Franck Gaudichaud es historiador y académico de la Universidad de Grenoble Alpes, Francia. Ha estudiado al movimiento obrero en Chile y los movimientos populares en América Latina desde hace muchos años, destacando su trabajo en español más reciente sobre las distintas formas de autonomía popular en el gobierno de Salvador Allende («Chile 1970-1973. Mil días […]
Franck Gaudichaud es historiador y académico de la Universidad de Grenoble Alpes, Francia. Ha estudiado al movimiento obrero en Chile y los movimientos populares en América Latina desde hace muchos años, destacando su trabajo en español más reciente sobre las distintas formas de autonomía popular en el gobierno de Salvador Allende («Chile 1970-1973. Mil días que estremecieron al mundo», Lom, 2016). Desde hace algunos años, ha estado trabajado la historia reciente del movimiento obrero de los trabajadores portuarios de Chile (con un libro en preparación sobre el tema). Conversó con la revista ROSA (Chile) en esta extensa entrevista.
Ya que no hubo información clara acerca de qué sucedía realmente con los disturbios de París y en Francia en general, partamos discutiendo qué ocurre en la coyuntura actual de los chalecos amarillos y la situación política que se abre a partir de las movilizaciones masivas
Lo interesante es que se trata de un movimiento bastante inédito, que surge desde abajo, en estratos/clases populares esencialmente de trabajadores, sin orgánica previa, sin presencia sindical marcada. Muchos de ellos incluso sin experiencia sindical, aunque no todos. Y sin una preorganización tampoco y trabajo previo de la izquierda partidaria. Eso es un elemento central. Es el surgimiento desde abajo de un descontento popular acumulado ante el gobierno de Macron, pero también por gobiernos anteriores. Algunos dicen que son 40 años de acumulación de rabia contenida, que en un momento dado, por medio de una vía de escape no prevista que fue el impuesto sobre la gasolina, hace que dos o tres personas lancen una petición por Facebook, y esa petición se vuelva viral, y en base a esa viralización donde hubo más de un millón de firmas en unos pocos días, algunos digan «no basta con la petición, vamos a ir a las plazas, a las calles, y a las rotondas, y vamos a instalarnos en las vías de circulación a bloquear el tránsito». De cierta manera podemos decir que esta movilización es una «movilización 2.0», de una nueva generación, que muestra los límites de la presencia sindical y de las izquierdas (de las más social-liberales a las más anticapitalistas) en las clases populares y en los territorios. Muestra también una capacidad organizativa en red, y por eso no hablaría de «espontaneidad»: hay organización, pero es una organización mucho más horizontal y «digital», lo que conlleva evidentemente problemas e diversos tipos de dificultades en términos de deliberación, debate democrático, tomas de decisión, etc. Lo llamativo también es que es un movimiento donde está ausente el lugar de trabajo y la relación salarial, algunos autores (como el historiador Samuel Hayat) lo presentan como una lucha que parte de la «economía moral» de las y los de abajo, del sentimiento de injusticia, mucho más que desde el trabajo organizado frente al capital. Esa ausencia inicial limita mucho el poder «disruptivo» y antisistema del movimiento, por razones evidentes y es entonces un problema político de envergadura. Eso no quita que podemos calificar esta insurrección en curso como la emergencia inesperada de una oposición popular al «bloque burgués» y de un primer paso hacia la unificación de las clases subalternas en Francia en contra del neoliberalismo macronista (siguiendo así el análisis del economista Stefano Palombarini).
Bueno, esa gran sorpresa colectiva surge en noviembre y ahora estamos a casi dos meses de movilización. En el transcurso, hubo 6 grandes jornadas de movilización de chalecos amarillos, y el proceso fue tomando vuelo hasta el 8 de diciembre, donde hubo hasta 300 mil personas en las calles, en las distintas regiones de Francia, y en París. Ahora, acerca del carácter del movimiento, hay muchos debates para definirlo. Tuvo un impacto muy grande en los debates de las izquierdas y filas militantes sindicales tradicionales, que en un primer momento, quedaron totalmente atrás y marginados del movimiento, sin capacidad, ni voluntad incluso de participar, que es lo peor. Se vio una gran falencia o incomprensión de la mayor parte de las direcciones nacionales de las centrales sindicales, CGT (Confederación General de Trabajadores) incluido, por un movimiento que no controlan y por lo tanto temían. Sólo los sindicatos combativos de «Solidaires» entendieron inmediatamente el potencial de esta lucha.
Es decir, en primera instancia, asistimos a un momento de rechazo por parte de amplios sectores, y no solo del poder, de los medios de comunicación y de los sectores dominantes, ya que también las orgánicas de izquierda se quedaron afuera y dijeron «eso no es lo nuestro». Es verdad que se vislumbró la presencia activa de la extrema derecha en algunas marchas o rotondas, con discursos racistas, homofóbicos, excluyentes, etc… Lo que invitaba a ser cautos. Pero, luego nos dimos cuenta que la movilización era mucho más amplia y popular de lo que creímos, y que incluso la extrema derecha estaba quedando marginalizada dentro del movimiento, por lo que las centrales sindicales llamaron a apoyo, pero tibio, interpelaron a Macron, pero sin ofrecer perspectivas reales de unidad y menos aún a construir una huelga nacional reconductible.
