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De por qué hemos perdido la batalla contra el terrorismo y cómo podemos ganarla

Fuentes: Investig’Action

Martes 22 de marzo: dos atentados sumen a Bruselas en el horror. Estos ataques sobrevienen cuatro meses después de la onda de choque que sacudió a París, catorce meses después de los dramas de Charlie Hebdo y del Hyper Cacher. El año pasado ya insistíamos sobre la necesidad de entender cómo pudo ser posible que […]

Martes 22 de marzo: dos atentados sumen a Bruselas en el horror. Estos ataques sobrevienen cuatro meses después de la onda de choque que sacudió a París, catorce meses después de los dramas de Charlie Hebdo y del Hyper Cacher. El año pasado ya insistíamos sobre la necesidad de entender cómo pudo ser posible que la vida en la Ciudad de las Luces se sumiera en las tinieblas en tan sólo unas horas. Esa indagación hasta las raíces del crimen nos llevó a apuntar dos factores esenciales. Primero, la política de guerra que se viene practicando en Medio Oriente desde hace más de un siglo y, en segundo lugar, la marginalización de los jóvenes de las barriadas populares. El gobierno francés, ¿qué solución ha hallado para esos dos problemas? Y mañana, ¿habrá bastantes militares en las calles de Bruselas para protegernos de un nuevo ataque?

Unas siluetas despavoridas van saliendo de la boca del metro; se abren paso en medio de la humareda. Vienen escoltadas por los halos pálidos de las lámparas que sacan brillo al acero de los raíles y les señalan la salida. Una niña se queda llorando. Es una de las pocas señales de vida de este cuadro aterrador de noche y niebla. Nos recuerda dolorosamente que la locura humana se burla del tiempo y está cobrando otras formas. Una bomba acaba de estallar en el metro de Bruselas. Una niña llora. Una hora antes, dos kamikazes se hacían estallar en la zona de salidas del aeropuerto internacional de Zaventem.

Los viajeros suelen dirigirse apresuradamente pisando las losas brillantes del pavimento del terminal hacia las puertas de embarque. Pero este martes se tambaleaban con la cara ensagrentada en medio de los escombros. Este martes Bruselas dejó de vivir algún tiempo. Balance aún no definitivo: 31 fallecidos y 300 heridos.

«Es un horror», había declarado el presidente François Hollande cuatro meses antes. El viernes 13 de noviembre, día mundial de la amabilidad, varios ataques terroristas tuvieron lugar simultáneamente en pleno corazón de París. El balance también es gravísimo. 129 muertos y unos 352 heridos. El atentado más horrendo que jamás se haya cometido en Francia. Esos ataques acaecieron sólo unos meses después de aquéllos que diezmaron el equipo de la redacción del semanario Charlie Hebdo y la tienda Hyper Cacher. Entonces, la mayoría de las reacciones se limitaron en expresar sus emociones. Era necesario, decían, o bien contestar con más firmeza o bien afirmar con más determinación nuestros «valores occidentales» frente al obscurantismo. Y curiosamente, algunos hasta combinaban ambas conductas al lanzar un llamamiento para un PatriotAct a estilo francés desde unas concentraciones en pro de la libertad de expresión.

Pero, ya en 2015, los atentados no podían ser reducidos a esas dos únicas dimensiones. Para evitar que volviera a ocurrir semejante tragedia era indispensable situar esos ataques en su contexto político, social e histórico. Cosa que nuestros gobiernos no han hecho.

¡Francia está en guerra desde hace mucho tiempo!

«No podéis atacarnos y no tener una reacción a cambio», declaró Amedy Coulibaly, el autor de la masacre del supermercado cacher. ¿Habrá que ser ciego y sordo para no entender que la violencia que ha azotado a Bruselas y a París está relacionada con la violencia que azota a Medio Oriente desde hace más de un siglo? Desde que los británicos hicieron brotar el oro negro en el sur-oeste de Irán, en 1855, esta región del mundo jamás ha conocido la paz. Jamás. En Europa no tenemos petróleo pero sí bombarderos. Al estimar que las riquezas de Medio Oriente a la fuerza tienen que ser suyas, Occidente ha venido multiplicando las guerras, los golpes de estado y otras muchas atrocidades.

«Estamos en guerra», declaró Manuel Valls después de los atentados de noviembre. El primer Ministro lo repitió al día siguiente de los ataques de Bruselas. «Tiene razón», confirmó Bernard Henri Lévy en el canal de I-Télé. «Incluso se trata de una guerra total hoy día». Y recordemos que el diario El Parisien había montado el decorado de su primera plana sensacionalista después de la matanza del Bataclan: «Esta vez, sí es la guerra».

Pero la guerra no empezó el 13 de noviembre del 2015. Desde hace mucho tiempo la guerra está armada lejos de las fronteras del Hexágono y del Viejo Continente. Mientras nuestros aviones bombardeaban aldeas perdidas en lejanas serranías, mientras miles de niños y niñas, al parecer diferentes de los nuestros, se morían por culpa de inícuas sanciones, mientras los muertos caídos bajo nuestras balas sólo iban desfilando discretamente, entre dos reportajes, sobre el íPhone, la guerra de verdad no existía realmente para nosotros. Pero hoy día resulta difícil no ver la sangre. E imposible no estar oyendo los alaridos.

«Nosotros somos quienes hemos creado Al Qaeda»

A Francia y a Bélgica les ha dado en la cara el aliento de la guerra. Esa guerra que vienen viviendo millones de inocentes desde hace tantísimos años, esa guerra que constituye el mejor caldo de cultivo para que crezca la locura mortífera de los terroristas. Pero ¿qué hizo el gobierno francés después de los atentados de enero?

Al obstinarse en bloquear cualquier solución política en Siria no ha cesado de seguir largando bombas y sembrando el caos. Algunos se preguntan cómo es posible que Daesh se haya vuelto, ante nuestros ojos, en el monstruo que ha terminado siendo. Y eso cuando el mismo ex jefe de los servicios de inteligencia, Alain Chouet, anunciaba la muerte logística de Al Qaeda, en 2002. Daesh no ha surgido de la nada. Es el fruto de los errores de la política occidental en Medio Oriente ya que Occidente siempre ha tenido relaciones más que ambiguas con el terrorismo islámico. «Nosotros somos quienes hemos creado Al Qaeda», confesaba Hillary Clinton en 2009. En realidad, los orígenes de dicha organización remontan a finales de los años 70, en Afganistán. Durante la guerra fría, Estados Unidos aplicaba la doctrina del Rollback que consistía en arrollar y eliminar a los gobiernos considerados demasiado afines a la Unión Soviética. Para desestabilizar a Afganistán que tenía vínculos estrechos con Moscú, la CIA y sus aliados saudíes financiaron la insurrección de islamistas y en particular a Ben Laden.

