«Naturaleza humana es el nombre de un proceso abierto, de un devenir, a la vez biológico y cultural, fisiológico y simbólico. Nuestra interioridad más profunda no está poblada de razones en bruto, ya sean benignas o malignas. Está poblada de razones simbólicas, mitológicas y mágicas.» Edgar Morin Si como parece inevitable, la imaginación deviene indispensable […]
«Naturaleza humana es el nombre de un proceso abierto,
de un devenir, a la vez biológico y cultural, fisiológico y simbólico.
Nuestra interioridad más profunda no está poblada de razones en bruto,
ya sean benignas o malignas. Está poblada de razones simbólicas,
mitológicas y mágicas.»
Edgar Morin
Si como parece inevitable, la imaginación deviene indispensable para todo acto cognoscitivo, la imagen se convierte en pensamiento reflexivo -pre-lingüístico- conectándonos con las disposiciones somatosensoriales que, junto al resto de las capacidades cognitivas, componen una primera aproximación a esta extraordinaria emergencia evolutiva del pensar como homo sapiens sapiens. En esta apasionada búsqueda de respuestas sobre nuestra espontánea capacidad de comprender, las neurociencias están asumiendo el papel de toda la tradición fenomenológica, y permiten situarnos justo en el lugar exacto donde se produce la experiencia. El lugar de encuentro entre sujeto y objeto. Donde la mente piensa en (y con) el cuerpo la experiencia de estar vivos.
Con el descubrimiento de los aprioris kantianos podemos dar por iniciada la propia teoría moderna del conocimiento. El giro fenomenológico necesario para pensar en las condiciones de posibilidad de la experiencia, que se producen al compartir un sensus communis. Una misma forma de sentir. Con el tiempo, la tradición fenomenológica ha ido influyendo a las distintas disciplinas humanas, y ahora, con los avances de las nuevas tecnologías, podemos hacernos las mismas preguntas sobre una realidad a la que nos aproximamos con mayor riqueza de detalles. Las neurociencias, gracias a su abanico interdisciplinar, permiten entender mejor nuestras acciones cognoscitivas dentro de una homeostasis biológica que incluye también lo social y su entorno. Porque pensar es un producto biológico, con un coste energético, y contextualizado en un ambiente que nos permite hacerlo. Más aún, en palabras del biólogo chileno Humerto Maturana, todo operar orgánico es conocimiento. Desde esta perspectiva hemos de considerar nuestra particular forma de conocer como un ejemplo más de otras formas de estar vivo. De igual manera, la estrategia de lo social, o incluso el lenguaje – aunque con distintos usos-, son técnicas de la naturaleza en las que se inscribe también lo humano, sin por ello restarle singularidad al linaje de los homínidos al que pertenecemos.
Conocer algo significa interesarse por algo. Enfocar un objeto con la atención necesaria, movilizando toda nuestra biología para incorporarlo, comprenderlo esquemáticamente o incluso ser capaces de determinar sus reglas. Ese conjunto de notas que completan su definición. El interés nos traslada al dominio del sentir. Emociones y sentimientos, reguladores biológicos que nos conectan al mundo -interno y externo-, son los mecanismos que movilizan nuestro interés hacia algo. Y a la vez, son también los que reciben los estímulos producidos por toda actividad cognoscitiva – y por extensión, del vivir- que, necesariamente resulta indispensable para sobrevivir y alcanzar bienestar.
Con lo expuesto, no se pretende dar una visión irracional o sensualista sobre los complejos procesos que intervienen en el cuerpo para producir actos cognitivos, sino darle la vuelta a un mal entendido cartesianismo, deteniéndonos un poco antes del conocido «pienso, luego existo», y reflexionar sobre un «soy, luego pienso», capaz de superar el dualismo mente-cuerpo. Porque hoy en día, hablar sobre el hombre desde la filosofía, es elaborar un discurso que contemple los nuevos conocimientos y aproximaciones que se derivan de la actividad científica. Del mismo modo, hacer ciencia desde aproximaciones filosóficas siempre ha resultado ser muy estimulante como lo vuelven a demostrar las últimas investigaciones del neurobiólogo Antonio Damasio al reactualizar las visiones de Spinoza.
