Llama la atención la ira de los conservadores; pero también la llama el desconcierto y la crítica de la izquierda, respecto al comportamiento y las posiciones de los nuevos presidentes sudamericanos: en particular de Venezuela, Bolivia y Ecuador. En el caso de los conservadores, por razones obvias de interés inmediato; pero en el caso de […]
Llama la atención la ira de los conservadores; pero también la llama el desconcierto y la crítica de la izquierda, respecto al comportamiento y las posiciones de los nuevos presidentes sudamericanos: en particular de Venezuela, Bolivia y Ecuador. En el caso de los conservadores, por razones obvias de interés inmediato; pero en el caso de la izquierda, por motivos menos explícitos y con argumentos más sinuosos, que en general ocultan un prejuicio profundo contra estos nuevos líderes indígenas, sindicalistas o militares que no conocen el manual de buenas maneras del «izquierdista perfecto». A casi todos estos intelectuales les gustaron los personajes y enredos fantásticos de Alejo Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa, pero muy pocos logran entender y relacionarse con el mundo real de las sociedades hispano-indígenas y con sus dirigentes que no son iluministas ni intelectuales de salón. De cualquier modo, durante los primeros años, todas las divergencias y críticas parecían reducirse a un problema de excentricidades personales. Hasta entonces, los nuevos gobiernos de izquierda de América del Sur, parecían condenados a lo mismo, como si todos ellos fuesen presos eternos de la «verdad científica» de la economía neoclásica y de la «modernidad inevitable» de las reformas neoliberales.
El origen de esta pesadilla es bien conocido: en la década de los 90, las tesis neoclásicas y las propuestas neoliberales se transformaron en el sentido común de los gobiernos y de una buena parte de la intelectualidad sudamericana. Fueron los «años dorados» de las privatizaciones, de la desregulación de los mercados y de la creencia en el fin de las fronteras y en la utopía de la globalización. Pero incluso después de la derrota de los neoliberales, los nuevos gobiernos de izquierda recién elegidos, mantuvieron el mismo «modelo económico». No tenían objetivos estratégicos propios y su política económica seguía siendo la misma que la de los gobiernos anteriores. Pero este cuadro comenzó a cambiar, después de las nacionalizaciones del gobierno de Evo Morales. En el primer momento, parecían medidas puntuales e indispensables considerando la fragilidad fiscal del gobierno boliviano. Pero después, fue quedando claro que se trataba de una ruptura más profunda y estratégica respecto al pasado neoliberal de Bolivia, y un anuncio del nuevo proyecto de «socialismo del siglo XXI» que sería propuesto, meses más tarde, por el presidente Hugo Chávez de Venezuela. Y he aquí que de repente, se acabó la «mismidad», y se rompió la «concertación por antagonismo» entre la «mano invisible» neoliberal y la «izquierda pasmada». Guste o no, así fue como surgió en América del Sur, la palabra y el proyecto socialista, y a partir de ahí, al contrario de lo que muchos preveían, la izquierda no se dividió. Al contrario, clarificó su diversidad interna y explicitó la diversidad de sus caminos sudamericanos. Como se puede ver, por ejemplo:
i) en el caso del proyecto «socioliberal» del gobierno chileno de Michelle Bachelet que está modificando gradualmente el modelo económico ortodoxo de las últimas décadas, pero que aún se mantiene muy distante del proyecto socialista del gobierno de Salvador Allende. Así mismo, cada vez es mayor su parentesco con las políticas del Frente Popular, que gobernó Chile entre 1936 y 1948, con el apoyo de socialistas, radicales y comunistas, privilegiando las políticas de universalización «con calidad», de los servicios públicos universales de salud y educación;
ii) en el caso del proyecto de «new deal keynesiano» del gobierno argentino de Néstor Kirschner, cada vez más distante del «modelo económico» del gobierno Menem. Después de la moratoria argentina, el presidente Kirschner redefinió sus relaciones con la «comunidad financiera internacional» y transformó en prioridad absoluta de su gobierno, la creación de empleos y la recuperación de la masa salarial de la población argentina, empleando la fórmula clásica de la socialdemocracia europea, la «concertación social» para contener la inflación. Además, volvió a proteger la industria, estatizó varios servicios públicos y lanzó recientemente un programa de re-estatización opcional de la propia Seguridad Social;
iii) en el caso del proyecto de «socialismo del siglo XXI», anunciado por el presidente Hugo Chávez, y apoyado por los gobiernos de Bolivia y Ecuador, se recuperan ideas y políticas que proceden de la Revolución Mexicana y que formaron parte de los programas de varios gobiernos revolucionarios o nacionalistas del continente, culminando con la experiencia de «transición democrática al socialismo» del gobierno de Salvador Allende, al inicio de la década de los 70. En todos los casos, el elemento central ha sido el mismo: la creación de un núcleo productivo estatal con capacidad estratégica para liderar el desarrollo del país, en la perspectiva de construir una sociedad más igualitaria. Una especie de «capitalismo organizado de Estado» en el que convivan el gran capital estatal y privado, con las pequeñas cooperativas de la economía indígena, dentro de un sistema comunal de participación democrática;
iv) finalmente, en el caso del «desarrollo con inclusión social» del segundo gobierno de Lula, sus primeras medidas y propuestas son muy claras: el objetivo estratégico no es construir el socialismo, es «liberar el capitalismo» brasileño para que logre tasas de crecimiento capaces de crear empleos y aumentar los salarios de forma sostenible, fortaleciendo la capacidad fiscal de la inversión y la protección social del Estado brasileño. Con este objetivo, el gobierno de Lula vuelve a tomar el viejo proyecto desarrollista que se remonta a la década de los años 30, y que únicamente fue interrumpido en los 90. Pero al mismo ti
En resumen: la ira y el desencanto de los liberales de derecha y de izquierda tiene su razón de ser. Todo mudó de repente, y el escenario ideológico latinoamericano se diversificó y se llenó de ideas y propuestas. Estas pueden ser correctas o equivocadas, pero no han de impugnarse, como está ocurriendo, por el simple hecho de ser proyectos antiguos. Todas tienen raíces profundas en la historia latinoamericana; y no puede decirse que fracasaron, porque siempre fueron interrumpidas por los golpes de la derecha liberal.
José Luis
Traducción para www.sinpermiso.info: Ramón Sánchez Tabares