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A diez años de su muerte

Daniel Bensaïd (1946-2010), explorador y centinela

Fuentes: Mediapart

Figura intelectual de la izquierda radical [francesa y europea] de manera ininterrumpida desde los años 60, Daniel Bensaïd ya no está entre nosotros. Murió de una larga enfermedad el 12 de enero de 2010 a la edad de 63 años. Queda una vida, la de un militante revolucionario, fiel a sus primeras revueltas, fiel como […]

Figura intelectual de la izquierda radical [francesa y europea] de manera ininterrumpida desde los años 60, Daniel Bensaïd ya no está entre nosotros. Murió de una larga enfermedad el 12 de enero de 2010 a la edad de 63 años. Queda una vida, la de un militante revolucionario, fiel a sus primeras revueltas, fiel como si de amor se tratara. Queda una obra, la de un filósofo literario, que resiste obstinadamente al tiempo y a sus vaivenes. Retrato de un hombre entrañable que para muchos fue un referente, explorador y centinela en tiempos oscuros. Y que, para mí, era un amigo.

Desde hacía veinte años, afectado ya por la enfermedad que finalmente se lo llevó, Daniel Bensaïd luchaba de libro en libro, de artículo en artículo, de escrito en escrito. A principios de 2001, en los umbrales de una década que nos haría vislumbrar la barbarie latente de la globalización feliz acunada en los años 90, publicó sus Théorèmes de la résistance à l’air du temps, bajo el título Les Irréductibles (Los Irreductibles), editados por Textuel.

El hombre entero, con esa forma de aunar el compromiso político con la estética personal, la convicción y la elegancia, el fondo y la forma, se resume en las últimas palabras de ese manual de la resistencia: «La indignación es un comienzo. Es una forma de ponerse de pie y de empezar a avanzar. Nos indignamos, nos rebelamos, y ya veremos luego. Uno se indigna apasionadamente, incluso antes de encontrar las razones de esa pasión. Establecemos los principios antes de conocer la regla para calcular los intereses y las oportunidades: «Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».

La cita final fue tomada del Apocalipsis de San Juan… Prueba, si fuera necesario prueba alguna, de que la vida militante y la obra intelectual de Daniel Bensaïd, ese marxista, trotskista y comunista revolucionario, según nuestras modernas etiquetas y clasificaciones, da cuenta de una historia más antigua, más larga y seguramente, interminable. Su obstinada fidelidad a los compromisos radicales -democráticos, sociales, internacionales, vitales en definitiva- de los años sesenta no fue en absoluto el inmovilismo de una juventud que no supo luego crecer y envejecer.

Permanecerá como la figura sin parangón de lo mejor, de lo más honesto y más absoluto de esos años, porque se esforzó en preservar no la hipotética, aleatoria y temporal solidaridad generacional, sino la larga duración de las revueltas y la indignación, los rechazos y la ira, los principios y las exigencias. En una palabra, la esperanza.

«Cuando las líneas estratégicas se desdibujan o se desvanecen, debemos volver a lo esencial: lo que hace que el mundo sea inaceptable tal como es por ahora y nos prohíbe resignarnos a la fuerza ciega de las cosas». En Une lente impatience (Stock, 2004. Una lenta impaciencia, Sylone-Viento Sur, 2018), la conmovedora autobiografía que decidió escribir gracias a la insistencia de Nicole Lapierre, describe el exigente camino que tomó a partir de los años ochenta, revisando, por ejemplo, con meticulosidad la actualidad de la obra de Karl Marx mucho antes de que la reciente crisis convenciera, incluso a los propios capitalistas, de hacerlo también. Resistir, por lo tanto, preservar, salvar, mantener, retener…