Estar vivos y ser conscientes de ello es lo que nos sucede a nosotros seres humanos en el lenguaje. Aunque esto que acabamos de decir debe ser enmarcado dentro de una coderiva ontogénica y filogénica de nuestra especie junto con lo vivo. Estar vivo entonces, es estarlo junto a más seres vivos, y aceptar que nuestras vidas dependen de la de los demás. Vivimos en lugares de costumbres entrelazados emocionalmente por signos y significados que nos ven nacer, vivir y morir. Signos y significados que viajan entre la herencia de nuestras culturas, gracias al particular uso que hacemos del lenguaje, y que nos permiten ir más allá del puro sobrevivir para buscar distintas formas de bienestar. La naturaleza en ese sentido, nos ha dotado de unos órganos sobradamente capacitados para alcanzar la supervivencia, reproducirnos e incluso sentir los más sutiles placeres del arte.
Estar vivos como humanos dentro de la vida, nos permite ser usuarios competentes del lenguaje y heredar de las tradiciones culturales a las que pertenecemos, lenguas en las que expresarnos públicamente y proferir conocimiento. Pero para hacer un uso competente del lenguaje vuelve a ser imprescindible estar implicados en algo. Sentir.
Este itinerario que empieza en la autoconciencia del estar vivos como hombres, sigue a través del estudio fenomenológico de las emociones y sentimientos, y continúa por las disposiciones más abstractas de nuestras capacidades cognitivas como puede ser el uso del lenguaje para producir actos complejos de pensamiento, es el argumento central de este trabajo. En sus periferias, intentaremos abordar algunas ideas de Walter Benjamin sobre la imagen, y las relaciones entre mente y mercado dentro de una deconstrucción crítica del capitalismo tardío.
La imaginación: raíz común de nuestras facultades cognitivas
Si, con los conocimientos que tenemos hoy sobre los procesos cognitivos de nuestra mente, leemos atentamente la Crítica del Juicio -o facultad de juzgar-, nos daremos cuenta de que muchas intuiciones kantianas sobre nuestra forma de conocer, están resultando ser compatibles con las últimas ideas de las neurociencias. La imaginación en Kant, juega un papel crucial en su relación con las demás facultades cognoscitivas1, a la hora de producir universales -esquema-, estableciendo el enlace necesario entre la sensibilidad y el entendimiento. Claro que hay toda una interpretación kantiana dedicada a enfatizar la marcada frontera que el pensador estableció entre lo racional y lo emocional -demasiado encarnado y pasivo para la visión de Kant-, pero no por ello puede ignorarse la importancia del sentimiento de placer/displacer en los procesos cognitivos, ni la centralidad de la imaginación, raíz común entre el conocimiento puro y práctico, dentro de su fundamentación trascendental.
Parece pertinente establecer un lazo entre una determinada lectura de la obra crítica kantiana y los últimos descubrimientos que las imágenes cerebrales nos están desvelando. El haber situado su última crítica, la del Juicio, al centro de la razón pura y de la razón práctica, aquello que nos es legítimo conocer y aquello que nos es legítimo decidir, hace del puro reflexionar la desconocida raíz común necesaria para emitir juicios y poder también determinarlos. Y eso es lo que continuamente hacemos o deberíamos hacer para vivir preferiblemente en el bienestar.
