Texto leído en las jornadas «Buenos Días Utopía. De la Postmodernidad a la Neohistoria» organizadas por la Asociación Cultural Alfonso Sastre, San Sebastián, Noviembre de 2006.
Es 1990: Europa, ebria de victoria ajena, envía las palabras miseria y espanto a un pasado que ahora sí, como en las consignas y los boleros, no volverá. El 31 de mayo de ese proclamado año cero, en el que, según los que se hacen escuchar, la historia cerrará para siempre sus ciclos, alguien, obviamente equivocado, se atreve a profetizar desde las páginas del único periódico que le permite disidir: «… nuevos núcleos de resistencia aparecerán en contra del espantable proyecto de reducir la vida humana a esta grande y asquerosa miseria que nos ofrece el capitalismo incluso en sus formas más «sabias» y tardías. Otro ciclo histórico ha de empezar»[1].
Ciertamente, esa miseria del capitalismo de la que Alfonso Sastre hablara de forma tan inoportuna, más que quedar en el pasado, salta con tal fuerza a los ojos que hasta un periódico como El País debe ocuparse de ella por su presencia no solo en Ruanda o en Bolivia, sino también en La Cañada, a 15 minutos del Paseo de la Castellana en Madrid, donde, según la edición del pasado 29 de octubre, más de cuarenta mil personas sobreviven entre montones de basura primermundista[2]. Y aunque no encontremos entre los columnistas de los diarios madrileños, igual interés por las dificultades que Cuba ya remonta que por las violaciones de Atenco o el origen de los cadáveres subsaharianos (con que la realidad insistente y terca les recuerda el precio de su silencio), algo se cuela, sin embargo, entre las grietas del combate cuerpo a cuerpo en que los patronos se reparten el derecho a lucrar. El hecho de que el periódico más influyente de nuestra lengua se ocupe con amplitud de la miserable condición de tantos habitantes de la capital española, coincidiendo sospechosamente con la designación, en esa misma semana, del candidato del PSOE a la alcaldía de Madrid ―entonces y ahora en poder del Partido Popular―, pasará inadvertido para quienes viven analizando la «realidad» iberoamericana.
Escandaloso silencio este que nos obsequian tantos intelectuales devenidos profesionales de la opinión. Seguramente pronto celebrarán como herederos, sin el menor pudor, setenta años de aquel Congreso de Valencia en que las conciencias más lúcidas convocaron a la resistencia que hoy ellos niegan, incluso como posibilidad, para los hijos de España al otro lado del Atlántico. La hegemonía, al fin alcanzada para el «meridiano intelectual de Hispanoamérica», ya no desde el Madrid de 1927, sino desde las industrias culturales españolas de nuestros días, da la razón a Miguel de Unamuno cuando se refirió al pretendido meridiano como más «editorial» que intelectual y precisó que «no se trataba de arte sino de economía»[3]. «Madrid no nos entiende», resumiría entonces el joven Jorge Luis Borges[4].
Regalando, interesada y fraudulentamente, jugosos premios, creando de manera artificial «grupos», «movimientos» y, sobre todo en el caso de Cuba, también «autores» ―algo que, por cierto, comienza a apuntar ya hacia Venezuela― se ha convertido en mercancía una parte, cuidadosamente seleccionada, del arte y la literatura creados en América Latina, para de paso balcanizarla[5], domesticar algunas de sus voces más célebres y dar a conocer otras capaces de orientar al Continente desde las canónicas publicaciones de la península ibérica.
La editorial barcelonesa Anagrama acaba de protagonizar uno de los capítulos más recientes de esta ya larga historia al otorgar su premio de novela Herralde 2006 al periodista Alberto Barrera Tyszka, redactor del diario caraqueño El Nacional y autor de una «biografía» de Hugo Chávez, en vísperas de las elecciones presidenciales en Venezuela. El Premio Anagrama de ensayo del mismo año había sido entregado a Rafael Rojas, colaborador habitual de El País sobre el tema Cuba y codirector, en el momento de recibir el premio, de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, financiada con doscientos mil dólares anuales por la National Endowment for Democracy (NED)[6], junto a otros dineros provenientes de la gubernamental Agencia Española de Cooperación Internacional (60 000 euros)[7] y la Fundación Ford (600 000 dólares)[8]. Coincidencia curiosa: la NED también subvenciona a la organización opositora venezolana Súmate y ha sido señalada como una pantalla de la CIA, incluso por la propia prensa estadounidense[9].
