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Refundación republicana de la izquierda

De la importancia del qué hacer y del cómo hacer

Fuentes: Rebelión

«Las instituciones son la garantía del gobierno de un pueblo libre contra la corrupción de costumbres, y la garantía del pueblo y del ciudadano contra la corrupción del gobierno». Saint-Just: Las instituciones republicanas1 En el inicio de esta intervención me doy cuenta que el título de la misma quizás sea excesivo para mis modestas fuerzas. […]


«Las instituciones son la garantía del gobierno de un pueblo libre contra la corrupción de costumbres, y la garantía del pueblo y del ciudadano contra la corrupción del gobierno».

Saint-Just: Las instituciones republicanas1

En el inicio de esta intervención me doy cuenta que el título de la misma quizás sea excesivo para mis modestas fuerzas. Siempre he deseado tener más o menos claro qué hacer y cómo hacerlo. Sin embargo, lo único que mi experiencia política me ha enseñado es, con escasas excepciones, qué cosas no hay que hacer y como no deben hacerse las cosas. Y aún así, no estoy seguro de haberlo aprendido.

Es cosa comprobada cuan difícil es comunicar y socializar la experiencia política particular. En el siglo pasado conocimos organizaciones que se encargaban de socializar y transmitir entre generaciones las experiencias colectivas con notable eficiencia. Eran los partidos de masas. Hoy, sin esas organizaciones, no sabemos a ciencia cierta si será posible trasladar la experiencia de la generación de la llamada transición, a las siguientes. No es seguro que la próxima generación de republicanos pueda evitar repetir los mismos errores que cometimos nosotros. Lancemos por lo menos un mensaje en una botella. Quizás llegue a una remota playa y sea de alguna utilidad a alguien.

1.- Qué hacer.

En 1852, el populista ruso Chernichevski escribió, encerrado en la fortaleza de Pedro y Pablo, su novela titulada «Qué hacer?». Esa novela marcó toda una generación de combatientes contra la monarquía rusa. «¿Qué hacer?», daba respuesta a una pregunta que es siempre crucial cuando se emprende un proyecto político. ¿Qué hacer? es la primera y esencial pregunta. No lo son, por ejemplo, ¿qué escribir?, ni: ¿qué programa enarbolar?

Si lo que discutimos hoy es el proyecto de la refundación republicana de la izquierda, bueno será empezar por responder a la pregunta: ¿Qué hacer? Para poder contestar esa pregunta es preciso ponerse de acuerdo en qué momento y circunstancia nos encontramos. Empecemos por una primera afirmación:

Estamos en una travesía del desierto. Estamos en una lenta y difícil acumulación de fuerzas. No hay atajos: ni el hiperactivismo republicano ni el institucionalismo nos traerán la República.

Tras la gran derrota del republicanismo y de la ruptura democrática durante la transición y, concretamente, desde 1980-1981, unos pocos ( demasiado pocos) venimos haciendo política con plena conciencia estar en una travesía del desierto. Todos los intentos y aventuras políticas en las que nos hemos embarcado durante más de 25 años, las hemos emprendido con plena conciencia de que era preciso abrir un lentísimo proceso de acumulación de fuerzas y de recomposición social de un nuevo bloque histórico democrático-popular con la esperanza de que «mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor»2.

La metáfora de la travesía del desierto ha sido, desde entonces, una constante en nuestra conciencia política. Esta metáfora obedece a un determinado análisis político-social que aquí no podemos compartir con vosotros por falta de tiempo, pero que puede resumirse en la conciencia de la tremenda derrota sufrida por el republicanismo político durante la transición. Es un análisis que se desprende de la aplicación de dos categorías políticas procedentes de un clásico italiano del republicanismo del siglo XX al análisis de nuestra transición. Nos referimos a las categorías de revolución pasiva y de transformismo3. Esa conciencia de la derrota no ha significado, en algunos de nosotros ni la claudicación ni la resignación a la marginalidad política.

También han sido constantes durante todos estos años, la sorpresa y, en ocasiones, la desazón que nos producía que esa misma metáfora no fuera compartida por la mayoría de las direcciones políticas de la izquierda, en sus diversas versiones, desde la más adaptada a la más inconformista. Éstas, en general, han creído caminar de victoria en victoria hasta la actual derrota final. Hay que confesar que, en ocasiones, nuestra desazón ha sido sustituida por el escándalo: cada vez que tímidamente nos atrevíamos a hacer aflorar la idea de la travesía del desierto y la exponíamos en público, el análisis social que la justifica y las tareas que se desprenden de la misma han sido combatidas por esas mismas direcciones políticas con una energía digna de mejor objetivo.

La Muqadimah del fundador de la ciencia política moderna, Ibn Jaldún ( 1332-1406) quizás nos aclare alguna cosa. En el capítulo XIX, titulado : «Una tribu que ha vivido en el envilecimiento y la servidumbre es incapaz de fundar un reino», Ibn Jaldun explica por que razón la travesía del desierto de los judíos huidos de Egipto duró cuarenta años. No puedo resistir la tentación de leeros el pasaje. A menudo los clásicos, explican algunas cuestiones mucho mejor que veinte páginas de prolijos razonamientos. Dice Ibn Jaldún:

«Los versículos que acabamos de citar tienen un alcance de fácil comprensión: la pena de aquél extravío implicaba una sabia finalidad: el aniquilamiento de la población que se había substraído a la opresión y la humillación de las que se había colmado en la tierra egipcia; población sin ánimo alguno, que se había resignado a la degradación y la desintegración de su espíritu de solidaridad e independencia: Pues para reemplazar a aquella generación, se hacía preciso otra, nacida y formada en aquel desierto, horda que no hubiere jamás padecido opresiones y que desconociese subyugaciones extrañas y poderes despóticos. De esta disposición de la Providencia, una nueva asabiya4 surge en los israelitas deparándoles la potencia de reclamar y vencer. Todo esto muestra que el periodo de cuarenta años es lo bastante para hacer desaparecer una generación y surgir otra»5.

