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Contribución a la polémica entre Celia Hart, Israel Shamir y Oscar Egido

Del modelo orwelliano o paradigma totalitario

Fuentes: Rebelión

La polémica en torno a Stalin y la ideología dominante como freno al desarrollo del trabajo intelectual honesto… ¡la historia no la escriben los vencidos! Transcurridos más de 50 años de la muerte de Josef Vissarionovich Dzhugashvili (Stalin) persiste el debate entre sus detractores y defensores. ¿Por qué razón perdura en el tiempo esta polémica? […]

La polémica en torno a Stalin y la ideología dominante como freno al desarrollo del trabajo intelectual honesto… ¡la historia no la escriben los vencidos!

Transcurridos más de 50 años de la muerte de Josef Vissarionovich Dzhugashvili (Stalin) persiste el debate entre sus detractores y defensores. ¿Por qué razón perdura en el tiempo esta polémica? Las razones son obvias, se quiera o no, la imagen de Stalin está estrechamente ligada con la primera experiencia (duradera en el tiempo) de un Estado socialista. Stalin fue el máximo dirigente del Partido Comunista (Bolchevique) y, por tanto, tuvo un papel decisivo en la historia de la Unión Soviética a lo largo del periodo 1924-53. Así pues, la causa de este «eterno» debate tiene su origen en la necesidad de un balance histórico capaz de extraer lecciones de la primera experiencia socialista de la historia, así como de su deterioro y colapso en 1991. Este debate lejos de estar acabado -como les gustaría a algunos dogmáticos que se quedaron en tesis y fórmulas simplistas del siglo pasado- podríamos decir que se encuentra en sus orígenes.

El siglo XX finalizó con la caída del Muro de Berlín, con el colapso de la Unión Soviética y, por tanto, con la victoria temporal del capitalismo mundial. Así pues, el presente de la polémica entorno al balance del socialismo soviético y la persona de Stalin se da en un contexto caracterizado por la hegemonía intelectual y moral de la burguesía. En consecuencia, todas las parcelas de la realidad social (clases sociales, estratos sociales, estructuras sociales, etc.), especialmente en Occidente, centro del sistema capitalista mundial, están impregnadas por esta hegemonía. En este marco es lógico que la balanza entre detractores y defensores del socialismo soviético y la figura de Stalin, lejos de estar en equilibrio, se decante por aquellos que las rechazan de pleno.

Hoy, las personas que tienen el coraje de defender el socialismo soviético y a Stalin en su contexto histórico concreto son tratados como nostálgicos y dogmáticos, son motejados con todo tipo de epítetos hirientes, se les coloca en la esfera de los fieles seguidores de un ser diabólico, despiadado, inhumano y paranoico cuyo sistema totalitario perpetró los crímenes más atroces y bárbaros que la mente humana pueda imaginar. Para cualquier activista social, para cualquier intelectual académico, etc. siempre resultará más cómodo seguir la corriente de pensamiento dominante que arrostrar de por vida con la etiqueta de «estalinista». Una vez la Unión Soviética y Stalin han sido elevados a la categoría de prejuicio se evita todo tipo de debate racional, así como cualquier tipo de actitud mínimamente abierta que posibilite la búsqueda de materiales y/o argumentos que operen fuera del pensamiento dominante, se asume de forma acrítica la ideología dominante.

Ante este torrente de ideología dominante, sólidamente asentado en las élites intelectuales y en las estructuras sociales y académicas del llamado primer mundo, se hace difícil cualquier ejercicio intelectual honesto en relación a la figura de Stalin y, por tanto, en la dirección de realizar un balance justo de la experiencia soviética. A pesar de esta realidad, un número creciente de historiadores, marxistas y no marxistas, están haciendo frente a este muro impuesto a la racionalidad y la ciencia para desarrollar un estudio serio y riguroso que posibilite un balance ecuánime de la figura de Stalin y del socialismo soviético. Estos historiadores ya están siendo atacados como «revisionistas», «locos», «cómplices», etc. pero no importa, pues ya están removiendo los cimientos sobre los cuáles se fundamenta la actual historiografía soviética occidental.

Particularmente interesantes resultan los trabajos de historiadores no marxistas que están basando su crítica, a los «historiadores» de derecha y extrema derecha como Conquest, sobre la base de la teoría de los paradigmas (modelos) de Kuhn. Estos historiadores están poniendo en jaque lo que podríamos denominar la ciencia histórica normal basada en el denominado paradigma totalitario de la sociedad soviética sobre la base del esclarecimiento riguroso de los denominados enigmas y/o anomalías de Kuhn. Entre estos trabajos destaca la obra de Philip E. Panaggio «Stalin y Yezhov: una versión extra-paradigmática».

Desde un punto de vista marxista, esto es, a la luz de una concepción materialista de la historia, no hay ideologías, debates, polémicas o discusiones al margen, ni por encima, de los intereses de clase. Marx, en el prólogo a la primera edición de su obra El Capital, escribía:

«En economía política, la libre investigación científica tiene que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la materia investigada levanta contra ella las pasiones más violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las furias del interés privado.» (Karl Marx, El Capital, Ed. Fundamentos)

La obra de Marx, como no podía ser de otra manera, topaba directamente con los intereses de unas y otras clases. El descubrimiento de la plusvalía mostraba el carácter explotador del sistema capitalista, la causa estructural de la lucha de clases bajo el capitalismo. Este hecho no podía dejar indiferentes ni a la burguesía ni al proletariado decimonónico.

Ocurre con la historia exactamente lo mismo. Tras la caída de los países socialistas de Europa del Este y la Unión Soviética, la burguesía está objetivamente interesada en evitar un análisis científico que suponga un balance justo de la experiencia soviética y de la figura de Stalin. Por el contrario, sin este balance, la clase obrera, los dirigentes sociales en general y los comunistas en particular quedarán inermes, carecerán del acerbo teórico y práctico necesario para hacer frente a las futuras situaciones revolucionarias del siglo XXI.

