Esta semana salimos por el barrio a grabar esquinas y calles para acumular recursos e interactuar con los lugares y la gente. En una de las calles un señor mayor nos grita desde la acera de enfrente: – «¿qué, vamos a salir en el NODO?» (noticiero cinematográfico franquista, para los lectores de fuera de España) […]
Esta semana salimos por el barrio a grabar esquinas y calles para acumular recursos e interactuar con los lugares y la gente. En una de las calles un señor mayor nos grita desde la acera de enfrente: – «¿qué, vamos a salir en el NODO?» (noticiero cinematográfico franquista, para los lectores de fuera de España)
– «No» , le contestamos riendo, «en el NODO justamente no creo. Será aquí en el barrio que lo veamos». Luego nos ubicamos en la esquina para hacer unos planos y comprobar si había alguna otra interacción. El señor se paró delante de una puerta enorme como de taller y nos miraba a lo lejos. Luego de hacer los planos, decidimos acercarnos y pasar por delante de él para ver qué pasaba. Ya próximos, le hicimos alguna broma, le preguntamos si vivía ahí, le contamos quienes éramos y a partir de ahí comenzamos una conversación.
Era la puerta de su propio taller. El señor resultó ser un antiguo cerrajero pero lo que se veía desde la puerta eran coches. Angel dedica su vida a desguazar coches y motos antiguos y volverlos a armar. Es un coleccionista que se pasa el día entero, incluyendo muchos domingos, solo. «Ni siquiera escucho música decía, yo no necesito esas cosas (haciendo el gesto de los auriculares). Prefiero el silencio. He estudiado por mi cuenta pero no sé nada de mecánica.»
– «Vaya -le dijimos- menos mal que no sabe nada».
Es una especie de monje del motor. «Pero lo más grande que hecho en mi vida -nos dijo-, lo más grande, y miren que he hecho mucho, es ir a buscar a mi nieta al cole y conversar con ella. Ah, eso sí que es grande. Y se le llenaron los ojos de emoción.» No sabemos quién es. Pero pertenece a lo que llamamos nuestro Plató-vivo, a nuestro barrio y eso es suficiente para tener que conocerle. Mientras hablábamos con él (grabando de a ratos), y al no conocerle de nada, la imaginación trataba de componer aceleradamente un posible perfil: ¿De dónde sacará la pasta para sus coches? ¿Un cerrajero? ¿Por qué en su imaginario vinculó las cámaras con el informativo franquista? ¿Será un franquista?¿Cuál será su ideología? A ver si nos ponemos a retratar a un facha en su vejez…
Y mientras, nos hizo pasar y nos mostró con orgullo su templo particular al que está por cambiar todo el techo. Nos mostró los permisos que tuvo que tramitar para hacer la reforma de ese techo y otras cosas. Todo lo hace él solo, allí, en su cueva privada. También pensamos en esa soledad creativa que muchas veces les atribuimos a cierta clase de creadores. Comparado con una cantidad de artistas que conocemos, este señor ejercita un estado de silencio propio de un gurú. Ya quisieran muchos artistillas tener tal control del silencio, de largos tiempos de concentración en su pasión. Pero no le conocemos y aquel silencio del recinto contrastaba con nuestro imaginario al que le asaltaban repentinamente un salpicadero del afuera, de las convulsiones sociales a las que estamos tan atentos: huelgas, paros, manifestaciones, agresiones económicas de todo tipo, 15-M, payasos patéticos en campaña electoral. El silencio pone en evidencia el ruido, el ruidaje infernal de una España en pleno desmantelamiento.
Eran solo instantes. Mi compañera grababa detalles. Y yo le daba al rec de vez en cuando. Nos había dado permiso para grabar cuando sacó un cuaderno con fotos de todos sus coches y motos de colección.
Pero seguimos sin saber quién es y cuando pensábamos que podía ser un simpatizante de Franco, componíamos la imagen de otra forma: sí, quizá es un tipo que vivía muy bien en la época de franco y si rascamos podríamos llegar a constatar que odia a los republicanos, es un machista con su mujer y quisiera matar a todos los del 15-M y a los huelguistas de la educación por no permitirle a su nieta asistir a clases.
«¿Qué hacemos si es así?» -pensábamos-. «Pues, seguir adelante, ofrecer la cámara, que sea parte de una escena, que la componga según su imaginario, que luego pueda ir a la Asociación a verlo y encontrarse con otros vecinos y debatir, regalarle una copia cuando editemos a fin de año todo el material… Eso es lo que tocaría.»
Y seguían los pensamientos: «Ya, pero ¿podemos dar el dispositivo a un tipo que quisiera destruir aquello por lo que nosotros luchamos?¿podemos ponernos al servicio de unas ideas que acabarían con nuestro propio planteo de cine participado si, quizá, no le interesa sentarse con otros vecinos o directamente odia a algunos? ¿Dónde están los límites ideológicos de todo este asunto? Es un poco suicida ponernos al servicio de, por ejemplo, un grupo de ancianos que mañana quieran recrear con saña una escena donde militares franquistas mataban a republicanos.»