La generación que vivió la transición no puede protagonizar ninguna refundación republicana de la izquierda por la razón básica aducida por Ibn Jaldún: se trata de una generación que: «se había resignado a la degradación y a la desintegración de su espíritu de solidaridad e independencia».

Alguna alma bendita podrá decir: «No yo. Yo individualmente o en pequeño grupo, me he salvado del pecado de la degradación y de la desintegración de mi espíritu de solidaridad e independencia». Podremos preguntarle pues: «¿Donde está la nueva asabiya, la nueva voluntad colectiva masiva, construida por ti o con tu ayuda?»

Por que la degradación y falta de autonomía de nuestra generación no sólo tienen la cara del transformismo y de la cooptación. Aquellos que no se resignaron, los grupos de la extrema izquierda, tampoco consiguieron con su denuncia del institucionalismo, salir de la marginalidad política. Trataron de ocultarse a sí mismos su impotencia mediante un hiper-activismo que les condujeron al agotamiento.

Las dos caras de esta generación han sido el hiper-activismo, de un lado, y el institucionalismo y la cooptación, de otro. Que son dos caras del mismo problema general de la izquierda: el elitismo.

Mi intervención de hoy pretende defender una concepción democrática de la construcción de la tercera república. Una concepción opuesta a la elitista. Partiré de una idea sostenida por los republicanos más puros de la época contemporánea6: la idea del buen sentido del pueblo. Me fundaré en la idea de que la república es asunto del común de los mortales, o del pueblo soberano y no de las élites políticas. La refundación del republicanismo de izquierdas me parece asunto de costumbres y de cultura política de masas. La construcción de la tercera república es cuestión de acumulación de fuerzas, de «reforma intelectual y moral», como diría aquel republicano italiano mencionado más arriba, que tras la derrota de 1924, reclamaba desde la cárcel una Constituyente Republicana y, por tanto, una real acumulación de fuerzas sociales y políticas 7. Quizás era el único italiano de su generación que había tomado nota del significado de la victoria fascismo, trataba de analizarla y de extraer consecuencias. Mientras, aquellos que no habían entendido la profundidad de la derrota sufrida, continuaban mandando los restos de las tropas a la «lucha final» es decir, a nuevas derrotas que imposibilitaban cualquier acumulación de fuerzas.

Parto, pues, de la idea del agotamiento definitivo del elitismo hiper-activista y de su otra cara, el institucionalismo, como métodos de acumulación de fuerzas. El hiper-activismo no sirve como vía por su carácter voluntarista, antidemocrático y alienante. El institucionalismo no sirve, no sólo por estos pecados, si no por otros aún mayores: la cooptación y el transformismo. Así que lo que la revolución pasiva de la transición ha agotado ha sido la cultura política de toda una generación, o quizás, de todo un siglo. La nuestra.

Quizás nuestra única aspiración sea ya transmitir a las generaciones futuras la idea de que es necesaria otra forma de hacer política. Quizás de lo que se trata es de refundar la política. Aunque nadie pueda garantizar que tal cosa es posible.

Con la recomendación de leer por entero el capítulo XIX de la Muqadimah, pasemos a nuestra segunda afirmación:

La segunda república no la trajeron los políticos de la restauración, la trajo el pueblo soberano, tras larguísima (más de cincuenta años) acumulación de fuerzas. Al contrario: son precisamente los políticos de la restauración incrustados en el gobierno provisional y en las Cortes Constituyentes los que hacen que la segunda república pierda la ocasión de realizar aquellas cosas que proclamaba en su Constitución y, por lo tanto, se eche a perder. Por decirlo corto y llano: la segunda república anduvo falta de jacobinismo, o éste llegó demasiado tarde.

La segunda república no nació en 1931 en los ayuntamientos o en las Cortes Constituyentes. La segunda república nació mucho antes. Nació al día siguiente del golpe de estado de Pavía. Y nacía en cada barrio, en cada fábrica, en cada cortijo. Nacía allí donde se reunían ciudadanos y trabajadores a charlar, a leer algún «buen papel», o a tomar la palabra por orden y a llegar a acuerdos de acción y a escribirlos en un acta.

Creció en el ateneo republicano, en la casa del pueblo o en el ateneo libertario, nació en la cooperativa obrera o en el sindicato, se llamase éste UGT o CNT. Nació y creció en la cooperación y en la asociación. Nació y creció con la difusión las costumbres, de las instituciones y de la cultura republicanas que se contraponían a las costumbres del despotismo y de la tiranía. En 1931 la segunda república, ya muy crecida socialmente, ya construida en el tejido social, entendida como bloque social y popular, aprovechó la crisis de régimen oligárquico, para tratar de establecerse. Esa sociedad civil alternativa, esa república de la calle y del campo, que había crecido en los intersticios de la sociedad del antiguo régimen, necesitaba del poder estatal para poder, mediante las leyes, imponer las nuevas costumbres republicanas.

Es preciso decirnos de nuevo, una y otra vez hasta que nos lo creamos de verdad, demostrarnos con hechos y argumentos, que la segunda república no la trajeron las fracciones de la extrema izquierda de la clase política de la Restauración. No la trajeron Maura, ni Lerroux, ni Alcalá Zamora. Ni tan sólo la trajo la conspiración y el pacto de San Sebastián. La trajo el pueblo soberano en un lento y progresivo proceso de constitución como eso mismo: como pueblo soberano. Por mi parte propongo una lectura del Pacto de San Sebastián, como un fruto de la república que crece desde abajo y no al revés.