Dentro de esta lectura kantiana, no deja de sorprender el lugar central que ocupan los juicios estéticos y muy especialmente el faktum de la belleza en nuestras capacidades de conocer. Su investigación minuciosa acerca de las mismas condiciones de posibilidad de que pueda existir el conocimiento, la teleología de la naturaleza, le hará pensar sobre el estado cognitivo -placentero- del puro reflexionar, que no es otro estado que el de una búsqueda sin fin de figura, imagen, que no llega a determinarse, la belleza. Un estado de máxima actividad donde la imaginación entrelaza la sensibilidad y el entendimiento para crear figuras. El momento estético necesario para poder incluso imaginarse los conceptos científicos más complejos-, el eureka del genio que hace la regla.
También los debates entre filósofos y neurocientíficos contemporáneos nos hablan de cuestiones éticas y estéticas, produciendo cada vez más conocimiento sobre nuestros procesos cognitivos comunes, sin abandonar la pregunta de qué es el conocimiento. Quizá en este sentido, más que una post-modernidad libre de grandes relatos e ideologías, vivimos en una modernidad no completada, inacabada, puede que incluso perdida. Tiempos de perfectos bárbaros tal y como lo demuestra la historia.
Es en la crítica del gusto donde Kant establecerá, a mi parecer, una clara frontera entre lo puramente carnal -sensible [agradable/desagradable]- y lo que pertenece al libre juego entre el entendimiento y la sensibilidad, los juicios estéticos. En la legitimación del discurso estético, y la posibilidad de que sea universalizable, en la producción de imágenes que pueden ser compartidas, la posibilidad de compartir sentidos, Kant encuentra también la misma posibilidad de que haya conocimiento. El hecho de que las cosas en la naturaleza puedan ser comprensibles, conceptualizables. Y visto desde esta perspectiva, el puro reflexionar deviene imprescindible para poder determinar.
Si pensamos ahora la facultad de imaginar como una pura reflexión prelingüística, capaz de representar plásticamente sobre nuestras disposiciones somatosensoriales cerebrales ideas complejas del cuerpo y de la mente, nos daremos cuenta de que esta disposición nos permite reconocer y recuperar lo que Damasio llama mapas neurales [patterns] del cuerpo y de la mente. Huellas que representan estados complejos del ser vivo. No es casualidad el hecho de que, en esta coderiva ontogénica de lo viviente, los mecanismos adaptados para el tratamiento de imágenes en los sistemas nerviosos de los seres vivos sean un conjunto de estrategias mucho más probadas e interiorizadas en la evolución que el pensamiento lingüístico.
Pero cómo el cerebro hace eficiente esa contextualización inmediata de lo mediato en el mismo cuerpo, es el camino que nos lleva a preguntarnos por el papel cognitivo de nuestras emociones y sentimientos, y cómo éstas se relacionan con el lenguaje y las cosas que pensamos -sus referencias-.
Sólo recordar por ahora que para Maturana, todo ser vivo es una estructura autopoiética clausurada, entrelazada emocionalmente a los demás y a su entorno, y que cualquier cambio estructural que se produce dentro de su organismo es debido a las posibilidades emergentes de su determinación en relación con el medio. Estas consideraciones que clausuran al material vivo en una posibilidad determinada de cambios emergentes en su estructura, son importantes a la hora de situar en lo humano – también en el lenguaje- los conceptos de emoción y sentimiento en su danza estructural con el entorno, y entender su función en los procesos de homeostasis biológicos individuales y sociales.
Para Maturana, el lenguaje se extiende a lo que denomina lenguajear, concepto que incluye todo tipo de actos, gestos y expresiones consensuadas que se dan dentro de una coherencia estructural a la hora de establecer una comunicación entre seres vivos orientados a la acción. La homeostasis de estos organismos autopoiéticos socialmente entrelazados, es también materia de estudio para las nuevas disciplinas neurobiológicas. También lo fue para Kant en su Metafísica de las Costumbres y en su extraordinaria obra política producida desde su antropología fenomenológica, y que sigue siendo imprescindible para entender incluso el marco político internacional en el que se mueve el hombre contemporáneo.
