Me sumo humildemente al debate suscitado en REBELIÓN por el desconcertante artículo de Philippe van Parijs i. Rebatieron Marco Antonio Esteban ii y después Javier Mestre iii, con cuya postura (que cumple el deseo expresado en su antetítulo de «aclarar algunas cosas») me alíneo en gran medida. No pretendo enzarzarme en la surrealista discusión «¿Libertad […]
Me sumo humildemente al debate suscitado en REBELIÓN por el desconcertante artículo de Philippe van Parijs i. Rebatieron Marco Antonio Esteban ii y después Javier Mestre iii, con cuya postura (que cumple el deseo expresado en su antetítulo de «aclarar algunas cosas») me alíneo en gran medida.
No pretendo enzarzarme en la surrealista discusión «¿Libertad vs. Igualdad?» , ya aclarada por Mestre y, mucho antes, diáfanamente por un tal Marx y un tal Che, quienes -visto lo visto- escribieron en vano, como parece que también lo hizo Rousseau iv; obedezco simplemente al impulso de aportar una cuarta pregunta a la polémica: ¿Debe el socialismo ser izquierdista? Y no lo hago por simple espíritu de provocación y camorra, sino porque considero que superar ese tabú -o al menos planteárselo- sería sumamente práctico y de gran alivio.
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A mi entender, la clave de la argumentación de Parijs es cuando dice: «No existe una esencia profunda de la izquierda. (…) A tenor de las fundaciones, escisiones, traducciones, fusiones y refundaciones, los límites de las doctrinas, posiciones, actitudes y agrupaciones calificadas ‘de izquierdas’, no han dejado de fluctuar, a veces en la contradicción, a menudo en la confusión.» Tal afirmación es irrefutable.
Precisamente por ello, contra su propuesta (nada novedosa, por cierto) de «refundar la izquierda» con el peligrosamente ambiguo (y nada novedoso) método de «relativizar, como accesorios puramente contingentes, esos hechos de los que la izquierda del futuro puede deshacerse sin complejos», yo propongo lo siguiente: desde el socialismo, ¡deshagámonos sin complejos de la anacrónica, confusa, exageradamente multívoca, desgastada y ensuciada etiqueta de «izquierdismo»!. En justicia confesaré lo obvio: tampoco mi propuesta es en absoluto novedosa, pues ya en 1920 el polifacético Lenin, en su papel de médico pediatra, clasificó el «izquierdismo» como enfermedad infantil del comunismo, de todos es sabido. ¿Es sabido? Entonces, ¿por qué este debate, a estas alturas? ¿O acaso Lenin es un «accesorio puramente contingente», una obsoleta pieza de museo cuyas tesis y diagnósticos no deben ser ya siquiera tenidos en cuenta? Si hay que partir de esa premisa, caballeros, yo abandonaré el debate y disculpen las molestias.
Declararse socialista-no-izquierdista es peliagudo e impopular, lo sé; ¡es lo que tienen los tabúes! Siempre saltará algún listillo a encuadrarnos en las filas del NSDAP hitleriano. ¡Falacias!: de dominio público es que eso no tuvo de «socialista» más que el nombre. ¡Ah, claro!: entonces resulta que somos stalinistas. Mi respuesta es que eso otro fue una desviación, un fracaso en la construcción del socialismo, una traición incluso.
El nudo gordiano del tabú que nos ocupa es que se considera ser «de izquierdas» como algo amable, bueno e imprescindible, ¡así, en abstracto!… Pero las abstracciones de tal calibre, además de no tener el más mínimo peso argumentativo, son nido de aporéticas paradojas y, por lo tanto, palos en las ruedas de la Historia; ¿quién sabe si incluso artimañas del enemigo para fomentar la división en nuestras filas?
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Mientras no esté mínimamente definido qué es «ser de izquierdas», no veo que sea ésta una bandera enarbolable salvo por gentes bienintencionadas pero de escasa formación política, de militancia débil y más bien confusa. No propongo ser dogmático; al contrario: ¡seamos críticos y analíticos! ¡Liberémonos de tabúes y dogmas que sólo generan contradicciones, debates estériles y entorpecen la lucha!