Entonces desde las izquierdas no habría mucha influencia. Ni desde el inicio, ni en el desarrollo mismo del conflicto.
Al inicio, realmente no. La izquierda institucional, ni hablar… Si hablamos del Partido Socialista, es un partido completamente orgánico al neoliberalismo desde hace años. Después tenemos a Francia Insumisa, dirigida por Jean-Luc Mélenchon. Se trata del principal movimiento antineoliberal y de oposición de izquierda en el parlamento. Mélenchon, con algunos diputados como François Rufin, entendieron bien y rápidamente el carácter de revuelta popular de los «chalecos», y por ende apoyaron, pero sin capacidad de influencia real en este movimiento. Desde la izquierda anticapitalista también hubo un momento de desconcierto y dudas, y después se llamó a intervenir y consolidar, sin buscar cooptar el movimiento: en este sentido, las intervenciones mediáticas de Olivier Besancenot (figura del Nuevo Partido Anticapitalista) fueron muy claras y acertadas.
El corazón movimiento está formado de miles trabajadores modestos, de la clase obrera, muchos jóvenes precarios y pensionados pobres, y también pequeños empresarios, artesanos, auto-emprendedores, entre otros. Son sectores esencialmente blancos, eso sí, con una débil presencia de los «barrios periféricos urbanos» y de los jóvenes «postcolonizados» (de origen árabe, africana, etc). La heterogeneidad es ideológica también. La ultra derecha xenófoba intentó instrumentalizar y meterse fuertemente al inicio del movimiento porque la base inicial del movimiento es antifiscal, e históricamente en Francia el «Poujadisme», una revuelta anti-impuestos, nace de la protesta de pequeños empresarios contra el Estado, contra los servicios públicos, y por lo tanto, con una visión reaccionaria muy fuerte. Entonces inicialmente tenía elementos para volverse un movimiento popular reaccionario. Sin duda, existe una lucha por la hegemonía dentro del movimiento entre varias orientaciones opuestas. Eso la derecha extrema lo entendió muy bien. Pero fue el descontento social, y las reivindicaciones de carácter social, incluso de clase yo diría, que se impusieron mayormente en la agenda de movilización. Pero siempre con cierta heterogeneidad. Es verdad, en las rotondas, hubo hechos lamentables. Insultos homofóbicos; un camión con inmigrantes clandestinos fue detenido por manifestantes para entregarlos a la policía; eslóganes racistas. Hubo hechos así. Pero son claramente. Ahora, si vemos la agenda de reivindicaciones, lo que se pide es aumento del sueldo mínimo, reintegrar el impuesto sobre las grandes fortunas que derribó Macron, limitar el sueldo de los ricos, desarrollar servicios públicos en las zonas rurales y periféricas urbanas, imponer un sistema de referéndum y democracia participativa, etc. En algunas comunas, los «chalecos amarillos» hicieron incluso llamados a la autogestión y a crear cooperativas para salir del neoliberalismo. De hecho, la frase «que los grandes paguen mucho y que los pequeños paguen poco» resume una gran sed de igualdad social frente al «presidente de los ricos» y la República oligárquica francesa. En base a eso, existe todo un espacio para participar de una crítica clasista del neoliberalismo versión Macron, aunque por el momento domina un discurso más «ciudadanista» que clasista, y cierta dilución de los antagonismos productivos y de la relación salarial a favor de una oposición «populista» entre «pueblo» y «casta».
Y en el contexto de una alzada feminista a nivel mundial, ¿existe una relevancia política del feminismo, y de las mujeres, dentro del movimiento de los chalecos amarillos?
Feminismo, directamente no. Pero, las mujeres están en el centro de las movilizaciones de los «chalecos amarillos». De hecho, a partir de las primeras encuestas sociológicas y análisis críticos en curso (publicamos algunos en la revista ContreTemps http://www.contretemps.eu/ ), se destaca que más del 50% de l@s manifestantes son mujeres. Y eso es una ruptura también. Muchas mujeres precarias, dueñas de casa, obreras a tiempo parcial, cajeras y empleadas relatan que han vuelto a vivir, a salir, a sociabilizar, a romper dominaciones y rutinas esclavizantes. Estaban sobreviviendo: ahora están en la rotonda, en la casucha que se construyó de manera colectiva, en la olla común, generando comunidad, hablando con el vecino que hace más de un año que no veían, escribiendo en lienzos y cuadernos de peticiones sus demandas, su hartazgo, sus sueños. Y algunas de esas mujeres cuentan como parten rompiendo con la dominación patriarcal en la casa, con el trabajo de reproducción social, diciendo a su marido «preocúpate de los hijos, de la cocina, del aseo, yo voy a la rotonda, basta». Entonces es muy interesante ahí el empoderamiento de las mujeres. No en una base discursiva feminista, por el momento. A partir de un «ya no podemos más». Aunque desde una antipolítica muy marcada, eso sí, lo que representa otro límite actual. Y esa es una tendencia del movimiento. Está muy fuertemente anclado en el «que se vayan todos», «no queremos partidos», «no queremos banderas», tendiendo a llamar a crear un consenso nacional por sobre los disensos políticos, lo que dificulta mucho debates esenciales sobre democracia social y política o necesarios conflictos de clase.