Emociones y sentimientos en el cerebro
Para los neurobiólogos y los profesionales de las neurociencias, las emociones y los sentimientos son reguladores biológicos necesarios para mantener el equilibrio homeostático interno y externo de nuestro organismo coherente con el medio. Las áreas neurales que regulan sus funciones están relacionadas con cambios químicos, motores, somatosensoriales, vitales para mantener la coherencia dentro de la vida. La distinción que suele hacerse es considerar a las emociones como disposiciones corporales que especifican a cada instante un dominio de acciones posibles, algo así como una definición de un particular contexto carnal, y los sentimientos como producto de contextos emocionales reinterpretados desde disposiciones cognitivas superiores, generando a la vez contextos sensitivo-sentimentales capaces de representar estados complejos de la mente y del cuerpo. Esta forma compuesta de emociones y sentimientos que acaba definiendo contextos posibles de acciones corporales/mentales, lo que Maturana llama dominios operacionales, es mapeada finalmente mediante patterns neurales localizados en las áreas cerebrales especializadas en las funciones somatosensoriales y motrices2. Son las pautas neurales las que darán lugar a los mapas neurales que acaban cartografiando el mundo de los objetos internos y externos dotándolos de sentido3. Hay que tener en cuenta que estas áreas neurales que cartografían una sensación compleja constituyen una imagen o conjunto de imágenes. Éstas, junto a los distintos significados emocionales-sentimentales atribuidos que actúan como marcadores somáticos, configuran el espacio de trabajo de los mecanismos de la memoria y el aprendizaje. Esta particular jerarquía de conexiones neurales entre las emociones y los sentimientos, deja abierta la posibilidad de que mediante estados sentimentales complejos podamos desencadenar reacciones emocionales distintas a las determinadas inicialmente. Parece que el sistema nervioso humano haya evolucionado en su estructura, permitiéndonos un control más libre sobre nuestras acciones, nuestros dominios operacionales, dándonos la posibilidad de modular nuestras respuestas emocionales naturales adecuándolas a los requerimientos culturales.
Damasio considera que la capacidad de sentir es una categoría ontológica del mundo que define a toda la materia viva. O dicho de otro modo, todo lo que está vivo, siente. Podemos incluso imaginarnos esta idea pensando en el proceso de reconocimiento que hacen ciertas estructuras pluricelulares para diferenciar substancias, estos procesos orgánicos pueden ser explicados como formas de sentir y en cierto modo, tal y como lo interpreta Maturana, de comprender. Para los neurobiólogos, algunos organismos al evolucionar, fueron centralizando las funciones especializadas en el sentir para constituir primitivos sistemas nerviosos. El surgimiento de la conciencia, dentro de un sistema nervioso centralizado en las complejas funciones del cerebro, debe entenderse también como una emergencia evolutiva que ha ido consolidándose en algunos organismos. Pero desde las estructuras pluricelulares más simples hasta lo humano, la vida siente que es vida para diferenciarse de lo que no es vida. Porque seguir en vida es mantener una cierta coherencia estructural homeostática dentro de un universo de entropía.
Claro que la forma del sentir humano, dentro de las posibilidades del singular sistema nervioso que lo define, permite incluso descifrar estados corporales y mentales de los objetos/sujetos que conoce en la experiencia del vivir. Estas últimas capacidades disposicionales que poseemos para representarnos no solamente una imagen -un sentido- de nosotros mismos, sino simulaciones de los estados de los demás -de lo que nos rodea-, lo que la neurofisiología ha atribuido a ciertas neuronas cerebrales llamadas neuronas espejo4, nos permiten, a nosotros seres humanos, entrelazarnos emocionalmente en sistemas complejos de conversaciones, manteniendo coherencia estructural interna y externa con el entorno. Para Maturana, la particular forma de mantenernos en conversaciones, característica del linaje de los homínidos, debe pensarse incluso anterior al uso del lenguaje simbólico. Es posible que la forma de convivir de las primeras comunidades recolectoras homínidas incluyese comportamientos corporales, gestuales, expresiones sonoras, utilizadas para comunicarse y consolidar consensos emocionales, que fueron evolucionando a la vez que evolucionaba también el organismo, en particular la laringe, el rostro y las capacidades expresivas, junto a las áreas neurales sensoriomotoras, permitiendo a la especie humana hacer un uso cada vez más sofisticado del lenguaje, y trabajar dentro de un sistema de significados simbólico-metafóricos. Se establece de ese modo una relación entre gesto y sonido, capaz de reconocer articulaciones silábicas que a su vez constituyen palabras y estructuras sintácticas capaces de proferir significados compartidos dentro del lenguaje.