En éste nuestro tiempo de incertidumbre y transición, de sacudones y descentramiento del mundo, la huella que deja Daniel Bensaïd para mañana y para pasado mañana fue la del sentido de los legados y la inteligibilidad de lo real. Como la baliza que guía a los marineros en medio de la tormenta, él quería ser silenciosamente inflexible cuando, a su alrededor, las veletas giraban y los fuegos fatuos desorientaban a muchos. No perder el hilo de la razón, no perder el rumbo, no borrar la memoria…

Si, en esta actitud, el estilo tiene su lugar, en el sentido de que es una forma de plantarse y querer entrelazarse a sí mismo, a la vida y a la obra, no fue para nada una postura estética, como los partidarios del mal menor y de las medidas tenues se apresuran a pensar, a veces de buena fe. «El ojo de la poesía ve a menudo mucho más allá que el ojo de la política», escribió en la conclusión de Una lenta impaciencia, antes de citar el último manifiesto surrealista de André Bretón, un llamado a deshacerse de todos los grilletes que perpetúan la explotación del hombre por el hombre.

Puestos como encabezado de capítulo, dos versos de Paul Valéry subrayan lo que está en juego: «Es, en cierto modo el futuro del pasado lo que está en la balanza»; «Qué es una teoría, sino una herramienta para preservar el uso de lo posible». En otras palabras, salvar un pasado lleno de presente y preservar la irrupción de los posibles.

Una lección de vida para toda la izquierda

Tal fue la pedagogía de Daniel Bensaïd, incansable trasmisor y generoso pedagogo, formidable orador y escritor luminoso, polemista mordaz y disertante irónico. No era difícil ser sinceramente rebelde ni convertirse en un supuesto revolucionario en los años sesenta y setenta. Y al menos en nuestro país, para la mayoría de nosotros no representó un gran riesgo ni tampoco un esfuerzo rudo.

Las dificultades vinieron después, cuando llegaron los años ochenta, cuando los vientos en contra empezaron a soplar, cuando, como leemos en Una lenta impaciencia, «ya no nos empujaba el aliento de aquella época»: Por primera vez, nuestra generación mimada, alimentada con los mitos progresistas de la posguerra, que prometían volar de éxitos en victorias, tuvo que aprender a cepillar la historia a contrapelo». Y Daniel Bensaïd nos recordaba que esos tiempos adversos son «la condición ordinaria» que experimentan los que quieren derribar la fatalidad, mientras que nuestra próspera juventud era una excepción privilegiada.

Este insistente llamado fue su lección de vida, y es por eso que hoy va más allá de su familia política, la LCR (Liga Comunista Revolucionaria) ayer, el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista) hoy, interpelando incluso a la izquierda de gobierno. Figura de Mayo del 68, miembro del Movimiento del 22 de Marzo en la Universidad de Nanterre, fundador de la Juventud Comunista Revolucionaria, luego de la Liga Comunista, junto con Alain Krivine y Henri Weber, entre otros, Daniel Bensaïd inscribió su compromiso en otra temporalidad que la de la inmediatez.

Tanto por convicción como por ética: con la certeza, amarrada al alma, de que los pactos con el presente corrompen los ideales del futuro. «¿Cómo pueden rendirse tan pronto?» se preguntó en Mai si! (La Brèche, 1988), publicado con Alain Krivine para conmemorar los veinte años de 1968. «¿Por qué esos herejes se convirtieron tan fácilmente? Seguramente, su herejía nunca fue más que un esnobismo.»

Su propia herejía, lejos de ser un vagabundeo individual, era colectiva, tanto por gusto como por convicción. Sin austeridad ni sectarismo, su lealtad militante expresaba su rechazo a los itinerarios sin anclaje y sin exigencias, que pretenden rendir cuentas sólo a sí mismos. Profundamente imbuido de la esperanza comunista original, de sus fraternidades e igualdades, no consideraba el compromiso partidario como una renuncia a uno mismo, sino como un descubrimiento de los demás. Entre la ética de la vida y la ascética del pensamiento, vivió esa fidelidad con sus altibajos, sus alegrías y sus mediocridades, sus complicidades burlonas y sus amistades rotas, como una manera de recordar incesantemente la realidad, él, que también podría haberse realizado, a través de la escritura y la creación, como filósofo literario que fue tan profundamente.