Por eso, una de las interrogantes está entonces en la perspectiva política que tomara este movimiento excepcional y en la batalla por la hegemonía existente dentro de este movimiento. Como lo escribió un compañero de Contretemps, el «chaleco amarillo» es un «significante flotante», que es fácil adoptar, un símbolo unificador de mucho malestar, pero que políticamente puede partir en varias direcciones opuestas. ¿Cómo participar de este movimiento lealmente, sin instrumentalizar, pero sin perder el Norte, para construirlo, ayudar a vertebrarlo y enriquecerlo, para construir juntos un frente unitario en contra de Macron, su gobierno y su mundo? Es un desafío de todas y todos en las izquierdas sociales y políticas.
También dentro de lo que comentas se puede «perspectivar» que la forma en cómo se organiza este movimiento tiene que ver mucho con la influencia de «la comuna», y también en la centralidad de la violencia política como una forma legitimada por el movimiento de demostrar su descontento. En esto se puede hacer un paralelo con los portuarios actualmente en Valparaíso, ya que la acción directa ha jugado un rol importante en la movilización.
Sí, de hecho tienes toda la razón. Eso es un elemento central en el repertorio de acción. Los chalecos amarillos demostraron que es necesario poner el cuerpo, y que eso tiene recompensa al final. Lo mejor de todo es que este movimiento es el único movimiento que logró arrancar, aunque sean migajas, al poder. Nosotros tuvimos más de 1 millón de personas movilizadas el año 2010 por las pensiones, y perdimos. Para la reforma laboral de hace 2 años, nuevamente huelga general y paro nacional, y perdimos. Y ahora llegan los chalecos amarillos e hicieron retroceder a Macron al cabo de 4 semanas de enfrentamientos. Y lo hicieron a través de la acción directa y desde la calle: es una lección clara. La esencia del movimiento es la acción directa, a veces incluso una acción directa muy osada, de enfrentamiento radical con las fuerzas policiales, con bloqueos del tránsito, ocupaciones, etc. Claro que también hay que recalcar el nivel de represión, no se había visto nada parecido desde el 68. Desplegaron blindados en las calles, 89 mil fuerzas policiales y gendarmería a lo largo de toda Francia: quedaban solo 2 regimientos a disposición, todos los otros estaban en la calle. Y en París solamente, más de 9 mil efectivos policiales, incluso con brigadas especiales en civil. Esto generó más de 2 mil arrestos, varios de ellos con arresto domiciliario preventivo, ¡posible gracias al estado de excepción anti-terrorista! Es decir, muchas más detenciones que durante el mayo del 68.
Estamos inmersos en un Estado cada vez más policiaco y represivo, con una ley antiterrorista que se constitucionalizó con el gobierno de Macron. Vivimos una fase superior de un autoritarismo neoliberal «republicano» en un país del centro del capitalismo mundial. Recordar que hubo 10 muertos en total, la mayoría por accidentes cuando gente desesperada se lanza en contra de los piquetes, pero también producto de la represión. Y un sin fin de heridos. Gente de la tercera edad siendo disparada con bombas aturdidoras y balas de gomas. Extremidades mutiladas por explosiones de granadas y TNT: Francia es de los pocos países europeos en donde se permite el uso del TNT como una forma de dispersión de las marchas.
¿Hasta qué punto el desenlace de este movimiento es un pequeño retroceso en las políticas neoliberales de Macron?
Sí. Ha sido el único movimiento de los últimos años que haya obligado a ejecutivo a sentarse y Macron tuvo que perder su arrogancia monárquica, acompañada de un desprecio clasista sistemático a los que denomina como «los nadie». Y justamente «los nadie» lograron doblarle la mano y desprestigiar a «Júpiter» (como se autodenomino). A partir de ello, Macron hace una declaración de 20 minutos en los canales nacionales de tele donde casi se pone a llorar en una actuación bastante lamentable, donde tuvo que anunciar medidas inmediatas. Estas reformas, eso sí, son un insulto para los movilizados. Por lo menos, tuvo que anular un impuesto nuevo que había implementado sobre las jubilaciones, pero el anuncio del aumento de sueldo mínimo en realidad va a ser una prima… ¡pagada por las arcas públicas! Y no por los empresarios, o sea más deuda para el Estado, y más ventaja para el capital. Pero el poder retrocedió: los chalecos mostraron que sí se puede… Y además se hizo desde la acción directa, sin orgánica inicial, entonces es toda una lección autocrítica para nosotros, desde los sindicatos y la izquierda.
