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La "multitud" en Colombia

De «El Cadáver Insepulto» a la Multitud Posmoderna

Fuentes: Rebelión

Síntesis de dos libros presentados en el Instituto de Pensamiento Liberal

La multitud son los gaitanistas

La intervención del grupo de investigación Presidencialismo y Participación sobre reelección presidencial en Colombia, realizada en la sede del Instituto de Pensamiento Liberal el pasado 11 de agosto tuvo como contexto inicial la charla magistral del reconocido historiador Arturo Alape, a propósito de la presentación de su novela El Cadáver Insepulto (Seix Barral, 2005). El hecho que da inicio al desarrollo de su relato es el asesinato del caudillo Jorge Eliécer Gaitán Ayala, ocurrida el 9 de abril de 1948; la misma fecha marca genealógicamente para el grupo de investigación la ruptura política entre las clases subalternas y el bloque bipartidista en el poder: lo que tenemos de presente son nuevas velocidades y fuerzas antagónicas. Alape en sus distintos estudios sobre El Bogotazo –como se conoce al hecho violento que desata ese magnicidiorepasa cual investigador la emergencia de algo nuevo. Incluso en esta novela se refrenda, por parte del connotado historiador, lo que el grupo Presidencialismo y Participación también a su manera afirma en el libro Seguridad y Gobernabilidad Democrática. Neopresidencialismo y Participación en Colombia 1991-2003 (Universidad Nacional, 2005): el 9 de abril en Colombia emerge la multitud. Su emergencia está signada por la sangre del director único del Partido Liberal y líder del «pueblo» Gaitán Ayala, quien caía en la carrera séptima a la una y cinco de la tarde a manos de un bellaco desconocido: un tal Juan Roa Sierra, del que sólo quedó un cuerpo molido e irreconocible, enterrado días después como cualquier N.N.

¿Pero qué entiende Alape por multitud? Para los presentes en el auditorio la multitud es algo extraño y esto obedece a la novedad de la palabra y a la incertidumbre de su definición. Para el mismo Alape la multitud es un acontecimiento, pese a no tener la concepción clara, lo que sí es contundente es su afirmación: «lo que surge el 9 de abril de 1948 no es el pueblo sino la multitud». Y multitud es para nosotros, la pluralidad de los muchos que asumen la política como su acción vital. Como lo anota de modo vivencial el historiador, el punto más alto de la multitud está entre la una y las seis de la tarde de ese día, que se conoce también como el día del odio. Si recordamos las palabras del reconocido escritor, la multitud se volcó al centro de la capital: en ese entonces Bogotá contaba con 600 mil habitantes, hoy cuenta con cerca de 8 millones. Según afirma Alape, la rabia espontánea de esta multitud desenfrenada no estaba enfocada hacia ningún lado. Era sólo eso: rabia. Tanto que a las seis de la tarde la multitud iracunda ya estaba ebria, no de dolor sino de alcohol. Sin embargo, el centro histórico de la ciudad es arrasado, consumido por las llamas y por la embriaguez de «colgar» a los jefes de Partido Conservador en la Plaza de Bolívar.

Para el oyente resultó curioso escuchar un dato revelador: luego del asesinato de Gaitán, un tiempo después, doña Berta Hernández y Mariano Ospina llegan al palacio presidencial provenientes de una feria ganadera (!). La multitud gaitanista que se ha dirigido a la sede del régimen no advierten la presencia del gobernante y su señora que ingresan por la puerta adyacente. Dice Alape: «si ellos -los gaitanistas- se hubieran dado cuenta de que ahí venían éstos dos, otra historia hubiese pasado en Colombia». Porque lo cierto es que no pasó nada: según lo revela la historia, no hay cambio de poder, ni reforma ni revolución. Lo que hay es sangre en las calles. La represión al desnudo, cuando no el oportunismo político.

Ejemplo de lo anterior es la traición que los dirigentes del Partido Liberal cometen cuando se forma la Junta Revolucionaria integrada en lo político, entre otros, por Gerardo Molina y Diego Montaña Cuellar, y en lo militar por setecientos hombres fuertemente armados. Y, por supuesto, en las calles estaba la insurrección sin cauce, sin organización alguna, de la que miles de anónimos y miserables hombres hacían parte. Los jefes naturales del Partido ante el asesinato de Gaitán, entregan no su cuerpo impregnado de sangre sino la multitud gaitanista que reclama justicia. Y pactan con el régimen de Ospina Pérez su ingreso a la nómina oficial. Así lo hizo quien, aparentemente, debería ser el sucesor de Gaitán, Darío Echandía. Con lo cual se selló el llamado «miedo al pueblo», que no era mayoritariamente liberal o conservador, pero sí gaitanista. Es decir, la multitud.

