Existe un encendido debate entre la sociedad civil de izquierdas, tanto nacional como internacional, acerca de la intervención militar occidental en Libia. Dicho debate no existió en otros conflictos, como la invasión de Irak en el 2003, donde toda la izquierda y la mayoría de la ciudadanía española se posicionaron claramente en contra de la […]
Existe un encendido debate entre la sociedad civil de izquierdas, tanto nacional como internacional, acerca de la intervención militar occidental en Libia. Dicho debate no existió en otros conflictos, como la invasión de Irak en el 2003, donde toda la izquierda y la mayoría de la ciudadanía española se posicionaron claramente en contra de la intervención. Los argumentos utilizados entonces (se trató de una guerra ilegal- no estaba respaldada por una resolución de NNUU- e ilegítima – estaba basada en mentiras-) parece que no se pueden aplicar a la presente situación de una forma tan meridiana como para provocar una clara y masiva oposición a la intervención militar.
Los principales argumentos (desde amplios sectores de la izquierda) a favor de la intervención militar son:
· Se trata de una intervención humanitaria. La intervención militar es necesaria para brindar seguridad y ayuda humanitaria a la población libia atrapada en ciudades atacadas por las fuerzas de Gadafi. Este argumento se basa en el consenso surgido tras la inacción de la comunidad internacional durante el genocidio de Ruanda o la matanza de Sebrenica: no se puede permanecer impasible ante la violación sistemática de los derechos humanos. El diario Público y El País, amplios sectores del PSOE o conocidos blogueros como Fernando Díez [i] resaltan el aspecto «humanitario» de la intervención.
· Se trata de un acto legal. La intervención militar es legal, ya que cuenta con el respaldo de una resolución de NNUU. Esto diferenciaría claramente esta guerra de otras donde la oposición de izquierdas se posicionó claramente en contra, como las invasiones de Irak y Afganistán.
· La teoría de mal menor. Las guerras pueden ser malas, pero desde luego mejor que matanzas indiscriminadas. Por lo tanto la intervención militar estaría justificada. Vicenç Fisas [ii] , en El País, utiliza este argumento. El papel de la sociedad civil de izquierdas se limitaría a vigilar-fiscalizar la intervención por si deriva demasiado hacia «puro imperialismo».
· Inviabilidad de otras opciones. Un embargo de armas, sanciones económicas, restricción de movimientos a personas claves de régimen,… parece que son medidas necesarias, pero no suficientes, para detener las matanzas.
· Paralelismos con la España de 1936. Gadafi se compara a sí mismo con Franco, luego los rebeldes serían los republicanos. La «neutralidad» de las potencias europeas condenó a España a 40 años de dictadura. No sería de izquierdas, por tanto, dejar a los rebeldes libios a su suerte.
Sin tener que hacer fisking (neologismo inglés que evoca como los blogueros neo-conservadores intentan rebatir, punto por punto, los argumentos del conocido periodista británico de izquierdas Robert Fisk) podemos al menos resaltar las contradicciones del discurso de izquierdas pro-intervención.
En primer lugar, la intervención no es humanitaria, ya que no se basa en los principios humanitarios o en la ley humanitaria. No es neutral, ya que apoya claramente a un bando; no es independiente, es liderada y auspiciada por unos países muy concretos; no es imparcial, es decir, no se basa solamente en las necesidades de la población, sino que tiene una agenda política: cambio de gobierno, se habla de suministro de armas a los rebeldes,… Tampoco está llevada a cabo, obviamente, por actores con mandato humanitario, como el Comité Internacional de la Cruz Roja, sino por ejércitos de las potencias occidentales. No hemos escuchado, tampoco, a los actores humanitarios como la propia Cruz Roja o las principales ONGs humanitarias demandar una intervención extranjera armada.
El mayor problema de la argumentación humanitaria, sin embargo, no es tanto que la naturaleza de la intervención sea política, sino la utilización del razonamiento humanitario en sí mismo, y ahí es donde entra el juego de la derecha. Confundir, o relacionar lo más posible, humanitarismo con militarismo lleva a asociaciones cuando menos peligrosas, que pueden poner en riesgo la propia ayuda humanitaria convirtiendo, por ejemplo, los trabajadores humanitarios en blanco de ataques, o provocando la instrumentalización de la ayuda (ya decía Collin Powell que «los agentes humanitarios son fuerzas multiplicadoras y parte esencial del equipo de combate de EE UU» [iii] ).
El segundo aspecto que diferencia esta «guerra» de las de Irak o Afganistán es la legalidad de la misma. Y aunque sin duda esta vez las formas se han tratado de mantener, parece más que retorcido justificar con una zona de exclusión aérea el apoyo militar activo a los rebeldes en sus ofensivas, la venta de armas en contra de otra resolución previa de NNUU, o considerar a Gadafi un «target» legítimo (Ver en el blog de Ramón Lobo Aguas Internacionales el post sobre cómo se «retuercen las resoluciones») [iv]
Finalmente, los restantes argumentos apoyando la intervención militar se pueden agrupar en uno: algo hay que hacer; y si no es una guerra, ¿qué? Y la respuesta es que hubo acciones que tanto antes como durante como posiblemente después de las masacres pudieron y debieron ser tomadas.
Las medidas para «ayer» debían haber incluido la prohibición de venta de armas al dictador; sanciones diplomáticas y aislamiento político del régimen; y hasta juicio en el TPI por previos crímenes contra la humanidad (Gadafi tuvo un papel clave promoviendo las guerras de Liberia y Sierra Leona). Quizás ya sean tarde para Libia, pero un claro posicionamiento de los gobiernos y sociedades civiles de izquierda contra dictaduras que violan sistemáticamente los derechos humanos evitaría futuros derramamientos de sangre.
Las medidas para «hoy» incluyen la clara separación del discurso militar y político del humanitario; sanciones al régimen; el acceso de las agencias humanitarias a la población, que precisamente se ve impedido por ser consideradas parte del conflicto en vez de neutrales; el ceñirse a la resolución 1973 (zona de no-vuelos, nada más); y despliegue de cascos azules como fuerza de interposición (como en Líbano, por ejemplo, una petición aceptada hasta por Gadafi).
Y las medidas para mañana… son como las guerras, que se saben cómo empiezan pero no como acaban. Pasarán, probablemente, por articular un discurso coherente sobre el humanitarismo y sus relaciones con lo militar; y por generar un debate productivo sobre relaciones internacionales éticas y basadas en un enfoque de derechos, evitando el doble rasero a la hora de decidir intervenciones y dictar resoluciones. Y es en estos debates de mañana, y en estas decisiones de hoy, donde la izquierda debe tener una sola voz: No a la guerra.
[i] [i] http://masqueubuntu.blogspot.
[ii] http://www.elpais.com/
[iii] Miguel Angel de Lucas http://www.rebelion.org/
[iv] http://l.wbx.me/l/?instId=
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.