Sentar esa afirmación es decisivo para ponerse de acuerdo en el cómo suceden las cosas y como sucederán en el futuro (si venturosamente suceden). En primer lugar por que no es cierto que la Segunda fuera una república sin republicanos como quieren demostrar algunos. Que la república no fue un paréntesis artificial en nuestro país. Que no fue el fruto de conspiraciones elitistas, fueran éstas judeo-masónicas o rojo-separatistas. El golpe militar fascista no vino a restablecer ninguna situación natural o primigenia en España. Lo que era conforme a la naturaleza y a su derecho en España, no era la monarquía ni el fascismo que le antecede, si no, por el contrario, la república y la democracia.

La llegada de la República fue un fenómeno de masas y no simplemente de elites. Si no se entiende esto no se puede entender por que el fascismo tuvo de realizar a partir de 1936, un genocidio sistemático pueblo a pueblo, barrio a barrio, empresa a empresa. No se puede entender que segase tan a ras de suelo, tratando de no dejar ni una brizna.

Los problemas centrales de la que se proclamó república de trabajadores de todas las clases , eran los problemas de las más amplias masas populares: la propiedad de la tierra, la cuestión social, la separación de la iglesia y del estado, la cuestión nacional, así como la cuestión colonial y la emancipación de las mujeres. Los hombres que votaron las candidaturas republicanas el día 13 de abril sentían las consecuencias de estos problemas y deseaban su solución. Fueron los políticos procedentes de la clase política de la Restauración, convenientemente disfrazados de «republicanos de toda la vida», fue una parte de la nueva clase política republicana los que, con sus dilaciones, con sus cortinas de humo, con sus incapacidades y miedos, hicieron imposible que el campesino obtuviera sus tierras, que las cuestiones social, nacional y colonial se resolviesen por las vías de la democracia y del progreso social.

Ello debe ser dicho sin menoscabo de otra parte de la clase política republicana, que obró a su mejor y leal saber y entender. Pero que, sin embargo, no obró con el espíritu jacobino que la situación exigía.

Cuando hacemos ejercicio de memoria histórica no deberíamos dejar que la nostalgia nublase nuestros ojos más allá de lo necesario.

Vayamos ahora a nuestra tercera afirmación ante la pregunta ¿Qué hacer?:

El dilema de hoy no es república o monarquía. El problema es Monarquía o democracia.

En los años previos a la transición, el astuto dirigente de la principal fuerza de la oposición anti-franquista sorprendió a propios y extraños con una extraña consigna: «El problema no es república o monarquía. El problema es dictadura o democracia».

Esa consigna sonaba a oráculo sabio, mostrando el camino doloroso pero fecundo del «realismo». Encontraba argumentos en hechos dolorosamente vividos por nosotros en aquellos años: en 1973 en Chile se estableció una dictadura fascista sin cambiarle a Chile su carácter jurídicamente republicano. Lo mismo que en Alemania en 1933. En cambio en algunos países del Norte, monarquías «democráticas» habían permitido a la socialdemocracia crear paraísos sociales, al menos vistos desde el páramo social de nuestra España de entonces. Miles de españoles emigrantes se encargaban de explicar a sus familias y vecinos, las maravillas de estos países en sus cartas o durante sus vacaciones.

Luego, nos decía ese astuto personaje (cuya astucia admirábamos estúpidamente y no esforzábamos en imitar con una energía digna de mejor causa): lo importante es la democracia, no la república. No sea que perdamos el pájaro abriendo la mano tratando de capturar cien más. O más: no se puede capturar la luna reflejada en el río, con ayuda de un cesto de mimbre. Aún más: no es bueno, no se puede y no se debe querer la luna.

La salida, lo sabemos, fue muy otra: la renuncia a la república, nos dejó sin democracia. Las clases dominantes, ante la crisis de una determinada forma de dominación procedieron a concedernos una monarquía constitucional. Erróneamente empezamos a denominar el constitucionalismo monárquico como democracia.

En realidad se trataba de una actualización de la Restauración. Con su turno de partidos, con su ley electoral que defrauda la soberanía la popular, con su izquierda constitucional del Parlamento ( la izquierda de su majestad), con su cooptación y su transformismo… En definitiva, la segunda revolución pasiva sufrida por España. En poco más de un siglo.

Las innegables libertades concedidas ( innegables sobretodo por comparación con la dictadura), se fueron transformando, a medida que pasaba el tiempo, en la libertad del grande para aplastar o comerse al chico. Esta afirmación vale tanto para las libertades políticas básicas, como para el apartado económico y social.

Y es que de nuevo el juego de espejos de las palabras nos jugó una mala pasada. Como en toda revolución pasiva, la hegemonía de las clases dominantes se jugó en muchos terrenos, pero el terreno principal y primero, fue el de las palabras. No hará falta detenerse aquí, entre nosotros a demostrar que las palabras son el soporte de los conceptos con que pensamos. Que la suma de campos semánticos puestos a nuestra disposición por la cultura, condiciona no sólo los significados que damos a las palabras, si no también la propia lógica del discurso.

Cómo dijera en célebre ocasión Humpty Dumpty a Alicia, lo importante no es lo que las palabras significan realmente para cada uno de nosotros, lo importante es saber quien tiene el poder para determinar el significado de las palabras. Y república, dictadura, democracia y monarquía son palabras que usamos con demasiada alegría, sin atender al significado real de las mismas, aceptando sin mayores problemas el significado impuesto por el enemigo. Si continuamos usando esas palabras con la ligereza que nos caracteriza volveremos sin duda a cometer los mismos o similares errores. La lógica de nuestro discurso nos llevará a ello.

Una primera precaución será volver a la división tripartita que conocemos desde Aristóteles8 y que era compartida por Rousseau9, permite una mejor comprensión de las cosas que nos pasan. Recordemos: los regímenes políticos son tres: monarquía, aristocracia y democracia, con sus correspondientes degeneraciones ( tiranía, oligarquía y anarquía) y con regímenes mixtos. Existe monarquía cuando el poder lo detenta uno, aristocracia cuando detenta una élite y democracia cuando lo ostenta el pueblo.