En este sentido destacan los trabajos y obras de personalidades comprometidas con la lucha por el socialismo como Mario Sousa («Mentiras acerca de la historia de la Unión Soviética»), Harpal Brar («El colapso revisionista de la Unión Soviética») y Ludo Martens («Otra visión de Stalin», «La contrarrevolución de Terciopelo») entre otros, que evidencian, desde una óptica marxista, la debilidad teórica y la parcialidad manifiesta -en una palabra- el sello de clase, del denominado modelo totalitario de la sociedad soviética y del periodo histórico liderado por Stalin.

Algunos de los principales axiomas del «paradigma totalitario» o algunos de los principales dogmas de la ideología dominante…

El señor Oscar Egido en su artículo «El padrecito Stalin» (réplica al justo artículo de Israel Shamir en respuesta a Celia Hart) nos honra con la típica batería de argumentos que forman parte del modelo totalitario y que serán brevemente comentados en este artículo.

Es importante, por tanto, mostrar algunos de los principales axiomas (o dogmas) sobre los cuáles se sustenta el modelo totalitario y parte de su discurso:

1) Las prescripciones del deísmo apologético que sostienen la existencia de un Dios todopoderoso cuya voluntad determina todas y cada una de las dimensiones del universo. Además, en este universo, las cosas están dispuestas siguiendo un orden jerárquico piramidal en cuya cúspide se encontraría Dios (Stalin) ejerciendo el poder y control absoluto.

Por tanto, Stalin está en el centro del paradigma dominante y, en consecuencia, sus facetas, defectos y virtudes juegan un papel primordial en las justificaciones del modelo totalitario. Por lo general, con algunas variantes, se nos presenta a Stalin como un ser paranoico, despiadado, un auténtico genocida sin escrúpulo alguno, un asesino de sus adversarios políticos con grandes dotes para la manipulación y con un gran sentido de la oportunidad, etc. Estas cualidades, entre otras, serán las que posibiliten al revolucionario georgiano una hipotética autoproclamación en la Secretaría General del Partido en 1923.

La «llegada al poder» de Stalin se explica por su capacidad de explotar las debilidades de carácter de otros bolcheviques y los desencuentros personales, animadversiones, entre «camaradas», por su capacidad para aislar y eliminar paulatinamente a todos sus adversarios políticos, en especial al «legítimo heredero» Trotsky. Este hecho se dio, naturalmente, contra la voluntad de Lenin, el cuál veía en León Trotsky – ¡bolchevique de toda la vida! – su legítimo heredero. Por tanto, el año 1923 marca el fin de las esperanzas en una construcción socialista en la Unión Soviética.

2) Partiendo del punto anterior se plantea al modelo la necesidad de dar explicación a la «perpetuación en el poder y largo liderazgo» de Stalin.

Esto punto es explicado a través del recurso al terror en forma sistemática y masiva por parte de Stalin y su «camarilla burocrática» (Molotov, Sverdlov, Malenkov, etc.). Asimismo, un Partido omnipresente desplegará los propósitos de Stalin desarrollando sus planes económicos y sociales «estalinistas» tales como la industrialización y la colectivización forzadas. El Partido burocratizado hasta la médula también será un aparato destinado al control social.

En esta línea, la «banda criminal de Stalin» -expresión de Trotsky- recurrirá a todos los medios represivos a su alcance tales como el NKVD (policía de seguridad interna y servicio de inteligencia) para desarrollar las purgas o depuraciones, establecerá la versión soviética de los campos de concentración nazis (los famosos gulags), se realizarán deportaciones masivas que tendrán como principales víctimas a las nacionalidades y étnias minoritarias, etc. Las purgas tendrán su punto álgido en el periodo 1936-38, periodo denominado «Gran Terror».

3) Otro de los puntos cruciales para el «paradigma totalitario» es la eliminación de la «vieja guardia bolchevique».

Este punto da solidez al argumento según el cuál la dirección del Partido pierde su carácter revolucionario como consecuencia lógica de la desaparición física de la «vieja guardia». Así se llega a la conclusión final de que la antigua dirección revolucionaria quedó sustituida por una «burocracia estalinista» con intereses propios ajenos a la clase obrera y a la edificación del socialismo.

Algunos de los «apóstoles» del «credo»…

Desde el establecimiento del poder de los soviets hasta nuestros días, el cuerpo teórico de este paradigma o modelo totalitario se vio nutrido con los aportes de determinados personajes. Estos personajes también jugaron un papel considerable a la hora de la difusión del paradigma o modelo. Considero, por tanto, que es necesario citar alguno de ellos, aunque sólo sean los más relevantes, y hurgar brevemente en su historia:

1) León Trotsky, decidido enemigo de Lenin hasta 1914. En 1904, decía de Lenin que era un «escisionista fanático», un «revolucionario demócrata-burgués», un «fetichista de la organización» partidario de un «régimen cuartelario», un «dictador queriendo sustituir al comité central», un «dictador queriendo instaurar la dictadura sobre el proletariado» para quien «toda intromisión de elementos que pensaban de otra manera era un fenómeno patológico». Todos estos improperios serán repetidos poco tiempo después contra Stalin. En 1913 escribió «el leninismo descansa por completo en estos momentos, en la mentira y la falsificación y lleva en su seno el elemento emponzoñado de su propia desintegración» (E.H. Carr, La Revolución bolchevique (1917-1923), Tomo I, Alianza Universidad).

El biógrafo del presidente estadounidense Woodrow Wilson, J.C. Wise, escribió: «Los historiadores nunca deben olvidar que Woodrow Wilson hizo todo lo posible para que León Trotsky entrara en Rusia con pasaporte americano». Trotsky durante la caída de la autarquía zarista en febrero-marzo de 1917 se encontraba en Nueva York, cuando decidió dirigirse a Rusia fue detenido por las autoridades de Canadá y éstas le permitieron continuar su viaje tras… ¡la mediación del Gobierno Británico!

