislamiento en su bello mundo de libertad autosuficiente e independiente a la vez que lo obliga a relacionarse como trabajador acrítico de producciones sin autoría y consumidor pasivo del mundo resultante. Se objetivan las pulsiones humanas utilizando diferentes torturas corporales y mecanismos de seducción psicológicos, de esta manera sus necesidades físicas y creadas pueden ser explotadas a través de automatismos culturales imitativos que esconden la violencia jerárquica y mental infligida a los meros cuerpos.

Podría decirse metafóricamente que el ser humano es un cuerpo alrededor de un fuego, un cuerpo de cazador-recolector habitante de pequeñas comunidades. Al anochecer, después del exigente trabajo cotidiano de darse el sustento mínimo para ganar un nuevo día, se reunía con sus semejantes en círculo, con la fogata en medio, para chismorrear y contarse las noticias de última hora. Además de yantar, relacionarse y hacer comunidad son instintos constitutivos del humano. Esto es, los seres humanos deben alimentar sus necesidades energéticas y también explicarse el mundo que transforman y los contiene (mitos, narrativas legendarias, ciencia…). Y todo sucede en el cuerpo-mente, mente como función especializada y no dualista. Comer e ideología son la materia de lo que estamos hechos; cuerpo y relato son caras de la misma necesidad: sobrevivir. Y el capitalismo se nutre de esa necesidad provocada ad hoc: el cuerpo desnudo y la mente colonizada son sus objetos de uso más preciados.

Tortura y seducción

Mitchell y Jessen son psicólogos, diseñadores y torturadores, dos norteamericanos de libro muy patriotas. Ambos diseñaron interrogatorios secretos para la CIA en Guantánamo. Además de usar sus cerebros para inventar enrevesadas acciones contra los cuerpos de los prisioneros, también participaron directamente en distintos eventos ad hominem. Hoy son testigos llamados por las defensas de los encausados en el atentado del 11S en Nueva York. Cobraron a razón de 1.800 dólares al día; su empresa se embolsó en total 81 millones abonados por Washington.

No sacaron ningún dato significativo de sus cuerpos torturados pero el mensaje que subyace es que maltratar un cuerpo es legítimo si el régimen político (¿democracia?) así lo estima oportuno. Y sucedáneos de tortura son hechos habituales del día a día. La represión de cualquier atisbo de libertad siempre toma como enemigo al cuerpo humano. Extraer beneficios requiere cuerpos cuanto más vulnerables mejor y elites extractivas legitimadas por el sistema imperante.

Hablamos de situaciones burdas y diarias. Un despido laboral. Un desahucio familiar. Una subida de precio de servicios básicos: alimentos, energía, medicamentos, libros de texto, transporte público. Abusos sexuales y violaciones. Violencia de género. Vallas y fronteras contra la inmigración. Racismo. Clasismo.

¿No es el cuerpo el que padece las consecuencias de todas esas realidades banales? Cuerpos concretos que son víctimas directas de decisiones políticas, legislativas o judiciales. Son torturas legalizadas, sin responsabilidad punitiva. Es solo política, mágica palabra donde se evacúan los detritus morales del poder invisible.

El empresario que despide con su cuenta corriente bien saneada. La magistratura que sanciona que deja sin techo a un inquilino. La autoridad o poder que decreta una subida de precios abusiva. La cultura que permite la violencia hacia las mujeres. Los inmigrantes que se ahogan en la mar merced a un mundo injusto. ¿Por qué los damnificados que sufren en sus carnes estos estigmas sociales no se toman venganza por cualquier medio a su alcance? Terrible pregunta que si fuéramos capaces de simplemente hacérnosla delante del espejo a buen seguro removería conciencias a miles, millones de personas. O no.

Avancemos una respuesta especulativa a ese interrogante inquietante y maldito. El ser humano necesita comer, pero asimismo precisa un relato convincente que dé cobertura a sus desdichas y calme sus disrupciones cognitivas y neurosis internas. Además de los sedantes cultos religiosos (negocio incalculable) y los gritos desaforados por goles ajenos (el negocio asociado al fútbol mueve al año en el mundo 500.000 millones de euros), ese relato inducido para aceptarnos tal cual en nuestras propias miserias moverá este año, según Zenith Media, la astronómica cantidad a escala internacional de 600.000 millones de euros en publicidad. Un poco menos de la mitad se irán a las alforjas de Google y Facebook.

Ese gasto-inversión crea un relato global y colectivo de adhesión durmiente al sistema que nos explota, nos consume y nos tira a la papelera cuando no somos viales sanos y entregados de la plusvalía empresarial.

Somos únicamente cuerpo. Cuerpo que trabaja, que estudia, que sufre, que es violado, despedido, desahuciado, torturado… El relato, la publicidad, es la ideología que anestesia nuestra capacidad de pensar. Pensar como el sistema quiere también es una violencia al cuerpo.

Dejarnos en cueros es una vieja táctica para vendernos a cualquier precio. Habla el crítico de la cultura Terry Eagleton: «si te mueres de hambre no te interesa lo que comes, ni el tipo de trabajo que puedes conseguir si la alternativa es pasar hambre.» Materialismo en estado puro. Cuerpo a la deriva contra cuerpo a la deriva contra… Todos contra todos. Capitalismo más publicidad es igual a plusvalía más chismorreo. Tortura en sus distintas advocaciones o eufemismos aceptables por lo políticamente correcto (trabajo en precario, menos derechos sociales, inseguridad vital) y seducción (mitos posmodernos, conductismos consumistas, relatos de publicidad comercial y propaganda ideológica, tradicionalismo inveterado) son armas dirigidas hacia una sola diana: tu cuerpo, mi cuerpo.

El relato rellena la necesidad vital de nuevas necesidades vacuas hasta el infinito. De este modo, instalados en el relato de la publicidad y los laboratorios de ideas adosados al sistema, nuestras mentes adaptan el cuerpo a masoquismos y requiebros insólitos: la pobreza puede ser un estilo de vida al límite de la aventura y vivir en la precariedad toda una experiencia filosófica y personal inefable. Torturar mentes también deja secuelas, pero son más difíciles de ver a simple vista. Lo que seduce vía subliminal igualmente es tortura corporal. Y todo es cuerpo, todo pasa en el cuerpo, el tuyo y el mío.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.