En esta división lo importante no es si el monarca es producto de una elección popular y democrática o bien si es producto de un acto sexual con finalidad reproductiva sucesoria. La forma de elección del monarca pasa a ser una anécdota, al lado de hechos más trascendentes. Existen o han existido repúblicas de carácter aristocrático: Roma, Venecia, Florencia, Génova. Han existido regímenes jurídicamente republicanos que en realidad son monárquicos como algunas de las dictaduras del siglo XX, o como la República francesa desde de Gaulle hasta aquí. Han existido repúblicas cuya representación política se elige por sufragio universal, es decir de forma supuestamente democrática, donde nunca ha dejado de dominar una pequeña oligarquía capitalista.

Efectivamente, como decía el astuto dirigente, lo que se jugaba en la transición no era simplemente el dilema dictadura o república. Lo que se decidía realmente era dictadura o democracia. Pero el astuto dirigente nos mentía, o se mentía a sí mismo (quien sabe) cuando hacía un uso trucado de las palabras. Para él, democracia era un sinónimo de monarquía constitucional. Por tanto, se trataba de renunciar a la república para conseguir un régimen que, ni Aristóteles ni Rousseau, hubieran llamado jamás democracia.

Hoy nos queda claro que para conseguir la democracia era preciso derrotar el intento de la oligarquía de proceder a un cambio de forma de dominación para seguir dominando. Era preciso derrotar el intento de la oligarquía de pasar de la forma de dominación fascista a una monarquía constitucional. Para conseguir la democracia era preciso derrotar el intento monárquico de transición y establecer la república. Una cosa tan simple era de sentido común en 1945, en Italia tras la caída del fascismo. Es que las fuerzas republicanas italianas procedentes de la resistencia antifascista, no estaban por la labor de una revolución pasiva.

Cuando las palabras no habían perdido su valor primigenio y aún no habían sido secuestradas por la oligarquía, un político justo y fraternal, señaló como la república, no puede existir sin la democracia. Son palabras dignas de ser rescatadas del olvido y ahí van:

«¿Qué clase de gobierno puede realizar estos prodigios? Únicamente el gobierno democrático o republicano. Estas dos palabras son sinónimas, a pesar de los abusos del lenguaje vulgar; pues la aristocracia no es más republicana que la monarquía… La democracia es un estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son obra suya, hace por sí mismo todo lo que puede hacer, y mediante delegados todo lo que no puede hacer por sí mismo… debéis buscar las reglas de vuestra conducta en los principios del gobierno democrático… la esencia de la república o de la democracia es la igualdad, se concluye de ello que el amor a la patria abarca necesariamente el amor a la igualdad… ese sentimiento sublime supone la prioridad del interés público sobre el interés privado»10

Cuando afirmo que el problema hoy, en España es Monarquía o Democracia, me estoy refiriendo a que no tendría ningún sentido conseguir hoy en España un cambio en la forma de elegir el Jefe del estado pasando del método genital, al sufragio universal, si éste hecho no viniese acompañado de la instauración de una verdadera democracia11.

Me refiero, además a la necesidad de entender la democracia no tanto como un estado final, si no como un movimiento. Sobre este tema ha insistido en repetidas ocasiones mi compañero, y sin embargo amigo, Joaquín Miras. A su libro y a sus numerosas intervenciones, incluida la de hoy mismo, me remito12.

El problema hoy, en España no es la mayor o menor inminencia de la caída de la monarquía, como fruto de nuestro hiper-activismo republicano. El problema hoy es la construcción de un movimiento de masas republicano, democrático y popular. Este es el qué hacer de hoy y no otro.

Y construir ese movimiento no es cosa que se vaya hacer por minorías ni por élites, es algo que será producto de las grandes contradicciones y de los grandes problemas que padecen las masas populares, así como de la experiencia colectiva de las luchas por sus derechos sociales y políticos y de las nuevas formas de socialización y organización de las que el pueblo soberano se vaya dotando a partir de su experiencia.

Este sabio y necesario realismo sobre las capacidades reales de las minorías republicanas para ayudar a la venida de la república, no implica que se esté predicando la inactividad política. Lo que se predica aquí solo es que tratemos de acertar hoy, tras nuestra enésima derrota, en la respuesta a una pregunta clave: ¿Qué hacer?

Nuestra respuesta viene resumida pues en nuestra cuarta afirmación:

Lo que debemos hacer es ayudar a la construcción de la democracia, es decir del movimiento, o por decirlo de nuevo con las palabras de nuestro clásico italiano, del bloque histórico que debe poner los fundamentos de la tercera república.

2.- ¿Cómo hacerlo?

Una vez establecido qué hay que hacer, el problema principal que se nos plantea es el de cómo hacerlo.

Os propongo hacer un breve paseo por la cultura republicana de una minoría democrática actuante durante la primera de las repúblicas democráticas y populares de la contemporaneidad: aquella que se vivió en Francia durante unos pocos meses: entre el 20 de septiembre de 1792 y el 9 de Thermidor de 1794. Quiero traer a colación un discurso y una filosofía política y un quehacer injustamente olvidados, que deberían ser para cualquier republicano, una especie de guía para la acción.

De los clásicos se aprende siempre que no hagamos el papanatas. No pretendo aquí traer a la actualidad las propuestas concretas de una situación totalmente diferente a la nuestra. Sólo pretendo recordar, algunos de los criterios que permitieron que durante la revolución francesa se produjese un fenómeno formidable: la convergencia entre el sentido común popular y el pensamiento republicano y democrático. Si tratamos aquí de la refundación republicana de la izquierda, quizás el repaso logre tener algún interés.

Me centraré exclusivamente en un momento crucial de esta historia como es el invierno-primavera de 1793 en que, una vez resuelto adecuadamente el asunto del ciudadano Luis Capeto, la flamante república intenta dotarse de una Constitución. Tras ese debate, aparentemente jurídico, encontraremos la sustancia del republicanismo democrático opuesta al enjuague girondino, que pretendía una república que debía servir a una nueva aristocracia naciente: la del dinero. En los textos que voy a presentar veremos como la república democrática se opone a la república aristocrática. Ese republicanismo democrático no sólo era un conjunto de propuestas políticas, si no un estilo de hacer política: el estilo democrático. Era una forma de ser: la virtud republicana. Era un intento, seguramente el más emocionante de toda la historia de conjugar la moral con la política.

