El segundo mito acerca de la movilización social sobre el que quisiera reflexionar es el que llamaré «mito de la conciencia informada». Este mito vendría a decir que basta con estar bien informado para decidirse a participar en una acción colectiva en pos de un bien común. El mito de la conciencia informada es, en […]
El segundo mito acerca de la movilización social sobre el que quisiera reflexionar es el que llamaré «mito de la conciencia informada». Este mito vendría a decir que basta con estar bien informado para decidirse a participar en una acción colectiva en pos de un bien común.
El mito de la conciencia informada es, en parte, una variante del mito de la movilización individual, ya que como éste presenta al individuo aislado, esta vez encerrado en su conciencia, tomando decisiones fuera del mundo. Pero, añade un tono entre «espiritualista» y «cibernético» al individuo separado que merece ser atendido por sí mismo.
Por supuesto, al presentar este mito no pretendo decir que no es necesaria la información, y más todavía la buena información, para la movilización social, sino argumentar que existe una imagen mitificada de la movilización social que nos hace pensar que es suficiente con la información para que aquella se produzca, se mantenga y se extienda.
Nuestra experiencia por sí sola ya nos dice que no es así, pero podemos de nuevo mostrar que no es sólo que la realidad tenga poco que ver con esa imagen, sino que además la movilización jamás podría surgir de la mera información.
Esta vez voy a utilizar otro dilema llamado «del prisionero» para mostrar la imposibilidad del mito de la conciencia informada. Existen múltiples versiones que exponen el dilema. Pero voy a probar a hacerlo con una nueva por razones que se verán más adelante.
«Cuentan que, después de una semana de haber escatimado el arroz a sus discípulos Me y Ti, el maestro Bao-Pi echó en falta algunos puñados de cereal en la despensa y llamó a sus dos discípulos por separado para proponer a cada uno de ellos las siguientes opciones.
-Si ninguno de los dos confesáis haber robado el arroz, les dijo primero a Me y luego a Ti, sólo os daré con mi bastón dos golpes en la cabeza a cada uno. Más que nada para recordaros que soy el maestro y vosotros sólo discípulos. Si tú (Me o Ti) confiesas, a ti te daré un golpe en la cabeza por robar el arroz, pero a tu compañero le daré ocho golpes por callarse. Y si confesáis los dos, os daré seis golpes a cada uno, porque, no me negarás que lo tendréis bien merecido por ladrones. Y recuerda, terminó, no se te ocurra hablar de este asunto con tu compañero porque en ese caso recibiríais diez palos en cada cabeza».
Me y Ti tuvieron acceso por tanto a toda la información. Cada uno sabía cuales eran las posibles consecuencias de sus acciones. Para facilitar la tarea al lector o lectora, las expondré en forma de tabla.
Se ve fácilmente que si Me y Ti no podían ponerla en común para llegar a un acuerdo, esa información resultaba totalmente inútil. Si cada uno tenía que decidir sin hablar con el otro, entonces ambos estaban abocados a confesar. Confesar les suponía moverse entre la posibilidad de recibir 1 o 6 palos. Mientras que no confesar conllevaba o bien 2 o bien 8 golpes. Como era de esperar que los dos hicieran el mismo cálculo, al final lo más probable es que acabaran recibiendo 6 por cabeza. Por el contrario, si hablaban entre sí, podían llegar fácilmente a la conclusión de que lo mejor para ambos era no confesar y recibir dos golpes cada uno. Pero el maestro ya había anticipado esa posibilidad y puesto los medios (10 golpes de castigo) para evitarla.
El dilema del prisionero demuestra que allí donde está en juego la posibilidad de alcanzar un beneficio compartido, la información es inútil si no es recibida en una situación en la que sea posible la cooperación. Extrapolando a las movilizaciones sociales, hay que decir que la información no sirve para nada si no hay una predisposición para trabajar en común y una posibilidad material de hacerlo y de poner esa información al servicio de un objetivo compartido.
Cuando se trata de alcanzar un bien común, como ocurre en los movimientos sociales, primero tienen que darse, o hay que buscar, las condiciones para la colaboración y, sólo después, podrá sernos útil la información. No debemos extrañarnos, en consecuencia, si hay personas que no se inmutan ante una noticia que en nosotros genera una tremenda indignación; simplemente están comprometidas con otro proyecto.
Un ejemplo. La reforma exprés de la constitución, acordada por el PSOE y el PP en agosto-septiembre de 2011, que prioriza el pago de la deuda del estado por delante de cualquier otro gasto, junto al incumplimiento sistemático de sus respectivos programas electorales por esos mismos partidos, serán considerados como un golpe de estado de los mercados financieros por quien entienda que los representantes políticos se deben a sus votantes y a las promesas electorales por las que estos les han elegido. Pero no pensará lo mismo quien entienda la democracia representativa de otra forma, por ejemplo, quien considere que ésta consiste en elegir alternadamente una cuadrilla u otra de jefes cada cuatro años.