Se podría entonces señalar que se logra una dinámica de lucha de clases sin que el movimiento en sí tenga una identidad clasista
Es una dinámica de lucha de clases, sin el movimiento obrero organizado en el centro por el momento. Hay organización pero esa organización es en red, de forma horizontal. Y ahora con múltiples tensiones obviamente. Hay portavoces más de derecha, y otros que se piensan anticapitalistas, existe una mezcolanza ideológica muy grande, asombrosa. Con algunos símbolos ambiguos: por ejemplo, volvió a aparecer fuertemente la bandera francesa y la marsellesa en las manifestaciones. Símbolos que nosotros, desde la izquierda anticapitalista, no reclamamos, porque esencialmente fue la extrema derecha quien la enarbola. Obviamente, en las rotondas, en nuestras «marchas amarillas», no se ven banderas rojas, no se canta la internacional, no se dice «abajo el capital», tampoco se discute mucho del código laboral o de la reducción del tiempo de trabajo para todxs. Pero no se puede caer en un sectarismo ideologizante estéril o en un desprecio hacia lo popular (que desgraciadamente existe en la izquierda) confundiendo los manuales militantes con la realidad de la sociedad. Hay que partir del país real y de las demandas populares emancipadoras (combatiendo las reaccionarias), poner el acento en la lucha por la igualdad (en contra de los discursos nacionalistas) y por la democracia política: es la única vía de la reconstrucción de una alternativa popular, desde abajo y genuina. Este movimiento es una rebelión inmensa, una ruptura de los sentidos comunes, una fisura en la dominación de la casta política profesional y neoliberal. Eso a pesar de la guerra mediática permanente para desprestigiar la violencia de las calles y los «radicales». Los «chalecos amarillos» son una oportunidad histórica, en tensión, en devenir, después de las tentativas del movimiento de las plazas «Nuit Debout» y a pesar de las derrotas sindicales sucesivas. Por lo tanto, tenemos que estar inmersos en ese proceso para participar a esa potencial reconstrucción progresiva, en un momento en que las fuerzas oscuras y reaccionarias invaden toda Europa y cuando el Frente Nacional sigue creciendo en Francia a todos los niveles. El desafío es grande y las turbulencias por venir a nivel europeo serán fuertes.
Volvamos a la comparación entre la coyuntura de los chalecos amarillos y los portuarios en Valparaíso, principalmente a partir de las similitudes de estos movimientos en su accionar, poniendo la centralidad en la acción directa y la solidaridad entre trabajadores de distintos sectores. Ahora, es evidente que hay que problematizar el desenlace que tuvo el movimiento en Francia, en tanto hizo retroceder a Macron, en comparación con el desarrollo del conflicto en Valparaíso, donde Von Appen prefirió aceptar las pérdidas millonarias producto del paro en vez de sentarse a negociar. Ahí uno tiende a preguntarse qué está realmente en juego en esa disputa.
Es difícil el paralelo directo, obviamente, los contextos, dinámicas y repertorios son muy disimiles, las reivindicaciones y formas de organización también. Pero lo que vimos durante 35 días en el puerto de Valparaíso es de nuevo el papel de la acción directa, de «la calle», de la movilización, y al mismo tiempo la búsqueda de aliados en otros sectores de la ciudad y de los territorios en lucha. En Valparaíso, tenemos la organización sindical como motor y centro de la movilización, una diferencia capital con lo que pasa en Francia. Lo interesante en el «puerto principal» es que hay una forma de organización sindical que rompe primero con una hegemonía sindical histórica fuertemente corporatista, aliada de los empresarios y que podríamos calificar de «control social», y que algunos de los estibadores que pude entrevista califican como «mafiosa» o «amarillenta». Entonces, lo que ocurre en Valparaíso es que hubo una ruptura (parcial hasta el momento) con una conducción sindical reaccionaria, con un control férreo sobre el puerto y sus trabajadores. Y al mismo tiempo, surgió un enfrentamiento directo de más de 100 estibadores precarizados eventuales con un empresario portuario muy importante del sector portuario-maritimo, a nivel nacional pero también internacional, que es Von Appen, Ultraport y en este caso concreto en TPS (Terminal Pacífico Sur) concesionario en el terminal 1 de la estatal Empresa Portuaria de Valparaíso (EPV), y por otra parte Terminal Cerros de Valparaíso (TCVAL), de capitales españoles, en la terminal 2. Y esta resistencia inesperada y transversal en Valparaíso emerge desde del eslabón más precarizado y explotado del puerto: eventuales sin garantías mínimas de turnos anuales, sin provisión de trabajo negociada, sin «nombrada», es decir, control sindical sobre el trabajo, y por lo tanto sin derecho a vacaciones, salud, post- y pre- natal (a diferencia de lo que existe en otros puertos donde hay presencia de la combativa Unión Portuaria de Chile /1.
La huelga histórica que acaba de ocurrir en «Valpo» se dio también gracias a la presencia de una nueva generación de dirigentes que tienen formación, ideas políticas, experiencia militante, hecho que juega un rol fundamental para poner un descontento difuso en palabras, ideas y después en acción y movilización. El papel de Pablo Klimpel y de un par de otros dirigentes ha sido evidente en el éxito de la huelga /2. El petitorio y el paro tienen como fundamento una reivindicación sobre cantidad de turnos, remuneración de los eventuales, estabilidad laboral, capacitación, etc. en un contexto de relaciones laborales muy precarias y arcaicas. También reclaman una ley general de puertos y el fin de las represalias antisindicales y de las «listas negras». Pero, claramente el tema no fue solo «economicista», ni se redujo a atender un problema de corto plazo de los trabajadores. Esta huelga y negociación es también una disputa por el poder dentro el puerto: así lo entendió Von Appen y por eso se negó a negociar por estos estibadores revoltosos que explota y desprecia a diario, al contrario de la otra empresa. Al contrario, TCVAL quiso acabar el fuego al cabo de 13 días de paro y después de la intervención del gobierno, acordando la formación de una mesa de trabajo, de un bono de $1 millón de pesos y de un préstamo de $500 mil.
