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Del dogma que crea a los héroes de la patria

Fuentes: Rebelión

No puedo si no agradecer cada una de las bondadosas admoniciones del maestro Abella, pero me pregunto, con el rostro apoyado en la palma de la mano, si aquella «polémica que debía ser llevada a sus últimas consecuencias» se refería a este tipo de admoniciones. Por nuestro lado haremos las siguientes aclaraciones y correcciones. Ser […]

No puedo si no agradecer cada una de las bondadosas admoniciones del maestro Abella, pero me pregunto, con el rostro apoyado en la palma de la mano, si aquella «polémica que debía ser llevada a sus últimas consecuencias» se refería a este tipo de admoniciones.

Por nuestro lado haremos las siguientes aclaraciones y correcciones. Ser uruguayo no es garantía suficiente para estar libre de manipulaciones. Los uruguayos, los chechenos, los kamchatkos y los norteamericanos, todos somos objeto de manipulaciones. A la hora de endiosar al futuro héroe de la patria, Artigas contaba con una ventaja considerable sobre Joaquín Suárez, Rivera o Lavalleja, motivo por el cual fue ungido: a diferencia de ellos no integraba, por inexistentes, ninguno de los dos partidos políticos que a lo largo de un siglo disputarían decenas de guerras civiles.

La poesía gauchesca no demuestra que los gauchos tuvieran algún tipo de ideología particular que los llevara a optar por un caudillo o por otro en las guerras civiles en que participaron. La poesía gauchesca no es un termómetro para medir la ideología de los gauchos. Es un termómetro para medir la ideología de los citadinos, o en todo caso, de los intelectuales, que escribían con un lenguaje pseudo gauchesco. La llamada poesía gauchesca no fue escrita por gauchos.

Los «estancieros cimarrones» vivían en su medio: si un gaucho se arrimaba, vivía un tiempo en la estancia colaborando con las tareas rurales, y otro día, sin previo aviso, se marchaba. Podía suceder que un gaucho, o una partida de ellos, les vendiera ganado o cueros, y en ese caso, el «estanciero cimarrón» aprovechaba y compraba, a sabiendas que el ganado, poco tiempo atrás, precisamente el lapso de tiempo que llevara al encuentro de dicho ganado con dichos gauchos, posiblemente perteneciera a otro «estanciero cimarrón». Lo dicho de los gauchos debe extenderse a los indígenas. Aunque individualmente los «libertarios estancieros cimarrones» actuaban, cuando podían, de reducidores, como cuerpo veían que lo mejor que se podía esperar era eliminar, ya que no se los podía someter, a los gauchos e indios, cosa que a la postre lograron. Artigas sólo fue un jalón más en esa tarea desempeñada primero por los conquistadores y colonizadores españoles, y luego por los criollos.

Es un elocuente testimonio de la ruptura de Artigas con su familia el oficio que elevó al Cabildo desde «Purificación» (uno tiembla al pensar en ese nombre) el 18 de Junio de 1816, refiriéndose a su padre: «Acavo de recibir por el Correo una Solicitud Suya relativa a la mendicidad en que se halla, y la necesidad que tiene de agarrar algún ganado para criar y fomentar Sus Estancias y con ellas ocurrir al Sustento de Su familia» Artigas pide en ese oficio al Cabildo que se le entreguen 400 o 500 reses de las confiscadas a los antipatriotas emigrados, ya que, aparentemente, su padre había destinado gratuitamente el ganado que ahora le faltaba al consumo del ejército patriota (de Artigas). Advirtiendo las dudas que el caso podría llegar a generar, dice que: «Yo no me atrevo a firmar esta providencia ancioso de que el mérito desida dela Justicia, y que no se atribuya á parcialidad lo que es obra dela razón».

En cuanto a la supuesta «devoción» de los supuestos «humildes» por Artigas, se explica de igual manera que el resto de las devociones del resto de los humildes del continente por sus caudillos. En todo caso, no fue una devoción muy duradera. El caudillo tiene a su vez caudillejos por debajo suyo. Apenas el caudillo empieza a perder el rumbo, por no decir apenas sufre una derrota tras otra, los caudillejos, y la gente que los sigue, tienden a abandonarlo y pierde, por lo tanto, aliados, problema que se incrementa cuando evita ir a batallas decisivas, como la de Cepeda, donde otros caudillos, sus lugartenientes (Estanislao López y Francisco Ramírez) ganan prestigio, desplazándolo, por lo que debió huir al Paraguay cuidando de su pellejo. Los hagiógrafos han convertido esta huida (nada reprochable, por otra parte) en un acto heroico.