Trotsky nunca perteneció al Partido Bolchevique hasta Julio de 1917, es decir, a penas dos meses antes de la Revolución Socialista de Octubre. En Diciembre de 1917 se opone a la Paz de Brest-Litovsk que permitió consolidar el Poder Soviético y preparar la guerra contra la reacción blanca apoyada por la intervención de los catorce Estados de la Entente que habían ganado la Primera Guerra Mundial.

En el periodo 1924-26, se da el gran debate sobre la posibilidad o no de construir el socialismo en un solo país. Trotsky, como antes de Octubre de 1917, vuelve a teorizar sobre el carácter reaccionario y atrasado del campesinado, niega la alianza entre la clase obrera y el campesinado medio y pobre defendida por Lenin. Trotsky declara que el poder soviético se verá irremediablemente ahogado por el campesinado y, en una línea claramente derrotista, afirma que la construcción socialista en un país terriblemente atrasado como Rusia era imposible. Trotsky vuelve a sus fueros de la Revolución Permanente y proclama la tesis metafísica de la «exportación» de la Revolución. Una vez descartadas sus teorías políticas por la mayoría del Partido pasa al ataque personal contra Stalin y a la práctica de la conspiración anti-soviética. En su libro titulado «Stalin», Trotsky, con tintes claramente racistas, escribía:

«El difunto Leónidas Krassin, viejo revolucionario, eminente ingeniero, brillante diplomático del Soviet, y sobre todo, criatura inteligente, fue quien primero llamó a Stalin «asiático». Al decir esto no pensaba en atributos raciales problemáticos, sino más bien en esa aleación de entereza, sagacidad, astucia y crueldad que se ha considerado característica de los hombres de Estado de Asia.» (León Trotsky, Stalin, http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/stalin/01.htm)

En 1929 Trotsky se exilia de la Unión Soviética para ser adorado hasta la saciedad por todas las élites occidentales. Churchill viendo la potencialidad de este «gran bolchevique» escribiría en «Grandes Contemporáneos» (1937): «Trotsky se esfuerza por reunir a todo el hampa de Europa para derrocar el Ejército ruso».

A lo largo de los años 30 -como indica Churchill- Trotsky se vuelve un anti-comunista decidido, desarrolla su teoría sui generis a prueba de imbéciles del Termidor Soviético en claro paralelismo con el Termidor de la Revolución francesa iniciado en 1793. Desarrolla su teoría del «burocratismo soviético», del «Estado obrero degenerado», de la ¡»imposibilidad de la restauración capitalista»! y la «Revolución anti-burocrática», etc.

«Sólo verdaderos tontos son capaces de creer que proposiciones capitalistas, tales como la propiedad privada de los medios de producción, o de la tierra, puedan restablecerse de una manera pacífica en la Unión Soviética, y que desemboquen en un régimen democrático-burgués. De hecho el capitalismo sólo puede restablecerse en Rusia a través de un violento golpe de Estado contrarrevolucionario, que exigiría diez veces más de víctimas que la Revolución de Octubre y la guerra civil.» (Trotsky, El aparato policial del estalinismo, Ed. 10-18, París)

Pensemos las palabras del «profeta desarmado» a día de hoy, cuando hace más de diez años del derrumbe del Muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética… ¿Sólo verdaderos tontos?

A finales de septiembre 1938 se firma el Tratado de Munich, Francia y Gran Bretaña acceden a la invasión de Checoslovaquia por parte de Hitler a cambio de un Pacto de no agresión. Este Pacto, a diferencia del Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939, siempre es olvidado por todos los reaccionarios de diversa índole. Francia y Gran Bretaña empujaban a Hitler a la guerra contra la Unión Soviética. En este contexto, Trotsky hace suyas las campañas iniciadas por la GESTAPO que preparaban el terreno para la agresión nazi. Por estas fechas, Trotsky llama al levantamiento de los soviéticos contra la dirección bolchevique (dirección «estalinista» decía él) del Partido y difunde, junto con Radek y otros, la teoría de que el poder soviético no duraría dos semanas frente a la maquinaria de guerra nazi.

«Solo un levantamiento del proletariado Soviético contra la tiranía vergonzosa de los nuevos parásitos puede salvar lo que queda en las bases de la sociedad de las conquistas de octubre» (Trotsky, El aparato policial del estalinismo, Ed. 10-18, París, 14 de noviembre de 1938)

2) William Randolph Hearts, conocido multimillonario norteamericano, propietario de un gran número de periódicos y radios en EE.UU., ayudó a los nazis en la guerra psicológica contra la Unión Soviética.

William Hearts, ultraderechista hasta la médula, en 1934 llegó a Alemania, donde fue recibido personalmente por el mismo Adolf Hitler. Tras este viaje, los periódicos del magnate, con más de 40 millones de lectores en EE.UU., iniciaron una campaña propagandística reaccionaria contra la Unión Soviética y especialmente contra Stalin. Los medios de comunicación de Hearts dieron cobertura a los propagandistas nazis en EE.UU. Entre otras mentiras y calumnias, Hearts, utilizando las invenciones suministradas por la GESTAPO, hizo difusión del famoso genocidio de Ucrania en el cual murieron más de 6 millones de ucranianos como consecuencia de la colectivización bolchevique. Esta campaña iniciada por los nazis, respondía a elucubraciones de Hitler escritas en «Mi lucha» [Mein Kampf]. El Fürher hablaba en su libro de una Gran Alemania, étnicamente pura, que se extendiese hasta territorios soviéticos. Ucrania, habitada por seres inferiores (eslavos, comunistas, etc.) debía ser el trigal de la Alemania nazi. Con esta campaña propagandística, Goebbels preparaba el terreno para la agresión a la Unión Soviética.

