La distinción tradicional derecha/izquierda no la ha roto ninguna renuncia teórica, ni siquiera la política económica. Para mi la ha hecho desaparecer de la faz de la tierra una realidad más urgente y tozuda, repetitiva pero cada vez más abyecta en lo que tiene ya de logro definitivo, por lo de digerido y asimilado que […]
La distinción tradicional derecha/izquierda no la ha roto ninguna renuncia teórica, ni siquiera la política económica. Para mi la ha hecho desaparecer de la faz de la tierra una realidad más urgente y tozuda, repetitiva pero cada vez más abyecta en lo que tiene ya de logro definitivo, por lo de digerido y asimilado que tiene ese discurso en ciertos estómagos inmunes. La guerra humanitaria ha disuelto para siempre esos viejos lugares comunes de la Revolución Francesa y ha conseguido clasificar al género humano en personas y en zombis.
Las personas razonan, aprenden de experiencias anteriores, dudan…actúan ¡. Los zombis sólo siguen las consignas de sus embalsamadores en vida. Hipnotizados por televisiones y frases huecas del estilo «intervención humanitaria», «no hay ni una sola víctima civil», «este es el mal menor», el único atisbo de humanidad que le queda a un zombi en lo más recóndito de si mismo lo utiliza para creer en lo que le interesa creer. Es esa parte mínima del animal que reside en todos y que en el zombi es lo único vivo que subsiste: Es la supervivencia, el discurso atacado de entrada por el virus apriorístico de lo que les pide el cuerpo. Se aparenta vida, pero es la parte más primitiva de la vida, el impulso ciego y egoísta de la perpetuación propia revestido de teorizaciones a posteriori. Y que no admitirá jamás la miseria moral que subyace en un bien disimimulado armazón argumental de conveniencias y connivencias.
El zombi que antes de embalsamarse era de los «de izquierdas», (así se hacían llamar antes de todo esto), en su nuevo estado cataléptico seguirá teniendo propensión al seguimiento de la consigna fácil, al protocolo de agendas y «causas perdidas», cuanto más distantes y diletantes mejor. En medio del crimen y mientras se hunde el barco, el zombi de izquierdas nos hará sonar su dulce violín, en medio de esas descargas internas de bienestar endógeno que le provocan sus buenos sentimientos amortajados en si mismos. Mientras sus embalsamadores matan, el zombi recorre como un fantasma las procesiones de estos días en contra del maltrato animal, lúcido delirio inconsciente en medio de la orgía; pero también demostración de lo anterior: El zombi, en vida «de izquierdas», defiende lo más próximo a si mismo en estos momentos, la ternura e inconsciencia del animal y sin saberlo la eterna lucha por la supervivencia, eso que tan bien define al animal en estado puro. Defender al animal racional como garante de su vida y de los otros animales…se hace harto complicado para el zombi en estos días tan confusos.
El zombi que en vida era de «los de izquierdas», lleno de entusiasmo bienpensante y facilón, apagará una hora la luz de su madriguera de mamífero lóbrego por el bien del planeta. El zombi que en vida era «de izquierdas» no caerá en la cuenta de que ese apagón momentáneo es la extrapolación lumínica de su suspensión de juicio, la antesala de las cenizas en que quedará la vieja lámpara de la razón y la moral. Una hora de apagón para invisibilizarse más todavía, para esconderse en las entrañas negras de la noche, el útero primordial donde no pasaba nada. En esa oscuridad, y cuando su maldito protocolo vuelva a encender la luz, el zombi recibirá sus dosis de cuentos para garantizar para siempre su muerte en vida.
Cuentos. Nos los han contado todos. Lo que no sabía León Felipe es que los cuentos se repitirían hasta la saciedad, hasta convertirse en historia y dogma para amortajar muertos en vida. Aquellos ferroviarios alemanes que veían pasar los trenes repletos de seres humanos destinados a su extinción, ya miraban para otro lado con mirada esquiva de zombi. También entonces su mínima parte de vida, refugiada en ese ancestral rescoldo de la lucha por la supervivencia; les hacía creer lo que querían creer. Algunos años después, esa vieja sustancia también animal del olvido, les hacía creer con total convicción al ser interrogados que ellos….»tampoco nunca lo hubiesen sospechado».
Como no me gusta para nada este remedo de Odisea «made in Hollywood» que han refrito y que no han leído, me quedo mejor con este fragmento de Hesíodo. Tiene el valor de lo que es imperecedero, del espíritu humano en estado de gracia. Tiene 2700 años pero es más actual y más advertencia que todos los titulares de noticias de Zombilandia, más certero que todas las idénticas tertulias de idénticos zombis expertos en los distintos modos y maneras de zombificar almas que permitan luego amojamar también los cuerpos:
«Cuando Aidós (divinidad que representa la dignidad humana y aquello que inhibe a los hombres de hacer lo inapropiado) y Némesis (deidad primordial que castiga la desmesura), cubierto su hermoso cuerpo con un velo blanco huyan hacia la morada de los inmortales abandonando a los hombres, a estos no les quedarán más que amargos sufrimientos….y ya no habrá ningún remedio para el mal».
Me gustaría poder creer, al contrario de como siempre ha sido, que el poeta no vuelve a ser el profeta.
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