Hace 30 años el ejército de USA luchaba en Vietnam para defender el derecho a elegir de la población del sur, el cual, como todo buen demócrata sabe, es incompatible con el comunismo. El resultado fue un millón de muertos. Hoy, tras un periodo de vacilación y rectificaciones, la administración de Bush ha decidido que […]
Hace 30 años el ejército de USA luchaba en Vietnam para defender el derecho a elegir de la población del sur, el cual, como todo buen demócrata sabe, es incompatible con el comunismo. El resultado fue un millón de muertos. Hoy, tras un periodo de vacilación y rectificaciones, la administración de Bush ha decidido que el motivo de la invasión de Irak fue, de nuevo, la instauración de un régimen de libertades; la defensa manu militari de los derechos humanos. El resultado hasta el momento: entre diez mil y cien mil muertos según quién y cómo cuente. El compromiso norteamericano con los derechos humanos es tan radical que han arrasado la ciudad de Faluya para asegurar a sus habitantes la posibilidad de votar. La prensa europea -incluso los mismos periódicos que se oponían a la invasión- ha aplaudido este empeño y augura la llegada a Irak de una nueva época más feliz y progresista, más democrática y occidental, pues al país, a bordo de helicópteros de combate, han llegado los derechos humanos. Usando la expresión de un célebre demócrata -firme aliado de USA y con nombre de emperador romano- podemos decir con satisfacción que a orillas del Tigris ya son todos humanos y derechos, con excepción, claro está, de los que yacen bajo los escombros de lo que antes fueron las ciudades de Irak.
A cualquier sencillo lector de periódicos puede ocurrírsele la idea de que si a los habitantes de Faluya se les hubiera dado realmente la posibilidad de elegir entre seguir viviendo y la de participar en las elecciones probablemente se hubieran inclinado por la primera. La consecuencia es obvia: entre los derechos humanos, el de conservar la vida parece no ser prioritario. ¿Cuáles son entonces esos derechos a los que hay que sacrificar la vida… de los demás? Sin duda, lo que los teóricos de la política solían llamar las tres libertades burguesas: la libertad de reunión, la de de asociación y la de expresión, fundidas en una síntesis superior: el derecho a voto en elecciones pluripartidistas. He ahí el valor supremo que todo lo justifica.
Cualquier sencillo lector de periódicos puede pensar que el derecho a voto es importante porque constituye una de las formas que los ciudadanos tienen de asegurarse derechos fundamentales como los de vivir una vida buena en libertad. Que el derecho a voto es valioso porque usándolo se pueden optar por las opciones políticas que aseguren la salud, la educación, la vivienda, la alimentación. Opciones que pongan coto a la discriminación, a la explotación, a la miseria en la que caen cada día más seres humanos. Este lector sencillo podría, en su ignorancia, atreverse a afirmar que el derecho a voto es un medio para la consecución de un fin superior. Se equivocaría: todo buen demócrata sabe que el derecho a voto es un fin en sí al que todo lo demás debe someterse, incluso la vida y la libertad (no olvidemos que las elecciones en Afganistán e Irak han sido organizadas por un ejército de ocupación y tienen la misma legitimidad que hubieran tenido unas elecciones en París organizadas por las SS. y controladas por la Gestapo).
¿Por qué esa entronización del voto y el pluripartidismo como valores supremos? Muy fácil: porque son derechos formales a los que se les puede dar cualquier contenido o vaciarlos completamente de él. Los derechos a la alimentación, a la vivienda, a la salud son materiales. Se tienen o no se tienen comida, casa, medicinas y acceso a hospitales. Eso mismo ocurre con otros derechos: la infancia está protegida o los niños se ven obligados a trabajar; hay, o no, prisioneros secuestrados en un campo de tortura como Guantánamo, sin ningún tipo de asistencia legal o derecho a juicio. Los derechos materiales son eso: algo que se tiene o no se tiene, pero ¿qué es derecho a voto tal y como nos permiten practicarlos nuestros poderes y como nuestra prensa civilizada y democrática defiende? En teoría el derecho del ciudadano a decidir la política que va a llevarse a cabo en su país. La realidad es que se eligen a los diputados no con el mandato de llevar a cabo una política determinada sino sobre su promesa de hacerlo si posteriormente lo ven posible o conveniente. Ah, pero entonces el elector sólo tiene que esperar cuatro o seis años para expulsar del poder a esos políticos mentirosos y elegir a sus rivales, los cuales cumplirán sus promesas electorales… si posteriormente lo ven posible o conveniente. Nada, sin embargo está perdido: el elector puede volver a esperar cuatro o seis años y volver a elegir al primer grupo de políticos que durante ese tiempo han estado en la oposición y han hecho montones de promesas. El pluripartidismo se ha convertido en la mayoría de los países en un bipartidismo cuyos protagonistas podríamos denominar, sin temor a equivocarnos, como el partido de los unos y el partido de sus iguales. Ambos grupos hacen la misma política aunque, como dice la prensa que en España apoya a Zapatero, lo hacen con una importante diferencia de talante. La lástima es que el talante no procura el trabajo, la alimentación, la vivienda o la libertad. Quizá un lector algo más sofisticado crea que estoy exagerando; yo me limitaría a preguntarle ¿cree usted en serio, amigo lector, que los electores de los países más desarrollados llevan veinte años votando para que se desmantele el Estado del Bienestar? ¿Cómo es entonces posible que si la mayoría de ciudadanos se oponen a esa política sea la única que se practica? ¿Es que no saben utilizar su derecho al voto y aprovechar el pluripartidismo?
La primacía de lo formal sobre lo material es el instrumento ideológico del neoliberalismo en su lucha por aumentar sin límite la riqueza de los que más tienen y, desde que algún ideólogo sopló la idea al oído atento de Rumsfeld, la coartada del neoimperialismo. La celebración de elecciones libres pluripartidistas es la piedra de toque con la que se juzgará el derecho de las naciones a no ser invadidas por coaliciones internacionales lideradas por Estados Unidos quienes, naturalmente, se arrogan el derecho a decidir qué es libre y qué pluripartidista; el derecho a decidir qué países respetan los derechos humanos. Basten dos ejemplos: Cuba es un país susceptible de ser invadido porque en él no se respetan los derechos humanos (no hay pluripartidismo) mientras que USA, el potencial invasor, es un país respetuoso de esos derechos como muestra el hecho de que los dos partidos existentes están de acuerdo en mantener en Guantánamo, un campo de concentración al que sólo le faltan los hornos crematorios para llegar a ser un modelo en su género. Irak es un país liberado porque la población pudo votar a cualquiera de los partidos que la potencia ocupante había decidido permitir. Diez mil o cien mil muertos -hasta el momento-, han merecido la pena.
La ventaja de lo formal es evidente para quien ha conquistado el derecho de determinar su contenido a conveniencia. Periódicos, televisiones, opinadores profesionales y dignos profesores universitarios no dejarán de repetirnos que fuera de las formas democráticas no hay salvación. Quizá los sencillos lectores, en nuestra simpleza, empecemos a darnos cuenta de que ese sueño en las formas produce monstruos, que debemos exigir derechos y libertades que se puedan palpar y que sobre todas las cosas importa que ni Estados Unidos ni otro poder imperial puede dedicar los próximos treinta años a masacrarnos para hacernos libres.