El nazi William Randolph Hearts murió en 1951 en su casa de Beverley Hills, California, dejando a sus espaldas una corporación a su nombre que a día de hoy cuenta con más de cien compañías y 15 mil empleados. Periódicos, revistas, radios, televisiones y agencias de prensa que siguen difundiendo «verdades» acerca del comunismo.

3) Robert Conquest anti-comunista visceral, ex-agente británico, profesor en un despacho de Harvard que depende directamente del Pentágono y asesor electoral en varias candidaturas presidenciales del recientemente fallecido (y no por ello menos fascista) Ronald Reagan.

Robert Conquest es, decididamente, el creador de gran parte de los mitos y mentiras acerca de la Unión Soviética y Stalin. Conquest atribuye millones de muertes al comunismo soviético. En su libro «El gran Terror» (1969) sintetizó la mayoría de los argumentos que conforman el paradigma totalitario.

La metodología de Conquest se caracterizó -como él mismo explica en el Prefacio de 1990 a la reedición de su libro ya citado «El gran terror»- por elaborar las estadísticas referentes a las barbaridades «estalinistas» contando como única «fuente» con personajes que huyeron de la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial por su apoyo decidido a los crímenes nazis en territorio soviético, así como con los materiales proporcionados por Khruschov en su famosa pre-glasnost.

Además, Conquest escribió libros cuyos títulos hablan por si solos de su nivel intelectual: «¿Qué hacer cuando vengan los rusos? Manual de supervivencia»; escrito, curiosamente, en 1984.

4) George Orwell, informador del gobierno británico a la caza del enemigo comunista. Orwell delató a los servicios de inteligencia británicos a gran número de comunistas y progresistas, apuntó una lista de más de 130 nombres entre los cuáles había personalidades británicas tan famosas como el actor de cine Charlie Chaplin y el dramaturgo George Bernard Shaw. También figuraban en la lista maldita John Steinbeck y Orson Welles.

El modelo totalitario, igualmente, se apoya en creaciones literarias contenidas en libros como «Rebelión en la granja» y «1984», libros de George Orwell. Estas obras, desde principios de los años 60, servirán a un gran número de académicos e intelectuales occidentales como modelo del paradigma totalitario: el gran hermano (Stalin), la policía del pensamiento (NKVD), doblepensamiento (distorsiones de la verdad por los «estalinistas»), agujeros en la historia (manipulaciones fotográficas y modificación de los libros en la sociedad soviética), una sociedad de nulos mentales con el cerebro lavado, estructura piramidal en cuya cúspide se haya el poder omnímodo, etc. Es una realidad que lejos de construir el modelo totalitario sobre la base de la realidad soviética, los intelectuales y académicos operaron a la inversa, es decir, utilizaron el modelo orwelliano para «entender» y «explicar» la sociedad soviética que ellos querían que existiese realmente.

Asimismo, la fantasía de otros autores como Soljenitsyn, reconocido admirador del dictador Franco y autor de «Archipiélago gulag» y «Un día en la vida de Iván Ivanovich» entre otros libros, o Medvedev, conocido opositor ruso que hoy se reclama admirador fanático del mafioso Putin, contribuyeron a desplegar otras dimensiones necesarias para la solidez del modelo totalitario.

Crítica al modelo totalitario de marxistas y no marxistas

Los paradigmas sustentados en principios deístas no son aceptados como científicos si bien se reconoce que son ampliamente utilizados por todo tipo de sectas con la finalidad de captar público. Esta captación de público es fácil como consecuencia de la identidad existente entre principios deístas y valores ético-morales judeocristianos. Este hecho explica en gran medida los grandes niveles de aceptación de que goza el modelo totalitario sobre la sociedad soviética en Occidente.

El modelo totalitario tiene sus principales axiomas justamente en aquellos puntos que implican grandes enigmas y/o anomalías. Esta debilidad es superada sobre la base de las omisiones premeditadas y descontextualizaciones, de invenciones y tergiversaciones históricas, de la introducción de matrices de distorsión, de la parcialidad manifiesta en la toma en cuenta de testimonios, de la exageración de las cifras, etc. Toda esta «ciencia» se realiza conforme a la adecuación al paradigma, con la finalidad de darle solidez aún cuando se desconocía totalmente la realidad de soviética por Occidente. Esta ignorancia de lo que acontecía en la Unión Soviética es un hecho omitido permanentemente, hoy se sabe que, por ejemplo, la única fuente de información real con que contaba la CIA en el periodo 1946-54 era el nazi Reinhard Gehlen reciclado como jefe de la Bundesnachrichtendienst (BND) (servicio secreto de la Alemania Federal) por Allan Dulles. Tras el desmantelamiento de la Unión Soviética los historiadores anti-comunistas del mundo entero corrieron a la busca y captura de los archivos secretos de la KGB, esperaban corroborar sus teorías apriorísticas repletas con la sangre de millones de muertos, presos en los gulags, víctimas de las deportaciones masivas, etc.

Los estudios recientes, a la luz de los materiales desclasificados, indican en relación a los principales axiomas del modelo totalitario brevemente explicado que:

1) Los historiadores anti-comunistas no toman en cuenta los materiales que ponen en tela de juicio su modelo. Por ejemplo, nunca se cita la evidencia -según los documentos desclasificados- de un Lenin que, en los últimos meses de su vida, estrechó su relación con Stalin y le delegó paulatinamente sus tareas con absoluta normalidad. Tampoco se explica por lo general el hecho de que la mujer de Lenin, Krupskaya -instigadora de la famosa polémica con Stalin que llevó a un Lenin gravemente enfermo a escribir el famoso «Testamento»- ocupó a lo largo de toda su vida la dirección de un ministerio soviético.