«A veces me pregunto -confía en Una lenta impaciencia- si la política es realmente lo que me corresponde y si no me habré equivocado de vocación.» Afirmaba su «pasión por la acción» y el «gusto por la controversia», pero admitía su «escasa aptitud para el cálculo de fuerzas, la paciente negociación, el necesario trabajo de alianzas» y sobre todo, su carencia total de avidez por el poder.

Sin embargo, no despreciaba la política en su vida cotidiana, en sus aptitudes y en sus responsabilidades. «El hecho de sospechar de las lógicas de poder es seguramente saludable», añadía en el mismo pasaje. «Pero ¿podemos imaginar, por ahora, una política sin autoridad, sin poderes, sin organizaciones, sin partidos? Sería algo así como una política sin política».

Pero el hecho de confesar esa incapacidad suya, en el marco de la política tal como la entendemos habitualmente, iba más allá de su caso personal: al plantear esta duda, Daniel Bensaïd hablaba también de la importancia de la contribución de generaciones de activistas, de la que su vida es un testimonio con honor y respeto, eclipsando a inconstantes e infieles.

Puede que las generaciones anteriores no hayan fundado, creado o dirigido un país o forjado una historia, pero habrán sido capaces de transmitir, de lograr que la morgue indecente de los vencedores pasajeros no apague con el olvido la memoria de los inmortales derrotados y sobre todo, de salvar esa promesa de que la historia nunca se escribe completamente, sino que es una trama de casualidades y de imprevistos, de nacimientos y de rupturas, de luz improbable que surge en medio y a través de cielos cubiertos.

De libro en libro, una producción incansable

Ya sea teórica o didáctica, su incansable producción intelectual buscó empecinadamente mantener, consolidar y defender esta posición, una promesa de esperanza. Como un topo marxista que excava las galerías de lo inesperado y de lo desconocido (le debemos un delicioso Essai de taupologie générale ilustrado por Wiaz – Résistances, Fayard, 2001. Ensayo de topología general, El Viejo Topo, 2006), no cesó de teorizar sobre el rechazo de las fatalidades e inmovilidades, de las dominaciones inquebrantables y de las sumisiones inevitables.

Se trata de sumas filosóficas, prolongando sus trabajos como profesor de la Universidad París VIII: desde Marx l’intempestif (1995) [Marx Intempestivo, Herramienta, 2003] y Le Pari mélancolique (1997), publicado por Fayard, hasta el reciente Éloge de la politique profane (Albin Michel, 2008. Elogio de la política profana, Península, 2009). Bajo el aliciente de la crisis, fue una cascada de ensayos reinventando las lecturas de Marx liberándolo de las caricaturas para recuperar la vitalidad de la obra: En el espacio de un año, fue publicada una amplia introducción a los escritos políticos de Marx y Engels sobre la Comuna de París (Inventer l’inconnu, La fabrique, 2008), una lectura pedagógica de Marx acompañada por los dibujos de Charb (Zones, 2009) y una larga introducción de gran actualidad a un texto inédito del autor de El Capital (Les Crises du capitalisme, Demopolis, 2009. Las crisis del capitalismo, Sequitur, Madrid, 2009).

Es imposible abarcar aquí toda la riqueza editorial de los últimos años de Daniel Bensaïd, pues supera la habitual imaginación humana. Abierto a todos los géneros, presente siempre ante todo tipo de pedidos, divirtiéndose incluso al contar la historia del capitalismo como una novela policial, sin buscar que su trabajo se acumulara como pueden acumularse los honores: simplemente vivió a través de la escritura. A los libros que acaban de ser citados, hay que añadir, del mismo breve periodo, «Prenons parti, Pour un socialisme du XXIe siècle», escrito con Olivier Besancenot Besancenot (fue candidato presidencial por el NPA, ahora portavoz de ese partido. NdT ), (Mille et une nuits, 2009), «Un nouveau théologien, B.-H. Lévy», luego «1968, fin et suite»s (con Alain Krivine) y finalmente «Penser Agir», los tres publicados por Lignes en 2008.