Todas estas cosas están ahí funcionando, es nuestro imaginario. Muchas veces hemos hablado de la necesidad de forzar la imaginación. Y forzar la imaginación a secas, desde un recinto privado, elaborando las propias ideas a nivel individual, no es que sea más fácil, es diferente y también más pobre y menos desafiante. Solo hay propias resistencias, porque la realidad es interior. Pero este cine que vamos lentamente poniendo en marcha, nos obliga a vencer los imaginarios individuales. ¿De qué nos sirven nuestros prejuicios o los de nuestro vecino? Vivimos en una sociedad de pre-juicios. Ya sabemos de antemano cómo es el mundo porque lo hemos definido, como son los otros, cómo van a reaccionar, dónde hay que ir y dónde no hay que ir, con quién juntarse y con quién no. Sabemos tanto que siempre vivimos en los mismos sitios y hablamos de nuestras mismas cosas, con nuestros mismos colegas que parecen siempre coincidir, aunque la realidad muchas veces nos demuestra que parecía pero no, no estábamos hablando de lo mismo. Y toda definición siempre esconde autodefensa. Necesaria, sí, para nuestra salud, pero paralizante si no sabemos trascenderla. Y trascender el imaginario es hacer el esfuerzo de una convivencia mínima, de abrirse a migraciones cercanas, de hacer travesías a la alteridad, a los y las otras, a lo difícil, a lo desconocido. Habitar por momentos espacios inaccesibles, prohibidos, negados. Meter el cuerpo en ellos. Abandonar el territorio de las ideas.Trascenderse significa hacer el ridículo, saber horrorizarse y maravillarse al cruzar el muro de otras vidas, pero seguir ahí.
A Angel le prometimos volver para que construya escenas en su propio taller o donde quiera llevarnos. Seguramente le grabaremos desguazando o armando uno de los coches de colección.
Pero será la convivencia la que nos ubique donde deba ubicarnos. No somos tan ingenuos como para creer que es posible la comunión social y la concordia generalizada donde todos nos abrazamos y nos amamos obviando las experiencias, las ideologías, las formas de afectividad, los hábitos, la cultura, la situación laboral, la maldad, el egoísmo, la agresividad y la perversidad que cada uno tenemos y que nos hace diferentes.
Estamos comenzando los contactos para hacer en este cuatrimestre varias escenas colectivas con grupos de gente: ancianos, mujeres árabes, jóvenes, historias que ya veníamos siguiendo y que continuaremos. El cine que hacemos nos obliga a romper nuestro propio imaginario. Es el camino sinautoral obligado de una Política de la Colectividad que definimos como necesaria. Lo importante es encontrarnos productiva y colectivamente. Una política que nos obliga a travesías continuas tan desconocidas en sus destinos como fascinantes en sus descubrimientos. Tan distantes cultural, ideológica, afectivamente como cercanas en su proximidad barrial.
Este país necesita migraciones, conversaciones, reparaciones, convivencias y ése es el camino que queremos seguir, tan necesario como difícil. Pero también seguimos constatando que en realidad, la sociedad, fuera de su espectáculo mediático y su apariencia informativa, es un hervidero de encuentros. Que en realidad el tejido asociativo está siempre derramado de convivencia en algunas zonas más que en otras. Es el tejido institucional, el tejido social de poder el que interviene permanentemente para dificultarlo, obstaculizarlo o matarlo. Es el triste destino de las clases dirigentes cuando se descuelgan del tejido social para hacer sus festines de reparto y sus negocios privados fortaleciendo esos guetos cerrados al que llaman política institucional. El destino que lleva a transformar el servicio en opresión violenta de la sociedad que les interrumpe su festín.
Y la explosión social que comenzó en mayo, fue justamente una explosión de la convivencia y conversación que se venía tejiendo desde mucho tiempo atrás. A partir de ahí, ese complot maldito del tejido institucional de poder, esa minoría entrelazada por sus propios intereses, no ha hecho otra cosa que reventar y agredir el estallido de conectividad del que muchos y muchas somos parte. El problema no es que haya tejido asociativo, el problema es cuando ese tejido adquiere conciencia y palabra y de repente acusa certeramente y nombra al poder en mitad de sus fiestas como responsables de corrupción y mafiosidad. Entonces sí, entonces ya deja de ser un tejido inocente y manejable y se vuelve un enemigo a combatir.
El camino está claro. Desde donde estemos, nosotros con las cámaras, debemos fortalecer la convivencia, profundizarla, trascender nuestro individualismo, migrar en nuestro propio entorno hacia otras vidas. Eso es lo que nos da un profundo sentido. Para eso tomamos las cámaras. Como herramienta política para trascender nuestro bucle de autismos personales. Para seguir enfocando lo cotidiano que nos posibilite el encuentro.
Noel Burch escribía en los años 70, refiriéndose a la relación entre el cineasta y lo que filma, que éste «no puede colocar su cámara ante ello sin modificarlo, porque lo que filma es profundamente extraño a los artificios inherentes a sus instrumentos; lo que filma es la vida.»
Colocaremos nuestra cámara en el taller de este coleccionista de coches, lo haremos para suspender nuestros prejuicios, para encontrarnos con él y para que esa «extraña» convivencia nos permita conocernos en paz y ojalá, nos permita grabar cosas tan grandes como las que este abuelo nos dice que ha hecho en su vida: recoger a su nieta del cole y conversar con ella. Algo ya nos dejó nuestro azaroso encuentro. Sea quien sea nuestro protagonista, nos dejó algo en el cuerpo. Una buena pregunta siempre es un buen comienzo.
¿Por qué lo más grande siempre parece lejos? ¿Por qué siempre nos gana el necio pesimismo de pensar sobre la carencia, si lo más grande que tenemos es la potencia que suponen, sencillamente, los gestos del vivir? Bendita cámara.
Fuente: http://cinesinautor.blogspot.com/2011/09/la-camara-los-gestos-la-convivencia.html