Frente a la propuesta de Constitución centralista, aristocrática y delegativa presentada por Condorcet el 23 de febrero de 1793, se alzan diversas voces. Trataré de reflejar algunas de las propuestas de Saint-Just, Robespierre y del cura jacobino Jacques Michel Coupé de l`Oise. Usaré para ello seis textos:

Maximilien Robespierre.

  1. «Proyecto de declaración de los derechos del hombre y del ciudadano», 24 de febrero de 179313.

  2. «Sobre la Constitución». 10 de mayo de 179314.

  3. Sobre los principios de moral política que deben guiar la convención nacional en la administración interior de la república, 5 de febrero de 179415.

Louis Antoine Saint Just

  1. «Discurso sobre la Constitución de Francia». 24 de abril de 179316.

  2. «Ensayo de Constitución». 24 de abril de 179317.

Jacques-Michel Coupé ( de l’Oise).

  1. « Des idées simples sur constitution » 18 .

Las expondré clasificándolas por temas:

a.- El buen sentido del pueblo.

Louis Antoine Saint Just «Discurso sobre la Constitución de Francia». 24 de abril de 1793

«Todo pueblo tiende a la virtud y a la victoria; no se le fuerza, se le conduce mediante la sabiduría. Es fácil gobernar al francés; le hace falta una constitución dulce sin que ésta pierda nada de su rectitud. Este pueblo es vivo y apropiado para la democracia; pero no se le debe cansar demasiado con las molestias de los asuntos públicos; debe ser regido sin debilidad, pero tampoco debe sufrir coacción»

Jacques-Michel Coupé ( de l’Oise). » Des idées simples sur constitution »

« La naturaleza lo ha hecho todo por sus hijos. El buen sentido del pueblo conoce al respecto todo que es preciso saber 19 . Mirad lo que es el pueblo, lo que ha sido siempre durante nuestra revolución, siempre por delante y por encima de sus legisladores, de los sabios, de los políticos, ya sea por la sabiduría de sus leyes, ya sea por su espíritu de libertad. En demasiadas ocasiones, parecía que ellos trabajaban sólo para contrariarlo y encadenarlo de nuevo «

b.- La soberanía del pueblo.

Robespierre. «Proyecto de declaración de los derechos del hombre y del ciudadano», 24 de febrero de 1793.

«XIV. El pueblo es soberano: el gobierno es su obra y su propiedad, los funcionarios públicos son sus mandatarios. El pueblo puede, cuando así lo considere, cambiar su gobierno y revocar a sus mandatarios (…)

XXII. Todos los ciudadanos tienen derecho igual a participar en el nombramiento de los mandatarios del pueblo, y en la elaboración de la ley.

XXIII. Para que estos derechos no sean ilusorios y la igualdad quimérica, la sociedad debe dar un salario a los funcionarios públicos y hacer que todos los ciudadanos que viven de su trabajo puedan asistir a las asambleas públicas donde los convoca la ley sin comprometer su existencia, ni la de su familia (…)»

Louis Antoine Saint Just «Discurso sobre la Constitución de Francia». 24 de abril de 1793.

«Cuando hablo de representación del pueblo no entiendo que su soberanía sea representada: simplemente se delibera en su lugar y el pueblo acepta o rechaza».

c.- Cómo ejerce el pueblo su soberanía sobre sus mandatarios.

Jacques-Michel Coupé ( de l’Oise). » Des idées simples sur constitution »

«Asambleas soberanas.

El pueblo, disperso allá donde vive, es libre de reunirse cuando lo juzgue conveniente y del modo que decida. Una vez reunido, el pueblo no es otra cosa que lo que él quiera ser. Todas las leyes callan. Él mantiene las leyes que existen o se da otras mejores. Está fuera de razón que el pueblo pueda seguir otras leyes que las que él ha adoptado.

Asamblea mandataria

Un pueblo compuesto por veinticuatro millones de hombres no puede administrar la cosa común individualmente. Es indispensable que escoja hombres virtuosos e inteligentes, a quienes entregue sus poderes y les indique su voluntad para velar por los intereses comunes, proponer leyes en beneficio de todos y después de su aceptación solemne, ejecutar y administrar según la voluntad general.

Administración general.

La cosa pública, en su totalidad se confía a la Asamblea mandataria: es fácil ver que ella sea responsable y solidaria por la totalidad de la administración, y que ella nombre un cierto número de sus miembros, trimestralmente por ejemplo, para encargarles de la ejecución.

Hay que rechazar los prejuicios que no pueden existir entre nosotros, y poner a fin a la existencia del poder ejecutivo y de los ministros (…)

Debemos hacer una cosa muy simple: controlar y contener a nuestros mandatarios. No debemos dejar este cuidado a otros mandatarios. Tampoco debemos recurrir otros mandatarios para equilibrar el poder que delegamos.

No multipliquemos los organismos, no embrollemos lo que siempre debe estar claro. Guardémonos de dividir una acción que debe ser una; guardémonos al propio tiempo, de dividir los hombres y los intereses».

d.- El peor enemigo del pueblo es su gobierno.

Robespierre. «Proyecto de declaración de los derechos del hombre y del ciudadano», 24 de febrero de 1793

«XIX. (…) Toda institución que no suponga que el pueblo es bueno y el funcionario corruptible, está viciada».

Robespierre: «Sobre la Constitución». 10 de mayo de 1793.