Los vínculos de la Fundación Ford con la agencia de inteligencia norteamericana están documentados[10], entre otros, por la investigadora británica Frances Stonor Saunders en su monumental libro sobre la CIA y la guerra fría cultural. Ya en 1967 Jason Epstein, un autor paradójicamente publicado por Anagrama[11], se lamentaba de la existencia «de un tren clandestino privilegiado cuyos vagones de primera clase no siempre estaban ocupados por pasajeros de primera clase: la CIA y la Fundación Ford, entre otras agencias, habían creado y estaban financiando a un aparato de intelectuales elegidos por sus posiciones en relación con la guerra fría, como alternativa a lo que se podría llamar mercado libre intelectual, en el que la ideología se supone que cuenta menos que el talento y sus logros…»[12]. Es conocido que la presencia de autores críticos en los catálogos de editoriales hegemónicas cumple un papel legitimador, e incluso les permite ―como ocurrió con Manuel Vázquez Montalbán y su libro sobre la visita del Papa a Cuba[13] ― enmascarar encargos que nadie cumpliría mejor que un autor con una trayectoria de izquierdas.
Con la represión macartista de un lado, y del otro el Congreso por la Libertad de la Cultura seduciendo a las izquierdas intelectuales con el dinero de la CIA, habían estrenado los Estados Unidos de la posguerra la exitosa combinación de censura y cooptación. Tal combinación les otorgaría, a la larga, la victoria en la guerra cultural del siglo XX, facilitada por los errores en la conducción de la política cultural soviética. Aunque vale recordar, como ha señalado Carol Brightman[14], que el verdadero antagonista para los oficiales de Langley estaba un tanto más al oeste, en la revista Les Temps modernes y el Jean Paul Sartre de la Rive Gauche. Pero una conmoción llegada desde el sur cambiaría las prioridades: la Revolución Cubana sorprendió desprevenido al Congreso por la Libertad de la Cultura.
La posibilidad palpable de la siempre pospuesta emancipación latinoamericana reuniría en torno a Cuba y a sus instituciones, como el ICAIC, Prensa Latina ―con fundadores como Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh y Jorge Ricardo Massetti―, y sobre todo Casa de las Américas, a los más relevantes artistas y escritores. Su poder de convocatoria logra en la década de los años sesenta una verdadera hegemonía cultural, vinculando la propia revista Casa a una poderosa red de publicaciones de sur a norte como Marcha, Punto Final, y Siempre. Se articula así la difusión de una alternativa de pensamiento opuesta a la dominación norteamericana que aboga por la vinculación de los intelectuales a los procesos liberadores del Continente. El modelo sartreano de intelectual comprometido ―realmente comprometido― alcanzaba su imagen y posibilidad en América Latina, y atraía desde Cuba la atención del mundo.
Es aquí cuando de nuevo entra en acción la vieja mezcla de cooptación con represión, pero esta vez a sangre y fuego; entre sus víctimas más relevantes están Rodolfo Walsh, Víctor Jara, Francisco Urondo y Haroldo Conti. Otros, con mejor suerte, van al exilio europeo, y para alguno de ellos, la lejanía de Cuba y de Casa de las Américas supone estar cerca de la hija latinoamericana ―nacida en París― del Congreso por la Libertad de la Cultura, apadrinada luego por la Fundación Ford: la revista Mundo Nuevo. Esta publicación sería encargada de reclutar a los editores franceses y españoles para el lado amable de la conspiración y de promover entre los escritores de América Latina aquellos que deberían ser sus «verdaderos» temas y preocupaciones.
