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De la sociedad penis a la cultura anus

Fuentes: Rebelión

Nos habita lo vertical, el arriba y el abajo. Más acá de las consistencias marxistas de valor, mercancía, trabajo y fetiche, el capitalismo está hecho de sustancia vertical. Ello, el verticalismo, atraviesa todos los espacios físicos y simbólicos donde se produce y reproduce lo específicamente humano: transformar la naturaleza, transformarse a si mismo, hacer cultura. […]

Nos habita lo vertical, el arriba y el abajo. Más acá de las consistencias marxistas de valor, mercancía, trabajo y fetiche, el capitalismo está hecho de sustancia vertical.

Ello, el verticalismo, atraviesa todos los espacios físicos y simbólicos donde se produce y reproduce lo específicamente humano: transformar la naturaleza, transformarse a si mismo, hacer cultura.

Desde la intimidad sexual a la plaza pública, el factor penis opera como un tótem (a veces tabú) insoslayable. Negar la virtualidad omnímoda del tótem es caer en lo poco usual, lo raro, el arroyo de la marginalidad, lo anómalo (queer).

El concepto queer emerge como una intuición escondida en las antípodas del penis: la cueva orificio anus es su oráculo misterioso, un ensayo aún sin escribir de una cultura nueva, horizontal, de conocimiento democrático sin hegemonías fácticas. Otra forma de fabricar humanidad.

La intimidad del cuerpo a cuerpo, incluso el autosilencio sexual, está presidida por el canto solista del penis. No se folla desde la reciprocidad solidaria; follar implica un agente activo y la pasividad del otro/a que acoge la embestida. Te follé y me follaste son la expresión dual de una verticalidad práctica. Lo mismo se da en la heterosexualidad normativa como en los mundos gay, de lesbianas, de travestis o de transexuales. Las opciones están determinadas por la figura externa del penis: o te follo o soy follado/a por ti.

El penis dirige las relaciones humanas sorteando con habilidad la ausencia teórica del penis freudiano. Los roles de género se configuran alrededor del penis, asumiendo cada cual su avatar en la obra concreta que en ese momento se esté representando: sumisión o liderazgo.

Un escalón por encima de la intimidad encontramos la familia. La figura paterna, aun ausente físicamente, por desidia o por incapacidad de carácter, impone también una verticalidad sibilina sobre la personalidad del resto de los miembros familiares. Se trata de una primera socialización que nos fija roles a imitar. Ya salimos de la familia con determinaciones estrictas de qué es arriba y qué abajo. Llevamos inscritos en nuestros memes (especie de genes culturales de Richard Dawkins) la verticalidad sustancial de la sociedad capitalista donde vamos a intercambiar nuestra mercancía más propia, más nuestra: el sujeto yo, yo entre millones de entes iguales (y diferentes) que saltan al mercado para actualizar su precio de equivalencia mercantil. Nadie sabe su valor real hasta conseguir vender sus habilidades (valor) de cambio.

Hasta el urbanismo se inscribe en la sustancia vertical del sistema capitalista. El automóvil, un penis aerodinámico tecnológico, como el dildo, otro juguete-espada penetrante, dirige y condiciona el trazado urbano. Grandes avenidas y calles interminables han acabado con la plaza pública, las esquinas recónditas y los lugares con sabor a único de las ciudades modernas. La sociedad penis ama la velocidad, está perfectamente adaptada a los recorridos largos de movimientos nerviosos donde mirar el detalle está vedado sin interdicciones expresas. Pasar de largo sin dejar huella ni estela es la esencia constitutiva penis. Sociedad penis es idéntico a decir instante elusivo, ahora sin aquí. La historia nunca fue su hogar, por ello su conciencia de sí está debilitada al máximo. De sí misma nada puede decir: su pasar de largo la exime de adquirir responsabilidad moral y ética. Sus actos no tienen ni principio ni fin.

En esta ambigüedad del vacío o de la nada absoluta, si se pretende buscar algún sentido profundo al régimen capitalista tal vez cabría la posibilidad de hurgar en los conceptos conocimiento y dolor.