En cierto modo las emociones son contextos disposicionales corporales que especifican a cada instante un dominio de acciones y operaciones posibles, y el fluir de una emoción a otra es un fluir de un dominio de acciones a otro. El uso que hacemos de nuestras capacidades cognitivas superiores, sintetizadas en lo que podríamos denominar su uso racional, se da, en palabras de Maturana como: «… un operar en las coherencias del lenguaje a partir de un conjunto primario de coordinaciones de acciones tomando como premisas fundamentales aceptadas o adaptadas a priori desde un dominio emocional». Este operar racionalmente en el lenguaje, dentro de un lenguajear que relaciona gestos, expresiones e incluso características motoras de nuestra mano, permite al homo sapiens sapiens operar también en los estados emocionales de los que participa en conversaciones permitiéndole conservar cierto grado de coherencia estructural con su entorno.
Para entender mejor las distintas fases en la evolución de la conciencia que Damasio plantea en su teoría de la mente, es importante situar el concepto de imagen como «… representación neural, manipulada por procesos denominados pensamientos, y que influyen en el comportamiento al ayudar a proyectar el futuro y planificar en consecuencia la siguiente acción.». Cambios microestructurales en los circuitos neurales se convierten en una imagen de la mente que cada uno de nosotros siente que le pertenece. Para Damasio la mente tiene la capacidad de representarse sin interrupción los distintos estados complejos del cuerpo, y a este sintético representar lo llama protoser, considerándolo el precursor biológico de otros niveles más complejos de conciencia como son el ser central y el ser autobiográfico. La evolución de estos distintos niveles de conciencia ha ido haciéndose posible a medida que en el cerebro iban emergiendo recursos neurológicos específicos para poder constituirlos. El tránsito a formas de conciencia ampliada y autobiográfica se produce por la emergencia de la memoria y a la posibilidad de volver a sentir, con distinta intensidad y fiabilidad, imágenes del pasado. Esta capacidad de la mente para procesar a distintos niveles imágenes del ahora y del pasado, simulaciones y proyecciones del futuro, es para Damasio un constituyente necesario para cualquier forma de pensamiento complejo, y se manifiesta claramente en la mecánica del lenguaje.
La estrecha relación entre el lenguaje y el pensamiento, nuestra capacidad de razonar sobre los sentidos que experimentamos en el vivir, permite hacernos una idea de nuestra mente como una máquina semántica que trabaja con un lenguaje privado dentro de un sensus communis. Esta concepción es compatible con la tesis innatista de Chomsky y sus gramáticas generativas. Una estructura biológica libre, capaz de trabajar con sentidos, atribuyéndoles significados que interactúan dentro de las posibilidades emergentes de nuestra clausura determinista -ontogénica- autopoiética. Es desde esta perspectiva que pueden hacerse ciertas analogías con las teorías semánticas del lenguaje modernas y la filosofía de la mente.
Hilary Putnam propuso en 1960 un funcionalismo de estados mentales similar a la máquina de Turing5. También Jerry Fodor explora las posibilidades de un lenguaje del pensamiento con un sistema de representación mental: una sintaxis combinatoria y una semántica, junto con procesos de computación definidos por esas representaciones mentales y sus sintaxis. La cognición es una manipulación simbólica regida por normas y la mente es un artefacto sintáctico. La cinta por la que se mueve nuestra cognición es un conjunto estructurado de sentidos complejos que a su vez producen cambios, «gatillean» estados mentales con palabras de Maturana, cambios internos en nuestra estructura autopoiética.