Y cuando la portada del diario La Segunda titula, hablando de Klimpel (y buscando personalizar una movilización colectiva), «El chofer de Uber que desafía a Von Appen», ponen correctamente de relieve el problema de quién tiene el poder en el puerto. Es decir, cómo un grupo de sindicalistas «disidentes» pueden lograr movilizar a sus colegas y compañeros, ¡después de 18 años sin paros en este puerto!, y desafiar a uno de los poderes más consolidados del espacio maritimo-portuario. Y ahí el paro, el bloqueo del puerto y de calles de la ciudad es el repertorio esencial, pues se bloquea la posibilidad de activar el puerto en un momento clave de fin de año y, a la vez, facilita el «desborde» del conflicto hacia el resto de la ciudad, obligando al alcalde a intervenir también y, por fin, al gobierno que hasta el momento aludía a un «conflicto entre privados»… Hablamos entonces de una problemática netamente política que cuestiona el modelo neoliberal extractivista chileno en uno de sus nudos estratégicos: los puertos, por donde pasa más de 85% de las exportaciones y materias primas.
En ese sentido, el gobierno de Piñera ya tiene experiencia previa, con los grandes paros portuarios durante el 2013-2014 y el papel de la Unión Portuaria (que en este entonces no tenía presencia real en Valparaíso). En ese momento, Piñera tuvo que sentarse obligado por la fuerza de los «paros solidarios», de puerto a puerto, de Norte a Sur del país y preparar el camino a la legislación de la llamada «ley corta». Y el gran temor de Piñera es tener que vivir un nuevo flujo de conflicto tan amplio como en esos años, es decir de escala nacional, sobretodo en un momento en que, luego de mucha dificultad y tensiones, ha despertado de nuevo la Unión y ha habido paros solidarios y una extensión del conflicto a los otros puertos del país en apoyo a Valparaíso. Y esto fue la clave para obligar a Von Appen a sentarse a negociar.
La solidaridad dentro del movimiento de trabajadores portuarios ha sido central, en tanto que la movilización parte con cerca de 500 trabajadores eventuales dentro de Valparaíso, y termina transformándose en un movimiento prácticamente nacional que supera también al puerto. Ejemplo claro de ello es la solidaridad que mostró la minería con la causa portuaria.
Sí, de hecho yo creo que una gran lección de los portuarios chilenos de los últimos años, digamos, a partir del 2010, con el surgimiento de la Unión Portuaria en el Biobío (e incluso con la lucha que se da en esta zona en 2003), y después a nivel nacional, es la práctica de los paros solidarios, de puerto a puerto, de sindicato a sindicato, unificando estibadores contratados y eventuales. Claramente esto tiene que ver con la configuración misma de los puertos, y que se deben bloquear varios puertos de una zona simultáneamente para tener poder real y así evitar que se rompa la huelga a través del desvío de la carga a otros puertos o terminales. Pero también es una lección para todo el movimiento sindical. Es decir, cuando hay solidaridad de sector a sector, eso cuestiona ya no solamente a un empresario en específico, sino que al empresariado en general, como clase. Y eso lo hicieron muy bien los portuarios cuando montan un paro nacional (como lo practicaron varias veces entre el 2010 y el 2015). Es todo el empresariado, la cámara marítima y el gobierno de turno los que están cuestionados como poder político y poder económico. Creo que ese es el camino si se quiere comenzar un proceso de conquistas sociales dentro del neoliberalismo maduro chileno y, más allá, comenzar a pensar los caminos tácticos de la superación de este modelo de acumulación en clave postcapitalista y ecosocialista.
Desde el «renacer» del 2006-2007, existe un proceso parcial de revitalización sindical en Chile y hay muchas huelgas (la mayoría ilegales), pero muy dispersas, con poco poder real, ya que son conflictos atomizados, y que desembocan en escasas conquistas o incluso en derrotas estrepitosas. Más que nada desembocan en represión sindical y/o despidos de dirigentes. El problema es cómo superar este círculo vicioso, en un contexto de baja sindicalización y fragmentación/individuación de la identidad de clase de las y los trabajadora, fenómeno alimentado por las herencias autoritarias y las condiciones reales del neoliberalismo consolidado desde 1990. Y bueno, para mí, uno de los caminos es seguir justamente este tipo de paros «solidarios» y formas de organización ramal, cuestión que se construye mediante un proceso por cierto muy difícil y lento, sobre todo cuando se da en franjas de asalariados subcontratados y sin posiciones estratégicas (es decir con capacidad de disrupción y bloqueo de la economía, como la que tienen los mineros o los portuarios en Chile). Volviendo al caso de Valparaíso, el hecho que haya micreros, barras de fútbol, pequeños comerciantes, estudiantes listos para ir a pelear junto a los portuarios en huelga, es una señal de identificación de los porteños con su puerto y sus trabajadores, marca la identificación popular y comunitaria con la identidad portuaria, diciendo «ellos son nuestros». Este tipo de «coagulación» y convergencia popular-territorial-comunitaria es también fundamental, y se ha dado en muchos conflictos portuarios a través del mundo en todo el siglo XX (ahora existe une historiografía bastante extensa sobre el tema, en particular desde la historia anglosajona). Y cuando los estibadores se enfrentan a uno de los más ricos y más represivo del país (Von Appen), el rechazo de los subalternos de la ciudad puede ser aún más intenso. Surge, entonces, una ligazón molecular posible, desde abajo, que ojalá los otros sindicatos y la izquierda en general puedan facilitar y reforzar. Hay que notar que el papel de la CUT a nivel central y nacional en el conflicto de Valparaíso y en luchas portuarias anteriores ha sido, en mi opinión, desastroso, sin tener como orientación el apoyo a la huelga. Hicieron un par de declaraciones muy tibias, pero ¿por qué la CUT no hizo un gran llamado a movilización nacional en apoyo a Valparaíso? Eso haría una central realmente combativa del sindicalismo clasista.