«Los males de la sociedad no provienen jamás del pueblo, sino del gobierno. ¿Cómo podría ser de otro modo? El interés del pueblo es el bien público. El interés del hombre con poder es un interés privado. Para ser bueno, el pueblo no tiene otra necesidad que la de preferirse a sí mismo frente a lo que le es extraño. Para ser bueno es preciso que el magistrado se inmole a sí mismo a favor del pueblo… Concluid, pues, que el primer objetivo de toda constitución debe ser defender la libertad pública e individual contra el propio gobierno… La corrupción de los gobiernos tiene su origen en el exceso de su poder y en su independencia en relación con el soberano. Remediad este doble abuso».

Louis Antoine Saint Just «Discurso sobre la Constitución de Francia». 24 de abril de 1793.

«Habéis decretado que una generación no puede encadenar a otra; pero las generaciones fluctúan entre sí; todas están en minoría, y son demasiado débiles para reclamar sus derechos. No basta con decretar los derechos de los hombres; puede suceder que un tirano se eleve y se arme incluso con estos derechos contra el pueblo; y el pueblo más oprimido sería aquel que, por una tiranía llena de dulzor, lo fuese en nombre de us propios derechos».

Jacques-Michel Coupé ( de l’Oise). » Des idées simples sur constitution »

«No queremos esta politica sublime ni este arte filosófico de gobernar. El gobierno es para los déspotas. Queremos una administración vulgaire, proba, al alcance de todos los ciudadanos. No confiamos en estos planes sabios. La ciencia en este tema es engaño y maquiavelismo 20 . Es el gobierno puesto fuera del alcance del pueblo y contra el pueblo » .

e.- La desconfianza hacia los mandatarios.

Robespierre: «Sobre la Constitución». 10 de mayo de 1793.

» Un pueblo cuyos mandatarios no deben dar cuenta de su gestión a nadie no tiene constitución. Un pueblo cuyos mandatarios sólo rinden cuentas a otros mandatarios inviolables, no tiene constitución, ya que depende de éstos traicionarlo impunemente y dejar que lo traicionen los otros… En todo estado libre, los crímenes públicos de los magistrados deben ser castigados tan severa y fácilmente como los crímenes privados de los ciudadanos. Y el poder de reprimir los atentados del gobierno debe retornar al soberano.»

Jacques-Michel Coupé ( de l’Oise). » Des idées simples sur constitution »

Vigilancia y precauciones respecto de los mandatarios del pueblo.

«La renovación de los mandatarios es fatigosa. La confianza y la costumbre son dulces: pero el mundo está lleno de sorpresas y de esclavitudes astutas; y todos estamos de acuerdo en la desconfianza.

Es totalmente necesario establecer por ley constitucional y de fijar la celebración de la asamblea general del pueblo en cada distrito cada dos años, el primer día de mayo para la renovación de los mandatarios.

Ahí está el plazo general de sus funciones ; pero deben ser revocables en todo momento, si llegan a faltar a la confianza de sus comitentes 21 , y es indispensable tomar esta precaución y establecer la pena que convenga en este caso.

La publicidad de las deliberaciones, de los asuntos públicos y delas administraciones debe ser nuestra salvaguardia general en todo caso.

Por encima de todo tengamos nuestra asamblea mandataria bajo la mirada de una gran masa del pueblo, tanto para investirla de potencia y de respeto, como para estar vigilantes y ppara contenerla dentro de la religion de sus deberes (…)

La comodidad y sobretodo la política se horrorizan de tanto civismo y rigor ; pero la libertad sólo reposa sobre ellos; y si nuestros mandatarios son dignos de la libertad yd e nosotros, serán ellos mismos quienes los apelen»

f.- Jacobinismo y centralismo. La sede de la soberanía son las comunas.

Robespierre: «Sobre la Constitución». 10 de mayo de 1793.

» Pero antes de colocar los diques que deben defender la libertad pública contra los desbordamientos de la potencia de los magistrados, empecemos por reducirla a sus límites justos.

Una primera regla para alcanzar ese objetivo es que la duración delos mandatos debe ser corta, aplicando sobre todo este principio a aquellos cuya autoridad es más extensa.

2º Que nadie pueda ejercer diversas magistraturas al mismo tiempo.

3º que el poder esté dividido: es preferible multiplicar los funcionarios públicos que confiar una autoridad temible a algunos.

4º Que la legislación y la ejecución estén separadas cuidadosamente.

5ª que las diversas ramas de la ejecución estén lo más separadas que sea posible según la propia naturaleza de sus asuntos, y confiadas a manos diferentes (…)

Dejad en los departamentos y en manos del pueblo la porción de tributos públicos que no sea necesario depositar en la caja general, y que los gastos sean satisfechos en cada lugar, mientras sea posible (…)

Dejad a las comunas el poder de regular ellas mismas sus propios asuntos, en todo aquello que no se refiere a la administración general de la república (…).

Para acabar, por muy útiles que sean estas precauciones, aún no habréis hacho nada si no prevenís la segunda especie del abuso que he indicado, que es la independencia del gobierno»

Louis Antoine Saint Just «Ensayo de Constitución». 24 de abril de 1793.

«Artículo VI. La soberanía de la nación reside en las comunas»

g.- La virtud republicana. Moral y política.

Robespierre, Maximilien, Sobre los principios de moral política que deben guiar la convención nacional en la administración interior de la república, 5 de febrero de 1794.

«En el sistema de la Revolución francesa, lo que es inmoral resulta contrario a la política, lo que es corruptor resulta contrarrevolucionario. La debilidad, los vicios, los prejuicios son el camino hacia la monarquía… La virtud republicana puede ser considerada con relación al pueblo y con relación al gobierno; resulta necesaria en uno y otro caso. Cuando tan sólo el gobierno carece de ella, queda aún la posibilidad de recurrir al pueblo; pero cuando hasta el pueblo mismo se ha corrompido, la libertad está ya perdida.»