Sin contar sus numerosas contribuciones para la revista que fundó en 2001, Contretemps (primero con las ediciones Textuel, luego con la editorial Syllepse), una actividad colectiva que ampliaba la de las discretas sociedades de pensamiento que dirigía, a medio camino entre círculo de amigos y club teórico: primero la Sprat (Société Pour la Résistance à l’Air du Temps: Sociedad para resistir a los tiempos que corren), luego la más reciente Société Louise Michel, con la que tenía cita para un coloquio internacional los días 22 y 23 de enero del 2010, titulado Puissances du communisme (Fuerza del comunismo). Única cita a la que no pudo ir.

Durante años, Daniel Bensaïd vivió de esta manera, metódica y puntual: de libro en libro, de idea en idea, de reunión en reunión. Sin un plan preestablecido, armado solamente de un feroz deseo de sobrevivir. Sin nombrarlo nunca – así lo quiso él – pero sin ocultarlo tampoco nunca, en «Una lenta impaciencia» evoca su larga enfermedad y cómo ésta cambió su vida: «Saberse mortal es una cosa. Otra es experimentarlo y creerlo de veras. Eso cambia las proporciones y las perspectivas temporales. La especulación sobre lo lejano se vuelve fútil. El presente, en cambio, adquiere relieves nuevos. Alcanza una especie de plenitud. Uno busca vivir el momento, según la inspiración y el deseo.» Es imposible, por supuesto, disociar su vida y su obra de la enfermedad que lo golpeó en 1990, al final del corto siglo XX, que fue también el siglo del comunismo.

La sombra de la enfermedad, la fuerza de la amistad

«El comienzo de los noventa fue realmente un crepúsculo», escribe de nuevo en Una lenta impaciencia. ¿Qué parte tuvo esa época y cuál fue la de la intimidad en este sentimiento? Sin la enfermedad, el explorador del futuro que en 1989 propuso «retomar y revisar todo, analizar y discutir todo una y otra vez, volver a interrogar e interrogarse sobre todo, pasado y futuro» (Moi, la révolution, Remembrances d’un bicentenaire indign, Gallimard. Yo, la Revolución: Remembranzas de un bicentenario indigno), ¿Ese Bensaïd curioso, inventivo y audaz habría podido acompañar con tanta constancia al centinela del pasado que se cuidó de mantener intacto el camino de la esperanza?

¿Habría seguido inyectando su alegre vitalidad en la política concreta, como lo había hecho en los veinte años anteriores, como activista del internacionalismo, en particular en América Latina? Nadie lo sabe, ya que las vidas no se leen al revés. Y seguramente Daniel Bensaïd haría frente a este interrogatorio indiscreto con su tono burlón, realzado por el acento de su ciudad de Toulouse.

Ese momento crucial de una vida que se hizo eco de la del mundo se refleja en tres libros: Moi, la révolution (1989), Walter Benjamin, sentinelle messianique (1990), Jeanne, de guerre lasse (1991) (Juana, cansada de guerra), Juana de Arco, a la que no quería dejar en las manos de Le Pen (dirigente y fundador del Frente Nacional, partido de extrema derecha. NdT). Fui editor del primero y del tercero, en la colección «Au vif du sujet» de la editorial Gallimard, y contribuí para que el segundo fuera editado por Plon.