La imagen como tecnoestética: emoción y discurso político
Las reflexiones que W. Benjamin ha dejado escritas en relación a la obra de arte, la imagen, e incluso la fotografía, en un contexto histórico-político embriagado por las ideas del fascismo, nazismo y estalinismo, también subrayan el potencial cognitivo y, consecuentemente político, de las experiencias culturales tecnológicamente mediadas, haciendo un análisis que le lleva a preguntarse finalmente por el empobrecimiento de la experiencia en la modernidad. Su advertencia de que «El fascismo es una violación del aparato técnico», dentro de su argumentación crítica contra la estetización de la política, nos alerta del intento político de modificar el sensorium común para proyectar la imagen individual en un cuerpo social capaz de alienar al hombre y hacerle gozar ante su propia autodestrucción. La exaltación de la guerra como algo bello, como obra de arte total, fue también una experiencia literaria de los futuristas italianos (Marinetti), y en cierto modo la base de la crítica de Adorno a la estética wagneriana. Benjamin dirá: «Todos los esfuerzos por un esteticismo político culminan en un solo punto. Dicho punto es la guerra.» Pero, ¿qué entiende Benjamin por modificación del sensorium? Y sobre todo, ¿por qué el discurso político se traslada a un discurso estético?
El término griego aisthesis indica aquello percibido a través de la sensación, la experiencia sensorial de la percepción. El campo original de la estética no es el arte sino la realidad. En este sentido, la visión kantiana del conocimiento estético, y su imprescindible contribución a cualquier tipo de determinación de conocimiento, es compartida también por Benjamin al otorgarle una categoría cognitiva. La investigación de Benjamin, probablemente influido por sus lecturas literarias de Proust, se dirige también al estudio sobre el efecto del exceso de shocks desde esta perspectiva perceptiva, interesándose por los fenómenos cognitivos amnésicos y anestésicos que en la experiencia de la guerra los soldados manifiestan y demandan al volver del campo de batalla. El olvido como incapacidad -consciente e inconsciente- de producir una imagen que pueda ser recordada, una incapacidad de darle sentido cognitivo a la experiencia.
Para Benjamin el hombre moderno pasea por la ciudad, entre sus pasajes, constantemente bombardeado en estado de shock por las fantasmagorías de las mercancías que el capitalismo produce, velando su valor de fuerza de trabajo, su valor de uso, e introduciéndonos en un mundo de ensoñación ideológica, modificando nuestro sensorium mediado constantemente por la técnica.
Una autodefinición del fascismo muy comentada es la que Goebbels escribió en forma de carta en 1933: «Nosotros, los que modelamos la política moderna alemana nos sentimos personas artísticas, a quienes se ha confiado la gran responsabilidad de configurar, a partir del material crudo de las masas, la sólida y bien forjada estructura de Volk». Con esta intención, el control estético ofrece la posibilidad de modificar la recepción de la realidad, mediada por la técnica, para que el volk contemple con placer desinteresado el ritual de toda una sociedad conducida al sacrificio ciego, al asesinato y a la muerte. La propaganda, el uso mediático de la información, los discursos del Führer delante de una masa conmovida de personas que asisten a sus representaciones expresivas y teatralizadas, estudiadas meticulosamente frente al espejo bajo la dirección de asistentes escénicos6, subrayan la importancia cognitiva de las emociones y las posibilidades de control sobre nuestro sensorium para fines políticos.