Se han escrito, en los últimos tiempos, infinidad de libros acerca de la sabiduría de los indígenas. Esta sabiduría no puede ser puesta en tela de juicio si consideramos los argumentos de los indígenas de las praderas acerca de la estupidez de querer comprar y vender la tierra o los rayos del sol. Donde no se comportaron con gran sabiduría fue en dejarse utilizar como instrumento político de los astutos conquistadores y criollos. Los indios fueron utilizados para matar indios en todo el continente, desde Cortés y sus totonacas y tlaxcaltecas, con los que venció a los aztecas, hasta Rivera y el uso de guaraníes, con los que venció a los charrúas. Se usaba indios para luchar contra indios, para esclavizar indios, o para atacar enemigos políticos. Los propios charrúas masacrados en Salsipuedes habían acudido engañados ante la eventualidad de hacer una alianza con los orientales en una guerra contra los brasileros. Artigas, como Lavalleja, Rivera, Cortéz y los portugueses, usó de los indígenas para su conveniencia, y los indígenas participaron de los ejércitos por su conveniencia. La Historia ya dictaminó quién tuvo una mirada más abarcadora.

El problema no era algún indio violador suelto, el cual sería justamente perseguido por el héroe a cambio de un sueldo. El problema era que los indígenas (llamados «Ynfieles», básicamente minuanes y charrúas) estaban en guerra contra los colonizadores blancos, y los colonizadores blancos estaban en guerra contra los indígenas. El reclamo de los colonizadores blancos, ante el gobierno colonial primero, y ante el gobierno de los criollos luego, fue que de una vez por todas se acabara con los infieles y con los gauchos: porque les robaban ganado y porque les robaban las mujeres. Querían que los redujeran, es decir, que acabaran con ellos. Se creían dueños del ganado que andaba por estos campos, y disputaban ese ganado a los indios, a los gauchos, y a los portugueses. Fue una guerra de conquista, por la que lograron exterminar a indios y gauchos.

Cuando Artigas, o Barreiro, en el artículo 4to de las Instrucciones del año XIII dice: » Como el objeto y fin del Gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los Ciudadanos y los Pueblos» no se está refiriendo a la noción de «pueblo en armas», se refiere a los pueblos como poblados, como queda claro en los artículos 8vo y 9no: «Que los siete Pueblos de Misiones, los de Batovía, Santa Tecla, San Rafael y Tacuarembó que hoy ocupan injustamente los Portugueses y a su tiempo deben reclamarse serán en todo tiempo territorio de esta Provincia». Ninguna delegación fue mandatada, y mucho menos controlada, por ningún pueblo. Se reunían los principales, las personas de «categoría» de una población y elegían a su representante, casi siempre el mismo, aquel que supieran medianamente leer. Si estos llegaban a resolver algo que contrariaba a Artigas, Artigas desoía lo que resolvían, como en Capilla Maciel, y para colmo de colmos, desertaba del ejército abandonando el sitio a Montevideo y debilitando el bando patriota.

Este año se cumplirán, para mayor gloria de la patria y su hijo dilecto, El Estado, 200 años de la redacción de aquellas Instrucciones del año XIII. Entre las lecturas que aquellas Instrucciones nos generan, no podemos obviar el considerar la ceguera del patriciado del Río de la Plata ante su original realidad política, una monumental ceguera y falta de audacia intelectual, lo que los llevó a copiar a lo largo de todo el siglo XIX «lo que las naciones más adelantadas» ya habían elaborado para sus particulares realidades, con resultados desastrosos para nuestros países. La pregunta que nos hacemos es si, iniciado el siglo XXI, esa ceguera y cobardía intelectual no siguen atenazando nuestro continente.

Si algún día llegamos a esa «democracia popular» que «no es pluripartidismo sino pueblo en armas y delegación mandatada y controlada por los electores» nos encontrará entre sus enemigos.»Democracia popular» es una redundancia, ya que «democracia» significa poder del pueblo, sea poder de las armas, sea poder de las decisiones. Debemos luchar por la democracia, ya que no la vivimos, y sólo la vivimos por breves momentos de la historia llamada civilizada, precisamente, cuando las revoluciones. Las revoluciones del futuro deberán aprender de los errores de las revoluciones del pasado, en caso contrario sólo se convertirán en un simple cambio de tiranías. Para que la revolución triunfe, se necesitará que elabore una cultura política inédita: la democracia, usar del saber social que anida en cada persona por su lugar en la existencia. Establecer un partido único significa establecer una verdad única, el principio del fin de las revoluciones, las cuales sólo pueden encontrar su camino por la elaboración de nuevas ideas gestadas en un debate libre y abierto. Despreciar ideas imponiendo un dogma, llamar a unos «técnicos» para que dirijan nuestra vida sería como, a la hora de impulsar un navío, despreciar el viento social y llamar al capitán para que sople el velamen con toda la fuerza de sus pulmones.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.