Los reveladores datos históricos del profesor Alape -incluso, lo irónico: el que ningún banco haya sido asaltado- conducen a preguntarnos por lo que la multitud debió hacer y no hizo. Total, lo que quedó como reflejo de lo que sucedió en Bogotá fue una cifra, la del horror: «entre 3 mil y 5 mil fueron los muertos». En el resto del país la cosa fue de otro tono: acá, en Bogotá, estaba el centro del poder político. No obstante, lo que la historia nos enseña es que con El Bogotazo se rompe la tradición histórica de las clases subalternas: ahora la multitud se pregunta hasta dónde ella es un sujeto de poder real.

¿La guerra social del presente es obra de la multitud?

Vale señalar un punto importante. Alape también afirma que nuestra violencia actual es la continuación de los hechos desencadenados por la violencia del gobierno Ospina (1946-1950), y de la multitud que con armas o sin ellas respondió hasta levantarse ante la brutalidad, o simplemente morir. Todo ello define lo que es lo político en Colombia y por qué estamos como estamos.

Cabe señalar otra realidad: la relación entre el autoritarismo político, que desde el 9 de abril de 1948 se asentó en Colombia, y las multifacéticas formas de violencia que hoy la consumen y asolan. Es, justamente, la práctica de la relación amigo-enemigo que con tanto ahínco defiende el teórico Carl Schmit. Alape, en efecto, sigue esta misma línea de interpretación. Para él ese ejercicio se comprueba con el repaso al discurso político de los gobernantes, que no empieza -como aparentemente se cree- con Uribe Vélez sino que viene de mucho atrás. Recordó para ello los señalamientos públicos que practicó el «monstruo» Laureano Gómez en sus mejores momentos como político conservador.

Entonces, ¿qué objeto tiene intitular una obra El cadáver insepulto? Mejor aún: ¿qué contribuciones puede hacer esa obra a la interpretación de la reelección presidencial en Colombia? ¿Qué nos enseña Alape sobre la actualidad? Primero: pone de presente que no hemos salido del torbellino de violencia que Gaitán Ayala cuestionó desde su Oración por la Paz semanas antes de su sacrificio. Segundo: el título revela de entrada que Colombia, o mejor, la multitud debe enterrar el cadáver. Pero, ¿cuál cadáver? ¿El cadáver de la violencia? ¿El cadáver de nuestros gobernantes autoritarios? ¿O será el cadáver de las injusticias? ¿Incluso puede ser el cadáver de las desapariciones forzadas? Creemos que todo se resume en que debemos enterrar el cadáver de la guerra. Tercero: sugiere la exposición magistral del profesor Alape, junto con sus vivencias en el valle del cauca -por esas mismas calendas- que la muerte de Gaitán y sus consecuencias sangrientas lo marcaron para siempre. Y definieron el orden político de la dominación; lo que llevó a las clases subalternas, que al tiempo sufrían la pérdida de su líder, a hacer el tránsito obligado a la multitud proletarizada. Cuarto: la violencia empezó desde arriba, desde las clases dominantes; la multitud no es quien hace la guerra, la sufre y la padece. Lo que anhela la multitud es justicia. Y quinto: aunque la guerra social es impuesta por el régimen político -en los años cuarenta fue con los chulavitas y sus asesinatos y despoblamientos selectivos- la respuesta de la multitud no se da por fuera de esos procesos bélicos, puesto que la guerra se hace para mantener unas condiciones sociales de dominium de esa misma multitud que hoy aprende la lección histórica.

Así, pues, el libro de Arturo Alape, una novela sobre el 9 de abril, invita a hacernos una pregunta obligada: ¿hasta dónde estamos convencidos de que la guerra hay que enterrarla? ¡Porque la guerra hay que terminarla! Por eso, con firmeza, estamos convencidos de que lo más revolucionario es acabar la guerra: la multitud de los pobres y miserables debe liquidar este dispositivo de seguridad. Reconozcamos desde ya que la guerra es el ambiente de la dominación. Leamos sin cortapisa alguna lo que la coyuntura histórica revela: la continuación de Álvaro Uribe está atada a la continuidad de su guerra (así la llame «seguridad democrática»). El talón de Aquiles del régimen está en su misma fortaleza: que la multitud, heredera de Gaitán, asuma el reto.

No olvidemos: en Colombia sólo hay multitud.

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