Es curioso ver como entorno a la pretendida autoproclamación de Stalin se escamotean preguntas sencillas como: ¿Quién escogió a Stalin para la Secretaria General en 1923? ¿No le correspondía esta función al Comité Central del Partido Bolchevique? ¿Si el Comité Central del Partido en 1923 estaba conformado por los bolcheviques de toda la vida (salvo raras excepciones como Trotsky) cómo eligieron a Stalin? Estas preguntas obvias son sustituidas por la explicación citada más arriba, es decir, por una ilustración más propia de programas televisivos de «salsa rosa» que de una investigación histórica seria. Los seguidores de Trotsky ponen énfasis en el hecho de que éste era el «legítimo heredero», como si la toma de responsabilidades en un Partido Comunista se tratará siguiendo criterios dinásticos propios de monarquías feudales.

En relación a las capacidades y rasgos de la personalidad de Stalin, el modelo hegemónico se basa en una parcialidad manifiesta a la hora de seleccionar los testigos que vivieron junto a Stalin. Por ejemplo, los defensores del modelo dominante siempre toman como ciertas las afirmaciones de Khruschov pero, por ejemplo, descartan en todo momento las afirmaciones escritas en las memorias de personalidades como Molotov, Zhukov, etc. Incluso se evitan los testimonios de personas nada sospechosas de afinidad política con el georgiano -como el Ministro de Asuntos Exteriores británico Anthony Eton- que se vieron sorprendidas por sus dotes intelectuales y habilidades como negociador en el transcurso de los encuentros dados durante la Segunda Guerra Mundial con Churchill y Roosevelt.

Afirmaciones de este estilo en nada interesan a los historiadores «carentes de prejuicios»:

«Hoy día, después de todo lo vivido, reflexionando críticamente en el pasado, puedo decir que la dirección del país menospreció erróneamente nuestras demandas sobre las medidas impuestas regables que había que haber adoptado inmediatamente después de la guerra con Finlandia y que en el período de preverla los dirigentes militares no fueron suficientemente insistentes ante Stalin en estas cuestiones. Stalin no era un hombre ante el cual no se pudieran plantear cuestiones agudas y con quien no se pudiera discutir e incluso mantener firmemente el punto de vista propio. Si alguien afirma lo contrario diría francamente que sus afirmaciones no son ciertas. Adelantándome quiero decir que durante la guerra tuve que objetar con crudeza contra las indicaciones de Stalin sobre la estrategia de las operaciones y el problema de la defensa del país en su conjunto, y a menudo se aceptaban mis razones.» (Gueorgui Zhukov, Memorias y reflexiones. Tomo I. Ed. Progreso, Moscú, 1990)

2) La descontextualización general de la realidad concreta a la cual tuvo que hacer frente el poder soviético desde sus orígenes es obviada de manera reiterada en el modelo totalitario. El socialismo soviético, desde sus orígenes, tuvo que hacer frente a grandes dificultades: debió enfrentar a la reacción interna y externa, remontar el desastre económico tras la guerra civil apoyada en la intervención extranjera (1918-22), el Estado soviético tuvo que prevenir todo tipo de conspiraciones occidentales, etc.

Desde un punto de vista marxista, resalta especialmente que el modelo totalitario evite en todo momento mostrar la complejidad de la lucha de clases en sus dimensiones nacionales e internacionales. Así los historiadores que escriben la historia de la Unión Soviética desde la óptica dominante rehuyen entrar, por ejemplo, en la función social que, en las décadas de los años 20 y 30, ejercieron los reaccionarios de toda índole para acabar con el Estado soviético. Por el contrario, se nos muestra una violencia ejercida en una única dirección y sentido, venida desde el Partido, la «burocracia estalinista» y el mismo georgiano contra una masa amorfa de personas «inocentes».

Los recientes estudios muestran claramente que, tras la derrota del Ejército Blanco apoyado por las potencias de la Entente (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Japón, etc.), los elementos reaccionarios pertenecientes a las antiguas clases sociales, los trepas sin escrúpulos que odiaban a muerte el bolchevismo, etc. renunciaron a ver el final inmediato del poder soviético pero, no por ello, desistieron de infiltrarse en el Partido y las instituciones soviéticas con la finalidad de boicotearlas y desprestigiarlas frente al pueblo soviético.

Por ejemplo, el saboteo económico fue una práctica permanente de estos elementos que estaba terriblemente mal vista por la inmensa mayoría de la población. La misma NKVD (lejos de tener una función de represión política como indica el modelo totalitario) tuvo sus orígenes en la necesidad de reprimir los abusos contra los obreros, así como los saboteos económicos cometidos por algunos directores de empresas y dirigentes venidos de la antigua burguesía y el ejército blanco. La propia dirección de la NKVD siempre estuvo en manos de reconocidos stajanovistas que se destacaron por su heroísmo en el trabajo y que eran especialmente sensibles a las denuncias emitidas por los obreros contra estos directores y gerentes reaccionarios. Esto es difícil de imaginar para los historiadores de Occidente que viven en una realidad marcada por la precariedad laboral, el despotismo de encargados y el terrorismo empresarial. La dirección bolchevique, consciente de estos fenómenos de arbitrariedad y saboteo, emprendía con decisión y a través de la movilización de las bases y la NKVD la lucha contra estos elementos oportunistas en el seno del Partido, las instituciones y empresas del Estado socialista. A la luz de los documentos desclasificados y de recientes estudios estadísticos, en contra de lo que afirma el paradigma dominante, la represión, lejos centrarse en una masa «inocente» y en la «vieja guardia bolchevique», en la mayoría de los casos, tuvo como principales víctimas a estos elementos enemigos irreconciliables del socialismo naciente. A pesar de ello, los elementos procapitalitas que estaban infiltrados denunciaron en muchos casos a auténticos comunistas como traidores, etc. Esta labor entrañaba una gran dificultad; los errores, los extremismos (como en el caso Yezhov) fueron inevitables.

