Ni es igual ni es lo mismo. La violencia justa e injusta, revolucionaria o reaccionaria, no equivalen necesariamente a delincuencia. Los Estados, la dominación de clase, la coerción legal, la represión gubernamental… asumen la violencia con diferentes intensidades. El machismo, el racismo, el adulto-centrismo, el ecocidio, la xenofobia, la homofonía, la discriminación religiosa…son violentas/os aun […]
Ni es igual ni es lo mismo.
La violencia justa e injusta, revolucionaria o reaccionaria, no equivalen necesariamente a delincuencia.
Los Estados, la dominación de clase, la coerción legal, la represión gubernamental… asumen la violencia con diferentes intensidades.
El machismo, el racismo, el adulto-centrismo, el ecocidio, la xenofobia, la homofonía, la discriminación religiosa…son violentas/os aun sin ser mafiosas/os.
Las guerras son extremadamente violentas sin que muchas de ellas tengan que ver con el gangsterismo.
Las mafias sí que son violentas por esencia.
No hay que confundir las cosas, pese al interés de sectores de poder en que así sea. Como no hay que esfumar o igualar los rangos de la delincuencia para ocultar sus responsables mayores y penalizar solo a los menores.
Cierto que la inseguridad ciudadana esta agobiando al país y provocando su justificada condena en estratos sociales muy distintos y diversos del ser social dominicano.
Pero hay que ser justo al establecer la culpa mayor y tratar las causas que empujan a los responsables menores.
Este es un Estado violento en muchos aspectos y delincuente en alto grado. Dentro de él y sus gobiernos ambas vertientes se mezclan.
Este es un narco-estado y una sociedad donde abundan componentes del poder empresarial, presidencial, militar, policial, eclesiástico… asociados a prácticas delictivas de alto vuelo. Otros son protectores o cómplices por omisión o por miedo.
La gran delincuencia común en este país esta asociada a la gran delincuencia de Estado incluida la narco-corrupción y el sicariato.
Aquí hay sicarios civiles y sicarios militares, organizaciones mafiosas de la sociedad civil y estamentos gansteriles de «clase política» y el funcionarado.
El poder delincuente (con el manto de impunidad que institucionalmente conforma a nivel judicial, cuerpos de persecución, partidocracia, órganos de gobierno…) es el máximo responsable de la inseguridad ciudadana y del auge de la delincuencia a todos los niveles. Incluso, actuando como generador pobreza, crea el caldo de cultivo del raterismo y la delincuencia menor.
Por eso no basta decirle «¡no a la violencia delincuencia!» Hay que ponerle nombres y apellidos a sus principales responsables y a las estructuras e instituciones gansterizadas. Acorralarlas y echarlas al basurero.
No esperamos que de ella emanen las soluciones. La sociedad debe apoderarse de sus capacidades para ir a la raíz de ese gran problema y superarlo de cuajo.
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