Cuando el ejército soviético pasó la frontera de Afganistán para socorrer a su gobierno aliado, Zibgniew Brzezinski, asesor en la Casa Blanca, se regocijó al tener la oportunidad de «ofrecerles a los rusos su guerra de Vietnam». Brzezinski no estaba equivocado. La CIA y la casa de los Saud acrecentaron su ayuda a los combatientes islamistas. Y la Unión Soviética se empantanó en un conflicto interminable que aceleró la caída del Bloque del Este.

Los exaltados se sublevan

Unos años más tarde, merced a las redes establecidas a consecuencia de la guerra de Afganistán, Ben Laden creó Al Qaeda para morder la mano que le diera de comer. El viraje se verificó durante la Guerra del Golfo. Tras la invasión de Kuwait por Sadam Husein, las tropas iraquíes estaban a las puertas de Arabia Saudí. Ben Laden les propuso entonces a los Saud levantar un ejército para defender el reino. La monarquía rehusó su oferta y pidió ayuda a Estados Unidos. El jefe de Al Qaeda no perdonó el agravio ya que presenciaba enrabiado cómo los GI’s estaban profanando las tierras sagradas del Islam para matar a otros musulmanes. Hijo de la burguesía saudí, Ben Laden sentía además una profunda animadversión para con esta monarquía feudal que monopolizaba todas las palancas de la economía y que se comprometía en relaciones condescendientes con Israel y Estados Unidos.

Al Qaeda empezó pues a atacar los intereses saudíes así como al enemigo lejano que apoyaba a este enemigo cercano, Estados Unidos. En 1998, Brzezinski, aquel arquitecto de la trampa afgana, fue entrevistado por el semanario francés Le Nouvel Observateur con motivo de los atentados cometidos por unos terroristas que la CIA había apoyado anteriormente. Respuesta triunfal del asesor de la Casa Blanca: «¿Qué es lo más importante si tenemos en cuenta la historia mundial? ¿Los talibanes o la caída del imperio soviético? ¿Unos cuantos exaltados islamistas o la liberación de la Europa Central y el final de la guerra fría?» Tres años más tarde, unos cuantos exaltados islamistas derribaban las torres gemelas del World Trade Center.

La segunda vida de Al Qaeda

Después de los atentados del 11 de septiembre, George W. Bush atacó a Afganistán aunque los talibanes propusieran que un tribunal islámico juzgara a Ben Laden. Catorce años más tarde, Al Qaeda y su filial que se hizo independiente, Daesh, son más poderosas que nunca. ¿Por qué? Primero, porque aunque las campañas militares de Bush, al principio, sí dañaron las capacidades logísticas de Al Qaeda, pero, finalmente, éstas han terminado ocasionando un caos generalizado que favorece la resurrección de las organizaciones terroristas. Después, porque a pesar del trauma de los atentados del 11 de septiembre, bien tenemos que constatar que Estados Unidos y sus aliados no han renunciado en recurrir al terrorismo como arma. Por ejemplo, en Libia, en donde la OTAN no vaciló en apoyarse sobre Al-Qaida para derrumbar a Mouammar Gaddafi.

Por razones históricas relacionadas con el derrocamiento del rey Idris, la autoridad del guía libio era controvertida en el este del país. Pues aun a sabiendas de que la región era un santuario de extremistas, la OTAN apoyó una insurrección. Preguntado sobre un posible apoyo de la OTAN a grupos terroristas, el Almirante Stavridis intentó marear la perdiz al reconocer que había miembros de Al Qaeda dentro de la oposición libia pero que estaban combatiendo a «título personal». Estábamos en 2011, bastante antes de los atentados de Bruselas y de París. Y en medio de la euforia primaveral la declaración del almirante no suscitó muchas preguntas.

Hoy día resulta difícil ocultar la realidad que algunos predicadores del desierto vienen denunciando desde hace tiempo. Ya revigorizada en Irak, Al-Qaida ha vuelto a cobrar fuerzas en Libia con la ayuda de la OTAN. Y le tocó el gordo cuando Estados Unidos, Francia y sus aliados en la región decidieron derrocar al gobierno de Siria. Grande es la responsabilidad de la coalición anti-Assad en el resurgimiento del terrorismo. Primero, Francia y Bélgica nada han hecho para impedir que sus jóvenes vayan a engrosar las filas de los ejércitos terroristas en Siria.

Recordemos a Laurent Fabius cuando declaraba que Al-Nosra estaba haciendo «una muy buena faena», y a Didier Reynders, el ministro belga de asuntos exteriores, cuando predecía al hablar de los jóvenes que marchaban a combatir en las filas del ASL: «Tal vez tengamos un día que levantarles un monumento por ser los héroes de una revolución». Era cuando Francia se afanaba por impedir que el Frente Al-Nosra fuese identificado como una organización terrorista.

Era cuando François Hollande violaba el embargo sirio para suministrar armas a la rebelión. «Hemos empezado cuando tuvimos la certidumbre de que las armas irían a para entre manos seguras», confesó el presidente francés.

Respuesta de un oficial de Inteligencia de Oriente Medio citado por el reportero Patrick Cockburn: «[los miembros de Daesh] siempre estaban encantadísimos cuando las armas sofisticadas eran remitidas a cualquier grupo anti-Assad porque siempre terminaban convenciéndoles de entregarles ese armamento ya fuera con amenazas, ya por la fuerza, ya a cambio de dinero.»

François Hollande no podía ignorar esa realidad. En diciembre de 2013, un depósito de armas del ejército ASL fue saqueado por el Frente Islámico. «Verdad es que estas dificultades no nos animaron a seguir más adelante», comentó un diplomático francés. Pero no obstante, François Hollande mantuvo las entregas de armamento. «Pero ningún armamento que pudiera ser dirigido contra nosotros, como por ejemplo explosivos», precisa un autor anónimo entrevistado por el diario Le Monde. Bien nos percatamos, con esta precaución militar, de que Francia ha estado jugando con fuego en Siria. Y eso antes de tener que padecer un cambio de tornas a peor en París.