A partir del desarrollo del conflicto, uno podría darle cierta importancia a esta movilización como un proceso de rearticulación política de la clase obrera. ¿Qué opinas de esto?
Lo que intenté hacer el 2015 fue trabajar el concepto de las «fisuras del neoliberalismo chileno» en un breve ensayo que circuló bastante dentro y fuera del país, tanto en su formato impreso como digital /3. La idea era hacer un balance de la discusión sobre la caracterización del capitalismo neoliberal chileno, mostrar el surgimiento de un nuevo flujo de conflictos sociales y eco-territoriales, que cuestionan la «democracia tutelada», pactada y postcolonial chilena, pero en la línea de que no estamos en un momento de «derrumbe» ni de «corrección» de este modelo, que es uno de los neoliberalismos más consolidados y estable a nivel latinoamericano. La burguesía chilena es históricamente una burguesía muy unificada, con fuerte capacidad de adaptación, cooptación y represión, a pesar de sus tensiones múltiples internas (lo vemos, por ejemplo, en la diferencia de actitud y táctica en los puertos entre los Luksic y los Von Appen). Es una burguesía que tiene realmente al Estado en sus manos, más aún con este gobierno «empresarial». Es decir, existe con Piñera un gobierno del capital para el capital, directamente, sin mediación.
En este contexto varias fisuras se abrieron, desde el 2006, en la hegemonía neoliberal en Chile, principalmente a partir de las grandes huelgas de sectores estratégicos, como las forestales, los mineros, y el sector portuario. Vemos que esta emergencia y «despertar» también ha sido acompañada con fuerza por la juventud del 2011 en las grandes movilizaciones estudiantiles. En tercer lugar, están la magnífica ola feminista y lucha antipatriarcal desde el 2017 y las numerosas disputas eco-territoriales. Esto realmente abre un espectro de movilizaciones sociales populares muy amplio, articuladas también con movilizaciones históricas como la del pueblo mapuche, que sigue siendo reprimido por un terrorismo de Estado de carácter colonial. Entonces hay un espectro amplio de movilizaciones, pero que todavía no conforma una brecha con orientación anticapitalista, ni siquiera un bloque popular antineoliberal. El problema en esa etapa de la convergencia de los distintos movimientos, es la dificultad de los procesos de articulación, pues más allá de las tentativas, estas luchas no comunican mucho entre ellas. Incluso a nivel estrictamente del proceso del trabajo, o sea, en cuanto a la posibilidad de la recomposición de una clase trabajadora con conciencia de ella misma, existen muchos obstáculos. Por lo cual, no es conveniente extrapolar desde conflictos sectoriales muy importantes, como los portuarios, una recomposición general de un movimiento obrero estructurado y clasista. Los obstáculos son la fuerte fragmentación social, la precariedad de las condiciones cotidianas de vida, el endeudamiento generalizado, etc. Pero también hay potentes obstáculos ideológicos. La dominación del sentido común neoliberal es muy fuerte en Chile (como en otras partes del mundo). Yo creo que una de las fuerzas principales del «modelo de los Chicago Boys» es haber conquistado los sentidos comunes y la visión del mundo, incluso de gran parte de las izquierdas. Eso significa que hablamos de una batalla política que hay que dar. El reconstruir el movimiento obrero no es solamente tarea de las organizaciones sindicales, de organización y repertorios de acción, ya que también es un trabajo directamente político estratégico. Y ahí está la pregunta del papel -o no- de una izquierda que se dé como tarea central la recomposición de un movimiento obrero y popular con perspectiva clasista, ecosocialista, feminista, internacionalista. Esa perspectiva estratégica no cierra el debate táctico actual para saber si hay que participar en las elecciones, presentar candidaturas, conquistar alcaldías, participar de los debates internos del Frente Amplio o construir por fuera, etc. Al contrario: afirmar este horizonte estratégico es esencial para poder posicionarse tácticamente sin dejarse llevar por la corriente social-liberal y los vientos de la coyuntura. Es lo que Daniel Bensaïd llamaba el «arte estratégico» de toda fuerza política anticapitalista.
