En un momento de globalización capitalista cada vez más caótica, portadora de crecientes desigualdades y de mayores conflictos y «sin modelo que pueda sustituir al que entró en crisis hace diez años, que sea aceptable para la oligarquía mundial» (Husson, 2018), la tendencia dominante en el panorama internacional se caracteriza por el avance en el […]
En un momento de globalización capitalista cada vez más caótica, portadora de crecientes desigualdades y de mayores conflictos y «sin modelo que pueda sustituir al que entró en crisis hace diez años, que sea aceptable para la oligarquía mundial» (Husson, 2018), la tendencia dominante en el panorama internacional se caracteriza por el avance en el control de la agenda política por la extrema derecha, cuando no en su conquista de gobiernos, adoptando distintas caras en función de los contextos nacionales, de los enemigos internos o externos con los que se enfrenta y de las relaciones de fuerzas.
En efecto, si ya antes del estallido de la crisis de 2008, en el ámbito europeo habíamos conocido ascensos innegables de fuerzas de extrema derecha y/o populistas autoritarias, como en Austria, Francia o Italia, es evidente que desde la llegada de Trump a la Casa Blanca esa tendencia se ha ido extendiendo a muy distintos lugares del planeta. Su gran diversidad no impide, sin embargo, constatar que comparten algunos rasgos comunes:
– reacción encabezada por líderes percibidos como outsiders (aunque en muchos casos no lo sean…) frente al establishment corrupto (incluidos grandes medios de comunicación), acusado de ser responsable del declive del Estado-nación respectivo.
– vocación de ser alternativa como movimiento político-social frente a los grandes partidos (principalmente, contra los de la izquierda tradicional) mediante el apoyo en sectores de clases medias y populares que se sienten perdedoras de la globalización.
– repliegue en una concepción esencialista de su identidad nacional (con la consiguiente nostalgia del imperio perdido en el caso de las grandes potencias), presuntamente amenazada por quienes se encuentran más abajo de ellas en la escala social: o sea, los sectores de la población inmigrantes y refugiados, especialmente los de origen árabe o de religión musulmana, considerados falsamente culpables del deterioro de los derechos sociales y de la agravación de la inseguridad ciudadana.
– negacionismo del cambio climático y apuesta por guerras culturales (con la creciente dosis de mentiras y odio a través de las redes sociales y los medios afines) en mayor o menor grado -especialmente allí donde el fundamentalismo cristiano de la teología de la prosperidad ha creado nuevos lazos comunitarios- contra las conquistas logradas en los últimos tiempos por los movimientos feminista, LGTBI+ y antirracista, principalmente.
Con todo, ninguna de esas fuerzas, aunque cuestionen determinadas políticas económicas y sociales de las elites allí donde gobiernan, como es el caso ahora de la Lega de Salvini frente a la Comisión Europea, defiende un giro radical respecto al neoliberalismo dominante a escala global. Esto está quedando ya suficientemente comprobado en las políticas adoptadas por Donald Trump desde su nacionalismo de gran potencia y también, de forma más rotunda si cabe, en el caso de Bolsonaro, cuyo futuro ministro de Hacienda, Paulo Guedes, goza del apoyo de las elites financieras brasileñas. Es esta autolimitación la que viene a confirmar que en realidad estas nuevas derechas radicales, aun siendo un fenómeno heterogéneo, como subraya Enzo Traverso (2019), no dejan de ser hijas de un capitalismo neoliberal que ve cómo sus viejos regímenes se descomponen como consecuencia de sus propias políticas, generadoras de una creciente desintegración social y sistémica.
Estas fuerzas políticas en ascenso, más allá del debate sobre lo que hay en ellas de mezcla de viejo y nuevo fascismo, o simplemente de cóctel reaccionario, aparecen por tanto como una solución de recambio frente a la crisis de la ya vieja versión del neoliberalismo y de los partidos tradicionales corruptos. Aspiran, además, a sentar las bases de nuevos bloques históricos interclasistas en torno a liderazgos carismáticos que procedan a imponer nuevos regímenes políticos cada vez más autoritarios, aun conscientes de la difícil estabilidad que pueden ofrecer para garantizar orden y seguridad.
Por eso parece muy acertado el pronóstico que hacen Boffo, Saced-Filho y Fine (2019) cuando sostienen que no nos encontramos ante «una anomalía política transitoria que, después de un inevitable fracaso, conducirá pronto a la restauración de una política normal de centro-derecha» en el marco de una democracia liberal restaurada. Al contrario, ésta última pertenece ya al pasado, al igual que el modelo de los Estados de bienestar que les acompañó y garantizó su legitimación. Así que con lo que nos podemos encontrar en el futuro próximo es con un antagonismo creciente entre democracia -incluida la representativa y pluralista- y neoliberalismo tanto en el marco transnacional (como ya ocurre desde hace tiempo bajo el mando de una oligarquía tecnocrático-financiera) como en el nacional-estatal. Con el consiguiente riesgo, allí donde gobiernen las derechas radicales, de transformarse en dictaduras que se ensañen especialmente en las capas más empobrecidas de la población. Esto último es lo que puede ocurrir en un país clave como Brasil, en donde Bolsonaro representa una de las variante neofascistas más peligrosas (Mosquera, 2018).
Por tanto, en el futuro va a ser difícil distinguir estos regímenes de las llamadas democracias iliberales existentes en Rusia o Turquía cuando, además, no sólo la democracia sino principios básicos del Estado de derecho como la separación de poderes y libertades básicas están saltando por los aires en nuestros propios países.