Peor aún, la explosión del terrorismo no es un daño colateral de un noble combate destinado a tirar abajo al dictador Assad y a impedir la masacre de miles de sirios. Si así fuera, ¿cómo explicar que para hacer triunfar la democracia en Siria, Francia haya tenido que aliarse con una de las peores dictaduras de la región, Arabia Saudí ? Esa misma Arabia Saudí que, empecinada en defender la primavera siria de sus golondrinas integristas, estaba reprimiendo en un mar de sangre el levantamiento popular en Bahréin. Y, razonablemente, ¿cómo será posible impedir que el ejército sirio cometa masacres si se apoya la «espléndida faena» de Al-Nosra?

Francia no apoyó la noble batalla de Siria, pero ha participado, una vez más en una guerra para asentar la dominación occidental en Oriente Medio. Una guerra de sobra. Tras contratar a los mercenarios de Daesh y de Al-Qaida para que hicieran su sucia faena, Francia y sus socios perdieron totalmente el control de la situación.

Los excitados se rebelan, una vez más

En efecto, Daesh no es el títere de las potencias occidentales. La organización terrorista dispone de su agenda propia. La OTAN y sus aliados regionales la dejaron prosperar mientras sus objetivos comunes coincidían. Pero la situación se deterioró cuando, tras la toma de Mosul, Daesh avanzó sus tropas en direccion al Kurdistán iraquí. Fuente de provechos para los monopolios estadounidenses, esa región autónoma es el coto de Estados Unidos. Para contrarrestar el apetito del ogro islámico, Barack Obama entonces puso en pie una coalición a la que se sumaron Francia y Bélgica.

Pero una vez más las fuerzas occidentales demostraron toda su ambigüedad frente al terrorismo. En efecto, durante más de un año, Francia se contentó con asestar golpes a Daesh sólo en Irak. Y eso con una muy relativa eficacia. Esa timidez la justificaba la voluntad de no debilitar a la organización terrorista, en Siria, de manera a no fortalecer la situación de Assad. Dicho de otro modo: mientras Daesh masacraba a los sirios, era menester proceder contra Daesh con reparo y no pegarle duro. Hoy día, ya que ataca a Europa, hay que eliminarla.

Los atentados de enero y de noviembre llevan los estigmas del cinismo y de la inconsciencia del gobierno francés. Su tesón en derrocar a Assad mediante la intervención de unos terroristas ha contribuído a sumir a Siria en el caos con las repercusiones que presenciamos en Francia y en Bélgica. Esa obstinación no había sufrido ninguna inflexión tras los atentados de enero cuando no pocos expertos, tanto de derechas como de izquierdas, insistían sobre el hecho de que era indispensable dialogar con Assad para salir del lodazal sirio. Una necesidad vuelta a poner a la orden del día después de los atentados de noviembre. Pero rápidamente se alzaron voces, en Francia, que hacían el relevo de los neoconservadores estadounidenses quienes, sin vergüenza, tildaban a Al-Qaida de aliado de mayor confianza que el presidente sirio. Si la posición de los halcones de Washington se estrelló contra las velas encendidas para honrar a las víctimas del Bataclan, los relevos franceses no dejaron de apuntar que Assad era el responsable de todas las catástrofes aunque fuera a costa de atropellar los datos reales.

Así fue cómo, en el canal BFM TV, enfrentada con el diputado Alain Marsaud quien aboga por un diálogo con Damas, Caroline Fourest declaró con vigor que Assad era «un carnicero responsable de la masacre de 250 000 sirios». Esa cifra proviene del Observatorio Sirio de los Derechos del Hombre y Caroline Fourest bien se libró de detallarla. Ya que según ese mismo Observatorio, de las 250 000 víctimas de la guerra en Siria, el ejército sirio y los milicianos que lo apoyan han pagado el tributo más pesado con unas 90 000 bajas. Luego están las 80 000 bajas en las filas de la rebelión, rebelión dominada por los extremistas cuya tercera parte provendría del extranjero. A esas víctimas se añaden los 70 000 civiles muertos en el conflicto. Afirmar que Assad ha asesinado a 250 000 sirios sólo es una mentira. Una mentira más de aquéllas que vienen bloqueando toda solución política, en Siria, desde hace cinco años.

Y las cosas siguen igual. Las negociaciones entre Rusia y Estados Unidos topan sobre el tema de la suerte de Assad. Cuando Moscú propone dejar que los sirios elijan a su presidente mediante unas elecciones, Washington insiste para que se haga tabla rasa en Damasco.

¿Cuál es el argumento del secretario de Estado, John Kerry? Según él, Assad canaliza la frustración de los seudo-yihadistas que afluyen de todas partes para derrocarlo. Echad a Assad y los terroristas dejarán las armas. ¡Un colmo¡ Ya que no es Assad quien ha llevado a Iraq a la edad de piedra destruyendo todas las estructuras estatales laicas para la plena felicidad de los extremistas.

No es Assad quien abrió sus fronteras a los takfiristas y organizó campos de entrenamiento para sus reclutas. No es Assad quien suministró armas y fondos a los combatientes de Al-Qaida. Y sin embargo, así como el idiota más bruto le echa en cara a la mujer víctima de una violación que se vista con una falda demasiado corta, Kerry invita a Assad que se largue para contrarrestar el terrorismo.

La legitimidad del presidente sirio tal vez no resplandezca en el cénit del firmamento democrático, pero, en la situación actual, para conseguir una salida política de la guerra atroz que desgarra a Siria desde hace cinco años, es imposible eludir a Assad. «Primero hay que restablecer a los Estados y los poderes centrales; de no hacerlo, Daesh u otros grupos van a prosperar», comenta, en las columnas de Vif/l’Express, Fabrice Balanche, investigador invitado del Washington Institute. «Si se busca cambiar los poderes en las sociedades que no están preparadas para ese cambio, o bien se reemplaza a un dictador por otro, o bien se provoca un caos.»

Desde Afganistán hasta Siria y pasando por Iraq y Libia, todos los últimos intentos de cambiar de régimen confirman este análisis. Y también cabe preguntarse: ¿qué legitimidad tiene la OTAN para decidir de quién tiene que gobernar a un país?

