Debo confesar que mi primera experiencia real con la milenaria cultura china la viví en el restaurante «El Palacio de Pekín» en mi ciudad natal a la edad de seis años, donde degusté la «comida china de verdad». Me quedé casi atónito frente a la figura de un Buda enorme, panzón y sonriente, que engalanaba […]
Debo confesar que mi primera experiencia real con la milenaria cultura china la viví en el restaurante «El Palacio de Pekín» en mi ciudad natal a la edad de seis años, donde degusté la «comida china de verdad». Me quedé casi atónito frente a la figura de un Buda enorme, panzón y sonriente, que engalanaba la entrada al establecimiento. Inmediatamente llegó la camarera, quien chapuceando el español y cortésmente le entregó el menú a mi padre. Al cabo de unos minutos, tenía frente a mí un gran vaso lleno de cubitos de hielo y Coca-Cola, una tacita de sopa wan-tan y luego, la amable asiática me trajo el plato principal: chop suey de pollo. Finalmente, plátanos fritos servidos en miel de abeja como postre. El encuentro culinario fue para mí un desastre, pues horas más tarde tenía una diarrea espantosa, acuosa y resistente a cualquier antibiótico antidiarreico. Mi padre atribuyó mi desgracia a la avidez con que devoré las viandas. Claro, el pobre, no había oído hablar nunca del síndrome del restaurante chino.
La revolución comunista de Mao Tse Tung, con siete años de existencia, también comenzaba a dar sus primeros pasos en la palestra mundial y yo, a hacer mis pinitos con el glutamato y la cocina internacional.
Dice Bertolt Brecht en la décima estrofa de su poema Leyenda de la creación del libro Tao Te King durante el camino de Lao Tse a la emigración: «Los que preguntan, bien merecen una respuesta». Somos muchos, pienso yo, los que estamos interesados en comprender y entender los derroteros del socialismo chino. La revolución china ha dado más grandes saltos hacia adelante en su larga lucha por desarrollar y consolidar el ideario socialista, que un artista del cirque du soleil. Entre salto y salto, a finales de la década de los cincuenta, se libró la famosa batalla de los cereales y la batalla del acero, que formaban parte integral de la política de Mao de las tres banderas rojas. Se trataba de medidas agropecuarias e industriales, orientadas a elevar el nivel de producción e incentivar la movilización del sector campesino-obrero, que junto a las comunas populares fungirían como el puente de oro al comunismo chino. Todo esto en tres quinquenios. Las ideas de Mao Tse Tung con respecto a la etapa socialista de la revolución, estaban impregnadas de voluntarismo político, verticalismo, culto a la personalidad e igualitarismo social. Las masas populares, adoctrinadas con las ideas del presidente Mao, era el eje fundamental de la revolución. Es decir, el libro rojo de Mao, era el recetario de cocina para «proletarizarse» y construir el comunismo. En este contexto, plagado de errores político-económicos e ideológicos, la lucha ideológica al interior del partido comunista estaba cuasi pre programada. La gran revolución proletaria cultural que se desarrolló de 1966 a 1976 fue otro de los «grandes saltos» hacia adelante que impulsó Mao Tse Tung y que condujo a la persecución indiscriminada de intelectuales y cuadros, del partido acusados de colaborar con la burguesía y profesar el revisionismo político-ideológico. Más de cien millones de chinos fueron víctimas de la revolución cultural, según informa el sinólogo alemán, Helmut Peters en su libro: La república popular china, del feudalismo al socialismo.
En la búsqueda del camino al comunismo se han cometido muchas aberraciones. Mao cometió las suyas. Ahora bien, me pregunto entonces: ¿Está hoy la revolución china en el camino correcto?
Teóricamente sí. Deng Xiaoping, el artífice de la China moderna, definió a finales de la década del 70 las bases político-ideológicas de la modernización de la sociedad china, las cuales están expresadas en los cuatro principios esenciales: la vía socialista de desarrollo, la dictadura del proletariado, el papel conductor del partido comunista y la filosofía marxista-leninista-maoísta. Al mismo tiempo, que el partido afirmaba el rumbo socialista de la revolución, aprobaba las «reformas económicas necesarias» para modernizar las fuerzas productivas de la sociedad. La reforma económica abarcó tres áreas importantes: reestructuración de la propiedad privada y estatal de los medios de producción, transición a una economía social de mercado y la inversión de capital extranjero. Proceso que estaría controlado y supervisado por el partido comunista.
En la práctica, no. La economía china es abiertamente una economía de mercado. No obstante, la dirigencia del partido comunista chino considera que no hay contradicción entre el socialismo y la economía de mercado (capitalismo). A fin de cuentas, argumenta el partido, la utilización de métodos de producción capitalista es lícita cuando se trata de elevar y acelerar los niveles de productividad, ya que el objetivo final es el de asegurar el bienestar de las mayorías. Entre tanto, una minoría elitista china goza de un bienestar tan inexplicable como inverosímil.
Según el Horun-Wealth-Report 2010 [1] , 140 chinos poseen 10 mil millones de Yuan [2] , 1900 personas tienen un capital privado de un mil millones de Yuan, 55.000 ciudadanos 100 millones de Yuan y 875.000 chinos tienen en su haber más de 10 millones de Yuan. A pesar que los niveles porcentuales de pobreza han disminuido en los últimos veinte años, todavía más del 10 % de la población china vive en la miseria. Entonces me pregunto yo: ¿De dónde salió tanto chino archimillonario? ¿Del socialismo o del capitalismo? ¿Cómo resolverán, pues, los camaradas chinos en el futuro próximo, la contradicción fundamental capital-trabajo?
Blog del autor: http://robiloh.
[1] http://old.hurun.net/indexen.
[2] 1 Yuan= 0,15 US$
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