El desarrollo de la lucha de clases en el campo también ha sido tratado por el paradigma dominante por ejemplo en el libro de Conquest «La cosecha del dolor» (1986). Según este libro la colectivización forzada hizo que murieran a causa del hambre en Ucrania ¡15 millones de personas!

Las medidas del primer gobierno bolchevique el 25 de Octubre de 1917 referentes al campo fueron nacionalizar toda la tierra y repartirla entre los campesinos en forma de usufructo, esto es que el campesino disponía libremente de la tierra a pesar de que esta fuera propiedad del Estado socialista. Esto contribuyó, en aquella situación concreta de ruina total tras la guerra civil, en la línea de reactivar una producción y un comercio mínimos que posibilitarían satisfacer las necesidades básicas alimenticias de las ciudades y del 80% de la población rusa: el campesinado pobre y medio. En una primera etapa predominaron las relaciones sociales de producción capitalistas en el campo, esto comparado con el feudalismo que reinaba hasta entonces fue un hecho positivo que colocó al campesinado junto al proletariado y que ayudó a reactivar una economía completamente destrozada. A finales de los años 20, el gobierno bolchevique decide orientar a los campesinos medios y pobres -mediante la persuasión y el estímulo económico y social- hacia el trabajo en cooperación, hacia la colectivización progresiva. Esta política chocó con la resistencia feroz de los kulaks (terratenientes), los cuáles iniciaron la quema de las cosechas, la retención del trigo para venderlo a un precio más caro, la intoxicación de los animales de las granjas colectivas, el saboteo de los tractores de las cooperativas, etc. Esto implicaba una situación grave en la medida que los kulaks controlaban el 80% del comercio de trigo y, por tanto, tenían un elemento de chantaje clave que podía asfixiar el poder soviético y la industrialización iniciada con el I Plan Quinquenal (1929). De manera espontánea los campesinos pobres y medios se sublevaron contra los kulaks dando rienda suelta a su odio secular, el Partido era muy débil en el campo y no pudo evitar ciertas arbitrariedades y colectivizaciones forzadas. El Partido lejos de ser un aparato presente en todos los rincones de la sociedad soviética, como nos quiere hacer creer el modelo totalitario, apenas contaba con influencia en las amplias zonas rurales del vasto territorio soviético. La lucha de clases en el campo se agudizaba terriblemente y el Partido debió enviar más de 25000 comunistas voluntarios al campo para dirigir la colectivización de forma ordenada y anti-burocrática, muchos comunistas fueron asesinados por los kulaks, sus testaferros e incluso por elementos del campesinado pobre radicalizados.

Toda esta complejidad de la lucha de clases y de los procesos económicos y sociales que vivió la sociedad soviética a lo largo de los años 20 y 30 choca con las concepciones simplistas y reduccionistas del «paradigma dominante». Las visiones pertenecientes al modelo nos describen una sociedad homogénea y estática, dominada por un totalitarismo cuyo centro se encuentra en un Partido omnipresente que, controlado por un ser depravado, encarna los intereses de la nueva «burocracia estalinista» contra las masas.

3) Igualmente, de cara a dar solidez el argumento paranoide, o a la llamada «espionitis» de Stalin, se omiten deliberadamente las conspiraciones occidentales permanentes para barrer al gobierno bolchevique de la faz de la tierra, así como las conspiraciones internas en clara coordinación con los gobiernos occidentales. Por ejemplo, un caso de omisión descarada es el trato dado a la famosa «Conspiración de los Embajadores» (o «Conspiración Lockart») urdida por Churchill y Really con el agente británico en terreno soviético Lockart. Esta conspiración dio con el asesinato del bolchevique Uritsky y con el atentado a Lenin. El gobierno bolchevique, primero con Lenin y luego con Stalin, tuvo que hacer frente de manera permanente a este tipo de conspiraciones. Esta parte de la historia no interesa a los historiadores defensores del modelo totalitario.

4) Toda la mitología referente a la cuestión de los gulags, acrónimo en ruso de «Central Administrativa de los Campos de Trabajo Correccionales», las deportaciones y genocidios masivos de las minorías étnicas y nacionales será difundida por historiadores del estilo de Conquest, Soljenitsyn y otros. Toda esta mitología -como digo- contará con gran resonancia en los medios de comunicación occidentales.

Hoy, recientes estudios realizados a la luz de los documentos que desclasificó Gorbachov muestran que la naturaleza real de los gulags y las deportaciones fueron completamente distorsionadas para ceñirlas al modelo orwelliano, que las cifras de víctimas fueron infladas de forma inusitada para justificar el dogma del terror masivo e indiscriminado necesario al modelo. Estos trabajos muestran que, muy contrariamente a lo que se pueda pensar a día de hoy, el pueblo soviético consideraba que las autoridades del Estado socialista eran excesivamente benévolas. Esta actitud intransigente del pueblo soviético tenía su razón de ser en los grandes esfuerzos hechos tanto para reconstruir económicamente el país (tras las dos Guerras Mundiales) como para derrotar a la maquinaria de guerra nazi. Era lógico, por tanto, que los soviéticos odiaran de forma particularmente aguda los intentos (muy comunes en los años 20 y 30) de saboteo económico, así como las colaboraciones o deserciones del Ejército Rojo para pasarse a las filas del nazismo.