El fin de la historia preconizado por Fukuyama aboca a un progreso hueco llamado pomposamente sociedad del conocimiento (también del ocio). ¿Qué conocimiento es posible desde la adoración a un ídolo vertical como el penis? Como dijera el pedagogo Paulo Freire, la verticalidad del sistema nos obliga a una educación bancaria. Unos son portadores del saber mientras otros soportan la ignorancia. La técnica del conocer, por tanto, consistiría en el vademécum del hechicero, esto es, trasmitir de arriba abajo, de lo supuestamente lleno a lo vacío por decisión ajena, un viaje unidireccional en el que solo la parte pasiva aprende lo que quiere y desea la parte docente: la docilidad, el reconocimiento de su hegemonía divina y de su poder religioso que santifica la verticalidad del penis como un hecho inamovible e incontrovertible. Siempre habrá ricos y pobres, listos y tontos. Son sentencias populares que están al cabo de la calle.

El dolor convertido en dolorismo se manifiesta en lugares muy distintos: desde el mito de la virginidad al machismo depredador simple. Dolerse siempre es darse como ofrenda al que nos somete desde el poder-saber que le hemos otorgado simbólicamente. Follarte implica desgarro interno. No puedo dejar de follarte si el penis conforma y mediatiza mi rol dominante. Renunciar a follarte tendría consecuencias devastadoras: la revolución o el suicidio. Una vez superadas las vanguardias de popes y santos, de comités centrales y de análisis empíricos de la compleja realidad, solo queda la intuición, el dar manotazos al aire y a los conceptos, para que de esta violencia abstracta nazca algo nuevo, algo diferente.

Anus cero

El anus no es más que una intuición, una trastienda que ni siquiera alcanza todavía la categoría de hipótesis.

La cultura anus podría intentar definirse por los términos igualdad, placer, horizontalidad y búsqueda. Un mundo al revés si tomamos como referencia las sociedades capitalistas vigentes.

Para conquistar los alrededores metafísicos del anus hay que liberarse de prejuicios históricos, de atavismos castradores y de fronteras míticas. Hay que buscar a tientas, hay que atreverse a quedar fuera del reparto de las miserias y de las prebendas del sistema impuesto por el capital. Habría que despedirse de la dictadura del dinero (mierda simbólica que solo nos permite adquirir fetiches desechables con forma de mercancía) y adentrarnos en un confín oscuro donde mierda es igual a mierda, tal y como fútbol es fútbol para Vujadin Boskov. El cambio significaría cambiar señuelos tecnológicos perecederos por abono natural humano. El insólito tránsito nos llevaría también a transmutar signos ideológicos por abstracciones concretas, cosas embebidas de utilidad versus la aventura libre del conocimiento.

Desde las misas negras, desde ese culo del gran cabrón besado devotamente, la intuición nos manda señales de que el anus nos iguala a todos, a todos nos concede la posibilidad de un placer sin arribas ni abajos. El placer de indagar, de escudriñar sin miedos y de ser objeto de conocimiento.

El anus invita a la circularidad, a llegar a ser lo que soy sin obstaculizar el paso a los demás, a no atravesar ni ser atravesado por roles hegemónicos ni divinos. Un llegar a ser para dejar de ser y volver a empezar (Russell Jacoby). Los otros/as serán como yo, meros cuerpos hablantes, en palabras de la filósofa Beatriz Preciado, que se encuentran en la comunicación tendidos en planos horizontales de igualdad, sin jerarquías impuestas, sin géneros preestablecidos, sin construcciones sociales ad hoc.

Lo dijimos antes: la cultura anus es una intuición, un gesto o grito solitario en el páramo capitalista del mercado ultraliberal. Salirse de la sociedad penis hoy parece un imposible (salvo lanzándose al suicidio). No se puede subsistir fuera del sistema, pero sí se pueden ensayar misas negras circulares que vayan tiñendo de subjetividad activa el pasar de largo sin norte ni objeto del salvaje capitalismo que nos contiene.

No existe violencia estructural sin penis dominante. No habrá sociedad del conocimiento sin los valores y la horizontalidad de la cultura anus. Penis es técnica mórbida mientras anus remite a filosofía vital. El anus cero reside en cada ser humano.

En resumen, dos universos enfrentados: la sociedad penis, armazón consolidado, jerárquico, de una pieza, donde todos tenemos asignado un papel estelar o anónimo para recitar ante los demás; lejos, en una nebulosa perdida en la distancia, la cultura anus, circular, una invitación a la búsqueda sin clichés ni géneros preconcebidos. Anus podría ser una apuesta contrasexual, ideológica y política coherente para salir del barrizal del pensamiento único capitalista y romper así la verticalidad que lo sostiene. Rosa Luxemburgo nos puso ante la tesitura de socialismo o barbarie, los nuevos tiempos parecen aún más radicales en sus alternativas: la revolución o el suicidio.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.