«Ahora bien, ¿cuál es el principio fundamental del gobierno democrático o popular, es decir, la energía esencial que lo sostiene y lo hace moverse? Es la virtud; hablo de la virtud pública que produjo tantos prodigios en Grecia y Roma, y que debe producirlos aún mucho más en la Francia republicana; de esa virtud que no es otra cosa que el amor a la patria y a sus leyes.

Pero como la esencia de la república o de la democracia es la igualdad, se concluye de ello que el amor a la patria abarca necesariamente el amor a la igualdad.»

Louis Antoine Saint Just «Discurso sobre la Constitución de Francia». 24 de abril de 1793.

«De lo que acabo de decir, se deriva que la mediocridad 22 de la persona que gobierna, es la fuente de las costumbres y de la libertad en un estado: es necesario que aquellos que son depositarios de vuestras leyes estén condenados a la frugalidad, con el fin de que el espíritu y los gustos públicos nazcan del amor a las leyes y a la patria».

h.- La resistencia a la opresión.

Robespierre. «Proyecto de declaración de los derechos del hombre y del ciudadano», 24 de febrero de 1793

XVII. Toda ley que viola los derechos imprescriptibles del hombre es esencialmente injusta y tiránica: no es, de ningún modo, una ley.

XXVII. La resistencia a la opresión es la consecuencia de los demás derechos del hombre y del ciudadano.

XXIX. Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada porción del pueblo, el más indispensable de los deberes.

XXX. Cuando falta la garantía social a un ciudadano, él vuelve al derecho natural para defender por sí mismo todos sus derechos.

XXXI. En uno o en otro caso, sujetar con formas legales la resistencia a la opresión es el último refinamiento de la tiranía.»

i.- El tribuno y el pueblo.

Robespierre: «Sobre la Constitución». 10 de mayo de 1793.

«Por esa misma razón tampoco yo soy partidario de la institución del tribunado. La historia no me ha enseñado a respetarla. Yo no confío la defensa de una causa tan grande a hombres débiles o corruptibles. La protección de los tribunos supone la esclavitud del pueblo. No me gusta nada que el pueblo de Roma se retire al Monte Sagrado para pedir protectores ante un senado despótico y unos patricios insolentes. Prefiero que se quede en Roma y que eche a todos sus tiranos. Odio tanto a los propios patricios y desprecio aún más a estos tribunos ambiciosos, estos viles mandatarios del pueblo, que venden a los grandes de Roma sus discursos y su silencio, y que no lo han defendido algunas veces más que para mercadear su libertad con sus opresores.

Sólo hay un tribuno del que yo pueda ser devoto: es el propio pueblo».

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Estos siete aspectos de la cultura política de los montañeses robespierristas que he tratado de resumir mediante citas de los documentos, nos muestran no sólo el qué hacer si no el cómo hacer de una política democrática.

Han pasado doscientos años de terribles experiencias políticas para que quizás intentemos un regreso actualizado a nuestros orígenes. Quizás sea hora de ir reconociendo que:

1.- No es posible hacer política democrática sin reconocer: que el pueblo es bueno y sabio por naturaleza y que es por ello que el pueblo es quién detenta la soberanía nacional. Otra alternativa sólo puede ser un régimen monárquico o aristocrático, aunque se disfracen de socialismo o de democracia.

2- Que el peor enemigo del pueblo es el poder ejecutivo. Llámese hoy a éste gobierno o poder judicial, actualmente es poder ejecutivo al mando de la plutocracia que domina. Y que precisamente por ello hay que en primer lugar contener, controlar y dividir este poder, para luego debe retornar la soberanía al pueblo.

3.- Que la representación popular es fruto del mandato del pueblo y no al revés. La representación es el origen y la fuente del secuestro de la soberanía popular y por tanto, que la asamblea legislativa única no puede ser otra cosa que mandataria.

4.- Que los mandatos deben ser cortos y las funciones y tareas deben estar lo más repartidas posible.

5.- Que el centralismo es fuente de tiranía y alejamiento del poder con respecto del pueblo. La soberanía nacional es indivisible y reside en la asamblea legislativa, por ello, el único centralismo que cabe es el centralismo legislativo. Pero la sede de la soberanía, allí donde se la aplican las leyes debe ser algo necesariamente cercana al pueblo y bajo su control. Es decir, sólo puede ser local, en pequeñas unidades donde la gente se conozca la una a la otra, donde no sea posible ocultar nada y donde la política discurra ante los ojos de todos.

6.- Que la moral no es algo ajeno a la política si no su propia sustancia. Si de algo trata la política es precisamente de moral.

7.- Que una ley que no respeta los derechos del hombre no es ley. Que una ley que no haya sido refrendada por el pueblo no es ley. Que ante decretos que se presentan como leyes y que sólo pueden ser clasificados de injustos, solo cabe la resistencia del pueblo. 8.- Y finalmente, que el mejor tribuno del pueblo es el pueblo mismo.

Soy consciente de que todos estos criterios rompen con la cultura de la izquierda del siglo XX. Que rompen con el peor de todos sus vicios y errores: el elitismo. Que es fuente por un lado del institucionalismo, así como de la burocratización y del secuestro de la soberanía popular.

Precisamente por que rompe con la cultura política de la izquierda del siglo XX, es que, volviendo al principio de mi intervención, creo que la generación de la transición no está capacitada para comprender estos principios y aplicarlos. En todas partes, cuando oye enunciar estos principios, la clase política se pone a la defensiva y levanta los fantasmas de la democracia absoluta, de la anarquía o del comunismo primitivos. En todas partes los rechaza por utópicos e irrealizables. Contrariamente a ello afirmamos serenamente que la democracia o poder del pueblo es el único orden posible y necesario.

En todas partes la clase política insulta o denigra a quienes sostienen estas ideas: locos, utópicos o milenaristas, son algunos de los calificativos usados. Por el contrario y serenamente, dado el actual estado del mundo debemos afirmar: la única locura consiste en continuar afirmando y defendiendo el actual desorden existente.

