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De los derechos humanos a los deberes de la humanidad

Fuentes: 7dias.com.do

Él dijo: «Actúa de un modo tal que los efectos de tu acción en el mundo sean compatibles con la permanencia de la vida humana en la tierra». Y la vida nos condenó, con la fuerza de un mundo, a mirarla de frente. Con su frase Hans Jonas nos coloca una mina debajo de cada […]

Él dijo: «Actúa de un modo tal que los efectos de tu acción en el mundo sean compatibles con la permanencia de la vida humana en la tierra». Y la vida nos condenó, con la fuerza de un mundo, a mirarla de frente.

Con su frase Hans Jonas nos coloca una mina debajo de cada pie. A cada paso una revelación: existe una trinchera, existe un pasar de los días al otro lado de la trinchera. Quizá de forma no muy diferente a como pasan aquí. O tal vez sí. Pero a ambos lados limpiamos las botas de un cieno común. La visión es clara. El despertar incómodo. Pero ¿por qué?

Durante años la fiebre por los derechos humanos nos permitió aglutinar en torno a un mismo «corpus» discursivo una multiplicidad de acciones previamente desconectadas entre sí. El árbol del sistema no daba los frutos esperados. El mecanismo de goteo por el que se nos administraba, desde lejanas instituciones y opacas, nuestra porción recomendada de bienestar, dejaba un reguero siempre previsiblemente insuficiente. En diferentes medidas, todos lo sufrimos. Esto posibilitó que las diferentes prácticas configuradoras de un nuevo marco de dignidad no quedaran huérfanas de blanco. Los derechos humanos actuaron como fuerza motriz a la que vez que como mito teleológico de cualquier proceso contemporáneo de transformación social. Los seres humanos estábamos llamados a abandonar los viejos estados de dominio y discriminación, propios de la época del bestialismo. Como el rodar icónico de un ovillo, los derechos humanos se nos fueron descubriendo, siglo a siglo, milenio a milenio, a través de un fatigoso pasado siempre demasiado cruel hasta llegar al actual reino de luz; gracias a nuestro natural espíritu explorador, los seres humanos conquistamos el actual estado de civilización. Gracias a Dios, ahora somos libres.

Pero la fiesta pronto se tornó incómoda. Los derechos humanos no habían dejado atrás su herencia etnocéntrica crónica. Y ésta beneficiaba las demandas de consumo de bienes y servicios a la carta antes que la creación de un marco de suficiencia que hiciera imposible el malestar de la escasez. Irritante. Los derechos humanos ejercían un rol predeterminado en la estructura del sistema ideológico capitalista: la orientación de éstos al consumo de cada vez mayores y nuevos derechos (los bienes y servicios ofertados por el estado) aumentaban felizmente la tasa de ganancia ideológica del sistema al que, presuntamente, buscaba derrocar, fortaleciéndolo. Cada nuevo derecho exigido, reivindicado y conseguido alejaba un poco más la oportunidad de creación de nuevos marcos de posibilidad, legitimando la supuesta solvencia del sistema. Nuestros sueños se nutrían de un poso inesperado de hojarasca, que nos devoraba. Odiosa, la fiesta. Un posicionamiento, el de los derechos humanos, que pone en el centro del juego político la satisfacción de las necesidades, fortalecía de hecho a un capitalismo renovado que ahogaba a la población en el consumo del éxtasis momentáneo, en las sensaciones individuales infinitas, a modo de narcótico paralizante. Al tiempo que nos negaba la posibilidad de poner el foco en la producción colectiva de abundancia (ausencia de escasez), destinado a la propia colectividad. Repugnante.

El otro, es la mina. Las dinámicas de transformación social no exigen el reconocimiento de todas las partes en plano de igualdad, en base a alguna forma de virtuosismo moral. La Observación General 12 aprobada por el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas el 12 de mayo de 1995 estipula cuatro tipos de obligaciones de los estados, trasladables a cualquier agrupación humana. La propia identificación con la realidad común descubre innecesario cualquier tipo de acercamiento al cooperativismo bienintencionado. Respetar el acceso tradicional de la población a sus recursos, evitando desarrollar medidas que imposibiliten dicho acceso; proteger a la población frente a posibles amenazas a su bienestar; facilitar el acceso y la utilización por parte de la población de los recursos que aseguren sus medios de vida iniciando las actividades necesarias para ello; proveer, a aquellos grupos que no puedan hacerlo por sí mismo, de los recursos necesarios para la salvaguarda de su seguridad.

La trinchera, es el otro. La grieta en la piel nos sorprendió a todos, y la distancia nos pareció insalvable. Lo leíamos cada día en los periódicos. Pero desenmascarar el yo plural en los significados de identidad social redimensiona los procesos de anclaje, a la vez que nos permite abrir nuevos mundos de posibilidad. Darnos permiso a nosotros mismos a ser. Thomas Pogge recomienda uno más: el deber de no colaborar con el diseño o la imposición de cualquier medida que, directa o indirectamente, tienda al daño previsible y evitable de cualquier población. El deber como derecho. El plural tras lo aparente singular. La pretensión de colaboración nos oculta a nosotros mismos. «El individuo es una categoría relacional», Marina Garcés. Lo es ya, aquí y siempre, sin ilusión de voluntad. «El compromiso empieza en el hecho de reconocer que ya vivimos implicadas». Otra corriente nos arrastra. Ésta sin intención alguna de consumirnos. Al contrario, nos engrandece. Nos multiplica. «Entonces el compromiso no sería tanto una elección como un descubrirse comprometida». El cieno y la bota. Todo.