Nos hallamos, por tanto, ante una nueva fase en las formas de dominación del capitalismo a escala internacional, facilitada además por el fracaso de la ola de indignación que en muchas partes se inició frente al giro austeritario emprendido tras la Gran Recesión de 2008, ya que no llegó a transformarse en una marea de mareas imparable dispuesta a acabar con el neoliberalismo. Sólo el movimiento feminista, cada vez más transnacionalizado, ha podido resistir a ese reflujo y aparecer hoy, como ha reivindicado oportunamente Angela Davis a su paso por Madrid 1/, como una fuerza social colectiva dispuesta a hacer frente a las nuevas amenazas reaccionarias: un movimiento que aspira a ir más allá de un feminismo blanco y de clase media, sólo preocupado por el techo de cristal, para recordarnos que «raza, género y clase son elementos entrelazados» y, por tanto, hay que buscar la confluencia de todas las luchas frente a las distintas formas de explotación y dominación.
Aterrizando ya en el caso español, podríamos añadir que en él se dan algunas particularidades importantes: una, que la persistencia del legado franquista con el que no se rompió en la mitificada Transición explica que la extrema derecha siempre haya estado cobijada en la vieja derecha de Alianza Popular-PP; la segunda, que tanto para la vieja como para la nueva derecha española, el enemigo principal siempre ha sido el interno, especialmente representado por los nacionalismos periféricos, antes el vasco y ahora de nuevo el catalán; y, por último, que el ciclo abierto por el 15M, aun con sus limitaciones, ha reducido hasta ahora significativamente el espacio de crecimiento de fuerzas similares a las que representan Marine Le Pen o Salvini.
Aun así, hemos podido comprobar cómo el desgaste del gobierno de Rajoy ante el desafío independentista catalán en una parte de su base social, junto con el retorno del debate sobre la memoria histórica, el contagio del trumpismo y el ascenso de la xenofobia en Europa, han facilitado la emergencia de una fuerza como Vox que no muestra complejo alguno en reivindicar el franquismo y el racismo y en asumir ejes de la guerra cultural muy conservadores. Eso sí, sin ocultar al mismo tiempo su obediencia a las políticas neoliberales y, como el PP y C’s, sin cuestionar al establishment de la UE. Es esta fuerza -que ejerce de acusación popular en el juicio al procès que se va a iniciar probablemente en enero- la que está consiguiendo condicionar el discurso de las otras dos fuerzas de la derecha española.
Así se puede entender que los tres partidos, con José María Aznar como referente común, hayan entrado en una dinámica competitiva en torno a una estrategia de la tensión, llevando al máximo la teoría del entorno para tratar de deslegitimar al gobierno de Pedro Sánchez, acusado de ser corresponsable del golpismo independentista catalán. La disputa por la hegemonía, especialmente entre el PP y C’s, va a ser sin duda dura y su primera prueba estará en las elecciones andaluzas del próximo 2 de diciembre.
En medio de este contexto internacional y con el horizonte ya próximo de las elecciones europeas, autonómicas y locales en mayo, la responsabilidad de Unidas Podemos-En Comù-En Marea es enorme: solidarizándose con pueblos como el brasileño frente a la amenaza que representa Bolsonaro y poniendo en primer plano la lucha contra la austeridad neoliberal y la xenofobia como base necesaria (tras las lecciones extraídas de la crisis griega y frente a la actual experiencia italiana) para impedir el ascenso de las derechas radicales entre las clases subalternas; reivindicando la libertad de los presos y presas políticas -incluidas las personas encerradas en los CIE, como nos ha corregido oportunamente Angela Davis- y un referéndum con todas las garantías para que Catalunya pueda decidir su futuro; esforzándose, en fin, por preservar su autonomía política y estratégica frente al gobierno de Sánchez y a su partido, cuya lealtad al régimen y a la UE está suficientemente comprobada.
Nada de esto se podrá llevar a cabo si no trabajamos por reconstruir tejido social y comunitario entre las clases subalternas que ayude a abrir un nuevo ciclo de movilizaciones dispuesto a contrarrestar la ofensiva de las derechas, desbordar el tímido social-liberalismo del gobierno de Pedro Sánchez y volver a poner el centro en la reconstrucción desde abajo de un bloque socio-político alternativo. Para ese objetivo no servirá un Podemos que se limite a «arrastrar al PSOE a propuestas más ambiciosas» (como estamos comprobando con el Acuerdo Presupuestario) sino que habrá que ir más allá y, en palabras de Martín Mosquera también aplicables aquí, reconstruir una «izquierda radical pos-progresista que pueda estar a la altura de las necesidades del periodo».
*Jaime Pastor es politólogo y editor de Viento Sur.
Notas
1/ Se puede consultar su conferencia, titulada «El feminismo será antirracista o no será», celebrada en La Casa Encendida de Madrid el 25/10/2018 en www.eldiario.es/desalambre/
Referencias
Boffo, M., Saced-Filho, A. y Fine, B. (2019) «Neoliberal capitalism: the authoritarian turn», Socialist Register, 55, pp. 273-270.
Husson, M. (2018) «Crisis económica y desórdenes mundiales», www.vientosur.info/spip.php?/
Mosquera, M. (2018) «Al borde del abismo: Bolsonaro y el retorno del fascismo», https://www.vientosur.info/
Traverso, E. (2018) Las nuevas caras de la derecha. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.