El judaísmo, como recordatorio del pasado, tiene también su lugar en su obra. Esta trilogía volvió al ideal comunista, incluso cuando su impostura totalitaria se estaba derrumbando: «El camino agreste de las herejías, la desviación de la racionalidad mesiánica y el camino escarpado de una lógica del acontecimiento», escribió más tarde. Por entonces, al publicar La Part d’ombre (Stock, 1992) un ensayo crítico sobre la presidencia de François Mitterrand, le dediqué públicamente estas palabras: «A Daniel, el explorador». Basta con leer el final de este libro para comprender el sentido de esta dedicatoria: su alta figura, honesta y rígida, salvó de la debacle «a esta generación confusa que pensaba que obtendría un mundo a partir de mayo del 68 y que tuvo que conformarse, a medida que envejecía, con provincias y feudos, puestos y situaciones, deseos y ambiciones».

Esa fidelidad no estuvo exenta de desacuerdos e incluso, por un tiempo, de discordia. El periodismo, ese compromiso que finalmente yo había elegido, alejándome de las disciplinas partidarias, fue la causa. Daniel Bensaïd no tenía mucha estima por nuestra profesión, aunque siempre recibió a los periodistas. Insistía, y no sin razón, en su falta de constancia, su ligereza, su irresponsabilidad, su comercialización, su superficialidad, su suficiencia, etc.

Pero la polémica, de la que da cuenta en el capítulo 13 de Una lenta impaciencia, iba en aquel tiempo más allá, al tratar sobre la democracia y los acontecimientos, las urgencias del presente y el papel de las vanguardias. Para mí, era la época de Le Monde con sus ilusiones, y ese malentendido oscureció nuestra relación. Pero desde entonces, el tiempo ha hecho su trabajo, las adversidades han demostrado su valor y nos volvimos a encontrar, sin necesidad de decirnos nada. La última vez que vi a Daniel fue en agosto del 2009, en la Universidad del NPA, donde me invitó fraternalmente a hablar del periodismo y de la prensa, después de que él mismo apoyara enérgicamente nuestro «Llamado desde la colina» («Llamado por una prensa libre e independiente», organizado por Mediapart y Reporteros Sin Fronteras en noviembre del 2008), frente a los Estados Generales de la Presidencia.

Dice, en Una lenta impaciencia: «Se dice a menudo que hay que vivir de acuerdo con nuestro tiempo. Ese tiempo se está muriendo. ¿Deberíamos también pudrirnos y desaparecer con él?» Si Daniel Bensaïd permanece vivo para muchos de nosotros es porque se negó a aceptar esa facilidad y vivió resueltamente en contra de los tiempos. Sin embargo, abrazó su vida plenamente, con avidez y disfrute, dignidad y sencillez.

«De la muerte, dijo también, no hay mucho que decir, excepto que nunca nos reconciliaremos con ella. Su lugar está en el barullo metafísico, junto con el infinito y la eternidad.» Esta muerte que atraviesa, en páginas conmovedoras, su libro Jeanne, de guerre lasse, es un homenaje feminista a la virgen indócil, escrito en 1990 bajo el golpe del anuncio de la enfermedad. «Los cometas que cruzan el cielo de la Historia tienen prisa, afirma. Jesús, San Justo, Guevara… Como si su energía se consumiera más rápido. Como si tuvieran que dar todo en un instante. No podemos imaginarlos tibios y satisfechos. No estabas hecha para durar.»

Aunque Daniel Bensaid murió a una edad mucho mayor que la de esos cometas, su vida fue demasiado corta. Pero sabemos que durará. Porque fue, él también y hasta el final, la propia juventud. La juventud del mundo. Nuestra juventud.

* Edwy Plenel, periodista desde 1976. Primero en Rouge (publicación de la Liga Comunista Revolucionaria) entre 1976-1978, luego en Le Matin de Paris, y en el diario Le Monde durante veinticinco años (1980-2005). Cofundador y presidente de Mediapart desde su creación en 2008. Autor de una treintena de libros.
Traducción del francés por Ruben Navarro, Correspondencia de Prensa.