Si he elegido narrar el dilema del prisionero a través de la imitación de un cuento zen en lugar de la versión de acusados y fiscales, que suele ser la habitual, es porque pretendo que resuene con la historia siguiente.
«Dijo el maestro Zen a su discípulo:
-Si dices que esta vara es real, te golpearé con ella. Si dices que esta vara no es real, te golpearé con ella. Si no dices nada, te golpearé con ella».
En esta historia encontramos otro ejemplo en el que la información es completa pero no sirve de nada. Opte por lo que opte, el discípulo recibirá un golpe. Pero, como explica Gregory Bateson, de quien la he tomado prestada, el objetivo de la historia es dirigir la atención hacia la relación entre el administrador y el receptor de las opciones y de las consecuencias, es decir, señalar la relación de poder entre el maestro y el discípulo.
En la versión zen del dilema del prisionero, en efecto, hay una opción que no puede pasar desapercibida después de leer esta segunda historia. En realidad, si Me y Ti hablaran entre ellos, seguramente no optarían por no confesar y así recibir sólo dos golpes cada uno. Ni tampoco esperarían pasivamente los diez golpes con los que el maestro buscaba impedir a toda costa esa opción. Es muy probable que si hablaran, su cooperación se dirigiera hacia una acción colectiva mucho más útil: quitarle al maestro el palo y el arroz.
Al hecho de que la información sea inútil si no se dan las condiciones subjetivas y objetivas para la cooperación hay que añadir que la cooperación posible de los receptores abre las puertas a la transformación completa de la relación entre los que administran la información y los que la reciben. Como sabemos, no hay movimiento social que se precie que no busque dotarse de herramientas de información útiles para romper el monopolio del sistema de comunicaciones que difunde la versión oficial sobre el asunto en litigio.
Pero hay más, porque el problema de fondo no es ni mucho menos la administración de la información, sino la misma relación de poder. Lo que en estas historias se deja ver es que la cooperación es por sí transformadora de la relación social, es por sí la apertura de un camino de liberación. Y es por eso que genera tanta preocupación en los defensores del régimen. Nada hay que asuste más al poder que ver a las gentes del común poniéndose a hacer proyectos juntas. De ahí que no haya sistema de dominación que no se sostenga en la creación de instituciones que impiden la cooperación de los subalternos.
La cooperación de los de abajo, sin embargo, no se obstaculiza más a través de la canalización de las conciencias que por medio de la gestión de los cuerpos. De hecho, la diferenciación entre conciencia y cuerpo en la que se apoya el mito de la conciencia informada sólo puede generar confusión -y lo mismo hay que decir de todo mito similar que reduzca la implicación social a un simple cambio en la forma de pensar.
Lo que somete a los y las trabajadoras no son las ideas de los capitalistas, sino una distribución tal de los medios de producción que los condena a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir y a competir entre sí por venderla.
Los ecologistas saben que lo que destruye el medio ambiente no son las ideas desarrollistas, sino una práctica sistemática de producción por la producción y de consumo por el consumo que pasa por encima de las necesidades de los ecosistemas en una carrera loca por ver quién produce y quién consume más cosas inútiles.
Por sí mismas las ideas de orden y mando no oprimen a nadie, el poder consiste en una enmarañada red de dispositivos que produce cuerpos vivos, útiles y dóciles: individuos atomizados, disciplinados y controlados.
La dominación machista no se reduce a un puñado de ideas, sino a una manera de ocupar los espacios sociales, de conducirse, de vivir, en definitiva, que empuja hacia afuera del espacio público a las mujeres, que las confina en la esfera de lo privado, que las excluye material y simbólicamente hasta el asesinato…
Y como la dominación es de naturaleza física y busca por sistema desbaratar la cooperación de los resistentes, la liberación no puede contentarse con la conciencia, y menos si ésta se entiende como conciencia aislada, y tiene que ponerse como objetivo principal buscar la cooperación práctica, la puesta en marcha de proyectos comunes.
Para alcanzar sus objetivos, los movimientos sociales crean diferentes formas de cooperación y nada serían sin ellas. Y el problema en cada momento histórico, y en eso el momento actual no es una excepción, es cómo conseguir la forma de cooperación posible más efectiva (para desafiar la estructura de poder existente) y más horizontal (para no reproducir sistemas semejantes a los que pretende abolir).
A día de hoy, esa forma de cooperación es la asamblea abierta.
Fuente: http://cuencaalternativaopinion.blogspot.com.es/2013/03/mitos-acerca-de-movilizacion-social-ii.html