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Del Socialismo con «Empanadas y Vino Tinto» al Eurocomunismo

Fuentes: Red Seca

Haciendo eco del ruido mediático que provocó la reciente visita de la líder estudiantil Camila Vallejo y una delegación de las JJCC de Chile a Cuba, Gonzalo Bustamante publicó en El Mostrador una columna titulada » Eurocomunismo versus Sudacacomunismo «. En ella, el académico de la Universidad Adolfo Ibáñez contrasta la trayectoria del Partido Comunista […]

Haciendo eco del ruido mediático que provocó la reciente visita de la líder estudiantil Camila Vallejo y una delegación de las JJCC de Chile a Cuba, Gonzalo Bustamante publicó en El Mostrador una columna titulada » Eurocomunismo versus Sudacacomunismo «. En ella, el académico de la Universidad Adolfo Ibáñez contrasta la trayectoria del Partido Comunista Italiano (PCI), el partido comunista occidental más influyente del siglo XX, con la de su símil chileno (PCCh), para explicar la debilidad de los comunistas criollos por el proyecto político que nació con la Revolución Cubana y por sus principales figuras (Fidel Castro y el Che Guevara).

Así, mientras el comunismo italiano destaca por su condición de «movimiento cultural» anticonservador, cuya historia político-intelectual estaría enraizada en una tradición democrático-occidental, cuyo resultado fue el eurocomunismo; nuestros comunistas carecerían de referencias internas para afirmar su propia identidad, lo que los obligaría a recurrir a referentes foráneos de dudosa vocación democrática, como el castrismo, y a afirmar un terco antiamericanismo. Según Bustamante, esta tendencia puede ser comprendida como «sudacacomunismo».

Para el autor en cuestión, «Berlinguer [el connotado líder italiano que propuso la idea de «compromiso histórico» con la Democracia Cristiana en la década de los ’70] y el PCI constituyen un caso excepcional de reflexión seria por buscar transformar la opción comunista en una fuerza democratizadora de la institucionalidad liberal sin recurrir ni a la dictadura del proletariado ni a la revolución», lo que suponía un desmarque de la Unión Soviética y su modelo de socialismo real. Si bien estos elogios al PCI se sustentan en una formulación con bastante asidero -el acrítico apoyo que los Partidos Comunistas del mundo dieron a su equivalente soviético- pareciera que en la citada columna el principal mérito que se le reconoce al partido fundado por Gramsci es el hecho de haberse terminado fundiendo con las corrientes socialdemócratas: «Los herederos del PCI conforman la principal fuerza de la izquierda democrática italiana. Hoy miran hacia los Obama, Lula, Lagos o Bachelet». En otras palabras, se valora el hecho de que el PCI se haya disuelto, en pos de su vocación democrática, renunciando a la idea de ser alternativa al reformismo italiano. Actualmente, los comunistas, los pocos que se reivindican como tales, otrora poderosos actores de la política italiana, se encuentran reducidos a la marginalidad política.

Lejos de seguir el consejo, indirectamente sugerido por Bustamente, de colgar las sotanas, los comunistas chilenos se aprestan a conmemorar un siglo de existencia como partido. Este hecho, así como el abierto desconocimiento que el autor exhibe en su columna, muestran la necesidad de reflexionar un poco más sobre la particular trayectoria del PCCh en el año de su centenario.

El propio origen de esta agrupación que reconoce como acto fundacional la constitución del Partido Obrero Socialista (1912) de Luis Emilio Recabarren, ya permite atisbar una biografía institucional que se distingue de la de otros partidos del mismo tipo. Efectivamente, el Partido Comunista Chileno es uno de los únicos casos de los partidos que se adscribieron a la Tercera Internacional de Lenin que no se origina del desprendimiento de una fracción minoritaria de un partido socialista o socialdemócrata. De esta manera, las raíces del comunismo chileno pueden ser encontradas en la organización y luchas de los mineros del salitre en el norte minero, más que en la Revolución Bolchevique (1917), origen mítico de los partidos comunistas del mundo.

Por otra parte, el sólo hecho de Chile haber sido el escenario de una experiencia electoral exitosa de lo que se conoció como la política de Frentes Populares, que redundó en la elección de tres presidentes radicales con significativa presencia de los comunistas (1937-1952), es razón suficiente para considerar la influencia de los comunistas en la política chilena. De hecho, esta presencia fue tal que los comunistas pasaron de ser los principales aliados de Gabriel González Videla, el último presidente radical, a ser la principal amenaza para su gobierno, lo que, sumado a la presión de los EE.UU., lo llevó a dictar la Ley de Defensa Permanente de la Democracia (1948), más conocida como «ley maldita», con la que se proscribió al Partido Comunista y se eliminó a sus militantes de los registros electorales y se les persiguió.