Todo el mundo se alza por los Saoud

El dribling es todo un arte! Tocado por la gracia, el driblador magnifica el ejercicio de la evasión. Así, el dribling fascina en todo su esplendor, como Mohamed Ali, cogido contra las cuerdas en un combate de gala, escapa a veintiún asaltos en menos de diez segundos. Pero el dribling puede ser también sinónimo de huida. Asi, pierde toda su nobleza cuando se produce la deserción frente a las responsabilidades. Como cuando el ministro belga de Asuntos exteriores, Didier Reynders, es interrogado por la RTBF sobre nuestras relaciones con Arabia Saudita que «juega un papel importante en el apoyo al radicalismo (islamista)». Respuesta del jefe de la diplomacia belga: «Por supuesto, de ahí la importancia del diálogo».

En realidad, en el pasado las cancillerías occidentales han cerrado embajadas por menos que eso. Pero Arabia Saudita es aun imprescindible. Es otro de los grandes errores de nuestra política exterior en el Medio Oriente, y que está directamente relacionado con la ola de atentados en Paris y Bruselas. La monarquía feudal propaga por todas partes a través del Mundo su visión reaccionaria del Islam, el wahabismo, verdadero combustible ideológico de los grupos terroristas como Daesh. Bajo los ojos de sus socios occidentales, los Saoud proporcionan armas y dinero a los fanáticos. Y sin embargo, de Paris a Washington pasando por Bruselas, todo el mundo se inclina ante los Saoud.

De qué forma los Estados Unidos designaron su «papa islámico»

Por supuesto Arabia Saudita disfruta del especial privilegio de poder jugar al yo-yo con el precio del barril de petróleo. Ademas, la monarquía inyecta generosamente sus petrodólares en nuestras economías. Pero la relación que une a los Saoud con Occcidente va mucho más lejos que eso. Se inscribe en la Historia, alrededor de intereses estratégicos comunes. Comenzando con la lucha contra el nacionalismo árabe en los años 50. De Egipto a Libia pasando por Siria e Irak, los Saoud han visto los monarcas caer uno de tras de otro y han temido ser los próximos en la lista. En cuanto a los Estados Unidos, ellos no odian tolerar esos movimientos progresistas, laicos y cada vez mas populares para las masas, por la simple y mala razón de que ellos pretendían dejar a los Arabes disponer de la soberania de sus riquezas. Una herejía para las multinacionales llenas de avaricia por el petróleo árabe!

Para combatir el nacionalismo árabe, el presidente Eisenhower y sus consejeros decidieron apostar por este Estado reaccionario dirigido por un puñado de antiguos Beduinos, Arabia Saudita. Según John Foster Dulles, el rey Saoud era «la única figura en la región que disponía del prestigio y otras ventajas potenciales para servir de contrapeso a Nasser» . En su libro Thicker than Oil, Rachel Bronson explica como «Washington ha comenzado a explorar la idea de que el rey Saoud pudiese desarrollar una amplia corriente religiosa a partir de su control de la Meca y Medina. Algunos dentro de la administración americana comenzaron a referirse al rey como el «papa» del Islam».

Sin el apoyo de los Británicos que habían ayudado a los Saoud a crear su reino y sin el apoyo de los Estados Unidos que han hecho de la monarquía feudal el Vaticano del Islam, el wahabismo y sus preceptos retrógrados habrían sido sin duda conservados únicamente en las tiendas de los cabreros de esas tribus. Pero convertido en «papa» del mundo musulmán y bañado en petrodólares, el rey Saoud ha podido financiar universidades, mezquitas, editoriales, cadenas de televisión y toda clase de medios que le han permitido difundir a través del mundo la visión reaccionaria del Islam que representa el wahhabismo. Para poder tener éxito en esta empresa, Arabia Saudita se apoyará en la Liga Islámica Mundial. La sede europea de esta organización será localizada en Bruselas donde el rey Balduino le ofrecerá graciosamente las llaves del pabellón oriental del Cincuentenario a los Saoud.

Clamor contra los chiitas!

Los Saoud (con la colaboración de los Estados Unidos y diversos países europeos) han conseguido destruir el nacionalismo árabe cuyas últimos reductos en Irak, Siria y Libia se encuentran sumergidos en el caos. Pero no le ha hecho falta mucho tiempo a la monarquía feudal para designar un nuevo peligro. Algunos años tras la muerte de Nasser y el alineamiento de Egipto con la diplomacia occidental, Irán basculaba en el campo enemigo con la revolución islamista de 1979. La amenaza chiita ofrecerá dos ventajas considerables a los Saoud. En el plano interior permitía relegar en el presente y para siempre a un rango de subsidiaridad la legitimidad de la monarquía feudal. En el plano internacional, la amenaza chiita permitía reunir de nuevo a Arabia Saudita y Occidente en un combate común. Un combate para el cual los Saoud no dudarían en movilizar los peores terroristas sobre bases ideológicas sectarias y sin ocultárselo a sus socios occidentales.

En 2007, el príncipe Bandar, ex-jefe de los servicios secretos saudíes, explicaba al Council on Foreign Relations, prestigioso think-thank que reúne la crema de los políticos US, como su país desarrollaba el proyecto de manipular a los fanáticos: «Nosotros hemos creado ese movimiento y nosotros podemos controlarlo. Nosotros no nos oponemos a que los salafistas arrojen bombas, todo depende sobre quien esas bombas sean lanzadas – sobre Hezbollah, Moqtada al-Sadr, Irak y también sobre Siria si ellos continúan a trabajar con Hezbollah e Iran». El príncipe Bandar se ha equivocado totalmente. No ha podido controlar el movimiento y los salafistas no han arrojado bombas únicamente sobre los chiitas.

En marzo 2014, algunos meses antes de la toma de Mossoul por Daesh, el príncipe Bandar es discretamente retirado de sus funciones. Una retirada que recuerda por su semejanza la del jefe de servicios secretos saudita, el principe Turki que fue apartado una semana antes de los atentados del World Trade Center. Segun Alain Chouet, ex responsable de los servicios secretos franceses DGSE, Arabia Saudita como muchos otros servicios secretos, sentia que alguna cosa se tramaba. El principe Turki habia mantenido estrechas relaciones con Bin Laden. Por eso debia ser apartado para no comprometer a Arabia Saudita. De hecho tras los ataques del 11 septiembre, aunque la mayor parte de los terroristas eran sauditas, la monarquía nunca fue inquietada ni amenazada por el gobierno Bush.

