Como a finales de los 80, la intelectualidad latinoamericana tiende a reproducir las mismas decisiones y errores estratégicos en la elección de las teorías con que intentan leer la sociedad de nuestro tiempo. Vale recordar que esas teorías no son otra cosa que la cristalización de posiciones políticas y miradas ideológicas sobre todo lo que […]
Como a finales de los 80, la intelectualidad latinoamericana tiende a reproducir las mismas decisiones y errores estratégicos en la elección de las teorías con que intentan leer la sociedad de nuestro tiempo. Vale recordar que esas teorías no son otra cosa que la cristalización de posiciones políticas y miradas ideológicas sobre todo lo que nos rodea.
Allá en tiempos de la «década perdida», aturdidos aun por los gritos de la dictadura y la amenaza desestabilizadora que representaron las castas militares en la región, comienzan a hacerse visibles en América Latina diferentes expresiones populares que expresaban el hartazgo de una sociedad en silencio.
En ese contexto (la ilusión de) los teóricos europeos y el eurocentrismo de los teóricos locales se vieron fascinados ante la posibilidad que en Latinoamérica estuviera ocurriendo lo mismo que en Europa. La ciudadanía se organizaba para denunciar el insostenible avance del Estado – estado keynesiano de bienestar – y del mercado sobre los ámbitos privativos de los individuos y la vida comunitaria.
La resistencia a la colonización del mundo de la vida nada tenía que ver en estas tierra con la conformación de organizaciones populares cuyo objetivo no estaba en denunciar «los males de la democracia» sino resistir al exterminio dispuesto por la dictadura – movimientos por la verdad, memoria y justicia – y al exterminio orquestado por la radicalización del modelo económico neoliberal – sindicatos y movimientos de trabajadores desocupados.
El agotamiento de los partidos políticos y las organizaciones sindicales como principales actores de la contienda política y formas de organización en estados corporativos, por un lado; y la emergencia de movimientos sociales que plantearon una forma alternativa de organización social instaló una nueva cultura del trabajo – su fin – y el desprecio por toda concepción de justicia e igualdad que se pensara en términos globales. Hablo de Europa, no se confunda.
El fin de los metarrelatos orquestado por los principales círculos de poder fue en esos territorios el discurso para deslegitimar toda forma de resistencia política y social. Y la romántica idealización de los movimientos sociales por parte de la academia terminó por desplazar del centro de los debates a proyectos políticos y formas organizativas de vasta trayectoria bajo argumentos meramente formales – son clásicos, tradicionales, viejos. Ahora estoy hablando de allá y de acá.
La anuencia – acrítica – a esos discursos, a esas teorías, a esos relatos ideológicos en nuestros territorios provocó una creciente pulverización de las expresiones de organización popular. Se las calificó de verticalistas, de aparatos, de burócratas, clientelares, centralistas… se le contrapuso como ejemplo de lo alternativo a las expresiones populares que surgieron sobre todo en los 90s, las luchas por la tierra, las organizaciones campesinas, las organizaciones de desocupados, se proclamó la máxima zapatista de caminar preguntando, se propuso a la asamblea como forma de construcción y diálogo, la horizontalidad como principio de igualdad y al autonomismo como lógica de interacción con el poder – específicamente con el Estado.
El problema fue y es que esa exaltación se la miró y alimentó desde marcos, discursos, ideologías no ideológicas como el posmodernismo proclama. El problema está en que esa forma de mirar, ese modo de actuar sin metarrelatos, con expectativas de corto plazo, ese modo de mirar posmoderno tiene dos males – muchos lo decimos- que son el cinismo y el individualismo.
¿Y eso que provocó? Mirar esas expresiones de lo alternativo desde el propio ombligo ideológico y desde la insolencia discursiva. Lo que provocó fue que lo horizontal se tornó un criterio para la destrucción del otro antes que la construcción con los otros, la asamblea un espacio de psicoanálisis colectivo y exaltación del yo, el autonomismo un modo de no asumir compromisos, de desvincularse, de continuar libre de ataduras. Esto que digo y que decimos y que muchos ya dijeron convirtió a las organizaciones populares y políticas en meras reproductoras de una lógica basista.
Sí, eso es el basismo, el cinismo ante el otro y el permanente individualismo. Sus consecuencias son conocidas y lamentablemente reproducen viejas prácticas: fragmentan si no acuerdan, se desangran en luchas intestinas – con los del mismo palo – desacreditan si no dominan, banalizan los discursos – sus discursos – y rehúyen a la construcción de proyectos políticos. Gustan «socializar» – o hacer sociales – y exaltar el yo psicoanalizado a cuestas del otro difamado. Estas lógicas engañosamente dicen que organizan y articulan, pero sólo pululan, y para colmo de males se atrincheran, deliberan y deciden como si fueran lo que dicen no ser, un petit buró.
Sobra articulación, falta organización, pero en estos marcos y bajo estas lógicas, la organización corre el riesgo posmoderno de la multiplicación de los particularismos, de la banalidad de los acuerdos y la despolitización de los argumentos.
Para buena de muchos, ese cinismo militante de que sólo se es tal si su obstinadamente corporizada individualidad está presente en cada acción, en cada «práctica», y el individualismo político que sólo se escucha a sí(los) mismo(s), no llega a todos, no convence a muchos y desilusiona a otros tantos. El velo posmoderno no domina, está ahí, al acecho, pero en tantos otros lugares existe la ilusión, la utopía, de la construcción colectiva, el poder popular y la organización como máximas de acción y horizonte de las expectativas.
Estas lógicas, las de acá, no desacreditan, no acusan ni se victimizan, simplemente buscan construir con los otros, apuestan a la honestidad, a los sentimientos, a lo común, y piensan a la política no sólo como discurso sino como acción, como proyecto colectivo para construir algo distinto de lo que nos oprime y no distinto de quienes caminan y caminamos para el mismo lado. La utopía también está al acecho, que se vea, ayúdela a circular, ya no tema.
* El autor es integrante del Colectivo de Investigación «El Llano» y militante del Colectivo Bachilleratos Populares en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba.
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