Un factor que mencionaste y que sería interesante retomar es cómo la izquierda se pone a disposición de este movimiento, y también cómo actúa la izquierda institucional dentro de este panorama, principalmente teniendo en cuenta la participación de la CUT y de sectores clasistas que han armado dos tendencias dentro del sindicalismo chileno
Primero, en el plano sindical está la disyuntiva para saber de si hay que reconquistar la CUT para reconstruir la «CUT de Clotario Blest» pero adaptada al siglo XXI o si es mejor construir otras herramientas sindicales clasistas porque, a estas alturas, la CUT está cooptada por las fuerzas institucionales parlamentarias, y representa solo una franja limitada de los asalariados. Esto no es un debate teórico, sino que un debate concreto, y por ello hay que analizar el papel de fuerzas políticas concretas dentro de la CUT, que apuntan a combatir y reconstruir una dirección combativa (sin lograrlo hasta el momento). De hecho, tengo grandes dudas con esta tesis, más allá de que haya sectores sindicales honestos y comprometidos a la interna de la CUT con esta perspectiva. Y hay otros que dicen que hay que construir un movimiento sindical clasista por fuera de estos espacios cooptados. Creo que los dos podrían converger si realmente hay una explosión social popular. En una coyuntura así veremos quién es quién y quienes son los actores reales que empajan hacia la movilización. Lo segundo es la interrogante acerca del lugar que ocupa hoy el Frente Amplio. Uno esté o no con el Frente Amplio representa -sin duda- la fuerza central de recomposición de la izquierda de los últimos años en Chile, que ha logrado surgir a una escala nacional con fuerza. El Frente Amplio está cruzado por tendencias contradictorias en el plano estratégico (¡que van de grupos anticapitalistas hasta el partido liberal!), navegando entre elaboración de un antineoliberalismo democrático radical y la tentación de la institucionalización social-liberal. Algunas peleas internas de los últimos dos años parecen tener más que ver con cuotas de poder mediático-institucional de algunas figuras que con la búsqueda de la reconstrucción colectiva de una herramienta política necesaria para el movimiento popular. En un momento en que hay un proceso de convergencia interna entre varios bloques, que podrían clarificar el debate, hay que ver cuál será el papel concreto del Frente Amplio durante los próximos meses: no solo desde el parlamento (que es una arena esencialmente de los poderosos y de los dominantes), pero sobre con las y los de abajo, con «los que luchan» como bien lo dice la Unión Portuaria. Algunas diputadas del FA fueron a apoyar a los estibadores en huelga, lo que está muy bien. Se ve también su influencia en el movimiento estudiantil y en el movimiento feminista. Pero, por ejemplo, ¿cuál es la capacidad de incidencia sindical efectiva del Frente Amplio?, ¿cuál es el trabajo sindical concreto, la inserción en las poblaciones, en los territorios afectados por los desastres ambientales y extractivos? Yo creo que ahí se le ve bastante débil, por el momento.
Ahí también se ven ciertas limitaciones del sindicalismo institucional en cuanto a las formas políticas adoptadas en las movilizaciones presentes, tanto del empresariado como de los trabajadores, y la centralidad de la violencia.
En la situación portuaria, la violencia desde abajo es producto directo de las relaciones laborales y niveles de explotación de la mano de obra en el puerto. Es impresionante que el empresariado chileno no lo entienda o que entendiéndolo, no lo quiera tratar. Es decir, en vez de decir «ahí tenemos un sector estratégico donde pasan 88% de las exportaciones del país y tenemos que tratarlos bien», la rapiña y codicia del empresariado implementa más precariedad y más explotación. Entonces, en vez de buscar espacios de negociación, modernización y estabilización en este sector, como se dio en s otras partes del mundo, hay explosión de rabia, de violencia, de descontento. Por lo menos por parte de Von Appen, ya que hay otros sectores empresariales portuarios y de la cámara marítima que ya están buscando un camino de modernización, cooptación y «pacificación» de los puertos, justamente para sacarse la espina del pie que representa la Unión Portuaria. O sea, habrá que ver también la capacidad de la Unión Portuaria de enfrentar esas nuevas formas de control social y «pacificación» a través de un «neomanagement» y del «dialogo» con los dirigentes sindicales (lo que no excluye la represión en contra de los recalcitrantes). Otro elemento respecto al sindicalismo institucional y la violencia es que en Chile casi la única manera de reivindicar sus derechos laborales es desde la ilegalidad. La mayoría de las huelgas son ilegales, hay prohibición de sindicalizarse legalmente en el sector público, las negociaciones colectivas cubren menos del 10% de los trabajadores, el código laboral e uno de los más regresivos del mundo occidental, etc. De hecho, los eventuales portuarios no tienen acceso a la negociación colectiva, además no se puede negociar por rama, la figura del rompe-huelga es legal y un largo etcétera. Entonces ahí el contexto jurídico-político laboral favorece la presencia de un sindicalismo «apaciguado», corporativo, con poca capacidad movilizadora y a menudo bajo el dominio de la empresa, o -del otro lado- donde es posible, un sindicalismo de la acción directa ilegal, «disruptivo», «movimentista», pero aún muy minoritario, por las condiciones mismas de la relación capital trabajo en Chile.