Queda las esperanza de que quizás las generaciones futuras por no se sabe que caminos hagan suyas estas ideas del republicanismo democrático. Para hacerlo deberían rechazar en los hechos las prácticas y las teorías elitistas de la clase política del siglo veinte. Si hicieran tal, contarían con la ventaja de que aquello que construyan sobre estas viejas y buenas bases de comportamiento será mucho más sólido.

Además, tendrá en cuenta todas las malas experiencias del siglo pasado. Una malas experiencias que nuestros amigos de la minoría robespierrista tuvieron la agudeza de discernir mucho antes de que sucedieran.

2.- Como Hacerlo

2.1. Cicinnato y Robespierre.

2.2. Elitismo o democracia

Ejemplos en el republicanismo clásico: Constitución del 93, Saint-Just, Coupé, la Comuna. Comportarse cada día y cada hora democráticamente.

2.3. Reconocer el terreno. Delimitar cuales son las luchas populares donde se puede insertar y dar vida a un nuevo republicanismo de masas.

2.4. Un republicanismo de masas, se construye por abajo. Marinaleda es difícil y fácil al mismo tiempo. Demografía y democracia.

1 Saint-Just, Louis Antoine de, La libertad pasó como una tormenta. Textos del periodo de al revolución Democrático Popular. Edición de Carlos Valmaseda. Ed. El Viejo Topo, Barcelona, 2006, p. 168.

2 ALLENDE, Salvador, Último discurso, 11 de septiembre de 1973. Se puede leer completo en: http://www.ciudadseva.com/textos/otros/ultimodi.htm .

3 GramscI, Antonio, Escritos políticos ( 1917-1933), Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1977. También VOZA, Pasquale, Rivoluzione pasiva, in AAVV, Le parole de Gramsci, International Gramsci Society-Italia, Ed. Carocci, Roma, 2004.

4 Asabiya según Ibn Jaldún sería: espíritu de grupo, lazos de sangre, consanguineidad, espíritu de tribu, espíritu de clan. Véase Estudio preliminar de Elías Trabulse a JALDUN, Ibn, Introducción a la historia universal ( Al-Muqaddimah), México, Fondo de Cultura económica, 1987, p. 20. A nuestros efectos podemos relacionarla con el concepto de conciencia de clase o voluntad colectiva para construir la autonomía política del pueblo.

5 Obra citada, p.299-300. Debo la comunicación de este capítulo a Santiago Alba Rico, que en la jornada convocada por Espai Marx, el pasado 31 de mayo de 2008 en Barcelona, habiendo yo mencionado, como tantas veces, la idea de la travesía del desierto, la completó mencionando este capítulo de Ibn Jaldún.

6 Se notará enseguida que me refiero a gentes como Robespierre, Saint-Just, Couthon o Coupé de l’Oise.

7 Para el asunto de la Constituyente véase LISA, Athos, Discusión política con Gramsci en la cárcel, in Escritos políticos, ob.cit., pp. Véase también Fiori, Giuseppe, Gramsci, Togliatti, Stalin ,Sagitari Laterza, Roma, 1991, y del mismo autor, Vida de Antonio Gramsci, Ediciones Península, Barcelona, 1976.

8 ARISTÓTELES, Política, Libro tercero, capítulos VII, VIII y IX, Madrid, alianza Editorial, 1993, pp. 120-125.

9 Rousseau, J.J., El contrato social, Libro tercero, capítulos II, III, IV, V, VI, Edimat libros, Madrid, 1999, pp. 106-121. .

10 Robespierre, Maximilien, Sobre los principios de moral política que deben guiar la convención nacional en la administración interior de la república, 5 de febrero de 1794. Incluido en: Por la felicidad y por la libertad, Traducción de Joan Tafalla, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2005, pp. 246-247.

11 Algún alma republicana simple llegó a concebir alguna esperanza cuando Aznar coqueteó con el republicanismo y llegó a reivindicar torticeramente la figura de Manuel Azaña.

12 MIRAS, Joaquín, Repensar la politica. refundar la izquierda. historia y desarrollo posible de la tradicion en la democracia . Ed. EL Viejo Topo, Barcelona, 2001.

13 Robespierre, Maximilien, «Proyecto de declaración de los derechos del hombre y del ciudadano», en Obra citada, pp. 194-202.

14 Robespierre, Maximilien, «Sobre la Constitución». 10 de mayo de 1793, en Obra citada, pp. 203-219.

15 Robespierre, Maximilien, Sobre los principios de moral política que deben guiar la convención nacional en la administración interior de la república, 5 de febrero de 1794, en Obra citada, pp. 231-264.

16 Saint-Just, Louis Antoine, «Discurso sobre la Constitución de Francia», 24 de abril de 1793, en La libertad pasó… Obra citada, pp.72- 84.

17 Saint-Just, Louis Antoine , «Ensayo de Constitución», 24 de abril de 1793, en La libertad pasó… Obra citada, pp. 85- 104.

18 COUPÉ, Jacques-Michel, » Des idées simples sur constitution «, Paris, Imprimerie Nationale , 1793. BN, 8-LE38-237 y Archives Nationales, AD XVIIIc 260, nº 2,3,4,5,6,7 et 8.

19 «Bon sens du peuple». Es la constante de la obra de Coupé, en todos los terrenos. El sentido común, el buen sentido del pueblo, que es portador de la ley natural. Eso hace de Coupé un verdadero demócrata en el sentido estricto.

20 Véase el discurso sobre las ciencias de Rousseau. En cambio en el tema del maquiavelismo, Coupé sostiene el mismo prejuicio antimaquiavélico que Robespierre. No es el caso de Rousseau, véase el Contrato social.

21 Comitente, «commetant» en francés. Término de uso corriente durante la revolución francesa que no significa otra cosa que el ciudadano que elige un representante con mandato imperativo.

22 Mediocridad no debe tomarse en este autores como un insulto si no como una cualidad: el representante debe ser uno más de los ciudadanos, sin distinguirse de ellos.