Las gestiones del primer director de Mundo Nuevo, Emir Rodríguez Monegal, ante el editor Carlos Barral para que este aceptara publicar la novela Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, corresponsal londinense de la revista, son un ejemplo emblemático de esta labor. El manuscrito premiado en 1964, Vista del amanecer en el trópico, terminó cambiando y publicándose como Tres tristes tigres en 1967, no solo por la muchas veces aludida censura franquista, sino sobre todo porque el mismo Cabrera Infante consideró el original una obra «un poco sartreana» y un «libro políticamente oportunista». Las reticencias que la transformación del que fuera diplomático cubano en «exiliado», despertaban entonces en el editor catalán fueron deshechas por el director de Mundo Nuevo. Según palabras del propio autor, la edición española de la novela se debió «en gran medida» a que Rodríguez Monegal «persuadió» a Carlos Barral para que la publicara[15].
Una notable investigación de la escritora argentina María Eugenia Mudrovcic califica de «historia sinuosa» el modo en que Emir Rodríguez Monegal gestionó la publicación y promoción de autores cubanos en los que Mundo Nuevo tenía especial interés. Mudrovcic documenta de manera contundente la relación de Mundo Nuevo con la CIA, su papel en el lanzamiento de algunos de los protagonistas del llamado boom de la literatura latinoamericana y en la búsqueda de su ruptura con la Revolución Cubana, desmintiendo los pretextos que después enarbolaron quienes terminaron abrazando la tan deseada ruptura. La carta de Rodríguez Monegal al peruano Jorge Luis Recavarren, de fecha tan temprana como el 30 de Junio de 1967, sobre el futuro otorgamiento del premio Rómulo Gallegos a Mario Vargas Llosa, revela la ruptura con Cuba como un objetivo a alcanzar paciente y calculadamente: «como es casi seguro que le den el premio Rómulo Gallegos a Mario, él va a ir a Venezuela al Congreso de Caracas que se reúne a principios de agosto y al cual yo voy a ir también. Estoy casi seguro que si le dan el premio R.G. y si Mario acepta, los cubanos le van a escribir una de esas famosas cartas abiertas como la que le escribieron a Neruda. Este es mi cálculo y por eso te pido que no provoques ninguna colisión entre Mario y nosotros. En este juego, querido Jorge Luis, no hay más remedio que tener paciencia.»[16]
Oponer al compromiso social del intelectual el modelo exitoso de un Carlos Fuentes -que se confiesa en el primer número de la revista un contemporáneo de los latinoamericanos «en las mercancías y en las modas»[17]- será otro de los superobjetivos de Mundo Nuevo. Para eso ya no hace falta que la CIA intervenga, la aspiración es florecientemente sobrecumplida en nuestros días, en revistas y suplementos, desde el paradigma del best-seller penosamente fabricado por los medios, bastante lejano ya, por cierto, de la calidad literaria del autor de «La muerte de Artemio Cruz».
Contenido temporalmente por el triunfo de la Revolución Sandinista y el auge insurreccional en Centroamérica, el panorama para el escritor en Iberoamérica se polariza a finales de los años ochenta. Las alternativas serán intentar inscribirse en el «desencanto» para empujar la puerta al estrellato dentro del consenso neoliberal, que alcanza su definición mejor en Mario Vargas Llosa, o resignarse a la invisibilidad mediática y la circulación marginal y fragmentaria. Algunas excepciones no hacen más que confirmar la regla. Incluso, la privilegiada situación de un autor como Gabriel García Márquez, no lo exime de los sistemáticos ataques de la implacable maquinaria de los grandes medios por su cercanía a Cuba.
Babelia, suplemento del periódico El País y referente del espacio editorial en lengua castellana, ilustra de manera ejemplar cómo la relación entre el estereotipo establecido a través de los medios y el éxito mercantil de los libros se alimenta de las reseñas y entrevistas en las páginas culturales y los suplementos literarios; aquellas serán más numerosas en la medida que conecten con la orientación del interés que los medios han creado o pretenden crear hacia el tema, el país y el autor en cuestión. Para los editores con acceso a sus páginas, esto guiará el «olfato» para ir armando un catálogo que les permita la venta exitosa de sus libros y les aconseje no correr riesgos con autores y textos que no serán bien recibidos por la «crítica»[18]. Quizá eso ayude a explicar por qué de La Cañada nunca se ocupará la literatura promovida desde Babelia, mientras que las historias ambientadas en Centro Habana son pan caliente en el mercado editorial ibérico.
