Diariamente, los medios de comunicación nos recuerdan el privilegio del que gozamos por vivir en una sociedad democrática y los sacrificios que tenemos que hacer para mantenerla. Pero la ¿democracia qué es? Nadie nos lo dice. Nadie lo discute. Esos debates son algo del siglo pasado. Ahora tenemos democracia y basta. ¿Cómo alegrarnos, entonces, de […]
Diariamente, los medios de comunicación nos recuerdan el privilegio del que gozamos por vivir en una sociedad democrática y los sacrificios que tenemos que hacer para mantenerla. Pero la ¿democracia qué es? Nadie nos lo dice. Nadie lo discute. Esos debates son algo del siglo pasado. Ahora tenemos democracia y basta. ¿Cómo alegrarnos, entonces, de ser demócratas sino sabemos en qué consiste nuestra suerte?
La cosa no es tan difícil: abramos los ojos y observemos lo que pasa a nuestro alrededor.
Tres sucesos distintos, en tres distintos países europeos, reflejan los niveles de libertad de los que gozamos en nuestra sociedad abierta, En Suecia, Jan Björkelund miembro destacado del Folkpartiet (centro derecha), propone en dos artículos en el mayor diario del país Dagens Nyheter, que los profesores y la dirección de los institutos colaboren con los servicios secretos (Säpo), denunciando a los alumnos que expresen ideas radicales. Se organizaría así un registro en el que figurarían, desde la edad escolar, los presuntos futuros terroristas. La proposición fue debatida por el consejo de educación de la región de Estocolmo donde, debido a la reacción negativa de la opinión pública, no fue finalmente aceptada, pese a haber recibido el apoyo de los directores de varios institutos. El Dagens Nyheter, en su edición del día 23 de septiembre, consideró sorprendente el rechazo de la propuesta.
En Inglaterra Walter Wolfgang, militante laborista, interrumpió al ministro de asuntos exteriores Jack Straw, durante una conferencia del partido, cuando éste último pronunciaba un discurso defendiendo la invasión de Irak. (El Periódico de Cataluña, 30-09-05). El señor Wolfgang exclamó: ¡Tonterías!, lo que provocó su inmediatamente expulsión de la sala.
Cuando intentó hacer valer sus derechos para volver a ella fue grabada por las cámaras de televisión, lo que evitó al militante laborista mayores enojos; fue puesto en libertad y recibió las disculpas del señor Blair.
El asunto español es de más calado. La Audiencia Nacional ha condenado a Abu Dhadha a veintisiete años de prisión, de los cuales doce corresponden al delito de colaboración en la preparación del atentado contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001. La sentencia se basa en que el señor Dahdah, no pudo explicar satisfactoriamente el contenido de una conversación telefónica en la que su interlocutor, un presunto terrorista, pronunció frases misteriosas como: «hemos matado al pájaro».
Según los magistrados de la Audiencia Nacional esta incapacidad prueba, más allá de toda duda razonable, que el acusado había colaborado en preparar el secuestro de cuatro aviones, dos de los cuales fueron estrellados contra los dos edificios más altos de Nueva York y debe pasar, por ello, en la cárcel el resto de su vida.
Así funciona nuestra sociedad democrática día a día. Pero esto no es nada; fuera es peor. Convertir sus países en democracias mediáticas ha sido la justificación para quitar la vida a más de cien mil iraquíes mientras que de los afganos nadie lleva la cuenta, y la matanza sigue.
¿Qué justifica tanta opresión, tanta crueldad, tanta muerte? La democracia no puede ser sino un terrible poder al que estamos sujetos; una diosa implacable que exige sumisión total y sacrificios humanos, por que si un fuera así, si el mundo de hoy respondiera a lo que libremente hubiéramos elegido, sencillamente no tendríamos perdón.