Todo acto humano es un acto de humanidad. Más: todo acto humano es un acto configurador de humanidad. Sustituir el consumo masivo de derechos concretos por el interés en la producción de condiciones de vida tendentes a la seguridad y el bienestar humanos, fin último de los deberes de la humanidad, supone una serie de consecuencias que no conviene pasar por alto:

1. Relocaliza el protagonismo político del sujeto-ciudadano (que puede ser individual o colectivo, en la abstracción de ciudadanía, pero que siempre prevé la exclusión: menores de edad, extranjeros, desempleadas, reclusos, desposeídas, analfabetas, minorías étnicas, desinformados quedan irremediablemente fuera de la arena política, zarandeados como muñecos de peluche por los acontecimientos históricos y económicos como en las tragedias griegas lo serían por el Destino) al sujeto-pueblo, e incluso al sujeto-humanidad transfronterizo, igualmente abstracto, pero que es siempre y en todo momento un actor colectivo, que une a cada individuo con la suerte de todo el género humano, y viceversa, y que hace saltar por los aires los procesos de inclusión social selectiva en los beneficios del sistema, tan característicos de la clase media occidental, mundialmente privilegiada;

2. Institucionaliza (en el sentido amplio de la palabra) el diálogo social en torno al modelo de humanidad deseado. Todo acto de barbarie es un acto realizado por la humanidad, al igual que todo hecho solidario y de cuidado es un hecho humano. Pero además de esto, y por encima de esto, son hechos normalizadores de posibilidad. Nos dicen: la humanidad puede ser masacrada, es masacrable, o bien, la humanidad es un ente que realiza trabajos de cuidado y mejoría de sí misma y su entorno. Este diálogo desnaturaliza los conflictos, (des)acuerdos y alianzas típicos de la vida en sociedad, mundanizándolos, humanizándolos, y dándonos la posibilidad de concretar qué proyecto de humanidad es el que queremos llevar a cabo, sus características y estrategias de aproximación, con qué fuerzas contamos y en el margen de qué plazos.

3. La aceptación del desarrollo de los deberes de la humanidad tiene la capacidad de desbancar el carácter eminentemente antropocéntrico y excluyente de los derechos humanos. Si cada grupo está preocupado por exigir su propio derecho humano (bienes y servicios) del total del pastel, ¿qué ocurre, en primer lugar, con aquellos que no tienen la capacidad real (igualdad material) de hacer llegar sus legítimas demandas (igualdad formal) a los centros de poder o/y decisión, en tanto que grupos humanos excluidos? Es decir, ¿qué pasa con las condiciones de vida dignas de las tres cuartas partes de la población mundial? Y segundo, ¿quién o qué defiende o representa la conservación de la naturaleza y el bienestar de los animales? Estos «sujetos», estructuras primordiales del contexto de la vida, no pueden exigir nada, presentar resolución alguna a cualquiera de las muchas comisiones de las Naciones Unidas, ni escribir artículos periodísticos para crear opinión pública, ni organizar manifestaciones ni hacer huelgas de hambre para presionar a las instancias gubernamentales. Los deberes de la humanidad y con la humanidad, en su fórmula, no de recibir y consumir bienes y servicios, sino de producir bienestar, dando y dándose, creando espacios comunes de dignidad, no atomizados, neutralizan de hecho estas situaciones.

La relación jerárquica de los centros de poder con los grupos «en riesgo de exclusión social»; el apoyo meramente caritativo y generalmente interesado desde los países enriquecidos hacia la inmensa masa de población empobrecida; la situación de desamparo del llamado «cuarto mundo» (la cada vez mayor población que sobrevive en situación de inseguridad vital, precariedad y pobreza en los países industrializados del «primer mundo»), son realidades a las que los derechos humanos, y los miles de activistas, organizaciones y normativas internacionales que los defienden, han sido y siguen siendo incapaces de dar respuesta.

Anclados en la defensa de los derechos humanos seguiremos caminando todos juntos en soledad por los mismos errores. Creando ficciones sin otros. Confundiendo voluntades. Reposicionarnos en la potencialidad de los deberes supone unir las fuerzas creativas de la humanidad en la producción de un único marco de suficiencia, que nos abrigue a todos por igual, como actualmente nos asfixia desigualmente el de la demencia. Vivir en los otros desterra la ilusión de vivir con los otros. Alzar la mirada nos territorializa. Pisar la mina, saltar por los aires nos insufla consciencia, capacidad de un mundo sin esperar al cuándo. Que se hundan las viejas cegueras y fraudulentas. Que se aparten las sucias proclamas de barbarie. Ya se siente la vida aproximarse con su fuerza.  Que comience todo. Que comience todo.

Fuente original: http://www.7dias.com.do/opiniones/2014/12/05/i177937_los-derechos-humanos-los-deberes-humanidad.html#.VIYINcn7U25

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.