En un 1º de Mayo como éste ¿a qué se dedican los «condenados y condenadas de la tierra»? Buena cuestión en tiempos confusos, neutros, disociados. El género humano, sinónimo de Internacional en la Era de la Conciencia de Clase, descansa hoy de plusvalías y ajetreos productivos mientras los sindicatos -¡ay, los sindicatos!- vuelven a tomar […]
En un 1º de Mayo como éste ¿a qué se dedican los «condenados y condenadas de la tierra»? Buena cuestión en tiempos confusos, neutros, disociados. El género humano, sinónimo de Internacional en la Era de la Conciencia de Clase, descansa hoy de plusvalías y ajetreos productivos mientras los sindicatos -¡ay, los sindicatos!- vuelven a tomar las calles, sin exagerar, más por nostalgia y calendario que por convicción en el siempre urgente, necesario y pendiente cambio social… ¿Habremos realmente «tocado fondo» como lamentan en días como éstos los hombres y mujeres de una Italia progresista condenados por los «votos democráticos» -léase sus errores- a la clandestinidad de las catacumbas cristianas? Al menos, me señala un viejo amigo romano, nos queda el consuelo de observar el peso de la fe de los seguidores de Jesucristo en el mundo, dos mil años después de la masacre…
Ciertamente y más allá de disgresiones ejemplarizantes, no es fácil hablar del movimiento obrero en plena mutación antropológica de la sociedad. Nada fácil. Mientras la mayoría de los sindicatos han reconvertido sus idearios en libros de estilo para el bien de sus élites, autosostenidas, retroalimentadas y corporativas, el confuso proletariado occidental apoyado por el péndulo de una clase media siempre en fluctuación, huye despavorido de filiaciones y compromisos con unos agentes sociales que apenas tienen poder de negociación, no contienen (cuando no apoyan y/o justifican) la ofensiva del capital, reducen sustancialmente su influencia, no son capaces de responder a las necesidades de sectores laborales emergentes y específicos (juventud, inmigración, etc) y además, completando el corolario, sufren periódicamente hemorragias internas de difícil y siempre prolongada rehabilitación.
Frente a esa realidad, las mutaciones en las formas de explotación que estamos viviendo tienen su inequívoco reflejo en la subjetividad de una clase obrera necesitada también de respuestas activas, originales y adecuadas a sus verdaderos referentes cotidianos. Respuestas propias y, esencialmente, colectivas. Factores como la terciarización del trabajo, su precarización, el establecimiento de un desempleo estructural, la mayor heterogeneización y complejidad de su estructura, la individualización de las relaciones laborales o la desregulación y la flexibilidad reinantes son fiel ejemplo de estos nuevos tiempos. En unas sociedades en las que, como señalan Negri y Lazzarato, predomina el «trabajo material y afectivo» en sus más diversas variables (de los bienes inmateriales a los servicios de salud pasando por una industria del entretenimiento especializada en crear y manipular el afecto), la teoría del valor marxista adquiere un nuevo significado en función de que, aquí y ahora, las generalizaciones no resultan especialmente convincentes: «Cuanto más pierde la teoría del valor su referencia al sujeto (en tanto que base de la mediación y del mando), más reside el valor en el afecto, en el trabajo vivo que se autonomiza de la relación de capital, y expresa, por todos los poros del cuerpo -singular o colectivo-, su potencia de autovalorización».
Desde esta perspectiva, urge también la potenciación, en nuestro entorno inmediato, de un sindicalismo propio, fuerte, unido y estructurado en función de un mundo nuevo de relaciones sociales y laborales que ahora, simplemente, está anunciando su llegada. No hay más alternativas posibles frente a un modelo reinante que estimula el interés personal y sus supuestos mecanismos reguladores, que deifica el mercado como verdadero fundamento de la estructuración social o que sitúa el trabajo en claves estrictamente materiales sujetas a las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Necesidad inaplazable, en definitiva, de una pedagogía nueva para una nueva mentalidad sindical. Como vascos y vascas y como trabajadores y trabajadoras en un mundo global que eleva el individualismo al centro de su universo referencial sustentado en una competencia salvaje y deshumanizada. Y, sobretodo, porque no conviene olvidar nunca el verdadero sentido de nuestras vidas más allá de hipotecas, casas en el campo, caballos de potencia y/o late-shows televisivos…
Joseba Macías es sociólogo, periodista y profesor de la EHU-UPV