Los trabajos actuales de historiadores nada sospechosos de «estalinistas» o comunistas, como los rusos Zemskov, Dougin y Xlevnjuk o el estadounidense J. Arch Getty, demuestran que la cifra de prisioneros en los gulags, lejos de llegar al extremo manejado por los defensores del pensamiento dominante, ni siquiera superaba el 2,8% de la población reclusa en los Estados Unidos a día de hoy. Asimismo, los documentos desclasificados revelan que nada tiene que ver con la realidad las teorías que indican que los presidiarios del gulag eran «presos políticos» o «disidentes», por el contrario los presos eran homicidas, ladrones, violadores, saboteadores económicos, etc. que – siguiendo el precepto socialista de «quien no trabaja no come»- debían trabajar una media de 7 horas diarias.

Para aquellos que no se cuestionan la historia y asumen las «grandes verdades» que resultan más cómodas de defender en público por estar de moda les pasan inadvertidos nuevos estudios fundamentados estadísticamente como la genial obra «Chechenia versus Rusia. El caos como tecnología de la contrarrevolución» del historiador y analista político español, residente por más de diez años en Rusia, Antonio Fernández Ortiz.

Este libro -editado por El Viejo Topo– explica detalladamente como el imperialismo utilizó (y sigue utilizando) las contradicciones étnicas en el Cáucaso Norte como instrumento para generar el caos y la inestabilidad social y política en la Unión Soviética. El autor del libro, tras hacer un estudio de los censos poblacionales y de las características de las diferentes etnias y nacionalidades en lo que fuera la Unión Soviética en tiempos de Stalin, desmiente los principales mitos relativos a las deportaciones, así como las visiones que intentan mostrar al que fuera el país de los soviets como una cárcel de nacionalidades.

Asimismo, cuando el autor de «Chechenia versus Rusia» describe los principales instrumentos que utilizó el imperialismo para generar el caos social en la Unión Soviética cita en primer lugar -¿casualidad?- ¡la manipulación de la historia! y seguidamente: la criminalización de la sociedad, la guerra, el terrorismo y la manipulación informativa de los medios de comunicación. Antonio Fernández Ortiz cita como ejemplo típico de manipulación histórica la metamorfosis operada en la conciencia colectiva del pueblo checheno que pasó de asumir que fue un pueblo trasladado a Kazajstán y Kirguizia por sus delitos durante la Segunda Guerra Mundial -colaboración con los nazis durante la invasión del territorio soviético- a que ellos fueron un pueblo represaliado por el «estalinismo» por motivos étnicos y religiosos.

Tendencia histórica general que indica la debilidad del paradigma o pensamiento dominante…

Alzando la perspectiva del análisis histórico, dando una panorámica, también es posible valorar la historia de la Unión Soviética. Este ejercicio puede ayudar a ver en qué grado el paradigma totalitario adolece o no de coherencia.

Son hechos históricos objetivos, difícilmente negables, que la Unión Soviética, a lo largo del periodo 1924-56, pasó del arado de madera a la mecanización del campo y a la conquista del espacio, que se erradicó el analfabetismo llegando a tener el porcentaje por cápita de ingenieros y científicos más elevado del mundo desarrollado, que la esperanza de vida del pueblo soviético ¡se duplicó! y que, además, se contaba con un sistema igualitario que satisfacía con creces las necesidades materiales, sanitarias y culturales básicas de la población.

En el orden de los procesos históricos, tras la primera oleada revolucionaria marcada por el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 y la derrota de la Revolución Alemana de 1919, el nuevo Movimiento Comunista Internacional se orientó en su proyección internacional, en la defensa del socialismo naciente en la Unión Soviética y, tras el VII Congreso de la III Internacional, en la estrategia de los Frentes Populares para frenar el ascenso vertiginoso del fascismo iniciado con la llegada al poder de Mussolini (1923) y Hitler (1933). En plena Segunda Guerra Mundial, la capitulación de la Wehrmacht (Ejército Alemán) en Stalingrado (1943) marcaría el inicio de la derrota del nazismo por el Ejército Rojo y la génesis de una segunda oleada revolucionaria mundial que llevaría el socialismo a los países del Este de Europa, a China y a Corea del Norte. El socialismo pasaba de un solo país a un conjunto de países, se conformaba por primera vez en la historia un campo socialista. Paralelamente, los países del Tercer Mundo se desprendían paulatinamente del yugo colonial impuesto por las metrópolis capitalistas. Es un hecho objetivo, por tanto, que la Revolución y los procesos de liberación nacional anti-coloniales, a lo largo del periodo 1924-56, siguieron una curva ascendente.

Esta breve visión panorámica nos indica el grado de incoherencia entre lo acaecido y un modelo totalitario que nos muestra un «régimen totalitario» soviético encerrado en si mismo, que a penas hizo nada por su pueblo, que poco o nada tuvo que ver con la derrota del fascismo y que frenó invariablemente el avance de la Revolución Mundial y la liberación de las masas oprimidas del Tercer Mundo.

El modelo orwelliano aplicado a Cuba socialista…

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial y durante la primera mitad de la década de los años 50 el prestigio de la Unión Soviética era tan elevado que el anti-comunismo de los grupos trotskistas y anarquistas carecía de arraigo social alguno entre la clase obrera y los sectores populares. Es a partir de los años 60, como consecuencia de la pre-glasnost khruschoviana, que todo este alud de anti-comunismo disfrazado de anti-estalinismo -como muy bien indica Israel Shamir- va a encontrar caldo de cultivo entre unos Partidos Comunistas muy fuertes en Occidente y, por tanto, entre la clase obrera y los sectores populares de estos países.

Este mismo modelo totalitario se cierne hoy sobre Cuba socialista minando todos los días el apoyo a la Revolución Cubana de amplios sectores intelectuales mundiales y de gran parte de los movimientos populares que emergen nuevamente tras la caída del Muro de Berlín.

El Comandante en Jefe Fidel Castro es situado en la cumbre de la pirámide de poder de un Estado que Occidente no se cansa de repetir es un residuo «estalinista» o un «régimen dictatorial». Fidel Castro es presentado como un viejo loco y trasnochado comunista, como un dictador que mantiene al pueblo de Cuba bajo el látigo de una tiranía autoritaria y criminal. Los rasgos personales de Fidel -según Norberto Fuentes, recientemente exiliado- son los de un «gran conspirador» y un «encantador de serpientes».

