La reivindicación del derecho a una renta básica para todos los ciudadanos, sin distinción de clase social, sexo o ideología, es sin duda una iniciativa cautivadora en sociedades con profundas desigualdades donde cada día es mayor el número de personas que no tiene garantizados los derechos fundamentales y donde hay que aceptar condiciones de vida […]
La reivindicación del derecho a una renta básica para todos los ciudadanos, sin distinción de clase social, sexo o ideología, es sin duda una iniciativa cautivadora en sociedades con profundas desigualdades donde cada día es mayor el número de personas que no tiene garantizados los derechos fundamentales y donde hay que aceptar condiciones de vida cada vez más humillantes en el ámbito laboral. Diríamos incluso que resulta inconcebible que, en sociedades postulantes de la democracia y de los derechos humanos, el derecho a la vida no lleve aparejado inexorablemente el derecho a una renta básica, presupuesto fundamental a la hora de garantizar una vida digna, debiendo corresponder a los poderes públicos su financiación con cargo a un sistema tributario inspirado en principios consagrados, como la capacidad económica, la progresividad y la solidaridad fiscal. Bien entendido que el derecho a procrear debe ejercerse de forma responsable y limitada en función de los recursos de una sociedad y de los límites del crecimiento que los factores críticos ordenan en cualquier ecosistema (local, nacional o planetario). Hasta tal punto nos deberían parecer inaceptables las condiciones de vida del nasciturus privado de este derecho básico, que habría que calificar como delito de lesa humanidad (de comisión por omisión) la precaria regulación del derecho a la vida existente en la mayoría de naciones, en que la procreación es un derecho ilimitado (incluso un imperativo moral y social), mucho más comprometido con los valores e intereses de la clase dominante que con el porvenir de las futuras generaciones.
Daniel Raventós es un experto en el desarrollo y divulgación de este derecho, a quien hay que agradecer sus valiosas aportaciones y esfuerzo, pero, del mismo modo que a nadie se le pudo ocurrir jamás que tuviera cabida en las instituciones de una sociedad esclavista, habría que analizar si estamos ante una propuesta con posibilidades de éxito en sociedades neoliberales en proceso de liquidación de derechos y renta de las clases humildes o ante una propuesta cosmética, de simple oportunismo político, que, en el mejor de los casos, sería aprobada sólo coyunturalmente en el supuesto, hoy poco probable, de inversión de las relaciones de poder entre las clases sociales. Es aquí donde me permito hacer una crítica constructiva al señor Raventós y plantear algunas dudas sobre el alcance de su iniciativa.
Si el modelo de renta básica que postula Raventós fuera compatible con la ideología dominante, no cabe duda de que ya tendría claros apoyos entre los partidos mayoritarios y compromisarios de la burguesía por sus bondades a la hora de restablecer la paz social, pero no podemos olvidar que esto era precisamente lo que estaba garantizando la sociedad del bienestar, hoy en fase de liquidación, y que es la ambición de la clase dominante en su proceso de acumulación la única responsable de la crisis que estamos viviendo. Por tanto, va a ser imposible que el derecho a una renta básica se convierta en algo más que una operación cosmética coyuntural (a las que nos tiene acostumbrados la socialdemocracia) mientras no se adopten medidas de control en el proceso de acumulación capitalista, que, como si se tratara de un agujero negro de crecimiento exponencial, acabaría engullendo la renta básica (del mismo modo que está engullendo la sociedad del bienestar) tantas veces fracasara el crecimiento económico y el goteo de renta a los de abajo como única regla de convivencia pacífica bajo dicho modelo. Esta es la razón por la que la petición de este derecho tendría que ir acompañada de la reivindicación de una renta máxima para impedir que el proceso de acumulación continúe, cuando el descomunal tamaño de los nenúfares amenaza cualquier forma de vida del estanque dorado, para redistribuir la riqueza entre miles de millones de seres humanos que viven en condiciones inhumanas y para garantizar que los acaparadores dejarán de ser una amenaza para la especie.
A quienes esgrimieran la legitimidad del derecho de propiedad más allá de unos límites razonables, habría que recordarles que, en el mejor de los supuestos (que fuera fruto del sacrificio personal y familiar), no es aceptable el modelo cowboy en el momento presente (nunca debió serlo, ni en la conquista del Oeste Americano ni en ninguna conquista territorial, donde vivían comunidades indígenas) ya que los recursos son escasos y no se puede excluir a nadie del acceso a los mismos (sería deseable en este sentido la realización de un estudio riguroso sobre los límites del crecimiento en base a recursos críticos en avanzado estado de deterioro o agotamiento, como la producción de alimentos saludables y las energías limpias, que nos aclare definitivamente la carga demográfica sostenible, evitando así graves conflictos sociales y penurias). Va siendo hora de que se controle el acceso a los recursos para que el uso que unos puedan hacer y los derechos que de ello se puedan derivar no excluya al resto. Por tanto, debe establecerse una renta máxima que garantice el derecho a los recursos de las generaciones presentes y venideras, prohibiendo incluso cualquier sobreesfuerzo que no vaya dirigido al bien común. Sólo de esta forma es posible garantizar que el derecho a una renta básica no estará amenazado por la ambición patológica y obsesiva de la clase dominante.
Lamento que el señor Raventós no haya sido explícito y contundente durante su conferencia de esta tarde (en que le he planteado un breve debate sobre esta cuestión) a la hora de reivindicar la necesidad de establecer una renta máxima y de las terribles consecuencias históricas y presentes del proceso de acumulación capitalista sobre los derechos humanos, la paz y el bienestar de la especie. Mientras no seamos capaces de escapar del fracasado imaginario colectivo de la socialdemocracia, en que los derechos económicos de la burguesía prevalecen sobre los derechos humanos, no habrá una solución satisfactoria en la búsqueda de una convivencia pacífica y el bienestar general en armonía con el planeta.
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