Por algunos petrodolares de más

El apoyo de Arabia Saudita al terrorismo ha permanecido durante mucho tiempo un secreto de polichinela. Pero actualmente ha sido reconocido públicamente, especialmente por el vice-presidente Joe Biden y el antiguo general de las fuerzas armadas US, Wesley Clark. Después de los atentados de enero 2015, todo el mundo sabía que Arabia Saudita apoyaba el terrorismo. Pero que ha hecho el gobierno francés después de la ceremonia de homenaje a Charlie Hebdo? François Hollande se ha presentado en la cueva del diablo, el Consejo de Cooperación del Golfo que agrupa las petro-monarquías sunnnitas.

«Jamás un jefe de estado occidental había participado como invitado de honor en una cumbre extraordinaria del CSG», señalaba el diario Libération.

El presidente francés había reunido a los principales sponsors del terrorismo para dar un puñetazo sobre la mesa? No con toda seguridad. Después de las matanzas de Charlie Hebdo y del Hyper Cacher, se ha desplazado al CSG para negociar jugosos contratos de armamento con Arabia Saudita y Qatar. Antes de atacar Yemen, los Saoud figuraban ya entre los más grandes importadores de armas. Su principal suministrador, la Unión Europea, no se inquietaba visiblemente de lo que pudiesen hacer los pacíficos Saoud con tantas armas. En 2015 mientras que los fanáticos islamistas se divertían con los misiles anticarro en Siria, Arabia Saudita se ha convertido en el principal importador de armas.

¿Su principal suministrador? Francia. Añadamos que una comisión Franco-Saudita debería reunirse pronto para cerrar nuevos acuerdos. «Lo importante es esta perspectiva, esta dinámica, este movimiento» comentaba hace unos meses el primer ministro Manuel Valls. En Bélgica, la venta de armas a Arabia saudita ha planteado también algunas cuestiones. Respuesta de Paul Magnette, presidente de la región Wallonie: «Nosotros solo somos un pequeño suministrador». Pequeñas ventas, grandes consecuencias. Efecto mariposa….

Lo que hacemos y lo que somos

«El Estado islámico no nos ataca por lo que hacemos, sino por lo que somos. Un país libre, laico y con ganas de vivir bien», analizaba Caroline Fourest unos días después de los atentados del 13 noviembre. ¿No les recuerda nada esto? Unos días después de los atentados del 11 septiembre, el presidente neoconservador George W. Bush declaraba delate del Congreso: «Por qué nos odian? Ellos odian lo que ven dentro de esta sala: un gobierno democráticamente elegido. Sus jefes son elegidos. Ellos odian nuestras libertades: nuestra libertad de religión, nuestra libertad de expresión, nuestro derecho a votar, a reunirnos y a expresar nuestros desacuerdos. (…). Estos terroristas matan no solo para poner fin a unas vidas, tambien para perturbar y acabar con un modo de vida».

Los atentados, se realicen en Nueva York o Paris, opondrían simplemente el Bien y el Mal. De un lado , nosotros, los gentiles Occidentales, libres, laicos et amantes de la vida. Del otro, ellos, los malvados islamistas, animados por un odio ciego. Encontramos aquí la retorica propia al Choque de Civilizaciones, a menudo atribuido a Samuel Huntington, pero desarrollada mucho antes por el historiador Bernard Lewis. En 1956, cuando Nasser intentaba independizarse de la tutela colonial nacionalizando el canal de Suez, Lewis analizaba este conflicto eminentemente político y económico en estos términos: «Los resentimientos actuales de los pueblos de Oriente Medio se comprenden mejor cuando se comprende que son causados, no por un conflicto entre los Estados o las naciones, sino por un choque entre dos civilizaciones.» Para Lewis, el Islam «ha buscado siempre apoyos para combatir su enemigo: la democracia occidental. Ha sostenido las potencias del Eje (Hitler, Mussolini y el Japón fascista) contra los Aliados, posteriormente a los comunistas contra los Estados Unidos: lo que ha terminado en dos desastres…»

No importa, que como ya lo hemos visto antes, Nasser defendiese un nacionalismo laico contra el cual los Estados Unidos han sostenido el islamismo reaccionario de los Saoud. Olvidemos igualmente que el presidente egipcio de ha vuelto hacia la Unión Soviética después de que el muy occidental Banco Mundial le negase los créditos necesarios para la construcción de la presa de Assouan. La teoría del orientalista no se basa en elementos objetivos. Como señala Alain Gresh, Lewis se comporta como «un extraño historiador, cuyas conclusiones ignoran los hechos concretos , el petróleo, el exilio de los palestinos, las intervenciones occidentales». Y el periodista añade: «Lo que choca en este análisis, es su carácter a-historico y su voluntad de de-responsabilizar a las políticas occidentales en la región (ellos nos odian, no a causa de lo que hacemos, sino a causa de lo que somos».»

Caroline Fourest comparte la misma línea de análisis que el teórico del Choque de Civilizaciones. La guerra de Siria, la connivencia de Francia con los movimientos terroristas, nuestro soporte sin fallas a Arabia Saudita y a la coalición Daesh están totalmente ausentes de su radar. Debe señalarse que Fourest, invitada en muchas de las cadenas de la televisión francesa y presentada como progresista, se identifica con las mismas tesis que los más radicales neoconservadores, tanto de Estados Unidos que de Israel.

En efecto, Lewis asesoró a Benyamin Netanyahou cuando este último ocupaba el puesto de embajador israelita en las Naciones Unidas. En 1998, Lewis firmó igualmente, con los miembros fundadores del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, una carta abierta invitando a Bill Clinton a derrocar militarmente a Saddam Hussein. Finalmente, después de los atentados del 11 de septiembre, mientras que los halcones de Washington se disponían a sumergir al medio Oriente en el caos, ellos mismos saludaban el análisis de su útil asesor.