Por supuesto, los textos de Alfonso Sastre, Stonor Saunders, o María Eugenia Mudrovcic, iluminadores de las claves ocultas del «desencanto» que viaja en primera clase, no reciben la atención de la maquinaria hegemónica que reparte premios y encarga reseñas, bajo los sellos de Planeta, Tusquets, Alfaguara y Anagrama. No es que no pueda existir un desencanto auténtico, ni que, incluso excepcionalmente, este no pueda ser reconocido y premiado sin perder su autenticidad, pero es innegable que se ha promovido con mucho éxito y dinero un «encantamiento» otro por el «desencanto» de primera clase, que cumple una función ideológica fundamental, sobre todo en la lógica de agresión contra aquellos proyectos que desafían el modelo político y económico dominante. Ironía del lenguaje: en el viaje que va de aquella Valencia resistente a la Babelia mercantil de hoy solo las vocales conservan su lugar.
La euforia conservadora, a partir de la perestroika gorbachoviana, inundó en los años noventa los espacios de legitimación intelectual, con la creencia en el fin de las utopías y las «horas contadas» para la Revolución Cubana. Ya en pleno siglo XXI, la ceguera autoinfligida de los gurúes de la literatura made in España no les permite percatarse del proceso de renovación de las izquierdas latinoamericanas, fundamentalmente a través de los movimientos sociales, y su rearticulación con un universo intelectual que la respalda y que no necesita de aquellos espacios para convocar y difundirse. No importa que sigan, como Fuentes y Vargas Llosa ―ambos colaboradores habituales de El País y autores estrella del grupo PRISA― desde los bien financiados periódicos y editoriales de la península ibérica, dando consejos que ya nadie respeta: llegan tarde a una realidad que se les adelantó y no pueden comprender.
Prologar la biografía del magnate de los medios venezolanos Gustavo Cisneros, luego del fracaso del golpe de estado de abril de 2002, en que éste resultó notoriamente implicado, en el caso de Carlos Fuentes[19], o el papel de iluso cronista de la desastrosa ocupación norteamericana en Iraq desempeñado por Mario Vargas Llosa[20], no ha merecido, en la prensa española, ni el más mínimo cuestionamiento: la legitimidad de ambos autores como analistas políticos parece darse por descontada. Muy a pesar de ellos, y de las toneladas de papel con que intentan convencernos de otra cosa, en los sitios alternativos en internet, en los estadios convertidos en gigantescas ágoras en Mar del Plata, Porto Alegre, La Paz o Caracas, no se discute cuánto tiempo le queda a la Revolución Cubana, sino cuál es el próximo país donde ésta tendrá un aliado, es decir, donde la posibilidad utópica llegue al poder para convertir lo imposibilitado por las circunstancias en posible mediante la praxis revolucionaria.
Estos dieciséis años transcurridos desde que Alfonso Sastre desafiara la inercia entre las ruinas del muro de Berlín, no han sido las páginas de una novela con final feliz, y quizá sólo estemos en el prólogo de un quemante ensayo escrito a muchas manos. La hipótesis cuestionada en aquel artículo, «Si Cuba cae» ―cuyo contenido podría resumirse en algo así como «si Cuba resiste»― no se cumplió: Cuba también anuló el efecto, en apariencia inexorable, de la ley de Newton del capital. Sin embargo, hablar de utopías y neohistoria supone, además de resistencia política, liberarnos, en Nuestra América y en sus culturas, de la costra tenaz del coloniaje. Algo que no es ―como se nos quiere hacer creer― el resultado de un proceso de decantación y jerarquización en el que las calidades y el mercado se imponen espontáneamente, sino la construcción interesada y manipuladora de un estado de cosas conveniente a la dominación y el engaño de siglos.