Si pensamos ahora en las posibilidades tecnológicas que el sistema capitalista contemporáneo concentra y distribuye al mercado, si pensamos en términos de biopolítica y control sobre la misma vida que los poderes ejercen sobre las poblaciones, si le añadimos lo que Richard Sennett llama la cultura del nuevo capitalismo caracterizada por la fragmentación de la experiencia, la desintegración de lo social, la cultura de la superficialidad, o lo que Zygmunt Bauman llama la modernidad líquida, podemos hacernos una idea de cómo se está desmembrando en la actualidad lo que Emile Durkheim entendía por cuerpo social. Los valores propagados por la publicidad, la cultura de la distracción, la pedagogía del videojuego, la moda y el control estético, modifican y atrofian nuestras capacidades cognitivas y son intencionalmente utilizados para alterar nuestros sistemas de creencias y conocimientos con fines puramente economicistas y políticos.
La imaginación como facultad de producir imágenes propias, imprescindibles para seguir reflexionando lingüísticamente y mantener nuestra coherencia estructural interna y externa en la narración cognoscitiva que se expande a través de la conciencia del ser central y del ser autobiográfico de Damasio, deviene necesaria para producir pensamiento libre y recuperar el protagonismo de la autonomía personal reapropiándonos de la experiencia. La verdadera culminación de la modernidad.
Bibliografía:
-
La sensación de lo que ocurre. Cuerpo y emoción en la construcción de la conciencia. A. Damasio.
-
El error de Descartes. A. Damasio.
-
En busca de Spinoza. A. Damasio.
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La realidad: ¿objetiva o construida? I. Fundamentos biológicos de la realidad. H. Maturana.
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Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatía emocional. Giacomo Rizzolatti, Corrado Singaglia.
-
Teoría de los sentimientos. Agnes Heller.
-
Lo que nos hace pensar. La naturaleza y la regla. Jean-Pierre Changeux, Paul Ricoeur.
-
La imaginación. Jean-Paul Sartre
-
Desconocida raíz común. Felipe Martinez Marzoa.
-
Walter Benjamin, escritor revolucionario. Susan Buck-Morss.
-
El lenguaje y los problemas del conocimiento. Noam Chomsky
-
La cultura del nuevo capitalismo. Richard Sennett.
http://transnacional.blogspot.com/
1 Desconocida raíz común. Felipe Martinez Marzoa. Lectura de la Círtica del Juicio que sitúa la facultad de imaginar en el centro de la arquitectura crítica kantiana.
2 Para Giacomo Rizzolatti y Corrado Sinigaglia, el área de Broca, relacionada con la facultad del lenguaje, es una emergencia funcional de la zona cortical dotada de una representación de los movimientos orolaríngeos, así como de una estricta conexión con la corteza motora primaria, disponiendo de propiedades atribuidas a las neuronas espejo.
3 Habría que entender ‘sentido’ en el marco teórico conceptual de la filosofía del lenguaje. En el texto aparecen también las palabras ‘referéncia’ y ‘proferir’ con la intención de establecer posibles relaciones con la teoría semántica. La relación puede extenderse también a las teorías funcionalistas de la mente y al concepto de lenguaje-del-pensamiento de Jerry Fodor.
4 Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatía emocional. Giacomo Rizzolatti, Corrado Sinigaglia.
5 «Autómata finito abstracto que opera sobre una cinta con símbolos. El autómata finito proporciona la capacidad de computación de la máquina. La cinta es el espacio de cálculo que sirve como input y output. La secuencia de acciones del autómata es determinista y está representada por una tabla de estados. Para cada estado interno y símbolo de la cinta, la tabla de estados describe la acción realizada por la máquina y da el siguiente estado interno de la máquina». Este concepto puede ser ampliado a las formas del sentir humano y al significado interpretado desde ciertos estados mentales coherentes estructuralmente dentro de un lenguaje-del-pensamiento privado pero comunicable y consensuable.
6 Susan Buck-Morss en Walter Benjamin, escritor revolucionario, relaciona las expresiones faciales y corporales de las fotografías de Hitler ensayando sus discursos frente al espejo, con las expresiones de miedo y dolor corporal descritas por Charles Darwin en La expresión de las emociones.