«Tengo la firme convicción de que con hombres como Bernard Lewis, una de las personas que mejor ha estudiado esta parte del mundo, la respuesta firme y fuerte de los Estados Unidos al terror y a las amenazas contribuirá grandemente a calmar las cosas en esta parte del mundo», declaraba en 2001 Dick Cheney, entonces vicepresidente de los Estados Unidos. Un año más tarde, el antiguo secretario adjunto a la defensa, Paul Wolfowitz, señalaba: «Bernard nos ha enseñado a comprender la historia importante y compleja de Oriente Medio y la ha utilizado para guiarnos en la construcción de un mundo mejor para las próximas generaciones».

¿Islam o Islamismo?

La teoría del choque de civilizaciones no se interesa en los hechos concretos. Esta teoría se interesa en desarrollar una imagen del Islam aislda del tiempo y del espacio. Presentada como un bloque monolítico, la religión musulmana portaría en su interior los gérmenes del terrorismo. Pero tanto a izquierda como a derecha se reclama evitar las amalgamas. Unos, mas o menos interesados en no estigmatizar al conjunto de los musulmanes, deciden establecer una distinción entre Islam e Islamismo. Pero la definición de este último concepto es todavía imprecisa. Próximo de Caroline Fourest, Mohamed Siffaoui, el periodista que habría infiltrado una célula de Al Qaeda, proponía en 2004 » el Islam es una religión, el Islamismo es una ideología….Una ideología fascista que no tiene nada que envidiar al nazismo, por ejemplo».

Pero ¿donde colocar el límite entre ideología y religión? «Mohamed Sifaoui se ahorra tranquilamente el análisis complejo de esta frontera móvil, que está relacionada con factores complejos y diversos – religiosos pero también culturales, políticos y sociales – prefiriendo elegir una dicotomía que tiene el mérito de la simplicidad: la que opone su propia visión del Islam a todos los que no la comparten, ya sean enemigos declarados o partidarios del terrorismo», responde Thomas Deltombe en L’Islam imaginaire, un estudio excelente sobre la construcción mediática de la islamofobia en Francia.

Tanto sería absurdo meter en el mismo saco al terrorista Anders Brievik, la cristiano demócrata Angela Merkel y los revolucionarios de la teología de la liberación, tanto el termino Islamismo se ha convertido en un concepto donde todo cabe y que en el imaginario colectivo mezcla alegremente las cantinas halal, vestir el velo arabe y los ataques terroristas. Presentando como telón de fondo la terrible amenaza de la islamización de nuestras sociedades occidentales. Esta mezcla explosiva de ideas es agitada por la extrema derecha. Pero los «expertos» como Lewis y Fourest se encargan de rellenar el espantapájaros. El primero predijo que «Europa podría ser Islamista de aquí al final del siglo XXI» . La segunda ha presumido – en una tribuna alucinante en el Wall Street Journal- de su defensa de nuestras libertades democráticas para defendernos de la invasión de los bárbaros.

Si debiésemos distinguir desde el principio el Islam como religión musulmana del Islamismo como su utilización política, el Islamismo se encuentra él también reducido en lo esencial a una ideología monolítica, sinónimo de fanatismo e incluso de terrorismo. Sin embargo en nuestro libro Yihad made in USA, Mohamed Hassan distingue cinco corrientes islamistas. El autor las sitúa a cada una en contextos históricos y políticos diferentes, con intereses a veces contradictorios:

1) Los tradicionalistas que entre los siglos 19 y 20 , han utilizado la religión para combatir el colonialismo a la imagen del emir Abdelkader en Argelia o de Omar al-Mokhtar en Libia.

2) Los reaccionarios de Arabia Saudita , erigidos en «papas» del Islam con la ayuda de los Estados unidos.

3) Los Hermanos musulmanes, corriente política importante que busca la islamización de los países árabes, pero que ha pasado por diferentes fases a lo largo de su historia y que aun hoy cuenta con corrientes diversas en su interior.

4) Los islamo-nacionalistas que, del Hezbollah libanes al Hamas palestino, están comprometidos en una lucha de liberación nacional.

5) Los que suelen llamarse «yihadistas» y que han tomado distancia de los Hermanos musulmanes para privilegiar la lucha armada.

Una manipulación intelectual

Nada de hechos concretos, a la teoría del choque de civilizaciones no le preocupan los detalles. Esta teoría no permite comprender los sucesos que analiza. Si Francia ha sido atacada por lo que es y no por lo que hace, en Siria especialmente, ¿como explicar que la Suiza, que comparte valores similares, no haya sufrido atentados? Podemos deducir que para Caroline Fourest, Rusia, víctima de la explosión del vuelo A321, es como Francia , un país «libre, laico y amante de la vida?».

Así le va a la teoría del choque de civilizaciones, que es aplicada con amalgamas extremas y generalizaciones abusivas, como lo muestra el investigador y escritor Roland De Bodt. «Salvo raras excepciones relacionadas con un aislamiento completo, ninguna forma cultural es simple; ellas están siempre compuestas por elementos heteróclitos. (…) La cultura francesa cristaliza no solamente a partir de las aportaciones culturales de las tradiciones griegas, celtas y latinas, sino además – y de forma significativa y activa – de los aportes culturales de las tradiciones judías, persas, eslavas , turcas, africanas, árabes y bereberes, etc (…) Prácticamente ninguna expresión cultural » original» es hablando con propiedad una forma de cultura «original», todas las culturas humanas son formas y expresiones construidas , es decir: necesariamente hibridas, cruzadas, estratificadas, prestadas, modificadas, apropiadas, mestizas,… »

Prefiriendo reducir a una sola dimensión conceptos complejos, la teoría del choque de civilizaciones no tiene cuenta de la construcción objetiva de nuestras culturas. Peor, analizando nuestras sociedades únicamente por el prisma religioso y de manera totalmente sesgada, esta teoría basa toda su manipulación en la noción de libre albedrio.

«La teoría del choque de civilizaciones acepta -como postulado- que la pertenencia a una determinada religión predetermina, unilateralmente para los creyentes, todas las convicciones morales, civiles y políticas, todos los actos, todas las decisiones a las que ellos deberán enfrentarse»… prosigue Roland De Bodt. Esta teoría no reconoce ninguna libertad individual a los adeptos de las diferentes religiones.

En este aspecto, la teoría del choque de civilizaciones, retoma las concepciones criminales de los totalitarismos del Siglo XX. Podemos comprender que este nuevo modelo de explicación del mundo quedara sin una demostración verificable. Desde un punto de vista científico no tiene ningún valor: las tesis principales de los autores están fundadas en la confusión entre cultura y religión, en prejuicios respecto a diferentes poblaciones del planeta, sobre sus identidades y sobre sus culturas, por procesos de intención – con frecuencia despreciativos – con relación a las poblaciones referidas y a sus representantes.»