Tomado de la revista Casa de las Américas Nro. 246
NOTAS
[1] Alfonso Sastre, Elogio de la Sedición, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2005, p. 158. El artículo que contiene esta idea, «Si Cuba cae», fue publicado originalmente en la edición del 31 de mayo de 1990 del diario vasco Egin, que fuera clausurado en 1998 durante el gobierno de José María Aznar.
[2] Mónica C. Belaza, Los niños olvidados del vertedero, El País, Madrid, domingo 29 de octubre de 2006, pp 38,39. El texto, en la edición dominical, contiene impactantes fotos y es desplegado en doble página.
[3] Marcela Croce, Polémicas intelectuales en América Latina, Ediciones Simurg, Buenos Aires, 2006, pp. 10, 11 y 48. La polémica desatada por la publicación en España de un texto sin firma titulado «Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica», en la edición del 15 de abril de 1927 de la revista La Gaceta Literaria, incluyó la aparición en el número 44- 45 de la revista bonaerense Martín Fierro del fragmento de una carta de Miguel de Unamuno con las valoraciones arriba citadas.
[4]Ed. cit., p. 80
[5] Jorge Fornet, Los nuevos paradigmas, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2006, pp 9-34. El autor analiza el «proceso de balcanización» ocurrido en las últimas décadas en el ámbito literario latinoamericano e intenta responder por qué «fuera de América Latina son estos escritores -refiriéndose a autores como los lanzados al mercado por el mexicano grupo del Crak y la antología chilena McOndo– quienes parecen jalonar nuestra literatura». El análisis realizado en el primer capítulo de este libro lleva al ensayista cubano a afirmar que estas tendencias «encarnan la lógica cultural del neoliberalismo latinoamericano».
[6] Ver financiamientos para proyectos latinoamericanos de la NED en http://www.ned.org/grants/05programs/grants-lac05.html.
[7] Ver http://www.mae.es/NR/rdonlyres/D7761420-5705-400A-ACA9-ECB564F99E41/0/ListadodeProyectos2003.xls
[9] Ver John M. Broder, Political meddling by outsiders: not new for U.S., The New York Times, 31 de marzo de 1997.
[10] Frances Stonor Saunders, La CIA y la guerra fría cultural, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2003, pp.193, 198 y 201.
[11] Jason Epstein, La industria del libro, Editorial Anagrama, Barcelona, 2002.
[12] Jason Epstein, «The CIA and The Intelectuals», New York Review of Books, 20 de abril de 1967, citado por Stonor Saunders en ed. cit nota 8 pp. 569- 570.
[13] Manuel Vázquez Montalbán, Y Dios entró en La Habana, El País Aguilar, Madrid, 1998.
[14] Frances Stonor Saunders, ed. cit. , p. 149.
[15] María Eugenia Mudrovcic, Mundo Nuevo. Cultura y guerra fría en la década del 60, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 1997, pp 99- 105.
[16]Idem., p. 163.
[17]Idem., p. 61.
[18] La suerte, o más bien la desgracia, corrida por el crítico Ignacio Echeverría, al atreverse a publicar una valoración negativa de un libro de la editorial Alfaguara en las páginas de Babelia –Alfaguara, al igual que Babelia y El País, perteneciente al poderoso grupo mediático PRISA-, muestra los severos límites de la libertad de empresa en la Arcadia literaria que nos quieren vender a los latinoamericanos desde la península ibérica. Ver Constantino Bértolo, La muerte del crítico. PRISA contra PRISA, La Jiribilla, Nro. 190, http://www.lajiribilla.cu/2004/n190_12/190_21.html.
[19] «Gustavo Cisneros, el adelantado» en Pablo Bachelet, Gustavo Cisneros, un empresario global, Editorial Planeta, Madrid, 2004.
[20]Mario Vargas Llosa, Diario de Irak, Editorial Aguilar, Bogotá, 2003. Mario Vargas Llosa, Diario de Irak, Editorial Aguilar, Bogotá, 2003.