Retomando un elemento que mencionaste acerca de los sectores estratégicos, sería interesante conocer el legado de Dante Campana dentro de la organización portuaria, tomando como pieza central su documento de Propuesta Nacional del año 2004, donde se propone al sector portuario como un sector estratégico y se comienza a tejer un discurso que sitúa este elemento como el central
La trayectoria militante y de vida de Dante Campana me ha interesado mucho en el transcurso de mi investigación. El papel de Dante remite a la ciudad de Concepción en particular, donde fue militante revolucionario, mirista, y después dirigente portuario y miembro activo de los colectivos de trabajadores (CCTT). Es uno de esos militantes que además de vivir y militar a diario con los trabajadores del puerto, dio orientación, poniendo en papel ideas claves que 14 años después aún tienen vigencia en el puerto. El suyo es también un legado organizacional. Dante Campana es uno de los impulsores directos de lo que es hoy la Unión Portuaria de Chile, desde donde trazaba líneas de reivindicación en una agenda insistiendo en el papel estratégico de los portuarios, y líneas organizacionales con base en los paros solidarios y organización territorial y comunal, lo que implicaba «volver a la clase», volver al territorio. Eso es muy importante subrayarlo. Hay que reivindicar a figuras militantes intelectuales obreras como Dante Campana, quien no solo encarna una izquierda con voluntad de inserción popular, con claridad ideológica y con ganas de organizar, sino que además transforma eso en una influencia real y de largo alcance. Porque más allá de la desaparición de Dante, su legado está bien vivo. Está reconocido incluso públicamente por la Unión Portuaria. De cierta manera, es una lección de vida de la incidencia que puede tener una trayectoria militante en el conjunto de los trabajadores, tanto como por sus ideas como por su praxis. Eso hay que destacarlo.
Respecto a las perspectivas del movimiento actual de trabajadores portuarios, ¿esta rearticulación germinal del movimiento obrero tiene potencialidades de devenir en una conciencia anticapitalista? ¿Cuál debe ser el lugar de la izquierda en este proceso?
En esta etapa los portuarios pelean por demandas inmediatas que son bien concretas, pero ya apuntando a una Ley General de Puertos y regulación-armonización nacional, que ya sería un cambio estructural en las condiciones de vida y de trabajo. En eso están ahora. Atribuirle una orientación anticapitalista a las luchas portuarias actuales sería confundir los planos de luchas y referir algo que parece estar potencialmente, pero que hoy no se reivindica y no está en el panorama. Eso sí, están directamente insertos en la contradicción entre capital y trabajo y enfrentan una franja del capitalismo chileno de lo más poderoso. Es decir, cuando enfrentan a Matte, Angelini, Luksic, Urenda, Von Appen, no solamente están en una condición estratégica por operar en el puerto, sino que están frente a una de la fracción dominante de la burguesía chilena. Y en ese sentido, cuando pelean, pelean contra del capitalismo más pujante de Chile. Entonces, en este sentido, podemos decir que todas sus peleas son anticapitalistas, aunque no tenga esa direccionalidad. El debate en torno a la acción de la izquierda es desde dónde se construye, dónde está el acento en la construcción. Creo que -como ya te dije- el debate también es estratégico, es decir, si es que ya estamos en un momento antineoliberal, y si ya podemos perfilar incluso una perspectiva anticapitalista. Esa es una gran discusión. En segundo lugar, el debate en torno a la posición desde donde se construye. Es decir, está el debate dentro del Frente Amplio, y también por fuera en las izquierdas radicales y revolucionarias, sobre si la pelea electoral, la pelea parlamentaria, debe ser solo foco subordinado a una gama de acciones y luchas más amplias para participar a ayudar a reconstruir un tejido social popular muy maltratado por el neoliberalismo extremo transandino. Desde mi opinión, creo hay que construir desde y con los trabajadores. Lo territorial, el feminismo, la autodeterminación del pueblo-nación Mapuche y también las resistencias anti-extractivas también son fundamentales. Aunque yo pienso que -en este momento- no es contradictorio con la participación electoral, con una guerra de posición incluso desde lo institucional y la búsqueda de espacios mediáticos, siempre y cuando haya claridad acerca de la centralidad de la reconstrucción desde abajo, desde lo popular sin populismo y con las y los trabajadores.
Matías Guerra U. es estudiante de sociología de la Universidad de Chile, integrante del Centro de Investigación Político Social del Trabajo (CIPSTRA) y miembro del comité editor de Revista ROSA.
Notas:
1/ Ver el video de la intervención de Franck Gaudichaud en el foro «Puerto de Hambre. Pasado y presente de los conflictos portuarios en Valparaíso» (27 de diciembre del 2018), organizado entre Editorial América en Movimiento, el Instituto de Historia de la Universidad de Valparaíso y El Desconcierto: https://www.youtube.com/watch?v=Juac014Prz4.
2/ Ver el video de la intervención de Pablo Klimpel en el foro «Puerto de Hambre. Pasado y presente de los conflictos portuarios en Valparaíso» (27 de diciembre del 2018), organizado entre Editorial América en Movimiento, el Instituto de Historia de la Universidad de Valparaíso y El Desconcierto: https://www.youtube.com/watch?v=GZk4InYuJUo.
3/ Franck Gaudichaud, Las fisuras del neoliberalismo maduro chileno. Trabajo, democracia protegida y conflictos de clases, Buenos Aires, CLACSO, 2015 (En Open Access : http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/becas/20151203023022/fisuras.pdf ).