Ellos, somos nosotros

Manipuladora, la teoría del choque de civilizaciones desearía hacernos creer que nosotros, los buenos Occidentales, somos atacados por ellos, los villanos Barbaros. Si el razonamiento presentado se olvida de los hechos concretos, es para ocultarnos la dura realidad: ellos, somos nosotros.

Desde los hermanos Kouachi a los hermanos El Bakraoui pasando por Salah Abdeslam ou Amedy Coulibaly, fuerza es constatar que los terroristas que han perpetrado los ataques en Francia y Bélgica no son extraterrestres caídos del cielo ni barbaros provenientes de zonas lejanas. Son nuestros hijos, que han crecido entre nosotros y nos re-envian a la cara el fracaso de un sistema. Cuantos jóvenes que hubiesen encontrado su lugar en la sociedad y con un buen futuro por delante en un mundo en paz desearían atarse un cinturón de explosivos en su cintura?

Aquí la cuestión no se plantea. 40% es el nivel de desempleo entre los jóvenes de Molenbeek. Aquí, el ascensor social no está estropeado, sino en caída libre. Aquí el número de personas dependiendo de la ayuda social ha alcanzado un nivel histórico, Asi como el numero de millonarios. Aquí las escuelas no forman mentes críticas contra las que fracasarían los mensajes oscurantistas. Aquí las escuelas seleccionan, rechazan, reproducen las desigualdades sociales y acostumbran a los niños a usar antidepresivos. Aquí la laicidad no pone a los ciudadanos en un plano de igualdad, cualquiera que sea su religión. Aquí no se contenta de una Francia o Bélgica laica, se quieren Franceses y Belgas laicos. Los que no sea adapten serán ciudadanos de segunda categoría. Aquí dependiendo que vistas velo o no, no tendrás los mismos derechos. Aquí se resiste a acoger las familias que huyen del caos que nosotros hemos sembrado. Aquí el mundo es violento. Y esta violencia nos golpea en pleno rostro. En la terraza de un restaurante en París. En una estación de metro en Bruselas.

El complejo militar-industrial lo reclama nuevamente

Ellos, somos nosotros. La manipulación del choque de civilizaciones nos haría creer lo contrario. No se plantean cuestiones ni se buscan responsables. Esta no es la única utilidad de esta teoría defectuosa. En efecto, después de que las civilizaciones chocan entre ellas, los pedidos de los comerciantes de armas se desbordan. Durante más de cuarenta años han sido alimentados por la guerra fría y la amenaza soviética. Desde que el bloque del Este se ha hundido en 1991, se podría pensar que las cadenas de producción disminuirían su ritmo. Se podría incluso esperar que esas cadenas de producción de armas se parasen. Después de todo, el enemigo estaba vencido. Y Georges Bush nos prometía un futuro radiante en su discurso sobre el estado de la Unión en 1992 : «Un Mundo antes dividido en dos campos armados reconoce hoy la preeminencia de una sola superpotencia: Los Estados Unidos. Y lo afirma sin temor. Porque el mundo nos confía el poder y el mundo tiene razón. El mundo confía en nosotros por ser justos y equilibrados, por estar del lado del respeto. El mundo nos hace confianza por hacer lo que está bien.»

Justos y equilibrados. ¿Verdaderamente? A lo largo de la guerra fría, la parte de poder de que disponía la Casa Blanca sin tener que dar cuenta a nadie no ceso de crecer, recuerda el historiador británico Perry Anderson. Entre la época de Truman y la de Reagan, el personal de la presidencia ha sido multiplicado por diez. Los miembros del Consejo de Seguridad Nacional actual – más de doscientas personas- son casi cuatro veces más numerosos que en tiempos de Nixon, de Carter e incluso de Bush senior. La CIA, que se ha desarrollado de forma exponencial desde su creación en 1949 y cuyo presupuesto se ha multiplicado por más de diez desde la época de Kennedy – cuatro mil millones de dólares en 1963 y cuarenta y cuatro mil millones en 2005, en dólares constantes – es de hecho un ejército privado a la disposición del Presidente y cuya dimensión real permanece en secreto»

La desaparición del enemigo soviético no ha frenado la carrera de armamentos. El ogro deseaba siempre más. En su discurso de despedida en 1961 el presidente Eisenhower ponía ya en guardia contra la influencia injustificada del complejo militar-industrial. Desde entonces el ogro no ha dejado de engordar. Y nadie parece dispuesto a pararlo. «La guerra fría se ha terminado con un triunfo completo de los Estados Unidos, prosigue Perry Anderson. Pero el imperio creado para ganar la guerra no ha desaparecido con ella para disolverse en la economía liberal de la cual había salido».

Las instituciones y las organizaciones, las ideologías y los reflejos heredados de la lucha contra el comunismo han constituido un reflejo histórico masivo con su dinámica propia, que no tiene necesidad de la amenaza soviética para continuar con su desarrollo. Fuerzas especiales en más de cien países de todo el mundo, un presupuesto militar superior al de todas las otras grandes potencias reunidas, dispositivos de infiltración, de espionaje y de vigilancia tentaculares , un personal especializado afectado a la seguridad nacional, finalmente y sobre todo un conjunto de teóricos y analistas cuya única misión era revisar, redefinir, desarrollar y actualizar los objetivos de la gran estrategia – como imaginarse olvidarse de todo eso y volver a los sobrios principios de 1945?»

Ha sido necesario justificar los gastos siempre crecientes del complejo militar- industrial que, como lo resalta Diana Johnstone, tiene necesidad de una justificación ideológica constante para asegurar su dominio: «esta tarea está orientada a sustituir la «amenaza comunista» en decadencia e incumbe a los think-thanks de Washington , institutos políticos con financiación privada que han florecido en los años 70….(…) El complejo militar-industrial no tiene dirección propia , ninguna filosofía, ningún valor moral o ideológico. Está simplemente ahí como un monstruo que tiene desesperadamente necesidad de ser alimentado y desmantelado por una medida de seguridad publica planetaria. Pero en lugar de buscar los medios de deshacerse de él, los intelectuales orgánicos del sistema inventan para él nuevas tareas a efectuar».