Si «derecha» e «izquierda» no son más que, como recuerda Parijs, «una metáfora espacial nacida por casualidad hace dos siglos, durante la celebración de la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria», no es delirante considerarlas categorías burguesas, aplicables sólo en un ámbito de república parlamentaria burguesa, que es su medio natural. Desde una óptica revolucionaria socialista/comunista, sencillamente, no sirven. Por tanto, no-ser-de izquierdas no significa necesariamente ser-de-derechas, como no-ser-del-Barça no implica necesariamente ser-del-Madrid. Puede que a uno el fútbol o el oligárquico politiqueo parlamentario burgués y sus distintos etiquetajes internos, sencillamente, le importen un carajo.
Por otro lado, utilizar esas viciadas categorías fuera del parlamentarismo burgués, desde una postura pretendidamente «revolucionaria» puede -y suele- degenerar en dos vías:
1.-una extrema radicalidad vacía de contenido, programa y estrategia (que deificando un pseudorromántico «individualismo revolucionario» ignora o rechaza la imprescindible participación de las masas);
2.-o bien un «culto a la espontaneidad de las masas» que rechaza todo tipo de estructura organizativa no-horizontal v , pariendo sucesivamente pequeñoburgueses movimientos efímeros que acaban diluyéndose en una estéril nebulosa y tienen, por tanto, más de folklórico-festivo que de revolucionario.
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¿Son políticas izquierdistas el Wellfare State rooseveliano y el fordismo, el estado de bienestar «a la europea», el sindicalismo economicista, la integración de la mujer en el mercado (atención al envenenado y explícito término: ¡¡¡mercado!!!) laboral, pasando ahora a tener no uno sino dos jefes-explotadores (el marido y el patrón)?
¿Es izquierdista apoyar que los homosexuales adopten nefastos y apolillados moldes patriarcales casándose (para colmo de blanco, estilo Pronovias)? ¿Es izquierdista llamar «solidaridad» a la caridad? ¿Es izquierdista ser anticlerical de modo acrítico? ¿Es izquierdista promocionar el American/European Dream al pedir «papeles para todos», generando así un mercado esclavista del que el capital transnacional se beneficia supremamente, al tiempo que se perpetúa la miseria y la sumisión en los países «proveedores» de inmigrantes, y en los receptores bajan los salarios y crece el racismo?
¿Es izquierdista el ecologismo que no pone en duda la maquinaria capitalista de producción y consumo de inutilidades? ¿Es izquierdista «ser tolerante» sin-mirar-con-quién, incluso con los explotadores? ¿Es izquierdista sustituir la lucha de clases por el «diálogo social»? ¿Es izquierdista ser un fanático de la «Sociedad Civil»? ¿Es izquierdista el pacifismo que no distingue agresores de resistentes? ¿Es izquierdista estar contra todo tipo de dictadura, incluída la del proletariado? ¿Es izquierdista rechazar la idea de vanguardia revolucionaria? ¿Es izquierdista ser alérgico a la disciplina? …
Pues sí, señores: todo esto (y un infinito etcétera), tan simpático, tan heterodoxo, tan postmoderno, tan políticamente correcto y gratificante para la buena digestión y el plácido sueño: es izquierdista, mas NO marxista; es izquierdista, mas NO socialista; es izquierdista, mas NO revolucionario.
Y si esta afirmación provoca que alguien plantee la siguiente vuelta de tuerca («¿Debe el socialismo ser revolucionario?»)… entonces, compañeros, tiro la toalla y -como canta Gardel– «esta noche me emborracho bien / me mamo bien mamau / pa’no pensar».
i «¿Debe la izquierda ser socialista?», en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=39610
ii «¿Debe la izquierda ser liberal?», en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=40001
«¿Tiene que ser liberal el socialismo?», en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=40297
Es necesario recordar que las cuestiones de la «propiedad privada» y la «libertad individual» fueron, ya para los ilustrados, punto de agrio desencuentro.
Véase el magnífico artículo de Néstor Kohan «Crisis orgánica y revolución pasiva: el enemigo toma la iniciativa» en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=40194