Asimismo, la Revolución Cubana -continuando con el hilo del modelo totalitario orwelliano- también aplica a la realidad de la Isla dosis de terror que mantienen a Fidel Castro y a la «burocracia castrista» en el poder. Cuba no está exenta de depuraciones y fusilamientos injustificados (caso de Arnaldo Ochoa, los tres mercenarios de las lanchas, etc.), el establecimiento de gulags con pretendidos «periodistas disidentes» (como Raúl Ribero y compañía), etc. La Isla de Cuba -según voceros residentes en Miami- es una cárcel de la cuál huyen los cubanos en balsa, desertan de la tiranía para llegar al «mundo libre». El vicepresidente del Comité de Relaciones Exteriores en el Senado republicano, Chris Smith, afirmaba frente a la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra:

«Sabemos que es un hecho que hay cientos de prisioneros políticos que están siendo torturados ahora en los gulags de Cuba» «Sabemos que no hay libertad de prensa, de culto, ni de asociación» (El Nuevo Herald, 10 de Abril de 2004).

Debería al menos darnos qué pensar que el «doctor» Luis Aguilar León – cubanoamericano residente en Miami y ¡accionista de Bacardí!- describa la sociedad cubana en términos muy parecidos a los citados por el señor Óscar Egido para el caso soviético:

«En una sociedad totalitaria, como la que existe hoy en Cuba, donde el fingir es necesario y salvador, la presión del aparato oficial fomenta la creación de «exilios internos» para sobrevivir. Pero, y ésto es importante, resulta que también los dictadores totalitarios, para quienes no existe los términos medios, se hunden en un parecido refugio y tratan de cerrarle el paso a la realidad.» (Luis Aguilar León, El exilio de Castro, http://www.luisaguilarleon.com/2001-02-24.htm)

En todo momento, la aplicación del modelo totalitario a Cuba -igual que en el caso soviético- omite, por parte de los medios de comunicación occidentales, las terribles dificultades contra las cuáles el socialismo cubano debe sobreponerse desde hace más de cuarenta años y muy especialmente desde que se iniciara el periodo especial. Los atentados terroristas organizados en Miami, los saboteos económicos como la disposición de bombas en hoteles de la Isla y en los aviones de Cubana de Aviación, la intoxicación de ganado, etc. no tienen cobertura mediática alguna en las agencias de prensa capitalistas. La Revolución Cubana también ha tenido que hacer frente a numerosas conspiraciones (del estilo Lockart) y planes imperialistas que tenían por objetivo restaurar la «libertad» en Cuba o denigrar la imagen del gobierno revolucionario frente a su pueblo. Entre estos planes se cuentan más de 600 intentos de asesinato de Fidel Castro, la invasión armada en Playa Girón, la Operación Peter Pan, bloqueo económico, financiero y comercial, leyes de ajuste cubano, etc.

Los más atrevidos en la aplicación del modelo orwelliano a Cuba también afirman que la Revolución Cubana tiene su propio Trotsky, Ernesto Che Guevara, el cual se marchó de la Isla por sus discrepancias con Fidel Castro, para continuar con la Revolución Permanente en América Latina. En este punto los más fundamentalistas aseveran que el guerrillero argentino-cubano fue asesinado por «agentes de Castro».

Una reflexión final fuera del modelo totalitario…

Me gustaría finalizar este artículo recordando una breve reflexión extra-paradigmática de un héroe de la Revolución Cubana, Ernesto Che Guevara:

«En los llamados errores de Stalin está la diferencia entre una actitud revolucionaria y una actitud revisionista. Se debe ver a Stalin en el contexto histórico en el que se desarrolló, no se debe ver como una especie de bruto, sino que se le debe apreciar en ese contexto histórico particular… Yo he llegado al comunismo por papá Stalin y nadie puede decirme que no lea su obra. Lo he leído aún cuando era considerado muy malo leerlo, pero ese era otro tiempo. Y como soy una persona no demasiado brillante y además testaruda continuaré leyéndolo.» (Koba M., No hay que olvidar que el Che era un auténtico comunista. in Resumen, 1996)

 

Bibliografía:

1. E.H. Carr, La Revolución bolchevique (1917-1923), Tomo I, Alianza Universidad

2. José Antonio Egido, Breve historia de Trotsky y del trotskismo.

3. George Orwell, 1984.

4. George Orwell, Rebelión en la granja.

5. Gueorgui Zhukov, Memorias y reflexiones. Tomo I. Ed. Progreso, Moscú, 1990

6. Harpal Brar, Trotskisme ou léninisme?, Ed. EPO. 1993

7. Khruschov, Informe al XXII Congreso, Moscú 1961

8. Koba M., No hay que olvidar que el Che era un auténtico comunista. In Resumen, 1996

9. Ludo Martens, El trotskismo al servicio de la CIA, www.solidaire.org

10. Ludo Martens, Another view of Stalin. Ed. EPO

11. M. Básmanov, La esencia antirrevolucionaria del trotskismo contemporáneo, Departamento de orientación revolucionaria del CC del Partido Comunista de Cuba, La Habana, 1977.

12. Mario Sousa, Mentiras acerca de la historia de la Unión Soviética.

13. Philip E. Panaggio, Stalin y Yezhov: una versión extra-paradigmática.

14. León Trotsky, El aparato policial del estalinismo, Ed. 10-18, París

15. León Trotsky, La revolución traicionada, Ed. Fundación F. Engels

16. León Trotsky, La lucha antiburocratica en la URSS, Union gén. D’Editions, 1975

17. León Trotsky, Stalin, http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1940s/stalin/01.htm