Es aquí donde entran en juego nuestros neoconservadores cuyos cerebros sobrecalentados han producido la teoría del choque de las civilizaciones. Con razón, Roland De Bodt ve en ella una amplia campaña publicitaria a favor del complejo militar-industrial. «Infinitamente, la publicidad reconfigura las representaciones culturales que ocupan nuestros espíritus. Corrompe las formas de razonamiento individual. Ella aAdapta las necesidades culturales colectivas a las necesidades de desarrollo tecnológico – y sobre todo del desarrollo económico – de las industrias al servicio de las cuales opera (…) En ese sentido, el choque de civilizaciones no es ni el descubrimiento de una ley intangible del Universo, ni el producto natural de la historia acumulada de los pueblos, ni el resultado demostrado de la investigación científica; el choque de civilizaciones es, después de la Segunda Guerra Mundial, el éxito más conseguido del pensamiento y de la acción publicitaria en el mundo».

La solucion, somos nosotros!

Los comentarios recientes sobre los atentados de Bruselas nos lo han demostrado una vez más. Ninguna cuestión fundamental es planteada (casi nunca) cuando se realizan este tipo de ataques: ¿por qué? Si por casualidad, algunos intentan responder a este tipo de cuestiones en un programa de televisión o en una conferencia de prensa, la teoría del choque de civilizaciones reaparece. Los malos de un lado y los buenos del otro. Ningún análisis objetivo aparece. Es preciso permanecer en la emoción. La teoría del choque de civilizaciones juega de este modo sobre nuestros miedos para hacernos aceptar la guerra contra el terrorismo sin jamás poner en cuestión su eficacia. Y con razón, pues ese conflicto -del que no vemos el final nunc-a esta sobretodo destinado a alimentar los gastos siempre crecientes del complejo militar-industrial. Mientras que este dinero podría ser empleado en otros fines.

En Bélgica por ejemplo, el gobierno multiplica los globos sonda con el objetivo de debilitar las prestaciones de la Seguridad Social. Prevé desbloquear 15 mil millones euros en cuarenta años para comprar nuevos aviones de combate. Para hacer la guerra no falta nunca dinero. A pesar de que esas guerras son el origen de los atentados que han golpeado Paris y Bruselas.» Es muy fácil comprender las causas, pues las reivindicaciones de los atentados nos lo dicen muy claramente, pero nosotros nos negamos a escucharlas, comenta Jacques Baud, antiguo oficial de los servicios de información suizos. Las causas son los bombardeos que la coalición occidental realiza en Irak y Siria. Sin embargo, ningún experto las menciona. (…) Después de los atentados de Madrid en 2004, el nuevo gobierno español decidió retirarse de la coalición. Desde entonces España ha salido de la amenaza terrorista y no se han producido atentados posteriormente. Los contingentes españoles en Irak fueron protegidos por milicias iraquíes hasta que ellos hubieron abandonado el territorio».

Sin embargo nuestros dirigentes nos prometen siempre más guerras. Es en una Bélgica todavía enlutada nacionalmente que el primer ministro Charles Michel anunciaba el reinicio de las misiones de sus F16 contra el estado Islámico en Irak con una posible extensión à Siria. La guerra, siempre la guerra. Una guerra total, global y de una cierta manera sin piedad» por retomar las palabras de Manuel Valls, que en los micrófonos de la BBC consideraba la posibilidad de mantener el estado de excepción en Francia durante 30 años si ello fuese necesario. Después de haber tocado el fondo, nuestros gobiernos nos invitan a continuar cavando. Hasta cuándo? Nadie quiere perder un conocido en un atentado. Sin embargo nadie está excluido de ello.

El antiguo responsable de la Seguridad del estado, André Jacob, lo ha reconocido en un programa de RTL-TVI a las pocas horas de los atentados de Bruselas: «Debemos aprender a vivir con el riesgo de este género de explosiones. La multitud de jihadistas potenciales es tal que es imposible controlarlos todos. Desgraciadamente, la habíamos advertido, quizás esta amenaza terrorista dure una decena de años».

Conviene por tanto recordar objetivamente y fuera ce todo clivaje ideológico que la guerra contra el terrorismo lanzada ahora hace 15 años, brilla por su ineficacia. Sin embargo, nuestros dirigentes pretenden seguir por el mismo camino, el camino que ha creado las condiciones propicias para la emergencia del terrorismo. Actualmente es el caos en el Oriente Medio y la exclusión en todas sus formas en Europa.

La batalla podría parecer perdida desde el principio. Esto sería olvidar que nosotros tenemos el poder de cambiar las cosas. En efecto, cuando los responsables de la OTAN inician una guerra, ellos se dedican a justificarla con toda clase de pretextos. Cuando nuestros gobiernos desmontan la Seguridad Social, se esfuerzan en convencernos de que no hay alternativas. Y para justificar los gastos del complejo militar – industrial, los políticos juegan sobre nuestros miedos. Aunque no lo parezca a primera vista, la guerra es finalmente una buena noticia.

Todos esos esfuerzos para convencer a la opinión pública muestran que nuestros dirigentes no pueden actuar según les parezca, sin tener cuenta de nuestro punto de vista. En lugar de dejar estrellarnos contra el muro, deberíamos poder mostrar el camino correcto.

Ahora nos toca a nosotros movilizarnos para 1) exigir verdaderos debates sobre los orígenes del terrorismo 2) impedir las guerras y sustituirlas por soluciones políticas 3) aumentar los presupuestos de educación en detrimento del complejo militar-industrial y 4) reivindicar un mejor reparto de las riquezas con el fin de ofrecer perspectivas de futuro más radiantes que la austeridad.

«La lucha y la revuelta implican siempre una cierta cantidad de esperanza, mientras que la desesperanza es muda» escribía Baudelaire. Si no queremos multiplicar al infinito los minutos de silencio por las víctimas del terrorismo, ya es hora de hacernos escuchar.

Traducido del francés por Pierre y Manuel para Investig’Action .

Grégoire Lalieu es coautor, junto a Michel Collon, del libro La estrategia del caos; y de Jihad made in USA, cuya version en castellano estara proximamente disponible en la editorial El Viejo Topo

Fuente original: http://www.investigaction.net/De-por-que-hemos-perdido-la.html?lang=es