La experiencia del Frente Popular tiende a ser situada como parte de la trayectoria que devino en el proyecto de la Unidad Popular, que llevó a la primera magistratura al socialista Salvador Allende. La elección de Allende marca uno de los hitos más importante de la contribución de los socialistas chilenos, y con ellos cuento también a los comunistas, al mundo de la izquierda. La inédita elección de un presidente marxista que llega al gobierno mediante elecciones democráticas, mediante una coalición sustentada en el pluripartidismo, alimentó una serie de imaginarios, debates y revisiones teóricas en el mundo entero.

La vía chilena al socialismo o, como coloquialmente la definió el extinto dirigente comunista Luis Corvalán, la revolución con «empanadas y vino tinto» fue, de hecho, una de las fuentes más destacadas del proceso de reflexión que condujo al «Eurocomunismo». Así, por lo menos, lo ha demostrado el trabajo historiográfico de Alessandro Santoni ( 2010 ), que contradice completamente el argumento defendido en la columna que motiva esta réplica. La experiencia chilena y, en ella, la praxis de los comunistas chilenos, aparece no como un itinerario ajeno al democrático eurocomunismo elogiado por Bustamante, sino como su inspiración. Argumento difícil de comprender para quien despectivamente, haciendo gala de un eurocentrismo bastante vulgar, califica a los chilenos de «sudacacomunistas».

Una atenta lectura de los trabajos de, por ejemplo, el historiador Hernán Ramírez Necochea, cuyas principales obras fueron recientemente reeditadas por Editorial LOM, ayudaría a Bustamante a revertir el desconocimiento que muestra de la historia del PCCh. En este sentido, sería recomendable no sólo revisar «Origen y Formación del Partido Comunista de Chile», sino también «Historia del Imperialismo en Chile» del mismo Necochea, para cuestionar la idea sustentada por nuestro columnista de que el «antiamericanismo» de la izquierda latinoamericana «más que explicarse por la conducta imperialista que ha tenido la nación del norte, lo es por una búsqueda de la necesidad de afirmar una identidad». Sobre este mismo punto, para una lectura menos sudaca y más americana, vale la pena hojear también los Archivos Desclasificados de la CIA sobre Chile que comprueban la intervención norteamericana en el derrocamiento de Allende.

Un punto aparte merece el instrumental aprecio que Bustamante muestra sobre Gramsci y su partido. Ya hace tiempo, Enzo Faletto en su artículo «Qué pasó con Gramsci» ( 1991 ) llamaba la atención sobre cómo la incorporación del pensamiento gramsciano en Chile ha sido parcial, fragmentaria y subordinada a aspectos meramente político prácticos. En sus palabras, «Gramsci fue el puente para introducir una ruptura con el marxismo y a veces con algunos principios básicos del socialismo en general» (90-91). Los «usos» de Gramsci en Chile, como una de las principales fuentes de la renovación socialista, han contribuido a divulgar una visión del autor de los «Cuadernos desde la cárcel» como una referencia antileninista desprendida de cualquier trazo revolucionario. Aunque es una interpretación posible, siempre es sano recordar que es sólo eso, una interpretación más, y que no necesariamente da cuenta de la complejidad del pensamiento del italiano.

Finalmente, al afirmar a Cuba como el referente del comunismo chileno, el autor confunde al PCCh con el MIR o confunde a Cuba con la Unión Soviética. Pues, si hubo una referencia internacional que marcó al comunismo chileno fue la política de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En este sentido, no resulta del todo injusta la broma con la que comúnmente los socialistas criollos fustigaban a sus otrora aliados históricos: «Cuando llueve en Moscú, los comunistas chilenos salen a la calle con paraguas». A pesar de su fidelidad a toda prueba con el PCUS -Luis Corvalán decía que eran «Soviet-hinchas»-, el PCCh fue capaz de desarrollar un proyecto político a todas luces original que explica en buena parte la enorme influencia que tuvo en la política chilena en general y en la clase obrera en particular. En este sentido, en el Partido de Recabarren ha existido una convivencia un tanto paradojal entre el apoyo externo a regímenes no democráticos con una trayectoria interna demostradamente republicana, el PCCh es el único partido tradicional chileno que puede decir que nunca apoyó un Golpe de Estado en Chile. Estas contradicciones aún están vivas y es de esperar que sean abordadas críticamente en las reflexiones que los 100 años de celebración del comunismo en Chile traerán.

– Fuente: http://www.redseca.cl/?p=3016